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Las hadas y el cuento de nuestra sociedad. Roberto Acuña

roberto-acunaRoberto Acuña, joven escritor mexicano, ensaya sobre cuentos maravillosos y la importancia que éstos tienen para la formación del ser humano, exploración de la realidad y búsqueda del lugar de pertinencia.

 

 

 

Las hadas y el cuento de nuestra sociedad
Roberto Acuña

Hablar del cuento de hadas no es sólo tratar con realidades inexistentes, con dragones y princesas en peligro, con violentos príncipes y brujas descorazonadas o con ogros que desayunan niñas desobedientes y cenan narices de niños para no indigestarse. La verdadera esencia de este tipo de narraciones radica en la búsqueda por pertenecer a un lugar, como Dorothy en El Mago de Oz o en cuentos de hadas contemporáneos como Over the Garden Wall. El lector, el escucha o aquel que observa estas historias en la telebuscará relacionarse con su entornocomo lo hacen Pulgarcito, Cenicienta, Caperucita Roja y tantos y tantos personajes que aprenden de una manera «feroz» a sobrevivir y ser parte del mundo.
         Los cuentos maravillosos nos muestran el proceso transformativo y formativo del hombre, la manera en que éste comienza sin un lugar hasta encontrar uno al cual pertenecer. Todo ello se logra a partir de un doble movimiento, según Jack Zipes: el primeroes visto como una fuerza que impele al protagonista a buscar el modo de integrarse a ese todo que es la vida misma. Hay un impulso insobornable que lo arrastra hacia un viaje de descubrimiento: con él mismo y con el otro. El entendimiento entre amboses vital para que ese primer «movimiento» se lleve a cabo. De esta manera y sólo de esta manera podrá obtener las herramientas necesarias o la ayuda adecuada para realizar el segundo «movimiento»: su transformación, como le sucede al propio Patito Feo, al amo del Gato con Botas o a la misma Cenicienta. Pero al sufrir él mismo un cambio, al encontrar un nuevo plumaje en su cuerpo o al hallar el valor que no tenía o al ser más ladino que el ogro más taimadotrastocará al mismo mundo, pues establecerá una nueva relación con éste, tendrá el conocimiento necesario para trepar por ese árbol que de pronto crece en el jardín trasero, para aceptar que la zapatilla es suya y de nadie más o para evitar la furia de un feminicida de barbas azules.
         El cuento de hadas ofrece una enseñanza ―a veces explícita, otras implícita―para poder estar en equilibrio y en paz con nosotros mismos, con el otro y la realidad circundante. Tiene como meta resolver el conflicto interno del individuo con el mundo aún desconocido. En el cuento de «Hansel y Gretel», por ejemplo,la falta de alimento será el pretexto que desencadene la separación de los hijos de la casa paterna; cuando éstos finalmente logran resolver esa carencia podrán retornar a la sociedad que los expulsó, lo que Propp y Campbell llamarían de distinto modo el camino del héroe.
         La realidad literaria de este tipo de relatos maravillosos es muy distinta a la de nosotros, Jack Zipes recalca la importancia de que estos universos sean totalmente opuestos, pues así podremos notar de una forma más sencilla lo que está mal en nuestro propio mundo al hacer un ejercicio de contraste: «El mundo del cuento de hadas siempre ha sido creado por el cuentista y los oyentes como un contramundo respecto de la realidad del cuentista. Juntos […] han colaborado mediante la intuición y la concepción consciente a formar mundos colmados de moralidad ingenua. Lo fundamental para la concepción del cuento de hadas […] es su pulso moral». (1)
         El «pulso moral» y la «moralidad ingenua» que recalca Zipes no es otra cosa que principios de conducta básicos de convivencia social, casi siempre se expresan en dicotomías: lo que está bien y lo que está mal hacer en una comunidad. Son leyes que se transmiten al héroe o al niño para salvaguardarlo de sí mismo y de su entorno, son reglas que le permiten relacionarse con el otro; en nuestra realidad tenemos ejemplos como: lleva dinero porque si te asaltan y no traes nada pueden ponerse muy violentos; mejor ve con alguien; llámame cuando llegues y salgas del lugar; saluda, no seas grosero; deja pasar; cede el asiento; no comas dulces o no vas a querer merendar, etc. Son estas reglas no escritas las que forman la base de toda comunidad. Las escritas, en cambio, como las leyes emanadas de una constitución, ayudan en el fondo a que no nos matemos unos a otros, que es el fin mismo de la ley.
