shoah

"La iglesia católica y el Holocausto". Gabriel Alonso-Carro y García-Crespo

shoahAquí se analiza la relación entre la iglesia católica y la guerra de exterminio, el ecumenismo católico y judío.

 

 

 

 

La iglesia católica y el Holocausto: el impulso para una amistad interreligiosa.

Gabriel Alonso-Carro y García-Crespo
Vicepresidente de CITMA
Madrid. España

 

El Concilio Vaticano II (se clausuró en 1965) inauguró una nueva etapa en la perspectiva católica respecto a las religiones no cristianas. El deber sentido de la Iglesia de Roma de promover la unidad y la fraternidad entre los hombres y los pueblos, en un mundo cada vez más interconectado ya en aquel entonces, inspiró una profundización –en línea de continuidad- en los principios rectores del diálogo interreligioso.

A nadie se le esconde la historia de casi veinte siglos de distancia e ignorancia entre judíos y cristianos. y esta progresiva mutua aproximación, intensificada los últimos casi sesenta años, es una perspectiva esperanzadora y ya consolidada, Superar prejuicios, roces y sospechas multiseculares ha sido un gran logro que aún debe recorrer un fecundo camino hacia el reconocimiento mutuo pleno -aún respetando las diferentes identidades-. En este sentido también se ha pronunciado ña encíclica más reciente del actual Papa "Fratelli Tutti" ("Hermanos todos", cfr. nº 277 y siguientes).

En lo referente al Judaísmo, el Concilio recordó que la Revelación de Dios en Jesucristo fue pedagógicamente precedida por el Antiguo Testamento mediante el Pueblo con el que Él mismo se dignó completar la "Antigua Alianza", nunca revocada (Nostra Aetate, nº 4, Declaración sobre las religiones no cristianas. 28 de octubre de 1965). De ahí su viva recomendación de fomentar la profundización en el conocimiento de la religión judaica y la recíproca estimación, además del diálogo y la reconciliación. "Como es, por consiguiente, tan grande el patrimonio espiritual común a cristianos y judíos, este sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, que se consigue, sobre todo, por medio de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno" (NA, nº 4).

Ahora bien, ¿qué papel ha jugado la Shoá en este desarrollo de las renovadas relaciones entre judíos y cristianos? Es patente que un papel determinante. Así, un documento señero de la Comisión vaticana para las relaciones con el Judaísmo señala: "por lo demás, la iniciativa conciliar está enmarcada en un contexto profundamente modificado por el recuerdo de las persecuciones y matanzas sufridas por los judíos en Europa inmediatamente antes y durante la II Guerra Mundial" (Orientaciones y sugerencias para la aplicación de la Declaración conciliar NA, nº 4. 1 de diciembre de 1974).

Refiriéndose a la necesidad de combatir el racismo la Comisión Pontificia "Iustitia et Pax", ya en noviembre de 1958 y estando aún reciente en la memoria el Holocausto, también afirma: "entre las manifestaciones de desconfianza racial sistemática, es preciso volver aquí explícitamente sobre el antisemitismo. Ha sido ciertamente la forma más trágica que la ideología racista ha asumido en nuestro siglo, con los horrores del "holocausto" judío" ("La Iglesia ante el racismo", nº 15). Obviamente se reserva un lugar destacado a la Shoá en el argumentario en la lucha contra la discriminación racial, sensibilizando a través de su recuerdo sobre los gravísimos peligros de esta actitud supremacista.

En este breve compendio de pronunciamientos solemnes no podían faltar las numerosas alocuciones pontificias de los últimos papas. Tanto San Juan Pablo II, como Benedicto XVI y, actualmente, Francisco se han prodigado en continuar con firmeza y decisión esta línea magisterial referida a los crímenes contra el Pueblo Elegido y la aproximación entre ambas religiones.

Dando voz a uno de ellos, se ejemplifica bien a las claras este vínculo entre el Holocausto sufrido por los judíos y la reorientación y nuevo impulso dado al diálogo fraterno cristiano-judío: "Contemplando la Historia a la luz de los principios de la fe en Dios, hemos de meditar igualmente sobre el terrible episodio de la Shoá, el intento enfermizo y deshumano de exterminar a todo el pueblo judío en Europa; un intento que causó millares de víctimas –muchos de ellos mujeres y niños, ancianos y enfermos- exterminados solamente por el hecho de ser hebreos (…) Meditando sobre este misteriode los sufrimientos de los hijos de Israel, de su testimonio de esperanza, defe y de humanidad frente a ultrajes inhumanos, la Iglesia advierte cada vez más profundamente su vínculo con el pueblo hebreo y con su tesoro de riquezas espirituales en el pasado y en el presente" (San Juan Pablo II, Discurso a los representantes de las organizaciones judías norteamericanas, Miami, 12 de septiembre de 1987).

Un año después, prosigue: "Haló ‘av ‘Ehad le Kul-lanu" (Mal 2, 10): "¿Acaso no tenemos todos nosotros un mismo Padre?". Este es el mensaje de fe y de verdad del que sois portadores y testigos a través de la Historia en la luz de la Palabra y de la Alianza de Dios con Abraham, Isaac, Jacob y toda su descendencia. Un testimonio que ha llegado hasta el martirio y que ha sobrevivido a las largas tinieblas de la incomprensión y del abismo de la Shoá" (San Juan Pablo II a la Comunidad judía de Alsacia, noviembre de 1988). En conclusión, aparte del necesario conocimiento y respeto recíproco, subraya en el mismo acto: "Repito de nuevo junto con vosotros la más firme condena de todo antisemitismo y de todo racismo, opuestos a los principios del cristianismo (…) Debemos descartar todo prejuicio religioso que la Historia nos haya mostrado, inspirado en los estereotipos antijudíos, por contradecir la dignidad de la persona".

