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Presentación La Otra 171, julio de 2021

Nunca salí de nada.
María Luisa Martínez

guillermo-deissle "Vengo de Chile, un país pequeño". Con estas palabras que nos visibilizan y, al mismo tiempo, señalan nuestra insularidad en el plano de los países que reclaman sus derechos a tomar parte en el reparto de lo sensible, comienza Salvador Allende su discurso ante las Naciones Unidas en 1972. Asimismo, María Luisa nos invita a pasar a su territorio afectivo: Chile y su poesía viva. ¡Viva su poesía!

 

 

 

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Nunca salí de nada

María Luisa Martínez M.

Nunca salí del horroroso Chile
mis viajes que no son imaginarios
tardíos sí – momentos de un momento –
no me desarraigaron del eriazo
remoto y presuntuoso.
"Nunca salí del horroroso Chile", Enrique Lihn.

 

         "Vengo de Chile, un país pequeño". Con estas palabras que nos visibilizan y, al mismo tiempo, señalan nuestra insularidad en el plano de los países que reclaman sus derechos a tomar parte en el reparto de lo sensible, como diría Jacques Rancière, comienza Salvador Allende su discurso ante las Naciones Unidas en 1972. El sueño que las albergaba -un país donde cualquier ciudadano fuera libre para expresarse como mejor le pareciera, de irrestricta tolerancia cultural, religiosa e ideológica, y donde la discriminación racial no tuviera cabida- parece tan lejano como utópico. La Otra nos invita generosamente a participar en este dossier dedicado a la poesía chilena y se me vienen las palabras de Allende a la memoria para intentar mostrar qué es Chile, pero sin la pretensión totalizante de querer abrazar todo un tiempo y personificar toda una época para modelar espiritualmente a una generación, orientar sus gustos y su sensibilidad, como nos dice Vargas Llosa que fue el caso de un Víctor Hugo en Francia, de un Walt Whitman en Estados Unidos, de un Pushkin en Rusia o de un Pablo Neruda en Hispanoamérica. No intento dar una respuesta a qué es la poesía chilena. Este dossier no pretende ser una antología ni una selección de la poesía chilena actual, se trata sencillamente de una muestra de algunas inquietudes y reflexiones que ésta suscita. Lo demás, intentar dar cuenta de su sentido y sus razones, "no se lo sacara ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello", como nos dice Cervantes respecto de la complejidad de la empresa que lleva al pobre Quijote, atribulado por imitar las novelas de caballería, a la locura. Sí puedo intentar apenas un bosquejo de qué se escribe en Chile y de qué es Chile en definitiva, más allá de los mitos que lo pueblan, aunque lo más posible es que redunde en otra mitificación. Las preguntas que me rondan son, por una parte, qué es Chile sin las mitologías de Neruda, de la Mistral, de las canciones y arpilleras de Violeta Parra, del surgimiento en mi ciudad del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) y de sus emblemáticos líderes asesinados (Miguel Enríquez, Bautista Van Schouwen y Luciano Cruz), del año 1973, de La Moneda en llamas, de la dulce voz de Víctor Jara elevándose en protesta frente al horror en el Estadio Nacional, del conflicto mapuche, del estallido social de 2019, de la Plaza de la Dignidad; y, por otra parte, qué concita la atención sobre nuestra tradición y nuestro presente. Esto último quizás se deba a la singularidad de este "eriazo remoto y presuntuoso", del "horroroso Chile" del que nos habló Enrique Lihn, a la desmesura de nuestra historia política con todos los abusos y violaciones a los derechos humanos de los que la dictadura de Pinochet dio cuenta cabal, pero que no son de ahora, no son recientes; se remontan al tiempo de la conquista de nuestro territorio, a la colonia, y también a la frontera natural que establece el río Bío-Bío frente al avance del dominio español, al relato fundacional de nuestro Arauco no domado, a la "fértil provincia" con su gente "tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida / ni a extranjero dominio sometida", a sus mujeres y hombres heroicos, a sus Lautaro y sus Caupolicán, sus Guacolda y sus Fresia, a la bravura de esta última cuando reniega del "título de madre / del hijo infame del infame padre" y su ejemplo señero que cantara Ercilla, a la Guerra del Pacífico y su barbarie, a una disputa entre pueblos originarios y la nación chilena que prosigue hasta nuestros días. La poesía, cómo podría ser de otra forma, da cuenta de estos procesos y transita entre las estetizaciones europeizantes y cosmopolitas de las vanguardias, y el despojo actual; este mal de Bartleby que parece hacer presa de nuestro presente, cansado de desastres y pandemias políticas e higiénicas. Las políticas actuales son todas, por lo demás, peligrosamente higienizantes.

