pablo-antunez

La importancia de tutear. Pablo Antúnez

pablo-antunezPoeta de origen oaxaqueño, radicado en Durango, Antúnez nos muestra ahora sus aptitudes narrativas en este relato donde el humor y el erotismo se revuelven en un matraz de laboratorio.

 

 

 

LA IMPORTANCIA DE TUTEAR A UNA MUJER CUYO NOMBRE TERMINA CON A

Pablo Antúnez

¡Lo acepto! Me da por acostarme con cuanta mujer me insinúa ser una fiera flotante en la cama, sólo para cotejar si nuestros cuerpos encajan debidamente al momento de copular. Eso sí, en los espacios académicos soy un hombre pulcro y decente: pongo mi cara de hombre-lechuza capaz de amargarle la noche a cualquier mujer con planes irrevocables de encajar sus uñas en mi espina dorsal, por tal razón, le hablé de usted a Camila para marcar distancia de una buena vez cuando se asomó en mi laboratorio con su insultante sonrisa. A pesar de mi esfuerzo, Camila, sin pudor alguno, me hizo saber el fluir insolente de sus adentros. Dejó su bata sobre un anaquel y acercándose a mi escritorio, murmuró con insidiosa claridad: ¿Quieres apretar mis cosas bellas?
          Algo que podría llamarse prudencia, hizo ponerme de pie al berrido: Camila, no hago eso, no le quiero faltar al respeto.
          —Pero es viernes y traigo muchas ganas de que me falten al respeto, respondió la diabla.
Le ordené detenerse de inmediato. Estamos en un sitio poco apropiado para estas cosas, alegué.
          — ¡Bah!, ¿te quieres hacer el indispuesto eh?
          No, no era pregunta, en su libertina voz identifiqué el tono inconfundible de una mujer desafiada por una razón gratificante.
          Vi asomarse aquel apetito soberbio desde sus ojos, imposible de amordazar con una charla académica, que solía funcionar en mi universidad.
          —Creo que tu ética profesional te afecta demasiado. Relájate, no existe un lugar especial para estas cosas. Nadie se asoma a estas horas de la tarde y las cámaras instaladas en este laboratorio no funcionan. Conozco bien estos edificios. Llevo tres años aquí.
          Sus palabras no sólo estaban en su boca, sino en sus ojos y movimientos también. En cualquier caso, caí en la cuenta de mi situación irremediable: yo era propenso a caer en su diversión siniestra.
          Camila atrancó la puerta y regresó con una agilidad felina hasta donde yo sostenía el matraz con 10 ml de agua destilada.
          Miró reprobablemente mi camisa aún abotonada. Sin la mayor ceremonia, ella colocó las cosas dónde debían estar.
          — ¿Estás segura que las cámaras no funcionan? Le dije al advertir mi situación irremediable. 
          Yo estaba preocupado ¿y cómo no lo iba estar? Pensé en el tiempo invertido para acreditar las pruebas y ganarme la estancia de investigación en esa universidad; una imprudencia en la primera semana podía arruinar mis esfuerzos, tal vez me cancelaban la visa o me hacía acreedor de una amonestación severa por falta a la moral. Pero las palabras dóciles de Camila derribaron mis preocupaciones de raíz y toda comisura ética de mis adentros.
          —¡Lo que me figuraba!, haces abdominales. Murmuró Camila al retirar mi cinturón café. Tomé aire y delegué las labores subsecuentes a mis manos wilas, siempre generosas y colaborativas en estas empresas.
          Su respiración agitada me indicó que el sostén debía volar por los aires en el mismo instante. A estas alturas me importaba una zarandaja si las autoridades norteamericanas me regresaban esa misma tarde a México.
          Rocé sus pezones con mi lengua, arrancándole un pequeño alarido mientras se erguía.
          — ¡Mételo ya! Exclamó Camila aferrando mi pulsante vida con sus alargados dedos. Por supuesto que me rehusé a obedecer sus órdenes. Preferí seguir el estricto orden de las cosas sin precipitar nada en absoluto, fue hasta después cuando me dejé caer quedito sobre ella y me hundí hasta que abrió su boca como un pez, ahí permanecí inmóvil por unos segundos. Camila me afianzó con sus piernas y detuvo sus ojos sonrientes a la altura de mi boca como buscando una palabra tierna, pero en ese instante ninguna frase ridícula paso por mi cabeza por eso opté empujarme más para luego iniciar aquella rítmica faena hasta concluir como si el desenfreno en realidad existiera.
          Tomé aire. Nivelé los ánimos y caminé al escritorio vecino. Agarré el matraz con diez mililitros de agua destilada. Agarré el sensor de pH y continué mi actividad prevista para esa tarde como si fuera posible dominar el impulso desencadenado por una mujer cuyo nombre termina en «a».

 

Pablo Antúnez

Oaxaca, 1983. Es autor de los títulos El amor es una bestia sin huesos (2008) y Mi casa se ha vuelto ave (2011). Varias revistas han publicado sus obras, entre ellas, la revista del Instituto Nacional de Bellas Artes de la Ciudad de México; Replicante de Guadalajara, México; Gavia de la Universidad de José de Caldas de Bogotá, Colombia; Paralelo 30 (Portugal-Brasil); la revista trilingüe ILA-To de la fundación Cross-over y muchas más. Poemas de él han sido traducidos a otros idiomas.