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Traducir la "Historia trágico-marítima". Alma Miranda

alma-mirandaAlma Miranda, galardonada recientemente en Portugal con el Premio Giovanni Pontiero por su traducción de la Historia trágico-marítima, ofrece un testimonio de los vericuetos que puede comportar la traducción de una obra literaria antigua, desde la lectura hasta la publicación.

 

 

 

Alma Delia Miranda es profesora del Departamento de Letras Portuguesas de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Es responsable de la Cátedra Extraordinaria José Saramago. Traduce del portugués al español desde 1997. En 2021 ganó el XX Premio de Traducción Giovanni Pontiero, otorgado por la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad Autónoma de Barcelona y el Centro de Lengua Portuguesa de Barcelona, por la traducción de una selección de relaciones de viaje de la antología História trágico-marítima, compilada por Bernardo Gomes de Brito.

 

Traducir la Historia trágico-marítima
por Alma Miranda

Toda traducción comienza por una lectura, pero al traducir estas relaciones de viaje que seleccioné de la História trágico-marítima desarrollé la forma de leer como traductora. En mi primera aproximación, me había dejado atrapar por la retórica de los textos, que opera en el sentido de provocar conmoción en el receptor, pero no había reparado en numerosos obstáculos que, al momento de traducir, tuve que resolver, uno a uno, en el arduo proceso de la traducción. Cuando me propuse llevar a cabo este ejercicio, ya había vertido al español tres libros sobre educación y política económica, bastantes textos de tipo comercial, como los instructivos de uso de medicamentos, así como numerosos textos literarios en prosa, de tal modo que mi experiencia no era poca, pero todos esos textos se habían escrito de forma reciente y las referencias de todos ellos me resultaban familiares o solucionables con consultas a diccionarios, a hablantes nativos cultos o a profesionales de la medicina. La mayor dificultad que había experimentado hasta entonces había sido toparme con textos redactados con deficiencia en la propia lengua de partida. Pero en cuanto comencé a traducir estas relaciones, caí en la cuenta de que no sólo estaba frente a un conjunto de textos escritos en otra lengua, como era obvio, sino en un contexto lingüístico y cultural que había desaparecido, así que las consultas a personas, por más cultas que fueran, no eran suficientes, había que escarbar en fuentes, muchas. Tenía que ponerme a investigar.

La primera vez que me aproximé a los dos tomitos de la História trágico marítima que leí en una edición de divulgación con un escasísimo aparato de notas y numerosas erratas, fue a finales de los años 90 del siglo pasado. En aquel tiempo, mi conocimiento de historia o cultura portuguesas era prácticamente inexistente, así que mi opinión sobre los viajes de los portugueses nunca ha dejado de tener la impronta de lo que encontré en estos relatos, que leí mucho antes de entrar en contacto por primera vez con Os Lusíadas de Luís de Camões: penalidades concretas de los viajes de ultramar, pero también, en algunos casos, la fascinación de esos hombres —las mujeres nunca narran— por conocer un mundo distinto al propio. Lo único que en mi memoria se parecía a aquello eran los Naufragios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca.
Cuando unos años después decidí postularme a una beca con el objetivo de traducir una selección de esta antología, determiné no incluir en mi proyecto ninguna de las que en 1948 se publicaron en español en Espasa Calpe, tanto para asegurar el apoyo a obras nunca antes traducidas, como para ensanchar el corpus de lo que se podría leer en español.

