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Los 250 años de Beethoven y el silencio de la cultura mexicana José Manuel Recillas

juan-manuel-recillasEl 16 de diciembre se cumplieron 250 años desde el natalicio de Ludwig van Beethoven. José Manuel Recillas, escritor y melómano mexicano, nos brinda su visión de la obra del genio de Bonn y, a la vez, reflexiona sobre la falta de interés por la música clásica en el medio literario mexicano.

 

 

 

Los 250 años de Beethoven y el silencio de la cultura mexicana

José Manuel Recillas

El año recién concluido, 2020, será recordado de muchas formas, pero en el ámbito de las artes, lo será por la gran celebración que no se pudo dar: el cuarto de milenio del natalicio del más grande músico que haya visto la historia: Beethoven. Para la mayoría los escritores y poetas, el aniversario pasó de noche, sumergidos en sus pequeñas batallas de intereses personales y con una visión tan inmediatista como la de los políticos que nos han gobernado desde tiempo inmemorial. Para los músicos y melómanos el aniversario iba a significar una celebración mundial, no porque cada año no se interpreten sus sinfonías, sino porque a ello se sumarían los cuartetos y las sonatas para piano solo y las de violín, las de violonchelo, su única ópera, Fidelio, sus obras sacras, como la Misa solemnis y el oratorio Jesús en el monte de los olivos. Nada de eso fue posible, pero igual se celebraron conciertos virtuales en todo el mundo, se impartieron conferencias, y los números monográficos dedicados a su memoria aparecieron en todas las lenguas. Para todo el mundo culto, el natalicio del genio de Bonn no pasó desapercibido, excepto para las revistas literarias. Para la mayoría de nuestros poetas el nombre de Beethoven les ha de sonar tan extraño y ajeno como el de los españoles a los pueblos originarios de América hace ya casi medio milenio. Y salvo que algún miembro de la familia del escritor estudie música, para la inmensa mayoría la llamada música clásica o culta le es del todo ajena.

Para aquellos poetas que escuchan rock, una gran mayoría, o jazz, el nombre de Beethoven no les debería de ser ajeno, ya que fue el genio de Bonn quien inventó casi dichos géneros hace más de 200 años, antes que los sonidos de las guitarras y bajos eléctricos, los riffs, las síncopas e improvisaciones, la música política y el arte y la poesía comprometidos aparecieran en el horizonte. Pareciera que los riffs del hard rock los hubiese inventado Beethoven cuando escribió su Quinta sinfonía. Las asombrosas síncopas del jazz cuando concibió su descomunal Hammerklavier, en su momento considerada una obra imposible de tocar tal como había sido escrita. Es discutible que haya inventado dichas cosas, pero en la actualidad los músicos de esos géneros, como Winton Marsalis, Ian Anderson, entre un sinfín, reconocen aspectos de su quehacer musical en el genio de Bonn. Hasta John Williams ha encontrado en Beethoven anticipaciones de su partitura para Jaws.

Lamentablemente, en los espacios literarios la incultura en torno al fenómeno musical es casi absolutamente abrumador. Se podrían contar con los dedos de una mano los poetas que podrían hablar inteligentemente de música. Los que la escuchan con regularidad son una minoría, pero incluso entre ellos, muy pocos podrían decir algo que no fuesen vagas generalidades. Mucho menos sobre Beethoven, porque la pandemia hizo imposible que se pudiera tocar su música este año. Pero bien sabemos que en los años previos, sin pandemia, los poetas no suelen ir a salas de conciertos a oír música clásica. Las razones son muchas, y no vale la pena mencionarlas. El hecho concreto es que el poeta mexicano en su inmensa mayoría tiene oídos de artillero. Incluso la relación de Octavio Paz con la música clásica se limitó a dos esquelas, una a la muerte de Silvestre Revueltas, totalmente retórica y sin la menor relevancia, y otra a la de Carlos Chávez, igualmente vacua e intrascendente. Xavier Villaurrutia apenas escribió un artículo satírico contra las sopranos, y Jorge Cuesta escribió tres artículos, uno dedicado a una desaparecida sinfonía proletaria de Carlos Chávez, otra a la visita del director de orquesta Ernest Ansermet. Eduardo Lizalde, por su parte, pertenece a la secta de los operópatas. En el siglo xix apenas un puñado de escritores escribieron sobre música, como Amado Nervo o Gutiérrez Nájera. Quizá nuestra única excepción sea la de Juan Vicente Melo, quien escribía las notas a los programas de la Sinfónica de Xalapa, antes de que Juan Arturo Brennan se volviera el único redactor de ese tipo de notas en todo el país.

