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Francisco de Asís Fernández. «El inventor de las constelaciones»

francisco-de-asisEl poeta nicaragüense comparte con los lectores de La Otra, las cartas que le han enviado los poetas Antonio Gamoneda, Raúl Zurita y Juan Carlos Mestre, además del prólogo que nuestro compañero Víctor Rodríguez Núñez ha escrito generosamente para su próximo libro.

 

 

 

Tres cartas para un libro:  La invención de las constelaciones, de Francisco de Asís Fernández y un ensayo de Víctor Rodríguez Núñez.

 

Antonio Gamoneda

Antonio Gamoneda
Antonio Gamoneda

12.3.17

Mi querido Francisco de Asis, qué bueno tener amigos tan inteligentes y sensibles como Raúl Zurita, que te dice soberanamente bien verdades que yo comparto hasta la última letra. Tenemos muy claro, Raúl y yo, con muchos más, que eres un magnífico gran poeta, que tus significaciones versales emanan un fuego que acaricia, ilumina y conduce la comprensión a elevaciones poco frecuentes. Tu único defecto consiste en haberte ocupado más de poner en valor la poesía de los demás que la propia tuya, así que tendrás que corregir el defecto además de, para beneficio y para colmar impaciencias de cuantos te queremos y admiramos, escribir a toda pluma. ¿De acuerdo? También yo tengo que escribir (ya veré qué) a nuestra inolvidable Gloria, a nuestra querida Gloria, que, como siempre, ando a carreras y cargado de tareas atrasadas, pero todo se arreglará. Mientras tanto, has de darle grandes besos de nuestra parte, sin olvidarte tú de coger el abrazo intercontinental de Angelines y de tu viejo Antonio

 

Raúl Zurita

Raúl Zurita
Raúl Zurita

Queridísimo Francisco,
Te escribo para comentarte la tremenda impresión que me ha causado La Invención de las constelaciones. Está entre los libros más bellos que he leído en mucho tiempo y me dejas admirado, maravillado. He visto muy pocos poetas que reúnan como tú lo más tangible y concreto con el máximo vuelo, lo real y tangible con el sueño, la experiencia cotidiana con lo trascendente, que reúnan en una sola voz lo mejor el exteriorismo con su capacidad de nombrar las cosas, con su concreción, con no perder nunca de mira lo que se está mostrando; con el vuelo metafísico de los grandes poetas de la visión interior. Es realmente conmovedor y admirable, tú juntas a Pound y Cardenal con Rainer María Rilke y creas algo nuevo. Es un exteriorismo que no se automutila, que no renuncia a la subjetividad ni a la invención, es decir, que no renuncia al desgarro de la propia experiencia, a la experiencia de la propia debilidad, de la senectud y de la muerte ni a los ángeles sin por eso caer en la absoluta subjetividad de todo del (para mí insoportable) pequeño dios del creacionismo ni en los malabarismos gratuitos de los neo barrocos.
Me maravilló Francisco, tus poemas son concretos y al mismo tiempo de un gran aliento, los ves, los sigues con la mirada y a la vez los sientes, tus ángeles son reales, tan reales como esos ángeles de Nikos Katzantzakis en La última tentación de Cristo que descienden al huerto de los olivos para mirar a Jesús y se maravillan de la belleza de la tierra y se dicen que ese es el Paraíso. Tus poemas de amor son maravillosos. Gan poesía Francisco, eres un notable poeta. Y vaya que es difícil serlo después de Cardenal. Tú permites que todo lo humano; le sueño, el mito, la vida diaria, el génesis y el apocalípsis, entre como todo entra en el poema sublime del Canto de la criaturas de San Francisco. Tu dejas entrar a la hermana muerte personal, pero también a la vida y tu poesía es conmovedora entre muchas otras cosas porque lo que dices es más verdadero que la palabra verdad: es alta poesía. 
Perdona lo desordenado de esto, hay muchas otras cosas que quisiera decirte y que ya irán saliendo, fue una gran alegría verte a ti y ver a Gloria, todo el cariño a ambos, todo el amor mío y de Paulina
Raúl
04-marzo-2017

 

