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Jorge Boccanera

La estación de fiebre de Ana Istarú. Jorge Boccanera

Boccanera afirma que La estación de la fiebre es un libro emblemático en la cuerda erótica e Istarú un referente de esa poesía en la que se volcaron las mujeres poetas de los años 80 y 90.

 

 

 

La estación de fiebre de Ana Istarú,
Un libro emblemático en la cuerda erótica

                                                      Jorge Boccanera

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La estación de fiebre de Ana Istarú

Podría decirse, ya bien entrado el siglo XXI, que la producción poética alrededor del erotismo a nivel hispanoamericano no ha sido tan pródiga como la escrita alrededor de temas varios, entre ellos la dedicada a retratar la historia y la coyuntura social, o el paso del tiempo y las preguntas sobre la existencia. Aunque hay que reconocer que un profuso registro de la lírica de corte amoroso, sea la celebración, sea la desdicha, va veteada de un eros que es “enigma a punto de ser descifrado”, según palabras del poeta Cardoza y Aragón.
Dentro de esta coordenada entre el impulso pasional y la delectación, un libro publicado hace cuatro décadas, La estación de fiebre, de la poeta, actriz y dramaturga costarricense Ana Istarú (San José, 1960), se ha convertido en una obra emblemática al instalar imágenes elaboradas en una cuerda de emoción vibrante, y mantener su llama encendida en una impronta bifronte –lo voluptuoso, lo sensual, y el alegato contra cualquier tipo de sujeción social– apuntalada por imágenes fulgurantes y un registro coloquial y a ratos elegíaco, con expresiones que dibujan: “la desnudez de labios/ que atravesó mi historia”; y una sed que a punta de jadeos se pregunta: “Qué oscuridad de lluvias traigo/ en las entrañas/ para trenzar tu larga/ intensidad/ de hierro blando”.
Se añade aquí otro dato interesante. La precocidad de Istarú, quien escribió este libro antes de sus veinte años, y que al momento de su salida ya tenía en su haber varios títulos: Palabra Nueva (1975),  publicado a los quince años y con atisbos existencialistas: “Soy una sombra diminuta/ entorpeciendo la vasta cavidad del tiempo”;  Poemas para un día cualquiera (1977) y Poemas abiertos y otros amaneceres (1980). Dos años después La estación de fiebre obtendría el Premio del certamen latinoamericano de la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA) con un jurado integrado nada menos que por el nicaragüense Carlos Martínez Rivas, el hondureño Roberto Sosa y Manlio Argueta de El Salvador, que dictaminó: “transido de alta temperatura erótica sostenida de principio a fin”, el libro en cuestión“se expresa en un vocabulario personal y estricto, logrando así, en tan difícil tema, una armonía de expresión emotiva”.
A partir de una primera edición de tres mil ejemplares a cargo de EDUCA, el libro colocó a Istarú en los ’80 como una de las voces promisorias de la poesía latinoamericana, y a La estación de fiebre en un libro de referencia con textos que fueron replicándose en reseñas, ensayos críticos, traducciones y desde ya en recitales de la autora en diferentes festivales en diversos países en los que sin duda hizo pesar su condición de actriz –entre otros galardones obtuvo en su país el Premio Nacional de Dramaturgia. El libro, además, viene sumando reediciones en Costa Rica, Francia y España. Precisamente en el prólogo a la edición impresa en Madrid por el sello Torremozas, la escritora costarricense Carmen Naranjo, señala: “Es asombroso en Ana el ritmo de una palabra que se suelta con un tono del Siglo de Oro, ilumina con un desborde que se hace canto, embelesa con inusitados giros siempre exactos y precisos, apasiona y enamora porque el ritmo nace desde lo más íntimo y por eso corre en las venas más abiertas, más profundas”.
Hay que decir que La estación de fiebre aparece en consonancia con el trabajo de poetas nicaragüenses como Daysi Zamora y Gioconda Belli; voces que inmersas en una corriente de poesía coloquial-exteriorista de la mano del impulso social de la lucha del sandinismo, agitan un eros desafiante y cuestionador sobre el papel de la mujer en la sociedad. La ensayista española Selena Millares sitúa a Ana Istarú y a Gioconda Belli como las “mejores representantes” de “la celebración del cuerpo de la mujer y el desvelamiento de los tabúes impuestos por las convenciones, así como la influencia de lo amoroso y testimonial (con) una intención transgresora en la poesía femenina” de Centroamérica (1).
Agrega Millares respecto a  La estación de fiebre que  “La imaginación de Ana Istarú… define  a Eros en su calidad ígnea, y el fuego vestirá con su cromatismo un vitalismo frenético, un ritual del júbilo, desde el rojo de la sangre o e deseo, y el azul y verde de una naturaleza que revienta e vida”
Hoy, a cuatro décadas del premio EDUCA, el libro de la costarricense sigue en pie. Y aunque pasó mucha agua bajo el puente, su fuego no sólo sigue intacto sino que se aviva al calor de los embates contra la empalizada del patriarcado que instaló por siglos el estereotipo de una mujer cuyos movimientos no podían pasar del ámbito doméstico,  la “castidad”, subordinada siempre además en la esfera intelectual. Anticipa así algunos reclamos de las miles de mujeres lanzadas a las calles en las grandes manifestaciones como el 8-M y el “Ni Una Menos que se dieron a nivel internacional alrededor del 2015. 