Antes de continuar, deseo aclarar todo lo que no es la antología intitulada História trágico-marítima, porque he leído que mi traducción hace un "rescate histórico": primero, no es un libro de historia, sino una antología de doce relaciones de viaje del siglo XVI, escritas poco tiempo después de los sucesos por las que se volvieron memorables, pero compiladas en el siglo XVIII. Cada relación se publicó en su momento de manera independiente y algunas tuvieron varias ediciones. El público que las compraba tenía la curiosidad de conocer las tribulaciones o las aventuras de los viajes de ultramar, no esperaba tener una lección de historia o geografía. Estos textos son, en todo caso, literatura testimonial y por supuesto que se pueden aprovechar por parte de los historiadores hoy, pero pertenecen a un subgénero de los siglos XVI-XVIII que son las relaciones de sucesos, que se nutren de numerosos modelos textuales precedentes: hagiografías, libros de caballerías, epístolas, sermones y las propias relaciones de viaje; segundo, Bernardo Gomes de Brito no las escribió, las compiló en dos volúmenes, seis en cada uno, y bautizó esa compilación con el título de História trágico-marítima, de ahí el continuo malentendido; tercero, las relaciones no sólo narran tragedias, decir que son trágicas es parcialmente cierto, pues hay algunas que son simplemente relaciones de viaje. Cuarto, no se trata de literatura popular, pues hay diversos tipos de autores: algunos son eruditos y ostentan una vasta cultura; otros, sí, sólo son efectistas y encuentran sus recursos en la explotación de algunos aspectos de la propia historia que narran.

Pues bien, mi proyecto fue traducir una selección de narraciones de la Historia trágico-marítima: el naufragio del noble Jorge de Albuquerque Coelho, ocurrido en el Atlántico, de regreso de Brasil, y que escribió Bento Teixeira Filho; el accidentado viaje de meses de la nao en el que iba el boticario Henrique Dias junto a otras quinientas personas, en los mares Atlántico e Índico; y el viaje del jesuita Gaspar Afonso y otros miembros de la Compañía entre Brasil y Cuba.

Toda la traducción la llevé a cabo de un modo distinto al que practicamos hoy: consultando numerosos diccionarios, enciclopedias y obras históricas impresas, además de consultar de cuando en cuando a hablantes nativos y profesores cuando algún giro o palabra no se encontraba en las obras de consulta, o algún pasaje me parecía extraño. Lo anterior se dice rápido y se comprende fácilmente, pero, a menos de que se tuvieran miles de ejemplares en casa, la consulta de fuentes implicaba, además, el tiempo de traslado a las distintas bibliotecas, porque estábamos al comienzo de la revolución que implicó internet y cada duda debía resolverse hojeando libros. Para ilustrar con un ejemplo, la única institución mexicana en la que era —y es— posible consultar la Grande Enciclopédia Portuguesa e Brasileiraera El Colegio de México, así que era obligatorio llegar con un buen número de dudas que merecieran la pena el esfuerzo del traslado hasta esa parte de la ciudad. En la actualidad, aunque el proceso de consulta de fuentes impresa subsiste, se ha visto profundamente nutrido por las herramientas que internet provee hoy a quienes traducimos. Como botones de muestra, hoy existe la útil base de datos The Nautical Archaeology Digital Library, pero en ese entonces, no. De igual modo, hoy es posible consultar en línea diccionarios de portugués antiguo, pero en ese entonces había que ir a Estados Unidos, Brasil o Portugal para consultar esas obras.

Mi texto base fueron las ediciones del siglo XVIII que conseguí en Portugal, gracias a la generosidad del Dr. António Manuel de Andrade Moniz, quien me proporcionó las copias de las digitalizaciones que él había hecho para su tesis de doctorado. No obstante, con los artículos de Charles R. Boxer "An Introduction to the História Trágico-Marítima" y "An Introduction to the História Trágico-Marítima (1957): Some Corrections and Clarifications", me di cuenta de la necesidad de una edición crítica, pues Brito tomó las ediciones que estuvieron a la mano y no tuvo rigor filológico. En este sentido, me sentí con la necesidad de aclarar, en nota preliminar, que yo hice la traducción de los textos que publicó Brito, pero que esos textos difieren a veces de los de las primeras ediciones publicadas por separado. Y es que pensaba —y pienso— que traducir textos sin rigor filológico es alargar la cadena de transmisión errónea. Pero la realidad administrativa y burocrática fue que yo había propuesto traducir los textos que entregué en el proyecto, que corresponden a la antología de Brito, no había propuesto realizar una edición crítica. Así que, a pesar de los reparos, emprendí el trabajo de traducción.

