Fragmentos de una noche:
Irma Pineda

Fragmentos de una noche:
la reconstrucción desde la escritura

Recorrer la noche, levantar la mirada para intentar adivinar cuántas estrellas nos observan desde un pedazo de cielo. Imaginar que más allá está la inmensidad del cosmos y su perfecto orden, que ahí, del otro lado de las luces, habitan los dioses, los que a veces nos contemplan compasivos, los que a ratos cierran los ojos y dejan que nos caigan encima todas las desgracias, quizá para mostrarnos que no puede haber alegría sin conocer el dolor, o quizá solo para burlarse, reír un poco de nuestra torpeza cuando nos sentimos abandonados, cuando nos rompemos en mil fragmentos que buscamos en la noche, o cuando en medio del dolor y la ira, rompemos a la noche en fragmentos infinitos que buscamos rearmar desde la escritura.
Eso es precisamente lo que logra el poemario “Fragmentos de una noche”, de Grissel Gómez Estrada, rearmarnos, reconstruirnos desde una escritura que nos arroba y nos sumerge por senderos donde nos encontramos dolientes y rotos, para luego llevarnos por los caminos de la ironía y el juego, hasta arrancarnos una sonrisa que nos recuerda que, ciertamente, como alguna vez lo anotó Marguerite Duras “para abordar la escritura hay que ser más fuerte que uno mismo, hay que ser más fuertes que lo que se escribe”.
En el poemario de Gómez Estrada, que se suma a títulos como Los clavos de fuego de la noche, Poemas de neurosis y antineurosis, Otra vida, y La vampira despliega sus alas, reconocemos el oficio, los años de fragua de la palabra exacta, pues ella es una poeta que reveló su pasión por la literatura desde muy temprana edad, así lo muestran sus decisiones de formación, la licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), posteriormente la maestría en Literatura Española y el doctorado en Letras mexicanas por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Esta preparación es lo que le han permitido construir una fina criba por la que cuela su propia poesía para dejar a sus lectores las mejores líneas, esas, que como como pequeños alfileres se nos clavan despacio en el cuerpo, traspasan la piel y tocan los nervios, para producir ese extraño cosquilleo, mezcla de placer y dolor, alegría y llanto.
Este libro nos invita a recorrer la noche, a penetrarla con la certeza de que nunca será del todo nuestra, a querer encontrar entre sus luces y sombras, la ternura de los amores perdidos, olvidados o reencontrados, los que se vuelven eternos, aunque hayamos tocado su piel por un breve instante, o de los que apenas guardamos alguna esquirla en la memoria, aun si vivieron una eternidad a nuestro lado. Así seguimos intentando, una y otra vez, bailar un tango en el mar de la vida, mientras buscamos los fragmentos que nos componen, como buscamos cuarenta y tres flores en un desierto plagado de injusticias y de vidas arrebatadas, vidas jóvenes, vidas niñas, a las que quisimos cantar una y otra vez:

No salgas, niña, a la calle:
sirocos violentos te arrancarán de tu tierra.
No te alejes: los cerros te cortarán las alas

Mientras recorremos los ojos y el alma por los poemas de Grissel Gómez Estrada, leemos fragmentos de emociones tan diversas como la humanidad misma. Por ejemplo, el amor, ese cálido sentimiento que, como nos muestra la poeta, nos hace creer que podemos ser aves y tocar el cielo, que tenemos alas por manos, que no siempre nos permiten asir lo que amamos, como tampoco se puede evitar la desaparición de las flores cuando la persona amada se va y nos deja en los labios el recuerdo del agrio sabor de su cuerpo y el llanto, incontenible y desgarrado, que Grissel nos provoca, a través de sus poemas, que nos hacen sentir que el mundo se detiene frente al dolor:

Llorar,
sobre tu cuerpo desnudo,
de rosas blancas en mi espejo.
Porque desde que te fuiste
desaparecieron las flores, las aves,
dejó de correr el río, dejó de agitarse el mar