Ana Istarú
Ana Istarú
En La estación de fiebre Istarú se pronuncia contra una moral estrecha, un “tratado” que “enseña cómo el varón domeña/ y preña”. Frente a esa “fálica omnipotencia” dice anteponer su: “rebelión de obreras”, y agrega con convicción: “destierro este himen puntual/ que me amordaza en escozor machista… lo mato y lo remato/ con mi sexo abierto y rojo”. Su posición irá en línea con sus trabajos posteriores, sea en sus obras de teatro –Boby Boom en el paraíso, Hombres en escabeche y Sexus benedictus, entre otras-, como en el poema “Un hombre que golpea a una mujer”, incluido en La muerte y otros efímeros agravios (1988), o en esa especie de recuento amatorio que es “Bolero irrepetible”, poema sólo recogido en alguna de sus antologías. El tema de la sexualidad también estará presente en un libro de 2010 que reúne sus columnas de opinión y que tituló 101 Artículos.
En esa dirección se ubica uno de sus mejores libros, Verbo Madre (1995),  al incrustar Istarú el chasquido del eros en el tema de la maternidad. En el curso de una entrevista otorgada al autor de esta nota a propósito de dicho poemario, sostiene de forma concluyente: “He intentado luchar contra el estereotipo de la maternidad como equivalente de sacrificio, auto-negación, aceptación sumisa del dolor. He intentado mostrar cómo se nos condiciona para vivir en el sufrimiento una etapa de nuestra vida que más corresponde a una exultante vitalidad en la que emergen un placer y una sensualidad distintas… Siempre el cuerpo muy presente, en el apogeo de su sexualidad. No hay hecho sexual más poderoso que el de la reproducción, aunque los humanos seamos seres tan complejos como para poder, afortunadamente, servirnos del sexo para otras funciones: dar y recibir afecto y placer. Y sin embargo el estereotipo de la maternidad es el de la asepsia sexual”.

LA ESTACIÓN DE FIEBRE SUMA Y SIGUE

Una última reedición de La estación de fiebre, a cargo de la Universidad Estatal a Distancia de Costa Rica, salió en 2018 al filo de la pandemia por lo que no ha tenido, las razones son obvias, la repercusión esperada y merecida. Se trata de una cuidada edición de gran tamaño, tapa dura y papel couché, con ilustraciones a color en base a pinturas del artista guatemalteco Rafael Cuevas Molina.
Dichas pinturas –tinta sobre papel papel canson-, dialogan  con los poemas de Istarú a través del trabajo de diseño de Evelyn Valenciano Coto, quien las fragmenta y descompone, para integrarlas luego en un nuevo ámbito gráfico en el cual la palabra susurrada en la intimidad del roce erótico se desliza entre manchas de vino, papel rasgados, cartas rotas, restos de café, estampillas, tachaduras, corazones de fuego, helechos y barajas que parecen tomadas del tarot.
En un mismo torrente gráfico-escritural la poesía de Istarú nombra: “Tu boca vela roja nervadura/ para mi sed ruidosa”;  esa “carne (que) se anuda/ y se desnuda”, aguarda a aquel que transita “un aire herrado en oro”. Y si hubiera alguna red que la retenga, la poeta pide: “que me imprima en la lengua/ otra sed que no sea/ esta sed de tomarte/ con huracanes ciegos”.
Se multiplican, en las páginas de esta bella edición, mujeres arrecifes, mujeres matorrales, caracoles, flamas, racimos de frutas; mujeres candelabros, mujeres emplumadas, mujeres vulva; siempre como centro del universo, núcleo generador de vida, signo de nacimiento y movimiento. 
Esta reedición última de La estación de fiebre pone el dedo en el eros, tema que como quedó dicho al inicio de esta nota se ve algo relegado frente a otros ejes abordados con soltura y altura en la poesía hispanoamericana, aunque, como todo, hay excepciones, como la poeta uruguaya Delmira Agustini, que entre otros títulos escribió El rosario de Eros y, entre otras pocas, la cubana Carilda Labra Oliver, autora de Memoria de la fiebre.
Contra una poética de lo mustio, Istarú lanzó hace cuarenta años un cardumen de deseos al estanque de la escena lánguida y marchita, con versos en los que perdura con lozanía el ímpetu de la pasión (un sentimiento devaluado en los años que corren): “Soy un plumaje espeso./ Un diestro roce de fogatas”, “Mi clítoris destella/ en las barbas de la noche”, en tanto se alza: “la tempestad/ la rosa recia del viento”. Y vuelve al ruedo: “Bendita sea tu forma/ colmenar, de molusco/ de enfoguecidos hornos”, “Tu pene rueda hasta el sueño”, “te vienes al rocío por mi cauce/ éramos en plural estamos uno”.

Nota
1-Millares, Selena, “Las rutas de Eros” en La Maldición de Scheherazade,
Bulzoni editore, Roma, 1997.