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Mariángeles Comesaña sobre el «Re Cuento»

mariangeles-comesanaEn torno a Re Cuento. Memorias del desenfado, del duranguense Juan Ángel Chávez, Mariángeles nos aproxima a la esencia biográfica de esta historia donde se combina el humor con los avatares de una vida violenta y lúcida a la vez.

 

 

 

RE CUENTO, MEMORIAS DEL DESENFADO

MARIÁNGELES COMESAÑA

«Hay un dicho que es tan común como falso: El pasado, pasado está, creemos. Pero el pasado no pasa nunca, si hay algo que no pasa es el pasado, el pasado está siempre, somos memoria de nosotros mismos y de los demás, en este sentido somos de papel, somos papel donde se escribe todo lo que sucede antes de nosotros, somos la memoria que tenemos.» (1) José Saramago

Juan Ángel Chávez se propuso escribir este libro a sabiendas de que en su familia no encontraría papel ni palabra, ni tintero; su narrativa nos lleva a escuchar la voz del niño que habita en su memoria prodigiosa, un niño que recupera instantes, atmósferas, circunstancias, paisajes, afectos y desafectos, escenarios mágicos donde transcurre su vida.

La voz del adolescente que practica a la perfección la «dicha inicua de perder el tiempo» compartiendo esa virtud con Los «Vikings» su pandilla de vagos pendencieros, que, al ritmo del Rock de «El Angelito» y la balada «Tus Ojos», se convierten en amigos hermanos y en una mina de identidad y fortaleza para estar en la vida. «Juntos descubrimos el deporte, juntos nos pusimos las primeras borracheras, juntos afrontamos peleas y zacapelas, juntos hicimos trampas, y sufrimos las consecuencias, juntos hicimos nuestras primeras conquistas amorosas, juntos lloramos nuestras desventuras familiares, juntos nos dolimos de nuestras decepciones amorosas, y juntos reflexionamos en un momento dado sobre la vacuidad de nuestras vidas y lo incierto de nuestro futuro».
Hasta aquí podemos oír las carcajadas que salen de un carrito marca Nash, modelo 46, color rosa que bautizaron con el nombre de «el panchito».

La voz del joven que acaricia la entrañable vida de la madre y el padre, los 12 hermanos, los abuelos, y bisabuelos, las tías, la prima Manuela, Jesusita, los amigos, los maestros.
Un estudiante que el 2 de octubre del 68 decide ir al mitin de Tlatelolco, es testigo de la masacre que estaba perpetrando el ejército, y tiene que salir de la Ciudad de México escondido en la cajuela de un coche. De ahí la decisión de bautizar al equipo de futbol «Tlatelolco 2 de octubre»…
La voz del dirigente estudiantil que aprende los códigos de la política y que participa activamente en el movimiento de 1972 en Durango contra el gobernador del Alejandro Pérez Urquidi, y que se enfrenta al batallón Olimpia, y a los Halcones que reprime y matan.

La narrativa nos sorprende, empezamos a leer y no podemos desprendernos de la lectura, aparecen los personajes.
Doña Cecilia es la madre, la maga, la jovencita de 14 años que se deja «robar» por don Marcos de 18 años que se la lleva y se casa con ella. Nos enamoramos de Cecilia, la imaginamos niña casada viviendo en la casa del suegro y las cuñadas; niña embarazada a sus 15 años, aprendiendo del suegro don Felipe a planchar y a cocinar; niña fuerte y terca y soñadora, capaz de enfrentar los malos ratos de doña Ángela su madre. Ahí su imagen «sentada frente a una hilera de ollas de barro crudo para ser llevadas al horno, previa su venta». Ahí enseñándole a su hijo Juan Ángel las primeras letras.

Una niña que se convierte en mamá de 12 hijos «que tuvo en fila desde los 15 años». Que no se arredra ante las circunstancias, que saca tiempo quien sabe de dónde, para estudiar la secundaria, los primeros auxilios, el corte y confección y la carrera de enfermería.
Doña Cecilia una mujer de espíritu soñador, pleno de aspiraciones y metas. Solidaria con todo aquel desprotegido, «orgullosa de su dignidad y absolutamente honesta». Siempre puesta a ser aval y soporte moral de sus vecinos.
Doña Cecilia dueña de «El Retoño», su tienda de abarrotes. La escuchamos contando cuentos a sus hijos, «en la penumbra de la cocina o en la media luz del único cuarto en que todos se acurrucaban». Ahí está recitando poemas de memoria, dándole vuelo al baile, al canto, a la imaginación.

