Héctor Carreto. Testamento de Clark Kent

hector-carretoHéctor Carreto, reconocido poeta mexicano, cuya obra ha merecido varios premios, incluyendo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, nos comparte una selección de su libro Testamento de Clark Kent.

 

 

 

TESTAMENTO DE CLARK KENT
Héctor Carreto

 

portada-clark-kent

En Testamento de Clark Kent, Héctor Carreto no se conforma con escribir un poema de Superman y desarrolla un libro entero. Carreto comprende que la vida de estos súper humanos no debe ser reducida únicamente a polaridades, pues dentro de su identidad secreta, dentro del traje que son, también conviven otras personalidades. Es decir, Testamento de Clark Kent es un poemario que mira la vida de su personaje desde varios ángulos narrativos.

[…]

Carreto busca desmitificar al Súper Héroe con la ayuda de la poesía. Los elementos que utiliza son la ironía, el tono confesional del yo poético y un verso de tintes epigramáticos, en cuanto a su sencillez y forma de narrar. Superman, nos dice, no es aquel héroe enaltecido que iba de la mano con el pensamiento de mediados del siglo XX, el cual encarnaba valores sociales y morales. Ahora pertenece a un nuevo ritmo de vida, un nuevo siglo en donde los grandes hitos culturales e históricos son fuertemente cuestionados.

Marco Antonio Murillo
(En  La Esrantería)

 

[I. El secreto de Clark Kent]

Vio pasar las estaciones detrás de una ventana
corrigiendo noticias detrás de su máquina.
En silenció amó a Luisa, la reportera del Daily Planet
            –veloz criatura sin alas.

Pero en sus ratos libres
a escondidas extendía su bermejo capote
y, despojado del antifaz de cristal,
ascendía a los dominios donde el arcángel pacta con el águila.
Desde esa cúpula ejerció a su modo el poder y la justicia:
Su mano abierta desvió el misil,
            su mano cerrada borró mapas,
                      su rayo láser abrió cuerpos.

En sueños aconsejó a Luisa
            siempre mostrar la verdad bajo la pluma.

Después de enfrentar al ave del manto sombrío
            retornaba a su escritorio a corregir
–sobre su propia leyenda, escrita por otros–
comas, puntos mal colocados, ortografía incorrecta.

A nadie confió su secreto.
Se jubiló sin recibir aplausos.
Luisa –La Distante–
no pudo asistir a la despedida:
redactaba una historia sobre aquella inalcanzable criatura,
            la del tímido plumaje escarlata.

 

[IV. La madre evoca]

Era un niño normal, como todos.
Después de sus labores escolares,
mientras otros hacían rodar su bicicleta,
mi hijo volaba muy bien y muy alto.
pero, ya ve usted, mientras uno crece
le hacen trizas los sueños,
ya en el colegio, ya en oficinas,
los amigos, las mujeres.
Mi Clark no vuela más.
Ahora es un hombre de bien,
anclado a un paralítico escritorio;
un hombre, como dicen,
con los pies en la Tierra.

 

[IX. La paciencia tiene sus límites]

Estoy harta de verlo volar,
de verlo sostener estúpidos puentes
o apagando incendios
a horas de estar en la cama.
No soporto más su ridículo capote
de mago de fiestas infantiles.
Estoy a punto de tomar mis cosas
y cambiarme de planeta.

 

[XIV. Nostalgia del águila]

A veces me aburro entre tanta belleza celeste
A veces no soporto el frío de estas alturas
                                    ni tanta soledad.
A veces sueño
            con dormir en un condominio
                                    caminar con zapatos
enfocar letras bajo los lentes
comer con manos suaves y limpias,
                                    con las uñas cortadas;
en días claros contemplar el vasto firmamento
            y perseguir el remoto aletear
                        de un fulgor en el cielo.

 

[XVII. Rascacielos]

Persigo a una periodista de hermosos pies
que no llevan alas en las sandalias,
como las del rápido Hermes.
Los espigados tacones de Luisa L
escalan pisos que llegan al firmamento,
y son tan veloces, que ni Hermes
ni yo les damos alcance.

 

[XXVII. Fin del espectáculo]

Desperté y descubrí que las estrellas
ya no existían.
Tampoco la luz que nos enviaban
luceros ya extintos.
Ya no tengo hacia dónde volar.
Con mi capa haré una cortina.

 

[XXXIX. La otra Luisa]

Después de mucho tiempo, Clark descubrió que Luisa L también tenía una vida secreta.

 

[LVI. Diálogo en las alturas]

Quiero conversar contigo, Señor.
No es necesario que bajes.
Yo mismo puedo subir al Cielo
con mi gran capa de cera.

 

[LIX. El vecino comenta]

El señor Kent es un tipo de costumbres:
a diario sale de casa con corbata roja,
afeitado y con ojos de vidrio.
Pero esta clase de personas me inquieta.
¿Cómo se comportará tras los párpados cerrados de sus ventanas?
¿Se vestirá de clown y bailará frente a la luna?,
¿o con disfraz de marine se vengará de los humanos?
¿Qué misterio oculta su capa de sangre?
Mejor no pensemos mal. El pastor lo prohíbe.
–Buenos días, señor Kent.
–Buenos días, vecino.

 

[LXIII. Testamento]

Porque ya no puedo regresar, amigos,
porque ya no puedo,
en este pequeño cofre les doy mi traje celeste
y la capa para cubrir el baúl en el sepelio.
Adiós, adiós, mis jóvenes cruzados.
Anoche dejé para siempre la tierra de la infancia
y tal vez ustedes no me reconozcan más
detrás de la corbata y de los anteojos miopes.
Anoche una mujer me llevó a un espacio
donde los humanos no vuelan
ni miran a través de los muros.
Anoche una mujer me besó
y con ella sostuve un combate
dulce y feroz, donde ambos salimos vencedores.
Al murciélago, el mayor de los huérfanos,
entrego la estafeta.

 

 

Héctor Carreto (Ciudad de México, 1953). Ha publicado trece libros de poesía y ha ganado cuatro premios nacionales y uno internacional: el "X premio Luis Cernuda" en Sevilla, España.  Con su libro Coliseo obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2002.  Sus poemas se han traducido al inglés, francés, italiano, portugués y húngaro. Actualmente es profesor-investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.  Ha sido miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte en varias ocasiones.