Poemas de James Kimbrell

james-kimbrellJuan Carlos Galeano, poeta colombiano, traduce a este poeta estadounidense nacido en Mississipi en 1967.

 

 

 

Poemas de James Kimbrell

Traducidos por Juan Carlos Galeano

 

James Kimbrell (Jackson, Mississippi, 1967-), es uno de los autores sobresalientes de la nueva generación de poetas norteamericanos. Los poemas de sus libros The Gatehouse Heaven(1998), My Psychic (2006) y Smote (2015) han obtenido algunos de los premios más importantes de la poesía norteamericana como The Nation AwardThe Whiting Writer’s Award, el Academy of American Poets Prize.  Kimbrell, quien últimamente recibió la Beca Guggenheim para creación, también ha vertido al inglés la obra de otros poetas. Su libro de traducciones de poesía coreana, Three Poets of Modern Korea: Yi Sang, Hahm Dong-seon and Choi Young-Mi fue publicado en 2002. Es profesor en el Programa de Creación Literaria de la Universidad del Estado de Florida en USA.

*Juan Carlos Galeano, poeta, traductor e investigador colombiano es profesor de la Universidad del Estado de la Florida en Estados Unidos.

 

La ley de las cifras inmensas

"Con las grandes cifras de estadísticas, cualquier cosa escandalosa puede suceder».
—Persi Diaconis and Frederick Mosteller, «Methods for
Studying Coincidences"

 

Pesa tanto la tierra con la gente, amor mío,
nos hemos duplicado desde que llegué.
Podríamos meter hasta veinte en un Volkswagen escarabajo,
pero me preocupa, ¿habrá suficientes cinturones de seguridad
para nuestros cuatro hijos? ¿Qué pasaría si la civilización
se derrumba al salir de nuestro garaje?
O puedes poblar dos veces Nueva York
con personas del mismo cumpleaños que tú.
¿Y no es eso, eso y eso una coincidencia? 
A cualquier hora suceden milagros.                                                            
Y todo lo raro está bien hecho. Todos son ganadores.
Adiós religión. En la calle siempre hay
amuletos de buena suerte. Pero incluso
en un mundo de números colosales, enormes, verdaderamente súper,
tan grandes como zeppelines, amor mío, somos
solo dos. Y cuando dormimos,
a pesar de mis ronquidos y lo que sugieren,
soy sólo un hombre. Y de esa noche,
cuando te lo propuse, con vino Chablis y diamante de prendería,
bajo el nogal, y tú me dijiste que sí,
te diré: la cantidad sólo mejora la estructura
de los afectos, la arquitectura de las sorpresas.
Como cuando sales de tu ducha
a buscar la toalla a pesar de que
la he escondido por enésima vez,
para que pueda abrazarte con mis ojos
mientras la buscas hasta preguntarme ––Oye, ¿has
visto mi toalla? –– Para que pueda saltar al rescate,
con toallas secas, esponjosas,
maravillosas y dignas de Nefertiti,
y toda la mañana huele a dulzura
de lavandas, violetas y acondicionadores
cítricos y esta es apenas la primera
hora del día. Estoy solo a una
dimensión temporal de saber cuándo
las probabilidades de hallarte
entraron en juego.
Hay tanta gente, mi amor, y todos hemos sido
confundidos con otra persona
con nuestro nombre de pila y diferencia de un digito
en los números de la tarjeta de identidad. Si sólo
pudiéramos poner un espejo tan grande
para que se mire la Tierra, por lo menos ganaríamos la ilusión
de espacio inmenso. Lo cual también mejoraría
la vigilancia. Todos haciendo el amor
afuera, mirándose,
haciendo el amor en el espejo de cielo.

 

Acéptame como soy

Déjame tomar el bus del Trailways lejos de las barracas del fuerte McClellan
hasta el rincón ruinoso de mi padre con alfombra
olorosa a aceite y cerveza, Aqua Velva, cigarros y orín de animales,
como el sobaco del destartalado Jackson mismo, y al llegar
a donde no hay agua, déjame sacarme mi uniforme
y caminar junto a mi padre con una barra de jabón—con mis pantalones recortados
y las chancletas, déjennos pasar haciendo ruido
por la calle hasta el Hotel Bel Aire con su linda piscina desguarnecida
donde ponemos nuestras cervezas al lado de las sillas
y nadamos un par de veces para disimular, con luna anaranjada de agosto
sobre los tejados como reflector roto de bicicleta.
Déjame allí en un espumoso momento con mi viejo—
a millas de las marchas militares, déjame olvidar cómo poner el seguro y meter
el cargador de veinte balas y disparar a los blancos verdes
de forma humana y sin brazos.  Y cuando los que 
viven en el Bel Aire, pasen por la piscina y los saludemos
dejemos que nos digan Hola como a nadadores habituales
porque en realidad parecemos vecinos que pagamos alquiler
en el momento antes de que prendan la luz del fondo
como el faro de un tren brillando desde un lado hasta el extremo de baja profundidad, y los dos hombres, el hijo y el padre otra vez, con el agua
al pecho en un nido de espumas de jabón.