Entre las trompas de falo-pío:
El humor en la poesía
Grissel Gómez Estrada

La risa es un fenómeno, al parecer, exclusivo del ser humano –con la probable excepción de algunos homínidos, como chimpancés y bonobos; siempre ha sido buscada por la humanidad, aun en circunstancias solemnes y trágicas (con excepciones en la historia de grupos religiosos). Al contrario de lo que suele pensarse cuando se la compara con la tragedia, la risa puede llegar a una profunda concepción del mundo, como apuntó el gran investigador ruso, Bajtín: “sólo la risa, en efecto, puede captar ciertos aspectos excepcionales del mundo”. Aunado a esto, es una de las formas fundamentales a través de las cuales se expresa el ser humano.
Lo que nos hace reír pone al descubierto defectos humanos grotescos, ridículos, en efecto, como planteó Aristóteles, pero también nos permite tomar distancia con aquello que se expone para poder juzgar el hecho con mayor objetividad, tal como lo expuso magistralmente Brecht.
Así pues, no sólo a través de la tragedia se pueden develar los secretos de las grandes pasiones humanas: los géneros humorísticos también contribuyen, desde otra perspectiva, a la interpretación de fenómenos diversos. Kant observó que la risa depende de la perspectiva en la cual el observador elija: el mismo hecho puede verse con seriedad o con humor.
Por otro lado, lo que nos hace reír es cómico o humorístico. Aunque generalmente se usan como sinónimos, en la actualidad la tendencia es identificar lo cómico en el ámbito de las acciones y al humor en el del lenguaje verbal y los juegos de palabras. A este último caso corresponde la poesía.
¿Por qué algo nos hace reír? Nos hace reír el ridículo, lo que implica cierta humillación; a ello se refiere Bergson cuando afirma que la risa implica “una anestesia del corazón”. Pero también nos hacen reír los juegos del lenguaje, los inocentes chistes que utilizan dilogías, comparaciones y otros recursos poéticos. Grosso modo, los especialistas han dado dos explicaciones: porque un hecho determinado hace sentir al que ríe, según los teóricos actuales, una sensación de superioridad o cierta extrañeza. Así, para Kant, la risa se produce también cuando algo nos causa una sorpresa al defraudar nuestras expectativas. Yo prefiero esta explicación, pues abarca tanto a la comicidad –que implica el ridículo– como al humor.
Pero la risa se cuela en todas partes y tiene distintas funciones: la burla por puro gusto, para hacer reír; para realizar crítica social y para satirizar a algún personaje. Trataré de demostrar este punto mediante ejemplos de poemas humorísticos a lo largo de la historia.
Ahora bien, el humor en la poesía es difícil de conseguir. Por un lado, el lenguaje metafórico es considerado el único medio para llegar a la verdad esencial de las cosas; por otro, géneros populares –por ejemplo, el chiste– han sido considerados como la otra cara, lo totalmente opuesto a la poesía, según la opinión de Carlos Bousoño: “Poesía y chiste coinciden únicamente en una cosa: en ser sendos modos de escaparse a la adicción neutra, insípida; y claro está que el camino para tal fuga ha de resultar forzosamente el mismo: la sustitución lengua. De esta forma, el matiz entre chiste y poesía humorística es frágil. ¿Cómo alcanzar un tono gracioso sin justamente caer en el chiste fácil, en un lenguaje soez o antipoético? Yo creo que esta dificultad impide que existan más poetas humorísticos.
Por otro lado, este tipo de poesía posee una característica fundamental: pertenece a la corriente coloquial o conversacional, es decir, su lenguaje poético se parece −sólo se parece, pues, cuando llega a ser idéntico, la poesía desaparece− al habla de todos los días, al utilizar un lenguaje llano, fórmulas hechas, populares (como refranes), elementos de cultura también popular (canciones, marcas de productos, etcétera) y, figuras retóricas sencillas, fáciles de aprehender. En efecto, el humor implica un lenguaje especial, donde gobiernan sobre todo figuras literarias como la ironía, el retruécano, los juegos de palabras, las dilogías y las comparaciones absurdas.
Aunque varios poetas han escrito versos humorísticos, sólo algunos pocos escriben exclusivamente o casi exclusivamente este tipo de poesía, como Nicanor Parra, Héctor Carreto y la joven escritora Svetlana Garza.
Grandes poetas clásicos han dirigido su pluma desde la perspectiva humorística. Así, comenzaré con ejemplos de clásicos como Francisco de Quevedo (1580-1645) y Sor Juana (1648-1695).
Aunque Quevedo se caracteriza por sus sátiras, en el soneto siguiente, nos hace reír por puro gusto, utilizando elementos escatológicos combinados con figuras grandilocuentes:

La voz del ojo, que llamamos pedo
(ruiseñor de los putos) detenida,
da muerte a la salud más presumida,
y el propio Preste Juan le tiene miedo.