         Es necesario un contramundo de la realidad para que esta «moralidad ingenua» sea más patente, pues ese mundo «maravilloso» permitirá al escritor y al lector centrarse en este proceso de aprendizaje o de adaptación del personaje a su mundo y verá su propia realidad pero más colorida, incluso más terrible. Pensemos en «La Sirenita», esta historia nos enseña, entre otras cosas, las consecuencias de amar sin ser correspondido. Pero es gracias a su ejemplo que quedamos advertidos de lo funesto que puede resultar un amor donde no tenemos una voz que ofrecer al otro, donde no somos escuchados por éste. El universo de esta narrativa será, entonces, un simulacro exaltado, brillante, terrible de la vida social, pero es necesario que sea así para aprender que la vida misma muchas veces se presenta de una forma muy parecida pero en ésta no podemos cerrar el libro y evitar el final desgraciado. Si no sabemos evitar o vencer a los ogros de nuestro destinoéstos terminarán masticándonos.
         La lectura, por ende, no termina al concluir la historia, esun proceso que culmina al interior de nosotros después de haber observado nuestro alrededor, de aprender a distinguir desde la infancia,a grandes rasgos, el bien y el mal y escoger instintivamente el primero. Si pensamos en la Caperucita Roja, en la versión de los hermanos Grimm, ésta aprende a no confiar en extraños después de que casi la matan; o si leemos la versión de Perrault, el lector entenderá que la niña muere por ser tan ingenua y confiada. En ambos casos la situación que vive el personaje, la elección de confiar o no en desconocidos, es una real que puede vivir cualquier persona, no importa si vive en México o en África. El «Mucho ojo, cuates» que decía Chabelo―un niño eterno y avejentado, un esperpento de Peter Pan de la televisión mexicana― en una cápsula transmitida por televisión, advertía sobre la zalamería de los robachicos o violadores, aunque sin la impresión terrible y por tanto duradera en el menorde la descripción del lobo hecha por parte de Caperucita Roja sobre su pelambre, sus enormes ojos o sus dientes grandes. Para conjurar a la bestia primero hay que nombrarla, no edulcorarla con personajes cuyas connotaciones pueden escapársele al infante, además el horror, la monstruosidad crean un recuerdo perenne y van construyendo un medio para evitar su mal.
         Los personajes de este tipo de narrativa, si bien inician siendo niños o jóvenes ―en la mayoría de las historias el protagonista es el personaje más pequeño ― culminan siendo adultos porque ya aportan algo a su comunidad. Un niño, ciertamente, forma parte de una sociedad, pero aún no adquiere un rol, no es útil hasta que cumpla una función en ella; biológicamente puede llegar a ocuparla al estar en una edad fértil, cuando el cuerpo madura o cuando aporta algo al mecanismo social. Marita Sterck ahonda sobre este punto, escribe que los relatos populares «[…] inician a los jóvenes en un cuerpo nuevo y fértil y en una vida como adultos, a la vez que los integran en una cultura, en una forma de vivir y pensar en comunidad, de buscar sentido a la existencia y de encontrarlo».(2)
         El sentido de la existencia presente de una u otra forma en todo el arte es vital en estas narraciones, pues el cuento de hadas es un lugar de tránsito, el puente que conecta al niño con el adulto, a Peter Pan y el País de Nunca Jamás con la decisión de Wendy de crecer o no hacerlo; lo mismo le sucede a Pinocho, ser un niño de verdad lo enfrenta precisamente consigo mismo a través de la experienciavivida. Sólo así encontrará la manera de dejar de ser una marioneta y habitar el tiempo, la vida de los hombres. Y este enfrentamiento lo lleva siempre a situaciones maravillosas, increíbles, sorprendentes. Afirma Juan Cervera, aludiendo a la narración infantil: «La novela para niños persigue más el enriquecimiento por medio del contacto con nuevas experiencias que la instrucción […] La novela cumple una función vicaria: enfrentar al niño con experiencias inhabituales e inéditas.» (3)