Juan Carlos Mestre

Juan Carlos Mestre
Juan Carlos Mestre

Mi querido Francisco de Asís, fue una gran alegría, un precioso acontecimiento afectivo el conocerte, el abrazarte, el sentirme tan cuidadosamente acogido por ti en tu ya también inolvidable Granada. Gracias, muchas gracias por toda tu generosa cordialidad y cariño, no hay palabras que estén a la altura de lo que tú, Gloria y los demás amigos que te ayudan en la tarea nos ofrecisteis. Leo siempre, cada semana, tus poemas, tan en la relación intacta de lo nuevo, y no siempre encuentra uno el momento para hacerte saber la alegría de cada entrega tuya. Ahora releo el libro que me envías, releo la certeza en la que estuve, la sagrada voz que lo habita, el ámbito de luminosa revelación que tu voz convoca en él. El libro es enorme en su delicadeza de voces, en su amparo, también en su hospedaje de conciencia, acaso la más alta exigencia que aún pueda tener el poeta ante los desafíos del vacío. En esa fundación tuya que es cada poema del libro habitan los seres que han hecho del lenguaje una forma de duración, otra forma de responsabilidad ante la ética del otro, del acogido en la semejanza de nuestra propia intemperie. Tú sabes perfectamente que sonrisa inmaculada recorre esos rostros, el rostro del sueño de esas palabras. Y sabes también con cuanta emoción te pongo yo ahora estas tan menores sobre lo fecundante de lo tuyo. Va mi abrazo recién nacido para vos, mi ya inolvidable poeta.

Tu amigo, Juan Carlos Mestre. 

 

 

 

El inventor de las constelaciones

El 27 de enero de 1963, La Prensa Literaria de Nicaragua publicó el manifiesto del grupo de poetas «Estandarte de Bandoleros», con cuartel general en Granada. De entrada, el texto urgía a «cumplir con nuestros deberes para con esta tierra, redimiéndola de la imbecilidad y la injusticia». Enseguida apuntaba con lucidez que «vale la acción más que la palabra: no pretendemos repetirlo sino practicarlo.» Y luego hacía votos por «la incorporación del pueblo a la cultura» y por el evangelio, «la más auténtica, digna y elegante actitud del hombre ante los misterios, y los problemas de la vida.» Sobre todo, el texto defendía la necesidad de la poesía: «Nadie tiene derecho a pretender que un poema sea más útil que un taburete. Admitimos igualmente que nadie tiene derecho de pretender lo contrario.» Por último, los firmantes asumían la condición de bandoleros ya que, en la Nicaragua de su tiempo, «la inteligencia es crimen y la poesía un delito» y corresponde colocarse «al margen de la ley».  Uno de los firmantes de ese manifiesto, y el que ha sido más fiel a la poesía en vida y obra, es Francisco de Asís Fernández (1945). La consecuencia de su quehacer poético con estos principios, desde sus primeras manifestaciones hace más de medio siglo hasta el libro que el lector tiene entre las manos, es ejemplar.

Afirma Julio Valle Castillo que Francisco de Asís Fernández «nació en Costa Rica porque sus padres, huyendo de la persecución política del somocismo, se exiliaron en el país vecino». Según el investigador, nuestro poeta creció en un ambiente «de conspiración, inspiración y consumo de las bellas artes», entre Nicaragua, México y España; y de joven, vivió en Puerto Rico y Estados Unidos. En 1968 publicó su primer libro de poesía, A principio de cuentas, con ilustraciones de José Luis Cuevas. Le seguirán La sangre constante (1974), En el cambio de estaciones (1978 y 1982, ilustraciones de Fayad Jamís), Pasión de la memoria (1986 y 1987), Friso de la poesía, el amor y la muerte (1997, ilustraciones de Orlando Sobalvarro), Árbol de la vida (1998), Celebración de la inocencia: Poesía reunida (2001), Espejo del artista (2004), Orquídeas salvajes (2008), Crimen perfecto (2011) y La traición de los sueños (2013). Si la poesía es «producto del matrimonio entre la sensibilidad, la imaginación y la cultura», como postula el autor en su «Receta de cocina» de ese último libro, en su caso estamos desde el inicio no ante una unión conyugal por conveniencia ni mucho menos una aventura sexual que mengua con los años, sino ante un menage a trois cuyo tremendo erotismo no se cura con nada y que resulta una profunda relación de amor.

