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Mujeres, escritura y violencia. Cynthia Pech

cynthia-pechCon ese título, Cynthia nos habla de los contenidos del más reciente número de la revista Blanco Móvil, en el que las escritoras muestran las entrañas de una violencia sin cuartel por el solo hecho de ser mujer en sociedades patriarcales.

 

 

Mujeres, escritura y violencia: fantasías liberadoras

Cynthia Pech

 

«#1
Nombre: Delmira Agustini.
Ocupación: Poeta y activista feminista.
Nacionalidad: Uruguaya.
Fecha de muerte: 6 de julio, 1914.
Edad: 27 años.
Lugar de muerte: Montevideo.
Últimas palabras: «Yo muero extrañamente… No me mala La Vida, no me mata La Muerte, no me mata El Amor; muero de un pensamiento mudo como una herida…»
Causa de muerte: Asesinada por su x-esposo.»

Así comienza el poema «Mujer que escribe («Frágil NO TOCAR») Breve muestra de moridero a través de fichas biográficas», de la poeta Amaranta Caballero Prado, incluido en el más reciente número de la revista Blanco Móvil,  cuya coordinación estuvo a cargo de Francesca Gargallo. El tema focal del número es la violencia escrita por mujeres y en la que se reúne las voces de 19 escritoras: Angélica Gorodidischer, Aura Sabina, Eve Gil, Melissa Cardoza, Silvia Minguens, Jessica Sánchez, Artemisa Téllez, Dorelia Barahona, Liliana Blum, Maya Cu Choc, Silvia Cuevas Morales, Norma Mogrovejo, Verónica Ortíz, Gloria Inés Peláez, Alma Karla Sandoval, Livia Vargas González y Elizabeth Viveros.

La violencia existe y su radio de acción nos muestra las distintas maneras que tiene de manifestarse aquí, cerquita o allá, a lo lejos, en esos territorios tan desconocidos que pese a ello, nos ofrecen una misma constante: la violencia se ejerce en el espacio vital de los individuos a partir de su uso que siempre tiende a legitimarla y sobre todo, naturalizarla. La naturalización de la violencia es todo un aprendizaje, un aprendizaje que se fija en los roles sociales que nos enseñan y que posteriormente, terminamos por reproducir como si fuera la norma. En este sentido, la violencia contra las mujeres es una violencia que vive en el acuerdo cultural que fundamenta la desigualdad social, una desigualdad que comienza desde la violencia y termina en la violencia. La violencia contra las mujeres puede entenderse como todo acto intimidatorio ejercido contra ellas, que tenga como resultado un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de la libertad, ya sea en la vida pública como en la privada.

Por ello, escribir la violencia tiene sentido, más cuando la escriben las propias mujeres que desde ámbitos socioculturales distintos, la escriben para mostrar su riesgoso juego manifiesto en el entorno que nos toca a cada una de nosotras: su radio de acción y su legitimación. Déjenme repetirlo: la violencia contra las mujeres sí existe. Como muestra tenemos cualquiera de los textos compilados en este número 135 de Blanco Móvil, monográfico dedicado a las «Escrituras de la violencia: la voz de las mujeres». Sí, en este número de la revista las mujeres escriben sobre la violencia y lo hacen desde una certeza compartida: la experiencia de la violencia. Una experiencia compartida que en la escritura encuentran, como lo señala Francesca Gargallo en la presentación del número, una fantasía liberadora que emana como posibilidad de resistencia y cambio.

Esta «fantasía liberadora» descubre su cauce en una escritura que escribe historias, describe momentos y abre la caja de pandora de aquellas violencias que las mujeres hemos sufrido y seguimos sufriendo: maltrato, abuso, violación, desigualdad, renuncias a desarrollo personales, acoso, discriminación por la condición de ser mujeres, etcétera. La escritura de las mujeres que escriben sobre la violencia es una escritura basada en el sentido de sí (Gómez, 2004), esa condicionante que puede entenderse como el rasgo característico de una escritura de mujeres que parte de la experiencia del cuerpo vivido como síntoma y referencia compartida de una memoria colectiva que se narra y al hacerlo, se libera, vuelve visible a cada sujeto en femenino como agentes activos en la transformación social. Las mujeres que escriben con esa consciencia de su sentido de sí, subvierten con su escritura la autoridad patriarcal y producen un arte resistente que mediante la ironía, la parodia y el hibridismo narrativo, ensayan otras formas de decir la realidad (Suárez Briones, B., et al. 2000: 13).