         Estas experiencias inhabituales e inéditas podemos encontrarlas claramente en los enfrentamientos o encuentros con los diversos elementos sobrenaturales que crea el cuento de hadas. La sorpresa o el modo de imaginar la «maravilla», el impacto que le cause será la manera en que el lector adquiera nuevas experiencias.
         El niño, pero también el adulto en este tipo de narraciones,aviva sus sentidos, los pone a trabajar junto con su imaginación para despertar ese mundo que tiene delante, el cual le irá saliendo a cada paso. Se requiere, entonces, de un lector activo, pues el mundo narrado es un imposible, no está regido por las leyes del suyo; a cada página le salen elfos, duendes, sirenas que lo precipitan hacia el ahogo del instinto, dragones cuya violencia es posible evitar al sumergir la espada en sus estómagos o al no codiciar esos tesoros inauditos, empapados de sangre; sin embargo, ese mundo, ese castillo, esa casa construida de dulces y galletas serán cruciales para entender el nuestro, para sobrevivir a la maldad, a la codicia de todos los días, pues tarde o temprano somos habitados por ellas.
         Zipes indica que los cuentos de hadas «[…] ofrecen patrones de acción alternativos a la conducta social real [y sirven como] un indicador cultural de que hemos tratado de comunicarnos en un esfuerzo por ayudarnos a adaptarnos a entornos cambiantes mientras que preservamos una moralidad instintiva». (4)
         Los cuentos maravillosos nos muestra otro modo de vivir, una opción diferente de conducirnos en el mundo pero de un modo equilibrado, armónico o señalando la imposibilidad de vivir así por la hostilidad presente en ciertas sociedades, entonces la adaptación se tendrá forzosamente que dar en los términos que la propia sociedad permita. Pienso en las ficciones de Angela Carter, en su cuento «El hombre lobo», allí Caperucita Rojapierde toda su ingenuidad, es una niña producto de un mundo violento y sangriento, pero sólo así podría sobrevivir a los monstruos escondidos bajo disfraces de lobos.
         Cada sociedad tendrá su forma de incluir al individuo en su engranaje social, por ello los cuentos de hadas son tan variables porque no es la misma Caperucita la de Perrault, que la de los Grimm o la de Carter, en cada una de ellas está cifrada la época en que fueron concebidas. Por ello, si hay un género que por sus características propias sea propenso a la intertextualidad, a la reescritura, ése es el cuento de hadas; como indica Zipes: a pesar de que muchas de estas narraciones son etiquetadas como clásicas, esto no vuelve a los cuentos estáticos, «porque están sujetos a procesos constantes de  recreación [además] articulan de manera relevante temas problemáticos de nuestra vida [y son de gran ayuda] para enfrentar las injusticias y contradicciones de los llamados mundos reales». (5)
         Por tanto, los cuentos maravillosos exponen de maneras diversas los conflictos humanos y muestran diferentes modos de combatir o contrarrestar el peso de una realidad agobiante, de un orden social y político atroz, donde muchas veces el hombre se encuentra preso y su única libertad son estos exilios imaginativos donde los monstruos se pueden vencer, donde es posible salir victorioso a pesar de tener sólo por armas el ingenio y la imaginación o la bondad como lo demuestran El gato con botas, Pulgarcito, La Cenicienta, entre muchos otros.

 

1.     Jack, Zipes, El irresistible cuento de hadas. Historia cultural y social de un género, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2014, pp.45-46.

2.     Marita de Sterck, El despertar de la belleza. Sesenta cuentos populares de los cinco continentes, Madrid, Siruela, 2014,  p. 19.

3.     Juan Cervera, Teoría de la literatura infantil, Bilbao, Mensajero, 1991, pp. 127-128.

4.     Jack Zipes, op. cit, p. 57.

5.     Ibidem. pp. 57-58.