Esta capacidad de la poeta de provocar las más disímbolas emociones a través de las palabras es resultado de su largo y fructífero camino por la poesía, con la cual ha obtenido diversos reconocimientos, como el Premio de Poesía UAM y la mención honorífica en el Premio de Poesía Efraín Huerta, además de sus diversas publicaciones en revistas y periódicos como el Periódico de Poesía (UNAM), Blanco Móvil, Alforja, Cantera Verde, La Jornada, sólo por mencionar algunas. Por lo que en cada nuevo libro que Grissel nos comparte, encontramos esa voz profunda y certera que, con las más sensibles metáforas, puede decirle a su amiga “tu nagual está muerto en la plaza”, mientras nos recuerda que “México es el sueño de un psicópata herido”.
Al mismo tiempo la poeta nos da esperanzas, pues nos muestra que la literatura puede ser ese océano inmenso por el que vamos navegando, a ratos en aguas oscuras o con intensas olas, frente a las cuales tememos naufragar, a ratos en suaves ondas que nos mecen mientras miramos a lo lejos la playa y sabemos que estamos a salvo porque Grissel nos ofrece las bahías que ha construido con el humor, con ese espíritu que regresa a la poeta niña, lúdica y asombrada frente al mundo, juega, se vuelve irreverente y risueña, como en el poema “El punto”, donde incrusta imágenes, dibujos, líneas sarcásticas y ácidas, o en sus poemas sobre los “Pecados Capitales”, en los que recrea a la estupidez como uno nuevo, o señala que sobre la lujuria no hay nada de qué lamentarse, mientras deja clara su pereza de escribir un poema nuevo sobre este pecado, acerca del cual ya existe el poema de la “Huevonada”, de otro autor.
La parte mística y sacra que todo ser humano cargamos, aunque sea a escondidas, no está ausente en este poemario, cuando la poeta escribe “Digo Dios para decir aire, pino, piedra, Dioses” y habla de ese “cosmos a quien se llama dios”, mientras nos muestra a los señores Savi, (que bien conoce la escritora por sus años de estadía en la mixteca oaxaqueña), como símbolo de la raíz indígena que nos conforma, en convivencia con Eleguá o Yemayá, orishas de la religión Yoruba, y con el Dios cristiano al que imploramos una y otra vez por los misterios inescrutables e inexpugnables.
Así como misteriosos son los caminos del deseo, de la agitación de la carne entre las sábanas, que nos recuerda que el cielo o la noche no tienen sentido sin la calidez de los cuerpos entrelazados, que buscan el ejercicio democrático del amor, como lo expresa la poeta en las siguientes líneas:

Me dejaste los labios morados
a fuerza de voracidad,
de tanto beso,
de tanto querer poseerme entera,
sin treguas ni concesiones.
Ahora, déjame penetrarte,
poseerte
como yo sé

Con este poemario, que es un canto al amor, a la entrega absoluta y profunda, a la evocación por los amores ausentes que han dejado huella, sean amantes, amigas o jóvenes estudiantes desaparecidos forzadamente, la poeta, además de su poder creativo, se muestra como una mujer intensamente viva, llena de pasión, alegría, humor y compromiso con las causas humanas, elementos que conjuga muy bien en estos fragmentos de una noche.


Irma Pineda Santiago (Juchitán de Zaragoza, Oaxaca, 1974), traductora, profesora, poeta mexicana que escribe en lengua zapoteca (diidxazá). Entre sus libros se encuentran Naxiña’ Rului’ ladxe (Rojo Deseo), Guie’ ni (La flor que se llevó), Doo yoo ne ga’ bia’ (De la Casa del Ombligo a las Nueve Cuartas), Xilase qui rié di’ sicasi rié nisa guiigu’ (La nostalgia no se marcha como el agua de los ríos), Xilase Nisado’ (Nostalgias del Mar), Ndaani’ Gueela’ (En el Vientre de la Noche). Su obra ha sido traducida al inglés, italiano, alemán, serbio, ruso y portugués. Perteneció al Sistema Nacional de Creadores de Arte (FONCA). Recientemente, fue miembro del Foro Permanente sobre Cuestiones Indígenas en la ONU.