recillas

Presentación La Otra 147, julio 2019

Seis meses de Gobierno. ¿estamos Cerca del abismo?
José Manuel Recillas
recillasJosé Manuel Recillas hace su propio balance sobre estos primeros seis meses de gobierno de Andrés Manuel Lopez Obrador, quien afirma que él representa un cambio de régimen al que llama la Cuarta Transformación. En su análisis está el sentido crítico a la ausencia de argumentos y de propuestas de los intelectuales y la clase media, sin dejar de reconocer que la visión de cultura y educación de este gobierno se aleja mucho de este sector. Es innegable el apoyo mayoritario de la sociedad mexicana a esta transición política.

 

 

En virtud de la manera en que ha organizado su base tecnológica, la sociedad industrial contemporánea tiende a ser totalitaria. Porque no es sólo «totalitaria» una coordinación política terrorista de la sociedad, sino también una coordinación técnico-económica no-terrorista que opera a través de la manipulación de las necesidades por intereses creados, impidiendo por lo tanto el surgimiento de una oposición efectiva contra el todo. No sólo una forma específica de gobierno o gobierno de partido hace posible el totalitarismo, sino también un sistema específico de producción y distribución que puede muy bien ser compatible con un «pluralismo» de partidos, periódicos, «poderes compensatorios», etc.
                                  Herbert Marcuse

El pasado 30 de junio de 2019 se cumplieron los primeros seis meses de ejercicio del primer auténtico gobierno de alternancia en el país. ¿Qué o cómo podemos evaluar este primer tramo de trayecto? Si un extranjero tuviera qué evaluarlo por los reportes que la prensa diaria, pensaría que el país está al borde del precipicio, y que falta poco para que se desate una guerra civil. Peor aún sería si hiciéramos caso a lo que se puede ver desde la intelectualidad misma: escritores, intelectuales del Caralibro.

Frente a la mesura, escasa en tiempos de incertidumbre, lo que abunda son los agoreros del desastre, quienes todos los días comparten las notas alarmistas que la prensa vende en redes sociales. Se diría que son sus mejores consumidores. Con un placer malsano, indigno de quienes se dicen ser, o creen ser, comparten cualquier nota que dé cuenta de cómo «nada altera el desastre». Da igual si lo hacen por Face, o por largos envíos de notas y cadenas del watsapp. Con alegría malsana, como profetas del desastre y la desgracia, parecen gozar con ver un país en ruinas, o lo que ellos imaginan será si las cosas siguen como la prensa les dice que van. Parecen haber olvidado que el país tardó, por lo menos, seis sexenios de políticas neoliberales, y si le sumamos dos sexenios previos de desastres económicos, en llegar, ahí sí, al borde del precipicio en que nos hallábamos.

La prensa, que en México siempre ha estado, o había estado, colgada de la ubre del poder político, se ha encargado, desde el cambio de Gobierno y de rumbo político-económico, a difundir noticias alarmistas, eco permanente de esa vieja campaña del «peligro para México» que con tanto gusto elaboraron representantes de la Reacción, como Enrique Krauze –aquel que hablaba de una democracia sin adjetivos– y otros ilustres pensadores conservadores. Han sido no sólo ellos sino sus pensadores y comentaristas quienes desde el principio han usado argumentaciones absurdas y reduccionistas para sembrar, en todas las columnas televisivos y radiofónicas, así como periodísticas y primeras planas de todos sus espacios disponibles, el pánico. ¡El país está al borde de un incendio social! Las voces de esos «intelectuales» fue sustituida casi de inmediato por personajes de dudosa calidad intelectual, como conductores de programas de entretenimiento, actorcetes y cantantes de cuarta, quienes opinan como si fueran referencias intelectuales dignas de ser citadas en un libro de análisis político.

En el medio literario nacional el rasgar de vestiduras es asunto de todos los días. Vemos poetas, varones y mujeres, que en medio de su pequeño nicho se comportan exactamente como esos personajuchos, repitiendo sandeces similares, como si la clase social a la que pertenecen, viajando en el Titanic, de repente lamentara la sustitución del anterior capitán, guapetón y sonriente, para enmendar el rumbo, y anhelasen seguir la ruta trazada hace casi cuarenta años hacia la noche del 14 de abril de 1912, haciéndose eco de las «preocupaciones» de la clase superior. Así es la burbuja en la que parecen vivir nuestros poetas, inconscientes de su condición y ubicación en la pirámide social. Nadie investiga, nadie propone, nadie reflexiona, reaccionan ante la inmediatez de las declaraciones de quien sea. Tal como dicta la rapidez de las redes sociales. Hay que tuitear lo más rápido posible, compartir noticias y artículos de opinión lo más pronto posible, crear un trending topic, rasgarse las vestiduras ante el templo para obtener likes. En medio del Atlántico, se les olvida que la tierra firme está aún muy lejos. Mejor seguir el rumbo que teníamos. La queja antes que las propuestas. Esa es la consigna que en el fondo hay en casi todo su proceder. Así es su egoísmo y su ceguera.