En ese entonces contaba con bastante bibliografía que me ayudó a comprender los textos porque mi proyecto de maestría versaba sobre relaciones de naufragio en el ámbito ibérico, en que trabajé una de las relaciones que no formaba parte de mi proyecto de traducción. De tal modo que la cercanía con los textos de Gonzalo Fernández de Oviedo, Alvar Núñez Cabeza de Vaca y João Baptista Lavanha, me proporcionaron una familiaridad estrecha tanto con el lenguaje de la época, como con el propio ritmo de la prosa relacionada con el tema. A pesar de lo anterior, las dificultades más grandes fueron las siguientes: en primer lugar, todo lo relacionado con los términos náuticos, como los nombres de partes muy específicas de las embarcaciones, el entendimiento de las maniobras de los marineros, o los nombres de los vientos, o acciones propias del ámbito de la náutica. Todo ello lo solucioné consultando al menos tres distintos diccionarios especializados. En segundo lugar, la identificación de plantas y animales referidos en los textos. Otro asunto que requirió investigación en varias fuentes fueron los topónimos que al paso de los siglos habían sido sustituidos por otros. Lo mismo ocurrió con piezas de ropa y telas de la época. Afortunadamente, el Diccionario de Autoridades me sacó muchas veces de algunas de las dudas.

Tanto en la edición de divulgación como en la del siglo XVIII, me topé con un pasaje  que, por más que repasaba, no entendía, no porque el vocabulario fuera complicado, sino porque no tenía sentido. No se trataba de un anacoluto como los que hay en algunas narraciones, sino de un faltante en un pasaje, pues aludía a un referente que no estaba; todos los sustantivos que podían serlo impedían que hubiera sentido en el pasaje. Cuando pude tener la edición de António Sérgio, éste tampoco señalaba nada, de tal manera que di a leer a varias personas el texto para corroborar que no era que yo no entendía, sino que no se entendía, a pesar de que ningún editor dijera nada. La solución llegó años después, con la edición crítica de Giulia Lanciani de otra versión del mismo texto, donde confirmé que había habido un salto a la hora de componer la página desde el siglo XVIII, así que añadí entre corchetes el texto faltante.

Traducir es, entre otras cosas, decidir. Algunas decisiones fueron sencillas, como actualizar a la lengua de hoy formas comunes entre el portugués y el español del siglo XVI: ejemplifico con el «posto que», con valor concesivo entonces, no causal como ocurre hoy. También decidí usar ustedes y no vosotros cuando habla Jorge de Albuquerque Coelho. Pero fue un poco más difícil a la hora de la puntuación en varios pasajes y cuando me topé con expresiones que han caído en desuso, pero que terminé dejando y explicando en nota al pie.
Debido a una circunstancia ajena a mí, me quedé con la traducción sin publicar durante al menos diez años, a lo largo de los cuales consolidé, añadí y mejoré —al menos así lo espero— las notas que incorporé en los textos. La edición de António Sergio fue muy útil para darme luces sobre ello. Además, identifiqué tanto como me fue posible las fuentes de citas o alusiones de textos ajenos a los autores, traduje pasajes en latín e hice mínimas modificaciones a mis traducciones. Para lograr lo anterior, me valí muchísimo de las herramientas que trajo consigo el desarrollo vertiginoso de internet.

En el año 2018, con motivo de la FIL de Guadalajara dedicada a Portugal, la Editorial de la Universidad Veracruzana ganó un apoyo económico de DGLAB para publicar la traducción. Entonces añadí mi traducción del naufragio de Manuel de Sousa Sepúlveda, relación precursora del resto. Avisé a los editores que había un estudio de Antonio Tabucchi sobre los paratextos de la edición del siglo XVIII y un prólogo de José Saramago a una edición portuguesa de la antología de Brito. El prólogo se había usado también en la traducción francesa y el estudio en la italiana. La editorial compró los derechos de ambos textos, que también traduje, por lo que un orgullo de la edición mexicana es que contiene ambos escritos. Finalmente, entregué mis archivos a los editores y me desprendí, ahora sí, de las traducciones que había conservado durante tanto tiempo.

En 2020, la editorial envió mi traducción al XX Premio de Traducción Giovanni Pontiero, que otorgan la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad Autónoma de Barcelona y el Centro Camões de Barcelona a la mejor traducción del portugués al español. En febrero de 2021 recibí un correo notificándome que mi traducción había ganado.