Hablar de Beethoven entre poetas, en una revista para poetas, es como hablarles de física nuclear. Han de pensar que es música para viejitos, que tal vez su padre o abuelo oían en las tardes o en la noche, o algo que no les dice nada a ellos. Tal vez ni se pregunten porqué hay gente que sigue oyendo esa música hoy en día. Los más aguerridos seguramente han de pensar que es una completa pérdida de tiempo ir al Palacio de Bellas Artes y dedicarle una hora y media a una obra escrita hace más de 200 años. Hay asuntos más importantes, como gritar consignas, defender regímenes corruptos pero que solapaban institucionalmente la corrupción y el acaparamiento de beneficios de forma discrecional. Eso es más importante, seguramente.

¿Por qué es importante, entonces, la música de Beethoven? ¿Por qué es más importante que esos asuntos tan inmediatos en los que se hallan concentrados, como hormigas obreras, nuestros poetas? La primera razón es que prácticamente todo lo que escribió Beethoven es una obra maestra, y ese solo hecho marca indeleblemente al escucha para siempre. Por supuesto, cuando hablamos de "obras maestras", a la mayoría de nuestros poetas de hoy en día les da urticaria mental, porque dicho concepto atenta, según ellos, contra nuestra idiota y superficial idea de la igualdad y de la equidad. Pero justamente para curar esa urticaria mental, es que deberíamos escuchar a Beethoven, porque sus sinfonías, así como su ópera Fidelio, hablan de eso y lo hacen con un lenguaje supremo frente al cual, todos los poetas de la actualidad que hablan de poesía comprometida o la escriben parecen aprendices de brujo.

Ninguna obra es tan paradigmáticamente beethoveniana, tan revolucionaria, tan arrolladora, como la Novena. Y es tal el tamaño de dicha sinfonía, que basta con nombrarla así, la Novena, para saber de qué obra y compositor se está hablando. Con ninguna otra obra se puede lograr lo mismo. Pero no es sólo ese aspecto anecdótico lo relevante. La Novena es casi un retrato del propio compositor tanto como de toda la humanidad. Empieza desde un tono fúnebre, en re menor, característico de la música fúnebre (todos los réquiems están escritos en esa tonalidad), y concluye con el coral festivo más extraordinario jamás escrito. Sus sinfonías nos revelan que lo contingente nunca determina lo esencial, la unidad de todos los seres que pueblan el mundo. Frente a lo contingente, que es el caos, ese murmullo asombroso con que empieza la Novena y el cuarto movimiento, la Schreckenfanfare, está la esperanza de un cambio que abarque a todos, y no solo a unos cuantos. Ningún poema, ningún programa político, supera esa propuesta beethoveniana. Y lo hace con un lenguaje tan sublime, tan elevado, que es capaz de desnudar incluso a los falaces que buscan apropiarse de ella para sus fines, como lo hicieron los nazis en el cumpleaños de Hitler, como lo hizo Samuel Rhodes cuando la adoptó como el himno de Rodesia. George Steiner se preguntaba si la música puede decir "no" frente al mal uso que se pueda hacer de ella. La Novena de Beethoven muestra que puede hacer más que eso. Puede mostrar la vileza de quien con fines aviesos intenta apoderarse de su discurso como si fuera de su autoría, y lo desnuda frente a todos.

Pero no sólo eso, que no es escasa cuestión. A diferencia de cualquier discurso literario o político comprometido, el placer que proporciona la Novena es superior a cualquier otra experiencia. Más aún, al enarbolar los ideales de igualdad, libertad y fraternidad, lo hace de tal convincente forma que las palabras salen sobrando. Tales ideales se mantienen vivos a más de 200 años de haber sido enarbolados, pero nadie como Beethoven los ha defendido, siendo su titán principal. Y se puede decir que si alguien ayudó a modelar la modernidad como nadie, ese alguien fue Beethoven. La música de concierto como la conocemos, las orquestas, la música de cine, el rock y el jazz, el negocio musical tanto como el arte comprometido, se lo debemos todo a él. nadie ha cambiado el mundo de formas tan imprevistas y asombrosas, como él.