El pequeño Juan Ángel no para, va y viene, hace todas las tareas que su madre le encomienda. La ternura nos invade cuando cumple 4 años y decide por su cuenta y riesgo ir solito al fotógrafo:
«llegó el 24 de noviembre, día de mi cumpleaños y como yo había observado que dos días antes, el 22 de ese mes, doña Cecilia se había festejado su propio cumpleaños, entre otras cosas, tomándose una fotografía, pues nada, que allá voy por mi cuenta y riesgo, a tomarme mi foto. El fotógrafo se extrañó mucho al verme llegar sin compañía, pero luego agarró la honda de mi travesura y el motivo que me llevó hasta él y ¡zas! que me toma mi fotografía de cuatro años, con la lengua saliendo por un costado entre mis labios, con mis zapatos rotos y los dedos de los pies de fuera marcando con los dedos de mi mano derecha cuatro años de mi festejo y con la cara radiante de alegría».
Con solo 6 añitos, obedece a todos los mandados, lo vemos rumbo a la dulcería -frente al antiguo cine Imperio- donde se venden las novelas con diálogos y monitos «el Pepín», «el Chamaco» y la novela semanal que se vendía por encargo anticipado y que doña Cecilia no se perdía. Este niño se acuerda de todo, debe llevarle a su mamá «los cigarritos Monte Carlo Extra, un pastelito delicioso de a peso, y de remate unos chocolates Corona de sabor amargo».

Allá vamos con él que aprende a leer y caminar al mismo tiempo empezando por el final para no quedarse con la curiosidad del desenlace.
Y sí, lo entrañable persiste, nos lleva realmente o los sucesos más inverosímiles donde la realidad supera a la ficción.
Vemos la muerte y su desgarradura en Jesusita una de sus hermanas que le enseñó a este niño el territorio de lo más oscuro. Un cuarto, una cajita con 4 cirios iluminando las flores blancas y el duelo. Hasta aquí podemos escuchar los suspiros y las lágrimas.
En la voz y la palabra del pequeño Juan Ángel está también Don José Marcos Chávez Domínguez, su padre. Nos lo dibuja como Juan Charrasqueado, un ranchero enamorado, que fue borracho, parrandero y jugador.
Un ser excepcional, irrepetible, sobreviviente de 12 accidentes, producto neto de su época y su circunstancia. Único varón de una familia de puras hermanas. Un hombre que heredó a sus hijos «la costumbre de hablar sonriendo y con ingenio».

Don Marcos incursiona en múltiples maneras de ganarse la vida: amén de irse a Estados Unidos y a Canadá de Bracero cuando era muy jovencito, se vuelve contratista, constructor de casas y escuelas, reparador de aparatos eléctricos, administrador de un hospital; administrador del viejo cine Olímpico. Don Marcos sacrificaba puercos y también hacía chicharrones.

Le gustaba la música, escuchaba en la noche en su consola RCA Víctor un programa escalofriante que se anunciaba diciendo: «Apague la luz y escuche».
La lucha por la vida instala a la familia Chávez en muchos domicilios: Me detengo en «El Paso real» una hacienda que era lo más parecido a un paraíso, y que fue una de las sedes más afortunadas. El propietario contrató a don Marcos para hacer arreglos de la casa grande y allá vivió el pequeño Juan Ángel. Caminamos de la mano de su mamá por las laderas del río, respiramos el aire que mecen los árboles gigantes, robamos una sandía, o un melón de esos que nacen en tierras arenosas y húmedas.

Nos situamos en el medio de una familia que lucha por salir adelante, con sus baches, sus caídas; sus conflictos producto de una precaria situación económica que siempre rompe el equilibrio.
Doña Cecilia y don Marcos; padre y madre, ambos fuertes de carácter y con un lugar ganado a pulso en el breve espacio de 60 años de matrimonio. Bien plantados sobre la tierra.