Sin duda, las voces de las mujeres recopiladas en este número narran con afán crítico   situaciones que desvelan los machismos invisibles inscritos en las conductas sociales que regulan la forma en que el mundo funciona, pero sobre todo, como ello repercute en las interacciones sociales. Como ejemplo permítanme citar el cuento de Dorelia Barahona, «La espada del león (sólo adultos)», en el que la autora construye detalladamente –y a lo largo de todo el cuento-, el personaje de Ramón: un macho bravío y nómada que, como los de su especie, pasan gran parte del día descansando y preparando el apareamiento fugaz que no le haga perder su vigor sexual; sin embrago, Ramón tiene un gran talón de Aquiles a su espalda. Definitivamente, este cuento enmarca conductas masculinas que de tan reconocibles no podemos dejar de encontrarnos frente a un retrato crudo de lo que es ser hombre en esta sociedad.

En este mismo registro, pero escrito en un tono irónico más recalcitrante, es el texto «Receta para torceduras», de Norma Mogrovejo, en el cual se da cuenta sobre las conductas de aversión hacia aquellas personas que no encajan en el rol socialmente asignado. Utilizando como recurso narrativo el diálogo entre un radio escucha y un locutor a partir del tema «Lo que los padres somos capaces de hacer por nuestro hijos», la escritura de Mogrovejo consigue delinear el personaje del radio escucha en los bordes más patéticos de los temores sociales respecto de las identidades sexuales que no encajan en los cuerpos genéricos.

La violencia física sobre el cuerpo de las mujeres está representada en varios de los textos de este número, tal y como lo muestra el poema «Zaz», de Maya Cu Choc en estos versos iniciales:

«un machetazo
zaz, otro
zaz, otro

zaz, otro

Y sigo viva
Increíblemente, sigo viva
y veo las caras de todos los que me pegan»

O bien, el cuento de Liliana Blum, «Desnuda como un sándwish de carne», cuento en el que se narra de forma vívida la violación callejera de una chica y el temor compartido por todas las mujeres cuando salimos a las calles de nuestro país. En esta línea también está el cuento de Verónica Ortiz, «Aspirinas», donde el cuerpo de una esposa joven es violentado por el marido a partir de su control y la ignorancia de ésta que se pone de manifiesto justo en esa no totalmente deslegitimada "autoridad masculina" sobre las mujeres que la mayoría de los varones se siguen autoadjudicando. Una autoridad masculina que se impone y se ejerce constantemente sobre las mujeres y sus cuerpos independientemente del contexto social; prueba de ello nos lo da el cuento de Gloria Inés Peláez, «Crónica de guerra», o en el hijo desaparecido que quema las vidas de todas esas madres que buscan para no encontrar, tal y como el cuento de Elizabeth Vivero, «El sabor del cobre», nos narra.

Muchas historias gritan estas escritoras. Su grito se oye como esquirlas punzantes en nuestra memoria personal que es compartida, y las heridas sangran, nos duelen, y entonces, hay que gritar, gritar hasta que la voz se escuche y de esa voz salga ese pájaro alado que despliegue la fantasía liberadora de sus escrituras.

Referencias:

GÓMEZ, Rubí de María, 2004, El sentido de sí. Un ensayo sobre el feminismo y la filosofía de la cultura en México. México: Siglo XXI/ Instituto Michoacano de la Mujer.

SUÁREZ BRIONES, Beatriz, et al. (eds.), 2000, Escribir en femenino. Poéticas y políticas. España: Icaria.