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Últimos días de un país. Odette Alonso

odette-alonsoOdette Alonso, poeta cubana, que hoy en día reside en la Ciudad de México, nos comparte una selección de poemas de su libro Últimos días de un país, que este año fue otorgado LXXXV Premio Clemencia Isaura de Poesía (Mazatlán, Sinaloa).

 

 

 

Odette Alonso
Últimos días de un país

 

Sueños

Esto soñé
una madre con su hijo adolescente
y una casa iluminada
cerca del mar
llena de amigos sentados a la mesa
esperando los manjares de su mano.
Aún no sucedía lo siguiente
ese ir y venir por las alcobas
sin resuello
inventando lo que no podría ser.
Esto soñé
una escalera colgando del vacío
viejas lámparas
y armarios empotrados
que de un golpe se volvieron polvo.
El tiempo se divide
y con un ojo cerrado
la mitad de lo visto es el olvido.
Hay ciudades que sólo viven en los sueños
cofres vacíos de los que apenas queda
un aroma que tal vez nunca existió.

 

Segundo poema de Estefanía

Desde una ventana parecida vi esa playa
los barcos que rielaban la corriente
las torres del puerto
la cárcel vieja al fondo.
En los diques
el viento era un rugido
resplandor de mercurio
agua pesada.
Una estela sobre el mar dejó ese vuelo
y un olor a guayaba
a azúcar que se hiela en el vasillo.

Mientras caía la noche hablábamos de espantos
ánimas que deambulaban por la penitenciaría
quejidos que soltaba el maderamen.
En el espejo vi los ojos de una niña
sentí el veneno de sus uñas en mi boca.
Dormimos abrazadas
la noche era una luna en el asfalto
su risa retumbaba en mi cabeza.

Con el vaho del invierno
las semillas se amargaron.
Canta de un raro modo el viento
nos perturba.
Dos llamas paralelas
dan al atardecer una apariencia insólita.
Hará falta un manantial
un salto hacia el vacío
un sortilegio.

Ella volvió en silencio
con una máscara de odio que era falsa.
Me amaba
como siempre
y yo la amaba.
Con pasos torpes
parodiábamos el ritmo
de esa corriente esdrújula
esa doble mirada.
Húmedas
a la intemperie
extendimos los brazos.
¿Cuánto de nuevo traen estas aguas viejas?
¿Cuánto hay de antiguo en tanta novedad?

 

Origami

Nublado
el ojo mira
a la mitad
la luz que el trópico abrillanta
y reverbera.
La madre advierte
ningún espejo reflejará tu rostro
eres la sombra que en unos días huirá.
Humo serás
memoria de espejismo
canción que nadie evoca.
La madre indaga cuándo
y luego calla
el silencio ha sido siempre idioma familiar.
El ojo
a medias
busca el olor de la caña
ácido
y no dulce
en la figura de origami
en el doblez perfecto de la garza.
El sueño grita al fondo de la oreja
y en el ojo
como nublado río
la pócima
y no el elíxir.

 

Bósforo

Tras la cortina del Bósforo
una anciana vende estampas
héroes o santos
mortecinos
revistas de crímenes
y cómics.
Se acomodan
ahogados
los suspiros
bailan tatuajes
sobre el brazo que se extiende
y cobra
ese licor que humedece
unos billetes de más.
Siempre es de noche
en los muros carcomidos
y en las letras del grafiti
rojas
sobre el dintel.

 

Interferencias

Sobre el aire pesado de la costa
barcos sin pasajeros
flotan en una luz opaca.
Se oyen voces
hablan de la alegría de los pobres
herederos de una tierra donde crecen desencantos
dones insuficientes
palabras que adornar de altisonancia.
Esos que hablan
han visto otros caminos
y otros frutos
pero dicen preferir ese vacío
esa figuración de extrañas esperanzas
liturgia del olvido
y de la culpa.
Sin duda hubo otro tiempo
y otro tiempo vendrá.
¿Nos salvarán esas edades
de la ruina?

 

Caja de resonancia

Viejos tonos que evoca el cuerpo
secretos tras la verja familiar
ojo asomado al infinito son
de los ferrocarriles.
Una caja de madera
antigua
contiene el ámbar
de la tarde hecha pedazos.
En el patio
el abuelo afila los cuchillos
la navaja de afeitar
la grieta de una lengua
inquisidora.
La noche llegará
y el silbido de un radio
de onda corta
atizará el recuerdo
viejos tonos que evoca el cuerpo
caja de resonancia.

 

La fiesta que no fue

Acompasada cae la gota
indiferente
zumba el insecto delante de mis ojos.
Se borraron las fotos del álbum familiar
queda sólo una fecha
un contrato rasgado
y en la mesa
las viandas que ya no comeremos.
La abuela llora todo el tiempo
todo el tiempo está enferma
y temblorosa
rezando una plegaria inútil.
El abuelo le recrimina el vientre flojo
que no dio hombres como él.
Nunca son nuestras las casas de la infancia
vacíos los estantes
medidas las sal
y la esperanza
el silencio es la única respuesta.

 

Casas del verano

En medio del azul brillan las alas
el viento trae los cantos del verano.
Nada es nuevo
y bajo el sol es nuevo todo
una ruleta que se hunde y que regresa.
Todo oráculo confirma lo soñado
un prodigio
una inscripción
una montaña.
Una casa en la palma de mi mano.

Las casas que habité viajan conmigo.
Son un nombre de mujer
una plaza donde la noche se hizo verso.
Son el miedo y el amor que se desdice
que canta y luego calla y luego llora
ése que danza sobre las aguas calmas
donde un letrero advierte
«Peligro
aguas revueltas».
Las casas que habité son esas aguas.

Detrás de la ventana
el aguacero
una linterna de humo
cuatro muchachos en un cuarto prestado
y Del 63.
El que canta es también un niño viejo.
Es agosto tal vez
y un año que comienza con un ocho.
La música atraviesa la ventana
se hace luz sobre la noche
y sobre el mar.

No es aquí donde el sol trae a los bañistas.
«Aguas revueltas»
advierte ese cartel
cuando la tarde
fría
se desploma sobre el lago.
El hogar es a veces un tatuaje
un ruido de tambores
un adiós.
El hogar es entonces soledad.

Ella compró naranjas
endulzó mi café
decía buenos días sin importar la hora
porque todas las horas eran buenas.
Ella pintó mi casa y se pintó la cara
con la luz que brotaba de mis ojos.
En días de aguas calmas
adivino
el peso promisorio de su seno
la espalda erguida
el gesto juvenil.
La imagino desnuda
sólo piel.

El cadáver de un insecto se exhibe
lujurioso
mostrando lo que fue.
Me siento a contemplarlo
una pose acrobática
las alas extendidas
transparentes.
Es un oráculo
tal vez una esperanza.

Cada mañana
mientras canto
camino por una casa que no existe
una casa que es todas
y ninguna.
Amanezco sobre esa agua
donde transcurren los vacíos.
Bajo ese sol
busco el trazo que esquive las preguntas
y el mar que se diluya entre mis ojos.
Cada mañana
mientras bebo un café más bien aguado
y mi dedo acomoda las noticias
canto.

Y de pronto me veo en una sala de aeropuerto
con una caja de cartón entre las manos.
Adentro laten las casas que habité
y las que aún no conozco.
Es el verano del noventa y dos
y escondo unos papeles adentro del zapato.
De pronto estoy frente a un altar de santos
en un cuarto de azotea
helado y con neblina.
De pronto canto y luego callo y luego lloro
bajo mi propia sombra
transmigrando.