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¿El libro vuelve por sus fueros? José María Espinasa

jose-maria-espinasaCon esta cuarta entrega de Pruebas de imprenta, Espinasa se hace varias preguntas, entre estas si la venta de la ya legendaria editorial Siglo XXI es signo de debacle o de salud, o si la diversidad comercial del libro será un recurso de sobrevivencia de las librerías.

 

 

 

Pruebas de imprenta (4)
¿El libro vuelve por sus fueros?
José María Espinasa

 

¿El libro vuelve por sus fueros? Los tuvo alguna vez, da por un hecho la misma pregunta. No sé si es tan claro el asunto y no hay aun razones para echar las campanas al vuelo. Por un lado el mundo editorial está muy movido, Siglo XXI México pasa a ser parte de Siglo XXI Argentina, lo cual en principio parece una buena noticia, mientras que en terreno de las editoriales nuevas cada día hay noticias de nuevos proyectos –pienso, por poner un ejemplo, en Ediciones Perla- y se amplía el espectro de interés, crece la bibliodiversidad y se acumulan novedades esperando el regreso del lector a las librerías y al papel. ¿Serán esta vez las librerías capaces de estar a la altura del desafío que se vive? El asunto no es menor. Las propias editoriales deben aprovechar la experiencia de la pandemia para impulsar y volver más eficientes sus redes de venta por la web tanto en digital como en papel, y recuperar la experiencia de esa curiosa transición de las presentaciones presenciales a las digitales.
        Ediciones Perla muestra en su catálogo diferencias con los proyectos animados por escritores que buscan fundamentalmente darse a conocer ellos y dar a conocer un grupo o una generación, pues se ocupan de publicar autores de otras lenguas, en antologías o en libros unitarios, con un catálogo para el lector puro. No descubre nuevas voces ni estilos diferentes o literaturas exóticas, sino que apuesta por el gusto –y el placer- de leer. Es en ese sentido una propuesta claramente comercial en el buen sentido y ojalá le vaya bien y su apuesta encuentre buena recepción. Sus editores son gente joven con propuestas si no innovadoras si refrescantes en el panorama actual.
        Con relación a Siglo XXI México es curioso el camino seguido. Hace unos diez años se celebraba como una muestra de la salud editorial mexicana que esa casa editora comprara sellos españoles –no recuerdo mal entre ellos estaba Anthropos– pero sólo un comportamiento simplista llevaría a pensar que la compra de Siglo XXI por capitales argentinos sea una señal de mala salud. Es cierto, sin embargo, que los editores mexicanos no están moviendo su capital y sus ganancias en el propio sector. Entre las industrias editoriales en español la mexicana está mucho menos activa que la española y la argentina. Tal vez la excepción sea Vaso roto, que está cerca de volverse la mejor editorial de poesía en lengua española. También vale la pena señalar la muy buena actividad que está desarrollando la editorial Turner, de origen español, dirigida por un chileno, pero cada vez más mexicana.
        Veamos lo que ocurrió durante la pandemia: las diversas plataformas de trabajo colaborativo en la web tuvieron un gran impulso y mejoraron su calidad y servicios, aunque tengan que luchar contra la mala calidad de la red de transmisión en nuestro país –a la primer lluvia se desconecta la señal o se vuelve tan débil que no se puede hacer nada-. Pero, contra los pronósticos, dichas presentaciones tuvieron más público de lo esperado y dieron presencia a los sellos, aumentaron la circulación de información y mantuvieron en el panorama a los autores. Esta situación dio una cierta ventaja a los sellos más recientes, casi siempre impulsados por editores nativos digitales, mucho más acostumbrados al uso de las herramientas de la web y a informarse por esa vía. Y, afortunadamente, hay señales de que el uso de las plataformas digitales para la difusión ha vuelto a valorar el libro en papel.
        Es aquí donde el papel de las librerías vuelve a ser esencial. La librería no es sólo un lugar donde se venden libros. Hay algunas que sí, son sólo eso, y no pocas veces con eficiencia y éxito comercial (el ejemplo de Porrúa como librería de mostrador es un buen ejemplo). Pero las que mezclan librería con café –Gandhi, Péndulo, algunas del FCE– son lugares de conversación en torno al libro y la cultura, y promueven una manera distinta de acercarse a la lectura, más cercana al gusto que a la obligación laboral o de estudios. También es importante diferenciar a las librerías por su tamaño. Las megaliberías, tipo la Rosario Castellanos. Cuentan con enormes espacios y áreas de exhibición que a veces, ya  pesar de la enorme oferta de libros, no son aprovechados debidamente. Esto es más grave en las librerías pequeñas, pues su uso del espacio tiene que ser muy certero y tiene que conocer muy bien a sus clientes.