Mas pronunciada con el labio acedo
y con pujo sonoro despedida,
con pullas y con risas da la vida,
y con puf y con asco, siendo quedo.

Cágome en el blasón de los monarcas
que se precian, cercados de tudescos,
de dar la vida y dispensar las Parcas.

Pues en el tribunal de sus greguescos,
con aflojar y comprimir las arcas,
cualquier culo lo hace con dos cuescos.

Sor Juana escribe algunos poemas de crítica social, donde prevalecen figuras de oposición, como la ironía y el retruécano, en sus famosas redondillas, “Hombres necios”, de las que pongo unas estrofas. Sor Juana reclama y se burla de los necios que, con una doble moral, corrompen a las mujeres y luego las rechazan:

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

[…]

¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata ofende
y la que es fácil enfada?

[…]

Mas entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos enhorabuena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

Cerca de la ironía está la sátira, aunque más cruel, más amarga, como hizo Salvador Novo (1904-1974) para burlarse de Diego Rivera y de su esposa Guadalupe Marín, utilizando elementos de la vida privada del famoso pintor, así como metáforas y comparaciones groseras para insultar:

La diegada

Marchose a Rusia el genio pintoresco
a sus hijas dejando –si podría
hijas llamarse a quienes son grotesco
engendro de hipopótamo y arpía.

Ella necesitaba su refresco
y para procurárselo pedía
que le repiquetearan el gregüesco,
con dedo, poste, plátano o bujía.

Simbólicos tamales obsequiaba
en la su cursi semanaria fiesta,
y en lúbricos deseos desmayaba.

Pero bien pronto, al comprender que esta
consolación estéril resultaba,
le agarró la palabra a Jorge Cuesta.

No es que todas las sátiras sean buenas, lo cual reduce el número de poemas de humor con calidad. Novo utiliza objetos fálicos para burlarse de Marín. En realidad, este soneto carece de poesía, sólo se limita a acomodar su sátira a este molde poético, a diferencia de dos poetas muy queridos y leídos: Efraín Huerta (1914-1982) y Rosario Castellanos (1925-1974).
En la obra de Huerta encontramos otro tipo de recursos poéticos, específicamente en sus poemínimos, donde vemos el humor verbal, casi sin anécdota, en su plenitud, por ejemplo, en parodias de dichos populares: “Todo / Cabe / En un / Poemínimo / Sabiéndolo / Acomodar”; “Bienaventurados / Los poetas / Pobres / Porque De ellos / Será / El reino / De los / Suelos”. También hallamos perogrulladas, como: “Soy / La mujer / Más Feliz / De mi vida” y “Si no / Fuera / Por mi / Buena salud / Ya me habría / Muerto”. Si bien hay algunos casos donde hay una burla a personajes determinados, como Lilia Prado y los poetas, me parece que sobresale la técnica. En todo caso, estos textos no llegan a la hiriente sátira.
Recursos que me recuerdan a Sor Juana −tratamiento de temas serios, duros, uso de ironía (en ocasiones amarga)−, aparecen en Rosario Castellanos, quien mezcla una suerte de cuestionamiento a los estereotipos femenino y masculino, unido a la poesía intimista en una especie de autoburla. Atención con el final de este ejemplo: coincide exactamente con el sentimiento de extrañamiento por un absurdo que plantea Kant:

Autorretrato

Yo soy una señora: tratamiento
arduo de conseguir, en mi caso, y más útil
para alternar con los demás que un título
extendido a mi nombre en cualquier academia.

Así, pues, luzco mi trofeo y repito:
yo soy una señora. Gorda o flaca
según las posiciones de los astros,
los ciclos glandulares
y otros fenómenos que no comprendo.

Rubia, si elijo una peluca rubia.
O morena, según la alternativa.
(En realidad, mi pelo encanece, encanece.)

Soy más o menos fea. Eso depende mucho
de la mano que aplica el maquillaje.

Mi apariencia ha cambiado a lo largo del tiempo
—aunque no tanto como dice Weininger
que cambia la apariencia del genio—. Soy mediocre.
Lo cual, por una parte, me exime de enemigos
y, por la otra, me da la devoción
de algún admirador y la amistad
de esos hombres que hablan por teléfono
y envían largas cartas de felicitación.
Que beben lentamente whisky sobre las rocas
y charlan de política y de literatura.

Amigas… hmmm… a veces, raras veces
y en muy pequeñas dosis.
En general, rehúyo los espejos.
Me dirían lo de siempre: que me visto muy mal
y que hago el ridículo
cuando pretendo coquetear con alguien.

Soy madre de Gabriel: ya usted sabe, ese niño
que un día se erigirá en juez inapelable
y que acaso, además, ejerza de verdugo.
Mientras tanto lo amo.