Imagino a nuestro narrador reviviendo cada instante, como latidos de una vida que transcurre entre luces y sombras: aprendiendo en la práctica desde muy chico los múltiples oficios: vendedor de periódicos, chicles, cigarros, gorditas, tamales, dulces de calabaza, repartidor de medicinas en bicicleta, aprendiz de albañil. Atleta de alto rendimiento, boxeador que soñaba ser como el Ratón Macías, futbolista. Recordando a sus amigos de sexto de primaria, su entrada triunfante a la secundaria, a contracorriente de lo que se esperaba. Luchando con toda su alma por abrir caminos propios, atravesando el dulce y doloroso puente a la adolescencia, que trae consigo la rebeldía, la mirada crítica ante las injusticias, la pobreza. Un joven que asume las obligaciones de cuidar a los hermanos más pequeños, lavar pañales, alimentar, cargar con ellos. Y que detesta el trago amargo de atestiguar los pleitos entre doña Cecilia y don Marcos que él califica como «dialéctica familiar».

La narrativa no tiene desperdicio, con un fino sentido del humor, Juan Ángel Chávez mira por el espejo retrovisor, descubre la fragilidad de la existencia, nos hace reír: No abuelo no, no le llamé pedorra a la Sra. Tola, solo le dije que me diera mis dulces rápido empezando por las dos últimas sílabas de la palabra que dicha al revés y muy seguido, suena como pidorra-pidorra, pidorra, pidorra y ella lo malinterpretó.
Se atreve a revivir momentos que sin duda responden a esas grandes preguntas que se hace en el principio: ¿Por qué soy como soy, ¿por qué son como son mis padres?, ¿Qué hago en esta vida?
Hay mucho que contar Ahí están: la abuela Ángela, don José Carmen el abuelo cantero, papá Chabelo, el bisabuelo a solas rezando un rosario todas las tardes.  Juan Ángel con sus guaraches de llanta, cantando el corrido de Eraclio Bernal. El primero de primaria y su encuentro con la libertad. La primera bicicleta. Las primeras musas infantiles: Blanquita, Lucerito. Las cantinas. Los paseos con doña Cecilia al cerro de La Cruz cantando en voz bajita. La corriente despiadada del rio Nazas. La bondad del tío Meño. Los tangos que el ciego Goyo le cantaba a doña Cecilia. Genaro el carpintero y su perro asesino. Las tunas robadas a la nopalera. Las vacaciones en Sombrerete en donde lo ajuareaban de los pies a la cabeza. Las amigas de la prima Manuela. Doña Alejandra y sus inquilinos. Las clases de doctrina católica con Felipita. El festejo de la primera comunión. El poema de los 13 años escrito con tinta sangre del corazón. La pandilla, sus pleitos feroces con cadenas y palos, «salvar el prestigio a base de chingadazos», el recuento de los miedos, el pulqueparty. La presencia del profe Héctor García Calderón y su mano generosa y salvadora. Y la del queridísimo profe Tommy Vázquez y su paciencia franciscana.
El aprendizaje sobre la vida, sus miserias, sus bondades y el valor que tiene la solidaridad, la caridad y la misericordia.

Y al final del viaje interminable, la llegada a esa orilla luminosa que se llama Pilar, ¡gran y merecida recompensa!: «Tres años de noviazgo y posterior matrimonio… 37 años vividos a plenitud al lado de la mujer que cambió mi vida para bien»

Gracias Juan Ángel por este bello y conmovedor libro biográfico, donde la belleza de lo grotesco y lo sangriento cobra sentido con imágenes de gran plasticidad, por medio de un lenguaje sencillo desenfadado, dúctil que mimetiza de manera natural la sobrevivencia. Sin duda, el sentido de la picardía, y el comportamiento que nos lleva a situaciones límite de precariedad, muestra en esta narrativa lo más profundo y entrañable del ser humano.

 

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1. Una semana con Saramago(apuntes de Jorge D. Jiménez Perálvarez sobre la intervención de José Saramago en la Universidad de Granada, del 18 al 22 de abril de 2005)