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Juan Manuel Roca

Presentación La Otra 132

El miedo

leyva-feb2018
José Ángel Leyva
Alina Dadaeva
Alina Dadaeva
El poeta colombiano Juan Manuel Roca escribe el texto de presentación de La Otra, cuyo tema central es El miedo. Alina Dadaeva, escritora de Uzbekistán, de cultura rusa, ha coordinado este número dedicado a dicho tema, cuyos valores, alimentados por la industria del miedo, impiden al hombre moderno valorar la vida como una experiencia del otro en uno mismo. El miedo como fuerza destructiva y enajenante, como imposibilidad.

 

 

EL MIEDO, SIEMPRE

Juan Manuel Roca

I.
José Ángel:

Hemos sido educados en el miedo, en una cultura del temor a algo que no siempre resulta visible. De ahí su eficacia. Miedo inspirado en una violencia que ya pasó o que está por pasar y en el intermedio la imposición de una violencia cotidiana, vista muchas veces como único destino histórico del país. O como un espectáculo que solo concierne a las víctimas directas de un ancianzado conflicto.
Hemos crecido entre temores religiosos y políticos, temores que por supuesto producen una parálisis social, aunque no podemos olvidar las miles de luchas de todo orden. Esa parálisis política que promulgan a veces cuenta con teorías sofisticadas para la no-acción, inspiradas en las ideas peregrinas de que si no hay una causa perfecta -que es algo inexistente-, resulta mejor resguardarse en la apatía. Es de esa manera como la invisibilidad del miedo trabaja a favor de quienes lo manipulan: hay una suerte de minado de la realidad para que ahora no haga explosión a nuestro paso, sino una implosión en un territorio de incertidumbres.  Sin duda hay un intento por acabar con los campos largamente minados por la guerra en Colombia, y sin embargo no se da paso a una suerte de desminado cultural. Una legión de políticos, de periodistas, de opinadores e ideólogos siguen minando el lenguaje de la zozobra, fomentando falsos peligros que supuestamente trae la paz, asustando con leyendas negras como el falso Golem del Castro-chavismo.
Es cuando los discursos de la derecha falsifican, escamotean o inventan hechos fraudulentos y  supuestas amenazas fantasmales. Se niegan, por ejemplo, a aceptar el cambio de rumbo de una guerrilla sin arraigo popular, de un número importante de hombres desarmados que acceden o intentan acceder a un órden político legal, en el debate de ideas, sean las que sean. La fortaleza de esos francotiradores del miedo no se empeña en discernir sino en atemorizar. Nunca estarían de acuerdo con el pensador anarquista Rafael Barret cuando habla del miedo: «no hay cosa tan cruel  como el miedo cuando el miedo tiene las armas en la mano». Del aserto de Barret se colige que un ejército no es más que una legión de hombres que lleva por delante la bandera del miedo.
El miedo fomentado, y añorado por una derecha anquilosada, por una ideología fija a un pasado de temores que les deja muchos réditos, es el que quisieran perpetuar para hacer diana en la opinión pública, que por lo general es la opinión de quienes no tienen opinión.
El miedo deviene hipnósis colectiva, pérdida de la conciencia de sí mismo, uniformidad de pensamiento, mansedumbre de rebaño. No es una falsa analogía la del Quijote cuando ve en una manada de ovejas un ejército: todo ejército implica mansedumbre y obediencia. Atizados por el miedo al otro, van armados y dispuestos a matar. Cambian de atavíos según los países pero su verdadero uniforme siempre es el miedo. No creen en una suerte de ley sociológica que llevando el gallardete del temor lo que hacen es poner también las armas en manos del perseguido. Un silogista diría que ahí está buena parte del negocio de la guerra.
Bastaría con pensar en Hobbes cuando afirmaba que «la única pasión en mi vida es el miedo». Estamos inmersos en él. Hermana del miedo es la avaricia, esa lepra del alma. El avaro se sirve su banquete de solista, su cena de Epulón en platos sin fondo, mientras cerca sus dominios y arma su ejércitos particulares, como ocurre en el latifundio colombiano y el gran fomentador de odios y miedos que quiere regresar a la presidencia a través de un subalterno.
Me molesta tener que pasar de una reflexión general a una particular, no por miedo, precisamente, como por tener que descender a nombres tan despreciables como el de Álvaro Uribe Vélez. Su candidato a la presidencia, otro obsecuente con el miedo, parece ser mejor su fórmula vice-presidencial. Bichos como estos siempre acuden a la sacralizada palabra patria, como asintiendo a la idea de que «sólo el egoismo y el odio tienen patria» y que se trata de un artilugio para hablar del Estado, que según Bakunin no es más que «la abstracción metafísica, mística, política, jurídica de la patria», aunque detrás de esas palabrejas haya juzgados, capillas, presidios y cuarteles, muchos cuarteles. Alguien le pregona a las masas que quienes tienen ideas revolucionarias frente el establecimiento solamente quieren quitarles la patria, pero «los obreros no tienen patria y por tanto no se les puede quitar lo que no tienen», y ya no recuerdo si fue Carlos o Groucho Marx quien lo afirmaba. Hay que ver el éxtasis, los ojos entornados y las voces melífluas de personajes tóxicos como el caballista ya mencionado cuando hablan de la patria. Esta reflexión de Samuel Johnson les viene muy bien: «el patriotismo es el último refugio de un bribón».
Una pariente cercana al miedo es por supuesto la mentira, ese coctel de verdades a medias y calumnias que ahora llaman la postverdad. Ese raro bebedizo tiene al menos tres gramos de insidias, dos miligramos de rumor y una guarnición de aire podrido. La mentira y la calumnia pasan como un beso oscuro de boca en boca y cada comensal le agrega un veneno a su gusto.  El miedo ha logrado que buena parte del país se haya subordinado a la barbarie. Y que en el fondo muchos lo celebren. La verdad, sólo hay que temerle al miedo.

