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Poesía en la calle. José María Espinasa

jose_maria_espinasaEspinasa realiza una reflexión sobre la aparición en los puestos de revistas de la Ciudad de México de una colección de libros, española, por supuesto, dedicada nada menos que a la poesía. No solamente no aparecen los grandes poetas mexicanos, tampoco el resto de Latinoamérica. Somos, si, un mercado cautivo de editoriales y autores venidos de ultramar.

 

 

 

Poesía en el puesto de periódicos
José María Espinasa

Algo pasa, sin duda. A su teléfono celular, estimado lector, deben llegar muchas noticias de carácter literario –los diez libros que no debe perderse, los cinco más importantes de la temporada, el libro más importante del siglo– y en la red empiezan a surgir muchas plataformas para recomendar lecturas. Agregue que en los puestos de periódico, algunos de los cuales ya no venden periódicos, hay muchas colecciones de diversa índole y hasta una de poesía ¿Será verdad que la lectura vuelve por sus fueros? La esperanza es lo último que se pierde. Veamos, por ejemplo, el caso de los kioscos: ya desde antes de la pandemia habían regresado a ellos las colecciones tipo grandes pensadores o que sabe usted de, algunas notables como las de Gredos, a precios muy buenos y hasta en ediciones bonitas, aunque abundan las de colores estridentes, diseños cursis con mucho garigoleo. Tal vez la palma se la llevan las series sobre la edad media o las culturas antiguas, con algo de tufo esotérico.

La de poesía tiene su meollo. Incluye –no sé en qué orden salieron– a Rubén Darío, padre de la poesía moderna, y a Pablo Neruda, Octavio Paz y Vicente Aleixandre,  premio nobel. Aleixandre es un poeta mal conocido y poco leído en México, por lo que es una buena manera de reparar esa falta ¿Uno piensa en la forma en que se construye un catálogo así, dirigido a un público masivo? En la página virtual de la editorial Salvat se lee: “Para esta colección de libros llamada "Poesía", la editorial Salvat ha realizado una cuidadosa selección de los más grandes poetas desde la Antigua Grecia hasta el Siglo XXI”. El sello editorial Salvat es español y eso se refleja en la abundancia de autores españoles: Antonio Machado, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Juan Ramón Jiménez, además de Aleixandre. Y Gustavo Adolfo Bécquer, pero la selección plantea muchas dudas.  En la red se lee que la colección tendrá 60 títulos “como mínimo”.

¿No habría sido mejor ceñirse al siglo XX? ¿O ceñirse a la lengua española? Se incluyen de Baudelaire y Emily Dickinson. La lista de autores  hasta el 24 no incluye a Ramón López Velarde ni a Carlos Pellicer ¿Por qué los ibéricos se empeñan en desdeñar al autor de Zozobra y en no reconocer a Carlos Pellicer como uno de los grandes poetas de nuestra lengua? Pero el mismo centralismo español lo aplican a las lenguas de la península, y si bien incluyen a Rosalía de Castro ni por asomo un poeta de lengua catalana o vasca. Otro mal hábito es que el catálogo suele detenerse en Octavio Paz y Miguel Hernández, la llamada generación del 36. No se incluye ningún poeta posterior. De los anteriores ¿Dónde están Lezama Lima y Oliverio Girondo, dónde León de Greiff y Jorge y Nicolás Guillen? Es evidente que el criterio es eso que, vagamente, se llama mercadotecnia: cuales son populares, cuales se venden. En el caso de Borges supongo que puede haber problemas de derechos, y en el de Huidobro, Nicanor Parra y Gonzalo Rojas no sé. Pero en todo caso ¿Dónde están los poetas del siglo XXI?

Aunque es de esperar que si la colección pega entre el público y sigue terminarán por ser incluidos. ¿Cuánto tardarán en ser incluidos: Olga Orozco, Álvaro Mutis, Rosario Castellanos, Tomás Segovia, Juan Gelman, José Ángel Valente  y el recientemente fallecido Eduardo Lizalde, tendrán que esperar un siglo, otro,  el XXII o cualquiera si para entonces el libro en papel sigue existiendo? Y ya para qué preguntarse sobre David Huerta, Andrés Sánchez Robayna, Piedad Bonet o Jorge Aulicino. Siempre es preferible pensar que la condición minoritaria de la lectura de poesía es, paradójicamente su mayor fortaleza.

Más rara aun es la inclusión de autores en otras lenguas, que desperdiga la colección y vuelve nebulosa su intención: Shakespeare,  y los ya mencionados Dickinson y Baudelaire  Y vendrán Whitmann y Pessoa y –supongo, aunque no está anunciado- Cavafis. En todo caso que la incoherencia comercial no nos apague el entusiasmo: hay que elogiar esta colección. Su precio, 150 pesotes, que para el tamaño de los libros, bastante nutrido, no está nada mal. Y, como hay de donde escoger, el balance de lo publicado es superlativo. ¿Por qué a pesar del nivel cualitativo la poesía no es más leída? En gran parte se debe al sistema educativo y de formación de lectores. La paradoja, muchas veces señalada, de que a pesar de ellos hay muchos, miles, de escritores de poesía, tantos que si esos mismos escritores la leyeran tendría una economía sana y eficiente. Pero ¿de veras no leen poesía? Los que conozco si leen y mucha. El verdadero problema es que la publicidad la deja de lado y se le distribuye muy mal. Para colmo el libro, del género que sea, ocupa mucho espacio en las viviendas urbanas, enfocadas a un uso cada vez más reducido  en sus dimensiones. En la red a su vez hay una abundancia de publicaciones que dan cuenta de la actualidad, pero su condición volátil, incluida en su condición virtual, hace que no arraiguen ni conformen redes reales de lectura. Curiosamente la virtualidad es una nueva oralidad que sin embargo no fomenta el uso de la memoria y un lector olvidadizo es mal lector de poesía.