        Hace tiempo se dividía esa clasificación en librerías de 40 metros, de 80, de 160 o de más. En todo caso la noción económica del desperdicio se vuelve central. De allí que se esté recuperando un poco el viejo oficio de librero y los dependientes saben más de libros, conocen mejor tanto a sus clientes como a su capacidad de oferta, y saben que en un lector-comprador constante es vital para el negocio. En una Prueba de imprenta anterior hablábamos de la idolatría del alto tiraje, también se puede hablar de la idolatría del público masivo, como la otra cara de la moneda. Es inevitable que las reflexiones sobre el futuro de la industria editorial desemboquen en la dificultad de su economía. Hay que encontrar un equilibrio saludable y para ello hay que dejar de pensar en ella como en un negocio de rápida recuperación y alta ganancia.
        El mundo del libro debe apostar por un espectro muy diverso. Lo ha hecho en otras épocas, a veces de forma intuitiva, a veces de forma programática. La acumulación de propuestas que la pandemia provocó –pues volvió más lenta su circulación que su producción, aunque afectara a ambas- lleva a la necesidad de encontrar mejores canales de contacto entre los libros y sus lectores. Necesitamos mejorar sobre todo el mundo librero: más librerías, con mejor servicio, y más de carácter especializado. También habría que esperar que los medios impresos –periódicos, suplementos y revistas- y la misma televisión atendieran el espectro cultural con mayor constancia y que frente a la obsesiva presencia noticia de crímenes y desgracias, entendieran que la aparición de un libro,  el estreno de una obra de teatro o la apertura de una exposición también son noticia. ¿Es ingenuo esperar esto? Probablemente.
        Una posibilidad de difusión de la literatura ha sido en los últimos años la edición cartonera. La pandemia la afectó notablemente. Su carácter semiclandestino o subterráneo debe encontrar ventanas de exhibición. El reciente Tianguis de gráfica La zurda, en el complejo cultural Los Pinos puede ser un modelo para las editoriales de ese tipo. La pandemia puede tener una consecuencia imprevista y benéfica. Mientras en plena crisis de salud veíamos a políticos y a empresarios hacer fiesta y a muchas personas jugarse la vida en fiestas multitudinarias hubo un sector, más consciente de lo que el covid significaba, que revaloraron el sentido de la expresión viuda colectiva, menos enajenada y superficial. En ese contexto el libro –la cultura en general- puede recuperar un papel protagónico como elemento articulador de esa vida social. Hace ya más de veinte años el éxito de los libro club impulsados en la Ciudad de México mostraba un camino: la lectura en soledad tenía también una manera de ser compartida y de volverse un hecho colectivo. Nuevamente: la diferencia entre lo colectivo y lo masivo es esencial. Ocho personas escuchando una lectura de poesía es un hecho colectivo mientras que un baile de 3000 personas puede no serlo.
        El libro es el umbral entre la sociedad y el individuo, una bisagra entre lo personal y lo compartible. De allí su profunda huella en la manera de ver y habitar el mundo. Si imaginamos un mundo sin lectores es evidente que imaginamos un mundo peor. Como muestra la pandemia el apocalipsis nunca es instantáneo, tampoco los son las revoluciones culturales. Se construyen en el tiempo y el tiempo es su mejor arma. Buscan volverse una (buena) costumbre. En ese camino la literatura ha construido un universo ideal para lo que llamamos civilización. Se me dirá que ese concepto –civilización- es manifiestamente burgués. Y en efecto, lo es, pero eso no impide verlo como algo no sólo bueno sino deseable. Las posturas que proponen a la lectura como una condición reservada a la élite no son justamente civilizadas. Así podemos extrapolar lo que ocurrió con la salud y los productos chatarra a la cultura. En la medida en que leemos más y mejor literatura tenemos mejor salud colectiva.

 

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