[…]

Lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo
el último recibo del impuesto predial.

El chileno Nicanor Parra (1914-2018) es una voz muy importante en cuestiones de humor, pues influyó en varias generaciones de poetas. Oponiéndose del todo a los poetas vanguardistas, escribe el poema “Arte poética”, enfrentamiento claro con el creacionismo de Huidobro: si para éste el poeta es un “pequeño dios”, para Parra es un hombre tan común y corriente, con tantas limitaciones, que llega a la caricatura, y sus poemas no son sino antipoemas. Dice Parra: “El autor no responde de las molestias que puedan ocasionar sus escritos”. Con un estilo muy conversacional, Nicanor Parra habla de diversos temas cotidianos, hasta generar una voz lírica personificada: el Cristo de Elqui, indigente que anda pregonando por el mundo, irónico, burlón, como en el siguiente anti poema:

XXXV

ÚLTIMA vez que repito lo mismo
ruego a todos los niños de Chile
que no me confundan con el Viejito Pascuero
no me escriban pidiéndome regalos
−yo no soy fabricante de juguetes−
bueno es el cilantro pero no tanto
y a los adultos les digo una cosa
yo no ando pidiendo limosna
no me confundan con un pordiosero
no necesito óbolos de nadie
los sofistas enseñan por dinero.

Nótese el recurso random –como lo llamarían los jóvenes– del cilantro, juicio de cocina que no se relaciona en nada con las demás afirmaciones.
Abigael Bohórquez (1936-1995), poeta homoerótico, tiene una faceta humorística que pocos conocen. Me llaman la atención en especial dos poemas cortos: ambos utilizan dilogías sexuales. Además, el primero que citaré es una especie de parodia de jarchas medievales, pero en contexto homosexual; el uso del lenguaje arcaico constituye otro motivo para sonreír:

dédesme hora un beso, fermosura;
erguídese broñido
con que me falaguedes;
aguijemos:
si dijeren digan, de vero vala,
que dormí
favorido
de so el niño garrido.
…………………………………………………….
y vos,
¿qué habedes?
¿qué me queréis?
…………………………………………………….
vosotros lo seredes!!!!

El segundo poema –que desde el título ya nos suena a doble sentido– remata además con un gracioso calambur:

Enchufe

pajarito atrapado
entre las trompas
de falo
pío
pío
¡pío!

Otro poeta que ha influido en la desacralización de la poesía muy seria es Héctor Carreto (1953). Su obra se caracteriza por un humor satírico, mismo que le llevó a obtener el premio Aguascalientes por su obra cumbre, Coliseo. Pongo como ejemplo poemas cortos en los cuales sobresale el estereotipo del hombre enfrentado con otros para competir: el más macho gana, es decir, el don Juan que logra llevarse a la cama a mujeres con compromisos amorosos:

El caballo de Trojan

Esa noche, mientras Paris,
absorto, pulía su dardo;
mientras Menelao soñaba
con lienzos tibios detrás del muro,
me escurrí hasta la pieza de Helena
y, envuelto en un disfraz de látex,
logré violar las puertas de Troya.

 

Gimnasio

¿Dices Claudio, que no tengo los bíceps de Aquiles
ni el tórax de Atlas?
Tienes toda la razón. Sin embargo,
poseo un músculo más duro,
que no ejercito en el gimnasio
sino en la alcoba de la mujer hambrienta.

 

A un empleado

¿Le molesta, empleado Vargas,
que me acueste con su esposa?
Tenga lógica, mi amigo;
soy más guapo –qué remedio,
y soy su jefe,
le recuerdo.

En el primer poema destaca el juego entre la marca de condones Trojan y la legendaria ciudad antigua. Esta combinación entre alusiones griegas y cosas cotidianas actuales provoca la sensación de absurdo ya mencionada.
Eduardo Casar (1952) es un humorista nato: sentencias, comentarios graciosos, transitan sus poemas, sólo por placer –lo cual se agradece–, por ejemplo:

La ventaja

La ventaja de estar perdiendo
el pelo
es que puedo peinarme
utilizando la sombra
como espejo,

con un ahorro enorme
de rasgos interiores.

El fin

El fin
justifica los miedos.

Pequeños espejismos
(fragmento)

5

Un espejo conbexo (sic)
es narcisista.

Como se ha podido observar, la función del humor cumple distintos objetivos, pero siempre ayuda a la desautomatización del lenguaje, que caracteriza no sólo a la poesía, sino al arte en general. Todos estos poetas son retadores, todos se enfrentan a la idea de que la poesía es sagrada y debe tratar de cosas importantes; se enfrentan a la creencia de que la risa no debe tomarse en serio. El desparpajo de todos los autores mencionados constituye de por sí una especie de rebelión desde la palabra, la cual implica reírse incluso de los demonios propios.