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«Sigo escondiéndome detrás de mis ojos». César Cañedo

cesar-canedoLes ofrecemos una selección del libro Sigo escondiéndome detrás de mis ojos del joven poeta mexicano César Cañedo, galardonado con el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2019.

 

 

 

Sigo escondiéndome detrás de mis ojos
César Cañedo

 

CUANDO ESTOY MUY ALEGRE COMPRO FRUTA
porque es mi manera de despertarme menos solo.
La escojo con detalle y pienso
en la deliciosa golosina que son las uvas
y en lo bien que se llevan con las tardes sin lluvia.
En las vidas enganchadas de los plátanos
y en las escondidillas que juegan las semillas de sandía.
Disfruto esa función
de adorno vivo que pueden tener en ciertas mesas,
esa función de fiesta en serio,
de familia reunida que son las frutas,
porque es difícil comprar una fruta sola,
pensarla sola,
dejarla ennegrecer.

 

SIGO SIENDO UN NIÑO PARA MI CASA.
Me espera cuando llego muy tarde,
me pone la luz muy cerca
y aleja a los objetos peligrosos de mi camino.
Me da agua y ventanas.
Entiende que pierdo cosas y las pone a la vista
o a veces me da lecciones y las esconde definitivamente.
No me regaña cuando subo el volumen a mis noches
o cuando me río fuerte para llamar su atención.
Me deja llorar hasta que se me pase
y me lleva hasta mi cama
cuando quiere que crezca.

 

QUÉ HACE EL NIÑO
meciendo a escondidas la muñeca de su hermana,
soportando distintas fragilidades,
como si esa muñeca y el niño
juntos
tuvieran otra vida,
más respirable, más de niña.

En ese jugar a la maternidad a escala
el niño la protege
cuidándose de que nadie lo vea,
perseguido por unos dientes adultos,
por tres gritos azules
y por unos ojos que nunca parpadean.

Es como si el niño
quisiera dormir toda la angustia de su casa
arrullando a la muñeca,
como si con eso detuviera los golpes del futuro.
Como si durmiéndola
toda la tormenta del cuarto de sus padres también durmiera,
se tomara un descanso para tener sueños de niños.
Qué hace el niño,
desesperado porque no logra dormirla,
destapándose la camiseta
para amamantar a la muñeca de su hermana
con un pezón que se sueña más grande.

 

CUANDO ME GUSTA UN HOMBRE A PRIMERA VISTA
es porque se parece a alguien de mi familia.

A veces veo a mi abuelo borracho entre sus cejas
o la luz apagada de mi primo.
Las pisadas del tío favorito y mis ojos detrás, sin hacer ruido.
En todos ellos,
la manzana de adán
igual a la primera manzana que se clavó en mi espalda.
Las ganas de hablar muy hombre.
El caminar superior y prominente.

Me les quedo viendo
como si con eso desatara la fantasía.
Y cuando me miran con su desprecio
me gustan más
porque así me miraba mi padre.

 

EL ABUELO REVISA QUE TODAS LAS LUCES ESTÉN APAGADAS,
que a nadie se le haya quedado el corazón en la estufa,
que el silencio y la noche estén de acuerdo.
Pide que bajes el volumen a la tele de la sala
donde te encuentra al llegar de su trabajo.
Hay un botón para que la tele abandone su escándalo
y te deje a solas
con tus catorce años.
El abuelo lo intuye
y como todos en tu casa
sabe que no debe pasar otra vez por esa sala,
que al darte las buenas noches
te da también la hombría
y el papel de acabar y apagar todo.
Sabe que nadie debe interrumpirte
cuando te descubres adulto
con la tele prendida.

 

LA NIÑA SABE QUE NO DEBE TOCAR NADA,
que algunas casas son como museos
o como aparatos
que pueden fácilmente burlarse de sus manos.
Obedece a su madre en la cocina
y limpia primero lo que es más evidente.
(Incluso podría limpiar el valor que tienen un niño
que es estorbosamente más alto
o el de una niña que se ríe como niño.)

La niña limpia las manos de las cosas,
hasta el polvo queda limpio,
hasta el polvo.

Los cuartos se dejan hacer sin tanto trámite
y son la fantasía de la niña
porque es donde sus manos juegan
con la desobediencia.

Debajo de su cama, sin que su madre sepa,
guarda una caja de zapatos
que se ensancha
con basura invisible de otras casas:
el tapón mordido de un bolígrafo,
un labial que no pinta,
la cabeza despeinada de una muñeca joven,
un empaque de mentas con una frase de la suerte
que la niña no entiende
la ropa sucia se lava en casa,
¿por qué, entonces,
ella y su madre lavan casas ajenas
con la ropa de siempre,
por qué
le limpian a otros lo sucio que les toca?

 

ENCONTRÉ UN GANCHO DE ROPA ALGO TORCIDO,
terminé de doblarlo, de ponerle fin a su vida de gancho,
a toda su vida útil.
Me deshice rápido del cadáver
y me sentí como ese niño
que desplumaba pájaros
y azotaba ardillas contra el piso en las horas de la tarde sin adultos.
Confundido
como también confundido
era ese amor —ardilla azotada— con el que mis padres me amaban
cuando la tarde era ofensivamente adulta.
Quién soy yo para decidir por el gancho, irónicamente me pregunto.
Quién fue ese niño para obligar a los pájaros a que renunciaran
lastimosamente a su altura
y que de las ardillas brotara la sangre para dejar de ser ardillas,
sangre
para que el niño dejara de ser niño.
Salvaje es la vida humana cuando decide destruir lo que a sus ojos no funciona,
cuando aprende a ser adulto en otros.