S. Juan Pablo II conoció muy directamente los horrores de la persecución judía por su doble condición de polaco y amigo personal de judíos compatriotas suyos. Sufrió también los desastres de la II Guerra Mundial, que se desencadenó precisamente con la invasión nazi a Polonia, pero de entre la barbarie destaca la crueldad monstruosa del intento de aniquilación de los judíos en Europa. "Los hombres morían, además de las acciones bélicas, como víctimas de los bombardeos y del terror sistemático, cuyo instrumento organizado  fueron los "campos de concentración", orientados formalmente al trabajo, pero transformados realmente en ‘campos de muerte’ (…) un crimen particular de la II Guerra Mundial fue el exterminio masivo de judíos, destinados a las cámaras de gas por el odio racial" (A la Conferencia Episcopal Polaca con ocasión del L aniversario del inicio de la II Guerra Mundial. Vaticano, 26 de agosto de 1989).

Al día siguiente, y con el mismo motivo, el Pontífice firma una Carta dirigida a los católicos, a los gobernantes y a todos los hombres de buena voluntad: "De todas estas medidas antihumanas, una de ellas constituye para siempre una vergüenza para la Humanidad, la barbarie planificada que se ensañó contra el pueblo judío". Y continúa con su poderosa denuncia: "Objeto de la ‘solución final‘, imaginada por una ideología aberrante, los judíos fueron sometidos a privaciones y brutalidades indescriptibles. Perseguidos primero con medidas vejatorias o discriminatorias, más tarde acabaron en campos de exterminio. Los judíos de Polonia, más que otros, vivieron ese calvario…".

Y, finalmente, añado el colofón, buen indicativo de hasta qué punto la masacre racista de los nazis propició una profunda reflexión sobre la necesidad de reforzar los vínculos del cristianismo y el judaísmo en particular y de todo el género humano en general: "me dirijo  una vez más a todos los hombres, invitándolos a superar sus prejuicios y a combatir todas las formas de racismo, aceptando reconocer en cada persona humana la dignidad fundamental y el bien que hay en la misma, tomar cada vez mayor conciencia de pertenecer a una única familia humana querida y congregada por Dios. Deseo repetir aquí con fuerza que la hostilidad o el odio hacia el judaísmo está en total contradicción con la visón cristiana de la persona humana" (Vaticano, 27 de agosto de 1987).

Tras todo lo expuesto queda suficientemente patente que el Holocausto fue un factor histórico muy importante, junto con el Concilio Vaticano II y su decidida apuesta por el diàlogo interreligioso, para el giro de ciento ochenta grados de la Iglesia Católica en sus relaciones con el Judaísmo. Nos queda por examinar, como parte de este vuelco, cómo se planteó en concreto el esfuerzo de promover un mayor conocimiento desde el catolicismo de la religión judía y de qué manera se apostó por deshacer equívocos y mal entendidos que habían pesado durante demasiados siglos y que pudieran haber contribuido inditectamente a la Shoá y al antisemitismo.

La Declaración conciliar Nostra Aetate (n° 4) insiste en que la Iglesia «no puede olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo en que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles» (cf. Rom, 11, 17-24). También recuerda que «los apóstoles, fundamentos y columnas de la Iglesia, nacieron del pueblo judío, así como muchísimos de aquellos primeros discípulos que anunciaron al mundo el Evangelio de Jesucristo». Asimismo, se incide en la idea paulina de que los judíos «son todavía muy amados de Dios a causa de sus padres, porque Dios no se arrepiente de sus dones y su vocación (Rom, 11, 28-29)».
Por este patrimonio espiritual compartido tan grande el Concilio apuesta decididamente por el mayor conocimiento y aprecio mutuo. Como medios concretos para ello propone dos vías: los estudios bíblicos y teológicos y el diálogo fraterno. No fueron apuestas retóricas como podemos comprobar casi sesenta años después: en los grandes avances y pasos dados en este sentido.

Para sortear equívocos y malentendidos, prejuicios y lastres históricos de suspicacias, el Concilio Vaticano II, en la Declaración citada, pretende dejar bien claro que lo que en la Pasión de Cristo se hizo «no puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy (…) no se ha de señalar a los judíos como réprobos de Dios ni malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras». En este sentido, subraya, la Iglesia «deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos».

Si el Concilio impulsa el nuevo enfoque sobre el diálogo interreligioso y la Declaración conciliar Dignitatis Humanae la renovada perspectiva sobre la libertad religiosa y de conciencia, Nostra Aetate, en su apartado cuatro, supone en palabras de S. Juan Pablo II: «el cambio decisivo en las relaciones de la Iglesia católica con el Judaísmo y con cada uno de los judíos con este breve pero lapidario texto» (Sinagoga de Roma, 1983). Sin duda alguna, este importante giro, y como queda sobradamente expuesto, no hubiera sido tan eficaz e incisivo sino «contemplando la Historia a la luz de la fe en Dios» en la que «hemos de meditar igualmente sobre el terrible episodio de la Shoá» (S. Juan Pablo II, Discurso a los representantes de las organizaciones judías norteamericanas, Miami, 12 de septiembre de 1987). Este misterio de los sufrimientos de Israel ha sido para la Iglesia católica el detonante definitivo para advertir cada vez más su íntimo vínculo con las riquezas espirituales del pueblo hebreo y contemplarlas como propias.

 

El pase de diapositivas requiere JavaScript.