Lo mismo pasa en casi todos los ámbitos del mundo artístico, intelectual. Un inmediatismo casi absoluto domina en la comunidad artística del país.
Y la prensa, sabedora que durante décadas formó opinión mediante la fabricación de noticias y encuestas, ahora manipula a esa turba de gente adorable difundiendo noticias abiertamente falsas, otras a medias, impidiendo cualquier espacio para la reflexión y el análisis. La prensa nacional también asumió el neoliberalismo como su bandera y timón, y no quiere dejarlo de lado. Basta recordar que una de las promesas del nuevo Gobierno ha sido la recuperación de la riqueza nacional y de la autonomía alimentaria. No es de extrañar que los sesudos analistas de cuño neoliberal se hayan opuesto a ambas con singular alegría. Los comentarios y análisis de «expertos» señalando que esa ruta es equivocada y suicida sólo demuestra su ignorancia, o su estulticia.

Habría que recordarles de dónde viene esa idea de la eliminación de la autonomía y sustentabilidad alimentaria. Directamente del neoliberalismo implantado por el gobierno de Ronald Reagan, y su secretario de Agricultura, John Block, quien declaró que «la idea de que los países en vías de desarrollo deberían alimentarse a sí mismos es un anacronismo de una era pasada. Más bien deben garantizar su seguridad alimentaria confiando en los productos agrícolas estadounidenses, que se pueden conseguir, en la mayoría de los casos, a un costo menor». Es decir, el desmantelamiento del Estado protector, de las políticas sociales y de la solidaridad humana, y confiar todo al mercado y sus reglas, pensar siempre en función del exterior, la globalización, y no en nuestro entorno más inmediato. Es más importante un aeropuerto a todo mecate que alimentarnos. Esa es la regla de oro de quienes defienden las viejas políticas. Ese es el tamaño de su egoísmo. Esa forma de pensar es válida para absolutamente todo lo demás. Así se sabe de qué lado del Titanic se está.

Me parece que los poetas y escritores defendiendo sus lejanos y ajenos nichos de confort –becas, apoyos y demás– frente a necesidades más urgentes, se apartaron de la comunidad a la que pertenecen, y ya no son la voz de la tribu, ya no son el termómetro de las necesidades comunitarias –con honrosas excepciones–. Parecen defender la cómoda ruta que el Titanic auguraba, aunque viajaran hacinados en los compartimientos inferiores, encandilados por la promesa de una tierra mejor y más próspera que la que dejaban.
Con apenas seis meses de ejercicio de Gobierno, apoyados en la misma prensa que vendió los boletos para el viaje del 10 de abril de 1912, esa que todos los días alarma y difunde el peligro de hundimiento una vez cambiado el rumbo, la mayoría de nuestros poetas se suma al dictamen de que nunca habíamos estado tan mal, de que sólo hace falta un cerillo para incendiar la pradera de enfrente o una vaca nos caiga sobre la cabeza con todo y sus mojones. Como gallinas sin cabeza, corren buscando refugio ante la tormenta que la prensa, todos los días, avisa está a punto de desatarse. No hay el menor análisis, la menor pausa para pensar, reflexionar, eso que hacíamos gustosamente hace treinta años en cafés diversos. No. No hay consultas entre ellos, no hay propuestas. Nadie nos pregunta a los que apoyamos el cambio por qué seguimos apoyándolo, por qué creemos que ese cambio de rumbo era necesario. Hay que ser el primero en ser aplaudido en redes. Tener el mayor número de likes. Eso sí que es importante. ¿Reflexionar? Eso que lo hagan los asnos.

Y apenas hay una modificación, o asomo de modificación a las instancias culturales y sus instituciones, poetas, narradores, músicos y artistas en general lo lamentan, expresan su «decepción» y «arrepentimiento» por haber dado su voto a la 4t. ¡Con qué facilidad se les olvidan seis sexenios! ¡Con qué facilidad defienden ese modelo asistencial neoliberal por el que se supone votaron en contra! El modelo aspiracional tan típicamente burgués se apodera muy fácilmente de ellos. No debería sorprender que los beneficiados lo defiendan. La defensa de esas conquistas suele ser lamentable pues muestra la falta de ideas, de propuestas. Se defiende un modelo neoliberal de asistencia organizada, en lugar de proponer. A cada paso que se da, los artistas se quejan de que les levantan la canasta, pero no proponen nada. Parecen esperar que sean esas instancias las que organicen foros, mesas de discusión, etcétera, en vez de hacer las propuestas ellos. Es el mismo modelo asistencial neoliberal asumido como modus vivendi. Es un modelo asistencial vertical planteado para conseguir el único comportamiento tolerable: el inmovilismo, o mejor aún, el gatopardismo, aunque haya gritos y sombrerazos. Que las ideas y propuestas provengan de arriba, que sea el capitán quien lo proponga todo, porque los creadores no son capaces de proponer absolutamente nada.