II.
Me pide «La Otra» que cuente cómo se ha filtrado en mi poesía el miedo y una manera de ser refractario a él. Digo mi poesía, o al menos lo que quisiera serlo. A grandes trazos esbozo lo siguiente:
Mi generación ha vivido y sobrevivido de manera evidente, sobre todo a dos miedos impuestos, con  derivaciones y regresos a las raíces de la violencia del 9 de abril. Uno de esos momentos lo vivimos en los años ochenta bajo el llamado Estatuto de Seguridad de Julio César Tubay Ayala. En su gobierno se incrementaron las torturas y los desaparecidos, se abrieron las compuertas al narco-tráfico pero había una también una exultante atmósfera de rebelión. El otro cultivo del miedo se dio de forma muy intensa en los dos períodos de Uribe Vélez. No es gratuito que Turbay Ayala apoyara a Uribe hasta su muerte en 2005 y hablara de cierta ilegalidad que se requiere para aceitar la maquinaria del estado. Decía que la corrupción había que «bajarla a sus justas proporciones».
¿Y los poemas? Se escribían.¿Y el festejo? Seguía vivo entre los jóvenes que pensaban con Jaime Bateman que la revolución era una fiesta, aunque fuera difícil aprender a bailar con armadura. Un año antes de terminar el gobierno de López Michelsen (1977) escribí uno con el título de «El Miedo». Decía entre otras cosas: «Se quiebra una rama en oscuros matorrales. ¡Atención! El asesino limpia su puñal color de luna» y por supuesto hablaba de una violencia rural no necesariamente partidista. En 1984, bajo el gobierno de Belisario Betancur, en el libro «País Secreto» hice un prontuario de miedos, en cierta forma una colección de poemas como un parte de guerra, un cuadro clínico de un país que transcurría entre la sociopatía y el sueño, un país que de milagro dejaban salir a la calle. En el poema «Una carta rumbo a Gales» aparece ese país que era una confusión de calles y de heridas, hay una legión de hombres torturados y una forma anómala de «vivir entre lunas de ayer, muertos y despojos», hay mucha nocturnidad, toques de queda, requisas a nombre de nadie, paisajes exiliados, ciudades ominosas, momentos en que creía tener «más amigos en las tumbas que en los bares» y la certeza de lo efímero del poder: «con coronas de nieve bajo el sol cruzan los reyes». Ah, y un deseo de ser arena y no aceite en la maquinaria del establecimiento. La verdad, me hubiera gustado no tener que escribir esos poemas que fueron espoleados por el miedo.

III.
TRES POEMAS

UNA CARTA RUMBO A GALES

Me pregunta usted, dulce señora,
Qué veo en estos días a este lado del mar.
Me habitan las calles de este país
Para usted desconocido,
Estas calles donde pasear es hacer
Un viaje por la llaga,
Donde ir a limpia luz
Es llenarse los ojos de vendas y murmullos.

Me pregunta
Que siento en estos días a este lado del mar.
Un alfileteo en el cuerpo,
La luz de un frenocomio
Que llega serena a entibiar
Las más profundas heridas
Nacidas de un poblado de días incoloros.

¿Y el sol?
El sol, un viejo drogo que ha lamido esas heridas.
Porque sabe usted, dulce señora,
Es este país una confusión de calles y de heridas.

La entero a usted:
Aquí hay palmeras cantoras
Pero también hay hombres torturados.
Aquí hay cielos absolutamente desnudos
Y mujeres encorvadas al pedal de la Singer
Que hubieran podido llegar en su loco pedaleo
Hasta Java y Burdeos,
Hasta el Nepal y su pueblito de Gales,
Donde supongo que bebía sombras
Su querido Dylan Thomas.

Las mujeres de este país son capaces
De coserle un botón al viento,
De vestirlo de organista.

Aquí crecen la rabia y las orquídeas por parejo,
No sospecha usted lo que es un país
Como un viejo animal conservado
En los más variados alcoholes,
No sospecha usted lo que es vivir
Entre lunas de ayer, muertos y despojos.

 

CARTA DEL INCIERTO

A María Luisa Mejía

No por incierto,
Dejaré de escribir
Esta carta
Con matasellos
Del limbo
Y una grafía brumosa.
Una carta de un país
Que dejamos de ver
Al doblar una esquina,
Un país
Como un corredor
De fondo
Que huye de sí mismo
Y es desatado tifón
En plena noche.
No por incierto,
Dejaré de escribir
Una carta
Sin remitente
Para decirte
Que no es bueno
Tener más amigos
En las tumbas
Que en los bares.

 

LUNA NEGRA DE 1930

Yo recuerdo ese año,
El más feliz de mi vida.
El más feliz por la más feliz de las razones:
Tenía opción para el silencio,
No había nacido todavía.
Ahora recorro el mismo país,
Las mismas gentes que hablan
De política en cafés de mala muerte.
Y me digo: asombroso
Que dejen salir este país a la calle.
Batidas callejeras,
Requisas a nombre de nadie,
Oscura cetrería en todos los umbrales.
Hay en todo esto una celada,
Un poema como blanco talismán.
Luna negra vestida de azabache
Mi país, noche emboscada.