Y como la reflexión sobre memoria y olvido lleva a pensar en la muerte les cuento que alguna vez pregunté si se podía calcular estadísticamente si algún día habría más poetas vivos que poetas muertos y me dijeron que no, que siempre habría más muertos porque morir es inevitable y vivir no. La respuesta, no sé si correcta, me produce escalofrió. El asunto es que ambas proyecciones son de4 carácter acumulativo y no selectivo. Por ejemplo, la colección de libros de poesía para puestos de periódico señala claramente un sesgo español. Desde Darío se sabe que la mejor poesía, cualitativa y cuantitativamente, se escribe de este lado del mar. España, desde donde se planea el catálogo a publicar, se privilegian los escritores de allá. Por eso pocas veces piensan en Ramón López Velarde, en Carlos Pellicer, en los Contemporáneos en general, y menos todavía en Alí Chumacero,  Rubén Bonifaz Nuño y –a pesar de ser un  poeta de mayorías- en Jaime Sabines. Lo mismo ocurre con Argentina, Colombia, Chile, Cuba o Perú. Insisto: tener libros de poesía en los puestos de periódico es un gesto alentador. Pero si realmente se quiere fomentar la lectura del género hay que pensar de otra manera la estrategia de difusión. Lo primero sería avanzar en el tiempo, no detenerse a mediados del siglo pasado. Un ejemplo: ¿no sería bueno pensar en una antología de Eduardo Lizalde, recién fallecido, para esa colección?

Lo segundo sería buscar mayor pluralidad y un abanico más amplio, que incluyera las diferencias. Por ejemplo, las mujeres. Y, sobre todo, aprovechar el impulso de una colección digamos que masiva –aunque no he conseguido saber el tiraje real de los libros- para impulsar la lectura de autores nuevos. Para ello habría que buscar la coincidencia entre dos elementos: una colección similar impulsada desde México, no por el estado sino por un editor privado, y e incorporar voces contemporáneas: ¿No sería un éxito, por ejemplo, una antología de José Luis Rivas, David Huerta, Gloria Gervitz o Francisco Hernández? O, otra posibilidad, hacer antologías de alto tiraje de los poetas indígenas o los novohispanos?  Si el puesto de periódicos, en el regreso de la pandemia, se está convirtiendo, al menos en México, en una alternativa a las librerías, a su vez estas deberían apostar por su sentido especializado y selectivo ampliando la oferta y defendiendo eso que se ha llamado bibliodiversidad.

Tengo la sensación de que el pequeño escándalo provocado por el fallo de la Suprema Corte sobre las bibliotecas está mal planteado y es muy confuso: todos los autores quieren ser más leídos y todos quieren que su trabajo sea remunerado (y para ello es central el derecho de autor). Pero el libro incluye varios niveles más: traductores, correctores, formadores, sellos editoriales. Por ejemplo: si una editorial encarga una nueva traducción de un clásico invierte en ello y crea derechos autorales sobre ella, aunque sea un autor de hace 500 años, por ejemplo Shakespeare. Hace años me explicaron la razón del porqué en bibliotecas norteamericanas al adquirir ejemplares se tenía un precio más alto que el del mercado, justamente para paliar si no cubrir el derecho de autor. En cambio en México Vicente Fox, que vetó la ley del libro, unos meses después de dejar la presidencia, pedía a los editores libros regalados para su fundación.

El sistema de bibliotecas en México tiene muchos problemas. Cumple, creo que con cierta eficiencia, el ofrecer a los estudiantes de nivel secundario y preparatorio, libros y espacios de lectura, cumple también, aunque con menos eficiencia, el ofrecer eso mismo en las universidades del país, pero en cambio tiene un retraso notable respecto a la actualidad. En su momento se pensó que los clubes de lectura podían cumplir esta función, pero no fue así. Vuelvo al ejemplo de Lizalde: ¿Cuántas bibliotecas tienen su poesía reunida? Y también es grave la carencia de librerías y bibliotecas  especializadas. Tampoco está bien planteada la relación entre las ediciones de alto tiraje y bajo precio y las ediciones minoritarias: las primeras debían arrastrar en su impulso la lectura de las segundas. Para eso, los libros tendrían que estar disponibles tanto en bibliotecas como en librerías (y en estas bien exhibidos) y -por que no también en puestos de periódico, y no lo están. Otro enigma es la razón de la súbita abundancia de bibliotecas filosóficas en los puestos de periódicos: Aristóteles, Kant, Hegel… o también de biografías, pero eso sería motivo de otra Prueba de imprenta.