José Ángel Leyva
José Ángel Leyva

Presentación La Otra 178, febrero de 2022

José Ángel Leyva

José Ángel Leyva
José Ángel Leyva
En diciembre de 1921  fue lanzado en las calles de la ciudad de México el  Manifiesto Actual No. 1 blasfemando contra los íconos patrios y las momias de la cordura y la decencia. Nacía el Estridentismo con Manuel Maples Arce y Germán List Arzubide a la cabeza

 

 

 

Si bien el Estridentismo acusó en un primer momento el flashazo estético del futurismo, la realidad mexicana atendía a otros impulsos y a otras dinámicas vitales y escenográficas. El antipatrioterismo de la vanguardia dialogaba con el nacionalismo experimental en la música, las artes plásticas, el teatro, que tuvieron, sin duda, expresiones estridentistas. Un nuevo lenguaje recorría la espina dorsal de la literatura, por un lado el cosmopolitismo y el refinamiento de los Contemporáneos que no se acogían a consigna alguna, y por otro le grito salvaje de Irradiador en la poesía y la narrativa que alteraban no sólo la sintaxis sino además la imaginación. El ánimo revolucionario no provenía únicamente de las vanguardias europeas sino del ánimo transformador que dejaba la Revolución Mexicana, con su millón de muertos en un país que no rebasaba aún los 15 millones de habitantes y tirado por un centralismo desolador, con asimetrías sociales y una vecindad al norte siempre amenazante.

El pase de diapositivas requiere JavaScript.

En 1922 aparece La Señorita Etcétera, y en 1926 El café de nadie, dos suculentas Nouvelle o novelas cortas de Arqueles Vela, en las que el lenguaje, las atmósferas y la mitología estridentistas alcanzan giros de vértigo y delirio para situarnos en realidades oníricas y fantamagóricas y en una ciudad mítica: Estridentópolis. En 1926 irrumpe también en Colombia Suenan timbres, del vanguardista solitario Luis Vidales, en un contexto harto conservador y profundamente estratificado. Suenan timbres rasga no sólo el velo cultural y político, sino la compostura de una poesía muy apegada a los cánones impuestos por la Metrópoli hispana y el paisaje pesimista que nos pinta José Eustasio Rivera en La Vorágine en 1924. Es muy probable que Vidales no haya tenido comunicación con los Estridentistas, aunque compartía con ellos su filiación comunista y su admiración por la Revolución de Octubre, pero hay vasos comunicantes en sus economías verbales y en la noción de una dimensión tecnológica que comenzaba ya a modificar la percepción del tiempo y del espacio.

De Luis Vidales y su obra vanguardista nos habla a profundidad y con mucha solvencia la ensayista chilena María Luisa Martínez. Un siglo nos separa y nos une con esos acontecimientos de búsquedas estéticas, de interrogantes del lenguaje. Hoy nos encontramos de nuevos con más preguntas que respuestas ante la realidad que se acelera y se fragmenta, que nos aproxima y nos separa a la vez de la noción de lo «humano». Aquí estamos, como todos esos hombres de pensamiento revolucionario, indagando las causas y los efectos del ser y del no ser.

En este número presentamos una rica muestra de poesía de diversas latitudes y países y algunos relatos de autores que dialogan con La Otra, con esta, que es siempre distinta de sí misma, siempre La Otra.