Frente a la proeza intelectual alcanzada por Beethoven, apenas un puñado de otros se le pueden equiparar: Shakespeare, Dante, Cervantes, Goethe, Miguel Ángel, Leonardo, y entre sus colegas de oficio, Bach, Mozart, Mahler, Brahms. Hay otro elemento que lo coloca por encima del resto, incluso de ese pequeño mundo de gigantes con la sola excepción de Mozart. Es algo en lo cual no solemos pensar. De todos ellos podemos señalar a otros contemporáneos que nos permitan entender el contexto en que hicieron su obra. Pero en el caso de Mozart y Beethoven ocurrió algo que no tiene precedentes ni similares en ningún otro ámbito de la historia del arte. Ambos abarcan más o menos un siglo, siglo y medio de historia del arte occidental. Cuando Haydn escuchó al joven Mozart, se dice que vaticinó: "Usted va a hacer que todos nosotros seamos olvidados". No se equivocó un ápice. Porque Mozart y Beethoven juntos borraron del mapa casi siglo y medio de música, de compositores, y sólo ellos brillaron en el horizonte musical de Occidente durante siglo y medio. No hay nada absolutamente comparable a eso en ningún otro terreno de la historia del arte. Y no porque sus contemporáneos fueran, como diría más tarde Schumann de los críticos de su tiempo, músicos veterinarios,(1) o palafreneros.

Es tal el tamaño y la sostenida calidad de la obra de Beethoven en todos los campos: tanto en la sinfonía como en la música de cámara, es tal su exigencia tanto en el intérprete como en el escucha, que constantemente desafiaba a unos y otros por igual, como de hecho lo sigue haciendo hasta el día de hoy. Nadie cambió el rostro del artista frente al poder y dignificó su ejercicio artístico, como Beethoven. Todos los que vinieron después de él, sean poetas, pintores, dramaturgos, cineastas, poetas, narradores, incluso filósofos, le están en deuda, lo sepan o no.

Como les pasa a los españoles con el inglés, una lengua a la cual son ajenos por el fascismo de Franco, no sorprende que a los escritores mexicanos, principalmente a los poetas, el mundo de Beethoven les resulte ajeno. Igual que los españoles con el inglés, jamás lo frecuentan ni por accidente. Siempre tienen cosas más importantes que hacer que acercarse a su obra y conocerla. Es comprensible, pero lamentable, que la cultura mexicana en su conjunto haya sido omisa al festejo del más grande genio de la humanidad en el 2020. No sorprende que el silencio a todos los temas al respecto, la grandeza del genio, el impacto de la obra fruto del genio,(2) les sean ajenos a nuestro medio. Lo contingente es lo que predomina entre nosotros.

La pandemia del covid parece haber vencido al Goliat de la música, pero incluso en esa contingencia nada favorable para los conciertos presenciales, la música del genio de Bonn sonó en todo el mundo en el 250 aniversario de su natalicio. Nuevos ciclos de sus sinfonías aparecieron, de sus cuartetos y sonatas para piano, filmes y documentales, infinidad de artículos y libros le fueron dedicados, desde periodistas hasta filósofos, reporteros, poetas (fuera de México, por supuesto). Pueden haber estado vacías las salas de concierto, pero Beethoven halló nuevas formas de llegar a los más recónditos lugares del planeta. Para mí, 2020 fue el año de Beethoven, como todos los años lo son, tanto como el del genio. Cerrar el año con un artículo sobre el genio y qué es, fue mi forma de conmemorar al genio de Bonn.

Ciudad Pandemia, diciembre de 2020

 

José Manuel Recillas (1964) es Presidente y fundador de la Academia Mexicana de Poesía (2016).Con un mes de diferencia obtuvo los premios Nacional de Ensayo Crítico Evodio Escalante 2016 por el libro Catábasis y θεία μανία y el X Internacional de Poesía Gilberto Owen Estrada 2015-2016, convocado por la UAEM por el libro Atrévete a mirar, tú, que no quieres. Recibió la Cátedra Sergio Pitol en 2012 por el Centro Universitario de los Lagos, dependiente de la Universidad de Guadalajara, por su traducción y edición a la obra de Gottfried Benn (Un peregrinar sin nombre. Escritos fundamentales, 2010).  Autor de múltiples libros.

1. Véase al respecto lo que señalo en José Manuel Recillas, «Beethoven, el genio», Liber No.9, Otoño de 2020.
2. Véase, al respecto, José Manuel Recillas, «Asombro cósmico. Una reflexión acerca del genio», en Vuelo de jaguar; José Manuel Recillas, «Melancolía y serialidad homicida», en El Gólem; y José Manuel Recillas, «Enteogenia, ‘rapto’, ‘transporte’, y ‘agradable violación'», en Vuelo de jaguar.