Con la misma facilidad con que un esbirro señala que «no me cansaré de decir que este es el mejor libro de poesía de los últimos años» –el libro de su jefecito y mafioso santo– se opina y se califica el ejercicio de Gobierno actual, como si cada día fuera el primero de nuestras vidas, como si no supiéramos, o supieran, que para llegar a este día, a este periodo que nos ha tocado vivir, pasó casi medio siglo, seis sexenios. Son más los años que he vivido bajo la égida del neoliberalismo que bajo cualquier otro sistema político-económico y nunca recibí uno solo de sus supuestos beneficios. ¿Es tan fácil olvidarlo? ¿Es tan grande nuestro egoísmo que sólo pensamos en nuestras pequeñas parcelas, ajenas a la realidad social del país entero?
Lo más peculiar de la realidad, es que cuando uno se asoma a ella, y deja la prensa y sus alarmas de bombardeos nazis, la catástrofe parece inexistente. Quizá se deba a que lo es. ¿Algún poeta ha salido de sus colonias fifís –la Condesa, Coyoacán, San Ángel, el Pedregal, la Roma– y se ha dirigido a un mercado de colonia popular? ¿Han ido a colonias populares, de la periferia de la ciudad, colonias tradicionalmente en el olvido y el abandono, coto de los viejos delegados que hacían y deshacían a su antojo y ajenos a las necesidades más elementales de sus ciudadanos? ¿Lo ha hecho alguno de los que me lee? ¿O sólo van a Álvaro Obregón y zonas aledañas y parecidas? La gente de esas zonas olvidadas suele conformarse con muy poco: luz, limpieza e iluminación de calles, vigilancia, espacios dignos, escuelas y banquetas remozadas, eliminación de puestos semifijos, de botes aparta-lugares.
«Me pregunto –escribe Martín Caparrós– cuándo habrá empezado a circular esa idea tan contemporánea de que hay que ‘hacer algo’ con su vida: que hay que ‘darle un sentido’, usarla para algo. Algo distinto de comer, trabajar, procrear, creer, olvidar, morirse. Durante milenios muy pocos lo pensaron. Para una mayoría abrumadora, vivir era más que suficiente. Pero ahora se supone que no alcanza, que hay que hacer algo más. Parece una idea urbana.»
Algo similar me suena cuando oigo, o leo, las quejas de los poetas sobre el actual Gobierno. De cómo extrañan el naicm –aunque no viajen ni a Chapultepec– y todo lo que «perdimos» con su cancelación, o cualquier otra promesa del viejo Titanic. Ocultos en sus departamentos, esperando la llamada del premio o de la beca, o la voz del esbirro babeante que les consagre con una frase indigna de cualquier inteligencia promedio. Ajenos al simple transcurrir del tiempo, a los intereses de sus vecinos, de los marchantes que venden frutas y verduras, pollo, carne, ajenos a sus propias colonias, salvo que sean las mencionadas y tradicionalmente valoradas por su vida y su oferta comercial.

No, no veo el abismo. Sí veo algunas decisiones que aún están por verse si serán las correctas. Habría que debatirlas seriamente, no al bote pronto de las redes sociales. Habría que hacer también propuestas. Acostumbrados al asistencialismo neoliberal, veo a mis colegas como pollos hambreados, levantando el cuello, esperando la siguiente maiceada, la beca siguiente, el siguiente privilegio –»que hemos construido entre todos», etc.– que millones de otros mexicanos no tienen ni saben que existe. No hay propuestas de su parte, sólo reacciones superficiales. Su lejanía del simple y llano ciudadano me parece brutal. Nunca me había avergonzado tanto pertenecer a un conglomerado humano. Porque hoy en día, al parecer, ser poeta significa estar alejado de la tribu, no escuchar sus reclamos, sólo la escasa y simplista conciencia burguesa que apela al egoísmo gremial.
Se nos olvida, también, que el presidente del país es el único que ha escrito más de una veintena de libros exponiendo sus ideas. Ningún otro político de este país en toda su historia había escrito tanto. Se nos olvida que el Titanic, ese insumergible buque en que viajamos, zarpó un 10 de abril y que, después de seis sexenios de trayecto, decidimos cambiar de capitán y de rumbo. ¿No pueden esperar el rumbo de la nueva travesía, esperar al alba del 14 de abril, en vez del iceberg al que nos dirigíamos?

 (Las opiniones del autor no representan necesariamente las de La Otra, son su responsabilidad absoluta)