La invención de las constelaciones remite, desde el título hasta el último verso, a la creación del mundo. Esto constituye una necesidad porque, a juicio del sujeto poético, «perdimos el rastro de las razones de la creación» («Babel»). En este mundo lleno de sinrazones hay unos personajes decisivos: los ángeles. Estas criaturas simbólicas son testigos: «y hay cientos de millones de ángeles en el cielo/ contemplando la ruina del hombre y la mujer en la tierra» («Invención de las constelaciones»); tienen la gracia del conocimiento: «y los ángeles que conocen a cada estrella por su nombre» («En el extremo azul»); y se rebelan: «Y los ángeles se escapaban del cielo para ver los colores» («Una flor hace millones de años»). Pero en esta cosmogonía, que continúa la pintura primitiva nicaragüense, los seres humanos son también creadores, y todo ocurre «antes que las chispas que saltan de la rueda de un afilador/ crearan las estrellas» («La alondra»). En definitiva, el yo lírico de Francisco de Asís Fernández no es un ser creado sino un ser que crea, y por ende hace suyo el verso crucial de Vicente Huidobro: «El poeta es un pequeño Dios».  Lo que quería el chileno ayer y lo quiere el nicaragüense hoy es superar la noción del arte como reflejo de la realidad. Acertadamente, Valle Castillo califica la poesía de nuestro autor como «neovanguardia».
En La invención de las constelaciones se reconoce la existencia del mundo exterior: «Aquí no oigo las arrogancias de mis voces interiores,/ y palpo mi ignorancia cuando la belleza de un relámpago/ toca mi alma» («Siento el milagro…»). Esa representación de la otredad es muchas veces abstracta: «La alondra nació en una pequeña laguna de la nada» («La alondra»). Sin embargo, esa abstracción puede afectar al sujeto poético: «A la luz del relámpago vi la soledad de mi alma» («A la luz del relámpago»).  Y esa naturaleza es una prolongación de las necesidades humanas: «Y los colores eran puros y salvajes/ como el hambre» («Una  flor hace millones de años»). Sin embargo, en algunos momentos se llega a ser específico, como en el exteriorismo de Ernesto Cardenal, y el sujeto poético se compone: «del cobre, del oro, del hierro, del zinc, del potasio,/ del polvo de los hombres primitivos» («Los bosques tienen la majestad…»). En la otredad todo está relacionado, y por eso hubo un momento en que «Una disminución de estrellas en el cielo de Azerbaiyán/ hizo que el mar se alejará de las costas» («De cuando se perdieron…»). No solo la naturaleza sino también el pensamiento está en relación, lo que se evidencia cuando habla «de las ideas inimitables como las rosas y el mar» («La belleza de mi pastora…»).

La invención de las constelaciones muestra la tensión entre la experiencia cotidiana, cada vez más dolorosa por la edad, y el sentido de la trascendencia, cada vez más angustioso por la duda. En esta poesía que se sabe realidad la creación no es un milagro sino un evento común: «Todos los días el amanecer es el principio del mundo» («Principio del mundo»). A veces el libro suena a despedida, y la vida diaria transcurre «mientras oigo el rumor de las estrellas/ prediciendo mi futuro» («¿En cuál estrella insignificante…?»). No hay certeza de la trascendencia, «y mi corazón no se acostumbra a esa verdad de sangre» («Yo busco alma»). Así las cosas, «[t]odavía puedo verme en el cielo infinito de mi incertidumbre» («Con fustanes viejos…»). Al sujeto poético de Francisco de Asís Fernández la enfermedad lo deja

aquí, en esta cama,
puesto frente al mar
oyendo la música de Bach
inventada por las estrellas. («Juan Sebastián Bach»)

A pesar de todo, hay belleza y esperanza, que viene de la naturaleza misma: «Los árboles tienen una insospechada voluntad de vivir» («Los bosques tienen la majestad…»). Y hay que estar atento para registrar el milagro cotidiano: «Hoy el desierto más árido del mundo está cubierto de flores» («Fuego y azucenas»).

En La invención de las constelaciones es utilizado ampliamente el material autobiográfico. La memoria es una veta que previsiblemente se explota:

¿A qué edad empezaron a desaparecer
esos cuartos del país de las maravillas?
¿Qué se hicieron
y qué nos hicimos mi hermana y yo? («Mi hermana Marimelda y yo»)

Pero la presencia fundamental, aquí, es la del padre: «Yo voy al pasado y mi padre me llena de fuerzas» («Un pájaro lleno de almendras»). Se trata de Enrique Fernández Morales (1918-1982), el destacado poeta, dramaturgo, narrador, pintor, compositor, profesor, libretista radial y promotor cultural. Él fue precisamente el mentor del «Estandarte de Bandoleros», y quien

me hizo con dudas, con significados arcanos,
con las manos vacías, sin cayos, sin armas, sin hazañas
[…] Me puso en el mundo sin puertas ni ventanas
para detener el frío, la soledad.
Pero con una guitarra, cerca del mar. («Mi padre hizo más mi alma…»)

