Poemas Humorísticos Escritos Por Mujeres:
Poemas de Svetlana Garza

El Homúnculo

Aunque diminuto
era casi humano,
temía aplastarlo por la noche
pero también era escurridizo.

Cegaba mis piernas peludas
como campos de trigo:
Pan y vodka como soy
alimentaba de mí a su pueblo.

Medía un centímetro de alto
pero su báculo crecía hasta el cielo
y como un minúsculo Moisés
lo clavaba en mis arenas.

Así atravesaba el mar rojo
que lo obedecía y se abría en dos
–como yo toda–
para bienvenirlo.

Cuenta una leyenda
que dejó en algún túnel
un mapa hacia mi punto G
tallado en braille.
(Quién pudiera leerlo).

El homúnculo vivía en mis grecas
a veces sin yo sentirlo.
El homúnculo vivía con miedo
y tuvo que escaparse un día.

Cuando se fue me parecía sentirlo
recolectando la cosecha de octubre
juntando leña para el invierno.
(Homúnculo prevenido vale por dos)

Nunca lo vi partir
un día fue solo el silencio.
A lo mejor sigue aquí en mi sacro
martillando mis lumbares.

Quién sabe si él es mi ciática
quién sabe si él es mi lordosis
quién sabe si él es mi distrofia
quién sabe si él es mi dolor.

Poema para cogerse un mango

Tener pareja es difícil;
cogerse un mango no tanto.

Hay muchas maneras
de cogerse un mango.
Hay muchos orificios
por donde cogerse un mango.

Se puede untar, pelado
entre los muslos o entre las nalgas.
Se puede meter
sin pelar, por la vagina.

Se le puede cortar en cuadritos
y frotarse con uno los labios
y los labios con otro,
acariciar con su piel mojada nuestros agujeros.

Se le puede despatarrar entre las tetas
y lamerse, después, de los pezones
(si no te alcanzas, usa los dedos índice y medio,
o improvisa)

Si el mango aún está vivo
asegúrate de tener consenso.
Si el mango ya está muerto
regodéate en tu necrofilia.
Malluga el mango, moretéalo.
Luego sana sus heridas con la lengua.

Mámale todo el hueso
métetelo entero a la boca;
encájale los dientes hasta el fondo
al fin no chilla.

Deja que sus vellos amarillos
te acaricien el paladar;
Succiónale hasta el último dulzor,
al fin no escalda.

Regresa a la oficina
embarrada de mango.
Ostenta tu fechoría en la blusa,
en las pantimedias.

Marca un número de teléfono
con los dedos pegajosos de mango
sube las piernas al escritorio
y pide que te pongan en espera.

Deja la cáscara en el piso de tu cuarto
como un condón usado
como un trofeo;
peores fetiches se han visto.

Cógete un mango a la hora de la comida
antes de dormir
o en la regadera.
Antes de salir
guarda un pedazo bajo la lengua;
para llevar su beso a todas partes.

El Gigante egoísta

Para el gigante no fui suficiente
me dejó muy pronto
por una giganta auténtica:
una giganta de cepa
mujer altiplano, intermontana
con ciclones en vez de rémoras.

Y si no hubieran regresado juntos
a comerse a mi pueblo,
me hubiera conmovido de su amor…
De sus cuatro ojos gigantes, baikales de ternura
de sus hijos gigantes
volteando la marea a risotadas.

Su amor pudo ser algo hermoso:
ese puño transformado en mano
al entrelazarse con la de ella.
Ese puño que me desmenuzaba
con sus dedos gigantes
con su amar desmesurado.

(Mi gigante insaciable
que para amarme
tenía que partirme en dos)

Pero su amor gigante
no estiraba tanto,
no los cubría completos.
Le parchaban con retazos
de carne de puerco
o en su defecto, carne humana.

Me sorprendieron con un arpón
apuntando a los ojos de la hembra
y soy yo la que terminó enjaulada.
Juro que fue en defensa propia,
yo que iba a saber que los gigantes
son especie protegida.

Ahora los turistas me avientan cacahuates
hacen caso omiso del letrero:
“No alimentar a la exnovia vengativa”.

