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Aleksander Blok

El alma del escritor. Alexandr Blok

aleksander-blokAlexandr Blok, gran poeta simbolista ruso, reflexiona —en la traducción de Jorge Bustamante García— sobre el destino del escritor ante el pueblo y la crítica, la vida y la muerte. El ensayo forma parte del libro Palabra del solitario (Verdehalago, 1998).

 

 

 

El alma del escritor
Alexandr Blok

El destino de escritor es dificil, pérfido, siniestro. Especialmente en este tiempo nuestro en Rusia. Parece que nunca antes le había correspondido a los escritores someterse a una situación tan incierta como ahora.

 La última y única justificación verdadera para el escritor es la voz del público, la opinión incorruptible del lector. No importa lo que diga el "medio literario", lo que argumente la crítica, por más elogiosa o furiosa que sea, siempre queda la esperanza de que en el momento más necesario se escuche la voz del lector, ya sea para alentar o condenar. Quizás esta voz no sea una palabra, ni siquiera una voz, sino más bien el leve soplo del alma popular, no de unas cuantas almas en particular, sino precisamente del alma colectiva. Sin esta última esperanza es improbable que se pueda escuchar, como debe ser, la voz de la crítica: ¿acaso no da igual lo que cualquiera diga de mí, cuando yo no sé y nunca sabré que "todos" piensan de mí?

Si todavía tenemos la esperanza de escuchar, alguna vez, este asombroso soplo del espíritu universal, significa que dicha esperanza es, todavía, débil, que apenas titila. Incluso Leonidas Andreiév, el más "leído" y estudiado de los escritores contemporáneos, creo que nunca supo de la suprema sanción de esta bendición o maldición. Si lo hubiera sabido, entonces habría desaparecido para siempre su apresuramiento nervioso, su vacilación de un lugar a otro, su fecundidad con frecuencia infructuosa.

Si hablamos de culpa, en ausencia de tales sanciones, ella se encuentra en los propios escritores. Hay muchos escritores talentosos, pero no hay ni uno que sea "más grande que sí mismo". Por esta razón no hay "literatura". La aquiescencia popular es una justificación silenciosa que puede revelar sólo una cosa: "Te has equivocado mucho, has caído muchas veces, pero sé que sigues en la medida de tus fuerzas, que eres desinteresado y esto significa que puedes llegar a ser más grande que tú mismo. Y por eso te justifico y te bendigo, debes seguir adelante."

El espíritu es eficaz y siempre protesta de su parte, cuando es necesario. Ninguna laxitud social podrá destruir esta ley secular y suprema. Significa, podríamos pensar, que los escritores no merecen escuchar ya el hálito de su espíritu. El último que pudo percibirlo fue, al parecer, Chéjov. Todos, después de él, estamos condenados por ahora a ir a solas, sin ese apoyo imprescindible: a ir y escuchar, tras la ululación y el silbido de la literatura y la crítica, el amenazante "silencio del pueblo".

No es sorpendente que después de esto, muy pronto pareciera que a casi todos se les acabara el mundo. La voz propia empieza a mezclarse con las voces de los vecinos cercanos y acontece que los rostros y las almas se vuelven parecidas unas a otras, como en las tabernas. En el aire literario acecha, entonces, el espíritu del plagio; el descaro y el arrepentimiento se suceden entre sí y pierden su último valor, su valor primigenio. Con la contaminación de todos estos fenómenos (y ellos crecen con la rapidez de los hongos venenosos en un tronco podrido), el cortejo literario adquiere un carácter de aglomeración callejera y accidental, un carácter de "asunto  doméstico" y "disputa", para el apacigua miento del cual, con frecuencia, es suficiente un alguacil corriente.

El "alguacil" resulta ser la única persona de "principios" en medio de una multitud disparatada. Él tiene, por lo menos, una tarea definida: hacer que la gente no se apiñe, que no se aplasten unos a otros ni se arrebaten los monederos de los bolsillos. Cumple con su deber, disuelve los grupos de pilluelos que organizan "presentaciones literarias" —mientras sus "nuevas" teorías se desvanecen—. El trabajo del alguacil es negro y ruin, pero es cierto que, a veces, cuando vives en la misma calle donde ha sucedido un escándalo, quisiera uno agradecerle así sea sólo por el hecho de que él ha impuesto la tranquilidad y el aire venerable, ha puesto fin al ruido descarado que maltrata los oídos. Sucede también, por supuesto, que en la escandalosa aglomeración, apaciguando a los granujas, el alguacil reprima el alma viva y, quizás, la mutile para toda la eternidad. La mutile de tal manera que después no podrá ayudar ninguna recompensa entregada al alma victimada.

No hay nada más fácil que perder el piso bajo los pies, al dedicarse exclusivamente a resolver los -"asuntos domésticos". Éste es el talón de Aquiles de todo espíritu de corrillo: en ninguna parte se desarrollan con tanta rapidez todo tipo de males, como en los corrillos.