El sujeto poético de La invención de las constelaciones es autocrítico, evalúa su vida sin la menor conmiseración: «Y te conviertes en un actor sin trucos en medio de los símbolos,/ de la angustia, la pesadilla» («Voyeur»). Es realmente duro consigo mismo, admite sus fallas: «Y hui, durante cincuenta años hui» («Una estrella es una rosa…»). Reconoce haber sido «un muchacho salvaje», y que: «Yo me encontré su vida en un espejo roto/ antes de morir» («Amó las ideas delirantes…»). No se presenta a sí mismo, en ninguna ocasión, como un héroe:

Cuando a los setenta
regreso a casa,
oxidado, con una memoria
que se va sobre el lomo del río… («Se está terminando…»)

La percepción de sí mismo es, a la vez, individual y social: «y vi la impureza de mi alma:/ el rostro rudo y la miseria,/sin alas, un pájaro herido» («A la luz del relámpago»). Ante su autorretrato advierte: «y que se le caía el óxido moral/ con la pintura de carro viejo» («Mi corazón fue un tahúr peligroso»). En fin, se trata de una poesía que rechaza el individualismo, que en ningún momento es solipsista.

La invención de las constelaciones es recorrida, de una punta a la otra, por el deseo del otro. El sexo es presentado como una acción cognoscitiva: «El hombre mordió el cuerpo de la mujer/ y se le apareció el primer pensamiento» («Bustrófedon»). Se trata de una sexualidad trasgresora, que sirve «para inventar nuevos pecados/llenos de imaginación, ternuras y delicias» («El milagro de la vida»). Se condenan, con el mismo énfasis, las faltas de libertad sexual y política: «Dicen que allá no conocieron el pecado original/ y que a los tiranos ya nadie los recuerda» («Desde una orilla del infinito»). Pero el  sexo es, en última instancia, «barro y rouge,/ y una espalda desnuda/ y un pie descalzo» («Se está terminando…»), y lo que importa es el amor. Su espiritualidad convierte al sujeto poético en un ser activo: «Yo por amor descendí el Maelström en un ballenero,/ conté las arenas del mar y las letras de Las mil y una noches» («Hay que tenerle miedo al amor»). Y es una fuerza unificadora: «éramos la vocal y la consonante de una sílaba/ escondida en una rosa gigante de la Georgia O’Keeffe/ y el Ángelus de Bach al principio del mundo» («La belleza de mi pastora…»). Y el amor se ofrece únicamente a quienes se necesitan: «como el néctar de la flor y el colibrí» («Hay un reino de la invención…»).

Ese amor que distingue La invención de las constelaciones se identifica con lo precario: «A veces siento que somos dos hileras de casas sin techo, /sin ventanas, sin puertas» («Canción de amor»). Y esto es un desafío al reflujo social que atraviesa Nicaragua con el decline de la Revolución Sandinista. Así, la visión crítica de la realidad se mantiene y a los ángeles «los vi traspasar la gruesa poza de desperdicios que no deja ver el cielo» («Nuestra Señora de los Pájaros»). La gente hoy «cuando son niños huelen rosas de alambre/ y sueñan con estrellas de luces de neón» («Retrato hablado en una estación de policía de New York»). Está marcada profundamente «con el irracionalismo del maldito poder» («Con fustanes viejos…»). Hay que atender «para oír a la gente que habla como vive,/ a las llamas que suben al cielo y no queman a los ángeles» («Un pájaro lleno de almendras»). Hay que creer en ese que «[n]o era un mundo de ilusiones/ y [donde] no habían desengaños» («Una flor hace millones de años»). Hay que trabajar «para que un trozo de azul del cielo/ sea la única propiedad del alma en la tierra» («Una florecilla para San Francisco de Asís»). Se condena a todos los que oprimen y reprimen, «y compran algodón de azúcar y se divierten disparándoles a los negros/ y comprando diamantes de Tiffany» («Retrato hablado en una estación de policía de New York»). Y a pesar de todo, «[h]ay que levar anclas y zarpar poniendo el corazón/en los remos» («Me arrancaron las ilusiones»).

La poesía se asume en La invención de las constelaciones como «un puente que cruza la irrealidad/ con un espejo roto» («Mi comadre Mercedes…»). O sea, se descarta el realismo y cualquier otra ilusión de objetividad. Y se encara la tarea fundamental de la creación poética, que es desafiar toda ideología, «para que Nuestra Señora de los Pájaros vuele en la virtud» («Nuestra Señora de los Pájaros»). El sujeto poético hace como las brujas: «Todo lo metían en un perol inmenso/ para hervirlo con leña de palo de rosa» («Las viejas brujas…»). Esta mezcla incluye lo natural y lo artificial, lo social y lo personal, la vida y el arte, entre otras cosas. Por eso, sin remordimiento reconoce que