        Parece que Chile se posiciona en la insularidad en que lo sitúa su australidad, un imaginario que resulta atractivo para otras latitudes que han visto por televisión o leído en noticias una resistencia encomiable en su palacio ardiendo, en sus bosques del sur, en sus marchas del 8 de marzo, en las aceras terremoteadas, en mareas enardecidas, en la rebelión de las masas por el alza de las tarifas impuestas en el Metro, en el hastío de la población que se extendió por Chile bajo la revuelta de edificios quemados y estatuas derribadas. Creo necesario este interés y atención sobre nuestra realidad. Soy escéptica, sin embargo, cuando pienso en la relativa normalidad desde la que se nos observa y en la candidez, quiero pensar que se trata de candidez, de quienes admiran y alaban nuestros excesos de belleza y desastre, y pontifican sobre ellos. Nuestra realidad sigue siendo insular. Pienso en "esos amaneceres que sólo nosotros conocemos", como nos dice Enrique Giordano en su fabuloso Mapa de Amsterdam, y caigo conscientemente en otra mitificación: la del sur de Chile, la de Concepción, porque hay muchos Chile, y Santiago, con todo lo que es, no es el único Chile, y hago mías las palabras de Gonzalo Rojas en "Materia de testamento" cuando le deja como herencia a nuestra capital "la mitología que le falta". Pienso en el río que cruza mi ciudad y no tiene la publicidad de un Moldava; nuestros puentes no son los de Praga, atestados, por lo demás, de turistas. Pero se trata de un río torrentoso y eso me alegra y me acerca a mis poetas, a mis amores, a mi lugar en el mundo, porque me recuerdan los versos de "Carbón" y soy parte de la visión de ese prodigio cuando "veo un río veloz brillar como un cuchillo, / partir mi Lebu en dos mitades de fragancia, lo escucho, / lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces, / cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento / como una arteria más entre mis sienes y mi almohada".

        ¿Qué es la poesía chilena y qué concita este interés en ella? La reciente movilización de la ciudadanía colombiana se espejea con el estallido social chileno y eso, sin lugar a dudas, nos habla de resistencias latinoamericanas y de políticas represoras comunes. Se trata de nuestras esperanzas en un mundo mejor habitado, pero también de tradiciones y, en el caso de la poesía chilena, de una tradición que se remonta a la poesía conversacional de Pezoa Véliz y sus desafíos al modernismo; una tradición que pasa por el creacionismo de Huidobro, por la impronta épica y popular de De Rokha, por el carácter telúrico de Neruda, por el desconocimiento desde siempre hacia la Mistral, por la antipoesía de Parra, por la raigambre numinosa de Rojas, por el tono barroco de Lihn, por la poesía lárica de Teillier, por la ciudad que canta Millán, por el elitismo hermético de Juan Luis Martínez, por el silencio de Lira y por muchos más, nombro sólo los más representativos de nuestros poetas muertos. Se sabe que toda tradición posee figuras tutelares que eclipsan a otras, que las oscurecen con o sin justicia, y se recae en nuevas mitificaciones. No quiero erigir estatuas ni pregonar el valor de los márgenes, ambos propósitos me parecen vanos y parciales; creo que la poesía involucra una tradición que tiene afluentes, brazos que acogen la oficialidad y brazos disidentes, aunque también hay oficialidad en la disidencia y algunos de nuestros poetas latinoamericanos, no es esta última una propiedad exclusiva de Chile, son un claro ejemplo de esa lamentable realidad. Este dossier de La Otra presenta una pequeña muestra de la poesía chilena actual e incluye algunos textos de poetas, críticos y académicos, nacionales y extranjeros (acompañados de relevantes obras de las artes visuales chilenas), que dan cuenta de una tradición y su presente. No se trata de poetas vivos o muertos, porque hay muertos muy vivos y también vivos muy muertos, como tampoco se trata de los mitos que nos rondan, pero sí observo una poesía viva. Quizás todo se trate de lozanía y ésta, como se sabe, tiene muy poco que ver con lustros ni generaciones, lo que me recuerda, al cerrar, otros rotundos versos de Rojas que nos dicen que "habrá viejos y viejos, unos / vueltos hacia la decrepitud y otros / vueltos hacia la lozanía, yo estoy / por la lozanía". Ésa, me parece, es la búsqueda.