El Warsie

Yo pude ser tu tabernera
y tú haber sido mi Chewbacca
(al fin que él también era un genio incomprendido).
Las peludas cabezas de los wookies,
incapaces de pronunciar con sus colmillos
palabra alguna,
pero todo lo entienden.
Más extraña es su sensibilidad
con más de quince formas de gruñir “violencia”.
Todo mundo sabe
que detrás de ese disfraz de alfombra,
esconden un miembro majestuoso,
enarbolado y animal.
Y aunque nadie lo diga en voz alta,
hay silencios en que a los actores de la película
se les nota que lo están pensando.

Nunca quise que fueras Harrison Ford.
No es mi estilo.
Y yo, más Carrie Fisher que Leia Organa,
bocafloja y borrachales,
me habría tenido que inventar un personaje
antropomorfo, pero no humano
capaz de cabalgar un wookie
por el kessel run en doce parsecs,
todas las veces que hiciera falta.

Una jedi azul con tubérculos
donde iría el cabello
y un pasado prostituto,
proveniente de uno de esos planetas
famosos por su trata de blancas,
tan letal con las armas blancas
(mis exnovios siempre lo han dicho)
como con un sable láser.

Nos habríamos conocido en la cantina
donde yo (encubierta) esté trabajando
y hubiéramos bailado toda la noche
(después de que hackearas la rockola).
A Han no le habría importado
que me llevaras al halcón milenario,
ocupado como estaba
con su princesa revolucionaria en turno.
El pretexto sería que tienes un vinilo
de una banda de una galaxia más lejana
o una matrioshka
de aquella vez
que traficaron cocaína en mi cuadrante.
O quizás sería yo quien te dijera,
–aficionada como soy a las armas–
que tienes que enseñarme tu ballesta
y ya insinuada en los albures subsecuentes
no me dejarías escapatoria.
Me llevarías a la cabina de mando
y me acorralarías contra los controles,
el motor se encendería varias veces
de tanto rebotar en ellos.
Y nos quedaríamos despegando toda la noche
en un planeta donde la noche
dura el doble de horas que el día.

En la mañana, todo tu pelaje
estaría preñado de mi aroma
mientras preparas un termo de café
que podría despertar a un Bantha.
Y nos quedaríamos sentados por un rato
sin ganas ni hora de irnos
pero sin pretexto para quedarnos.
O quizás habríamos coincidido en una aventura
donde rescatamos el pañuelo de la reina
de manos de un antiguo amante
que amenazara con contarle al rey
de sus viejos amoríos.
O quizás nos habríamos rescatado mutuamente
de morir en las garras o fauces o espinas
de algún monstruo intergaláctico
y nos estaríamos revolcando
bajo las lunas
unas doscientas veces.
(Todo el universo sabe
que los wookies se vienen
y hacen venir doscientas veces)
Y por ahí de la cientocincuenta
me habrías conquistado
no diría que, en silencio
pero sin palabras.

El Mandril de gimnasio

Al entrar al gimnasio
lo buscaba con la mirada
entre el follaje húmedo
de los aparatos grises.

Entre el follaje gris
de los aparatos húmedos,
me llamaba con sus bufidos
mi amado de gimnasio.

Y aunque no sabía de esdrújulas
me esdrujulaba entera.
(El mamado de gimnasio
nunca fue mío).

Más que pujar barrita
al levantar doscientos kilos
con sus ancas todopoderosas,
con sus patas traseras.

Su mugido
es más bien una ofrenda
que se consume respirando por la boca
abriendo la boca
masticando su aliento.

Mamado como está,
había sido gordo de niño
por eso suda en vez de llorar.
Yo siempre quise enjugar su llanto.

Svetlana Garza (1984). Poeta, traductóloga y traductora. Profesora de la Escuela Nacional de Lenguas, Lingüística y Traducción, UNAM. Maestra en Literatura Comparada. Ha publicado los poemarios eróticos La rinoceronta en el cuarto y Bestiario de mis exxxes. Su poesía es erótica-humorística, llena de ironía crítica, sutil. Es imposible no estallar a carcajadas al leerla.


El humor es una técnica que varias mujeres poetas están utilizando, cada vez más, como expresión poética, para denunciar la opresión femenina, pero también, simplemente, por el placer de reír. Humor negro, ironía, burlas, son algunos de los elementos que encontrará el lector en estos versos. : Grissel Gómez Estrada