Pude haber tenido una vida útil
y hablar de caballos
[…] de la bolsa de valores;
pero me topé con el sol, con la luna y con la aurora,
con la Oda a una urna griega de John Keats,
y las aventuras de mi vida… («El sol, la noche y la aurora»)

La anécdota queda reducida a su mínima expresión; hay versos de un lirismo escalofriante, como esa caída «en las llamas oscuras de la nada» («Babel»); y la imagen resulta el principal recurso: «la luz de la luna con un trapo mojado/ limpia todas las penas de mi alma» («Cuando me pincha una rosa»).
La poética de Francisco de Asís Fernández presta atención a «esas voces animales y vientos empujados por el batir de alas/ de aves y peces inmensos que estuvieron conmigo en el paraíso» («Un aire milagroso»). En vez de decir, se dispone a escuchar: «pongo mi oído en la tierra/ para sentir la coloración luminosa de las aves» («Blanco Spirituals»). Incluso, también suele callar: «los marineros saben todo de la vida/ y las focas saben todo de la muerte/ […] Saben callar para amar» («Cuando las focas…»). Es una persona contradictoria, mordida por la angustia existencial:

Y ya no sé si hablo o gruño
y no comprendo con mi brazo izquierdo
las señas que hace mi brazo derecho,
o si tiene sentido mi alma. («Babel»)

Un ser que llega a ser místico «y se cobija con el alma,/ y huele a rosa» («Una florecilla para San Francisco de Asís»); para quien «[m]is ojos creen lo que ve mi corazón» («Las sombras y brumas…»); alguien que se interroga: «¿Sabe el cuerpo de dónde viene el alma?» («El poeta le pregunta a su alma»); y ha sido así «desde que quise vivir como un hombre libre/ igual que la luz» («Siento el milagro…»).

Francisco de Asís Fernández supo unir el bandolerismo intelectual con la militancia política. En 1970, reactivó en Nicaragua el grupo de pintores Praxis, comprometido con un arte de vanguardia tanto en lo estético como en lo social. En 1974 fundó en México el primer comité de solidaridad con la lucha del pueblo nicaragüense. En ese país trabajó en el Departamento de Literatura del INBA y las ediciones Punto de Partida de la UNAM. En 1979, año en que lo conocí en La Habana y nos hicimos amigos para toda la vida, publicó la relevante antología Poesía política de Nicaragua (reeditada en 1986). A raíz del triunfo de la Revolución Sandinista, ocupó altos cargos en el Ministerio del Interior. En 1980 integró el Consejo Editorial de Ventana, suplemento cultural del diario Barricada, y un año después, fue electo Secretario General de la Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura. Luego dirigió el Instituto de Estudios del Sandinismo y trabajó para el Instituto Nicaragüense de Turismo. Desde su fundación en 2005, preside el Festival Internacional de Poesía de Granada, que ha puesto a Nicaragua en el mapamundi de la poesía. El evento ha reunido a más de mil 300 poetas de 98 países que han leído sus obras ante más de 500 mil personas. Esta singular obra de promoción cultural le valió la Medalla de Honor en Oro de la Asamblea Nacional de Nicaragua.

En fin, la poesía tiene una deuda enorme con Francisco de Asís y por eso se le da con abundancia, sobre todo en los últimos años. Con su aval se suma a la nómina de los poetas imprescindibles de Nicaragua, los inolvidables Rubén Darío, Salomón de la Selva, Alfonso Cortés, José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Carlos Martínez Rivas, Cardenal y Gioconda Belli, entre otros. Como plantea el título de uno de estos poemas, se hace una «Crónica de principios del mundo», una vuelta a los orígenes en búsqueda de los principios perdidos. Además, se afirma la unidad e incesante transformación del mundo, se revelan los milagros de la cotidianeidad, se hace autobiografía sin concesiones al individualismo, se legitima la sexualidad como camino del amor, se compromete con su pueblo y se libera la poesía. Esta no es un don personal sino una práctica social: «Todos escribimos un verso de Homero y de Virgilio y de La Vita Nuova/ en un momento irreflexivo» («Mi remiendo de Sancho»). No se puede olvidar que, en última instancia, el sujeto poético ha sido y es un bandolero, que hay un descuido: «y lleno de poesías las bolsas de mis pantalones» («1492»). Y solo resta agradecerle que, con frecuencia, comparta este tesoro; hoy y siempre, ni más ni menos, La invención de las constelaciones.

Víctor Rodríguez Núñez
Gambier, abril de 2016

Víctor Rodríguez Núñez
Víctor Rodríguez Núñez