Sin embargo, no siempre se puede decir con seguridad a qué se dedica el escritor, si a los asuntos domésticos o a los que no lo son. Convencerse de lo uno o de lo otro es asunto de gran cautela, para no tornar lo accidental por lo que es permanente o viceversa.

El primer y más importante indicio de que un escritor dado no es un valor accidental y pasajero, es la conciencia del viaje. Hace falta recordar a cada momento, especialmente en nuestro tiempo, esta verdad demasiado conocida. Al examinar a los escritores contemporáneos desde este punto de vista, se pone en tela de juicio a muchos de ellos, incluso reconocidos, y a otros se les puede dar por completo la espalda. Sin embargo, bajo esta apreciación, es preciso ser prudentes y tener en cuenta todas las particularidades del medio del que ha surgido el escritor.

El escritor es una planta llena de vida. Así como en el lirio o en la azucena el desarrollo periódico de las raíces corresponde al crecimiento de los tallos y las hojas, así mismo el alma del escritor se ensancha y se desarrolla por períodos, y su obra es sólo el resultado visible del crecimiento telúrico de su espíritu. Por esto el camino de un escritor puede ser recto sólo en perspectiva, pero cuando lo seguimos en todas las etapas de su trayectoria no percibimos esta linealidad y persistencia, como resultado de las permanentes interrupciones y desviaciones en el camino.

Así como el lirio y las azucenas exigen un abono constante del suelo, de una fermentación y descomposición subterráneas, así también el escritor puede vivir sólo alimentándose de la efervescencia del medio ambiente. Con frecuencia (en especial ahora) el escritor esquilma rápidamente sus fuerzas, esforzándose en dar más de lo que puede. Semejante desconocimiento de la medida de sus fuerzas se observa también en las plantas. El tallo se marchita muy rápidamente, al extraer de los tubérculos el último jugo; cuando el suelo no puede ya producir suficiente jugo, las plantas se marchitan en el transcurso de algún tiempo, y a veces mueren del todo.

A pesar de la firmeza y notoriedad de estas leyes, muchos escritores jóvenes son propensos a ignorarlas. Se asemejan a la mala hierba que crece junto a especies nobles, sofocandolas. En el mejor de los casos se parecen a las plantas "decorativas", terriblemente cansadas del suelo.

Es muy dificil distinguir el lirio salvaje en un claro del bosque, cubierto por inmensos lampazos y hundido en la humedad. Cualquier voz suena falsa en una gran sala vacía, en donde de todos los rincones aflora un eco céntuplo y deforme.

El menosprecio de todas estas flores inútiles y el taparse los oídos ante el eco inoportuno de la propia voz es un trabajo dificil, infructuoso. Por otra parte, la principal dificultad en la necesidad dolorosa de un espacio propio, el escritor la experimenta de manera especial en los imprescindibles e inevitables períodos en que se detiene en el camino para prestar oídos, palpar la tierra y buscar las esencias que im-pregnarán las raíces del futuro desarrollo y crecimiento.

Sólo mediante su disponibilidad al camino se define el "compás" interior del escritor, su ritmo. Lo más peligroso que puede ocurrir a un autor es la pérdida de ese ritmo. La incesante tensión del oído interior, como si tratara de escuchar una música lejana, es una de las condiciones indispensables del ser del escritor. Sólo escuchando la música de una "orquesta" lejana (que es la "orquesta universal" del alma popular), se puede permitir a sí mismo el escritor la liviandad del "juego". El olvido de esta verdad por muchos artistas profesionales produce, muy a menudo, perplejidad y confusión en la crítica contemporánea. Los críticos, de pronto, se ven capacitados para "permitir jugar" a todo aquel que no ha escuchado ni siquiera el sonido de la "orquesta universal" (como muchos poetas actuales) y viceversa, también son capaces de indignarse ante el juego regido por las leyes del ritmo (por ejemplo, la obra de Fedor Sologub). Entre tanto, la premisa de cualquier investigación crítica debe ser, irremediablemente, la determinación de las "reservas rítmicas" tanto de los poetas, como de los narradores y prosistas.

Una vez que el ritmo está presente, significa que la obra del escritor es la resonancia de toda una orquesta, es decir la resonancia del espíritu universal. La cuestión, entonces, radica sólo en el grado de lejanía o acercamiento que logre el escritor respecto a ese espíritu. La conciencia de su propio ritmo es para el escritor el broquel más seguro contra cualquier denigración o elogio. Para los escritores actuales, que apenas escuchan la música, la esperanza de recibir la aprobación del espíritu universal es un tanto vacilante, porque los autores se encuentran infinitamente alejados de él. Pero aquellos que están henchidos por la música sentirán, tarde o temprano, su aliento.

 

Traducción de Jorge Bustamante García

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Jorge Bustamante.

 

Alexandr Blok (1880-1921) poeta, dramaturgo, ensayista, fue el principal representante del simbolismo ruso, movimiento poético influido por el simbolismo francés y por la filosofía mística-religiosa de Vladímir Soloviov. Uno de los poetas rusos más admirados de su época.