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Poeta Francisco Hernández. Medalla Bellas Artes

francisco-hernandezAlberto Paredes, reconocido académico, traductor y ensayista, quien celebra el núcleo lírico del poeta mexicano con su ya consagrada trilogía Moneda de tres caras, nos conduce de nuevo a los motivos que hacen de este autor un referente de las letras mexicanas.

 

 

 

Francisco Hernández: La moneda sigue en el aire. Con motivo de la recepción de la Medalla Bellas Artes, 2016.

Alberto Paredes

Esta nota para Leticia Arróniz, que sabe de artistas y de amigos.

 

Me uno a los lectores de poesía y amigos que se alegran porque la trayectoria del veracruzano Francisco Hernández (*1946) sea distinguida con la medalla al mérito cultural, Bellas Artes, 2016. He sido y prosigo siendo admirador y lector del lirismo –tenso, hondo, noble– de Hernández. La cifra par y simétrica de 22 años nos separa y ofrece perspectiva de aquella Moneda de tres caras (Schumann, Hölderlin, Trakl; El Equilibrista, 1994) que sigue en el aire. Enhorabuena.

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Alberto Paredes
La obra de Hernández se ha sostenido, ha acumulado nuevos y valiosos títulos; vuelvo a esa triada entrañable y magnética. Los veintidós años transcurridos manifiestan un clásico de la poesía mexicana del fin del siglo XX. Otros veinte años antes había visto la luz su primer título anunciando ya la tesitura del nuevo poeta: Gritar es cosa de mudos, 1974. Pues justamente son tiempos sombríos y la belleza estética posible no puede desentenderse de la exclamación ni del grito. Pero con arte, y contenido. En Hernández, es el lirismo de un hombre solo; urbano, sensible y cultivado. Libros, discos, obras plásticas son su escudo ante el mundo, el castillo posible para un hombre entre los otros que pierde y enhebra sus pasos en el dédalo de calles. Una doble operación: el lirismo de cara y, muchas veces, de espalda al entorno urbano inmediato. ¿Cantar a media calle? Gritar es cosa de mudos.
Esta obra conoce una fidelidad suprema: a ella misma. Tal la primera explicación de su exitosa trayectoria; la segunda es su mantenida capacidad de aprendizaje y auto-aprendizaje. Palabra del inconsciente, ciertamente, de los deseos, pavores y las zonas oscuras del yo, pero guiados por el tesón de la superación en el oficio, pues un discreto esmero sostiene sus libros. La tercera explicación o cualidad mayor es enfrentar el reto de no repetirse. Cada época de su evolución literaria, cada peripecia y riesgo de su vida íntima ha de ser la fuente del nuevo libro, del libro en marcha; el mismo héroe solitario aceptando el nuevo trabajo que las páginas han de cristalizar.
Son las escalas de una incertidumbre. Hay y no hay brújula a la vez. Pues es una poesía desde las pasiones y lo pulsional. Esta poesía comercia con las pasiones que nosotros, los hombres actuales de un mundo prosaico, podemos experimentar, resentir y comprender con la inteligencia digamos «orgánica» en tanto seres de afectos. Admiro en la Moneda de tres caras la creación del espacio propicio al diálogo de intimidades. Poesía de interiores humanos: desde una perspectiva básica de distancia que es cercanía afectiva, De cómo Robert Schumann fue vencido por los demonios orquesta una cámara de voces para expandir su célula matriz: «Miro la música de Schumann» conforme ese artista llegaba a su noche. Habla Scardanelli establece otra perspectiva, es el yo lírico persistente de Hernández quien imagina la herida voz de Hölderlin confinado en su torre de locura, vencido por la sociedad pero nunca claudicante de su ser. El tercer panel del tríptico parte de una carta de Trakl en la que Hernández se inmiscuye como destinatario no previsto: «Tal vez vaya a Borneo». El viaje no efectuado es el «documento» que Hernández inventa como si transcribiera. Ante el incesto y el delirio, la distancia de la huida. Para que el drama lírico acontezca in mens.

El gran acierto de Hernández es no proponerse calcar las voces de esos monstruos de lirismo. Cada quien su naufragio y sus bártulos, parece decir. Pues imaginable era la operación de mimar las voces originales, lo imprevisto y arriesgado fue el no renunciar a su tesitura original. La evidencia de que este procedimiento responde a la naturaleza de la obra del veracruzano es que en los veintidós años posteriores ha continuado su poesía en diálogo con grandes artistas del sufrimiento humano, o imaginando una suerte de variación libre y a la deriva del laberinto del nuevo personaje magnético (como por ejemplo William Carlos Williams, en «Paterson la horrible» de 2016). Es así que el sujeto lírico de Hernández se ha ido construyendo un refugio, mediante una dispersión cuyo centro focal en su propio yo. La principal creación de esta obra es crear un protagonista lírico ficcional, a partir de la voz del autor, que se arma con las teselas de un mosaico de identidades nocturnas. Teatro de cámara: el protagonista está en medio de su escenario para confrontarse con los otros, en principio hostiles, y extraviarse en el entorno; lo otro es su pan diario, el desconocimiento su patria. Otredad, extrañeza, que la dramaturgia revela, no sin humor, proveniente de él mismo. Varios de los grandes pasajes es cuando el grito es mueca de clown en crisis (como el Rigoletto verdiano). Teatro o carpa de sombras proteicas de un solo yo.

Ahora, en 2016, esta poesía llega a su destinatario final. El gran demiurgo de todos los dramas humanos, la gran máscara de la que todos somos muecas perdidas en un instante de su devenir: «O Dios o caballo» es la consigna que al girar nombra su nuevo libro Odioso caballo. Gran humorada a costa de nosotros mismos, los pobres efímeros. Imaginar así al Creador; desenmascararlo así, dirá Hernández, pues algo ha aprendido de máscaras –y quizás es un aprendizaje robado al mismo Creador; ¿O Dios o caballo?:

Dios, bestia de carga.
¿Desde hace cuántos milenios nos arrastras
hacia ningún sitio, a sabiendas
de nuestra vida inútil?
Vueltas eternas estamos condenados
a dar. En la noria huele a incienso
y el silencio se burla
reduciéndonos a esclavos sin reposo.
La carga no pesa. Pesa ser bestia.

Dios en itálicas ¿es el vocablo o el Ser así nombrado quien es la «bestia de carga»? La broma intelectual nos lleva inmediatamente a la conclusión que importa bien poco. Si el Ser Supremo es lo que la sociedad humana supone que es y si su esencia es la que le atribuimos…. si es así, pero entonces esa esencia es lo que se designa con la palabra que lo nombra… y el círculo –la noria– nos atrapa a nosotros. Sea que el Creador corresponda a lo que suponemos o que nosotros estemos convencidos que lo es, atados estamos y la noria es uno y el mismo círculo sahumado de incienso. Con humor.

Ahora inserto a cuento una rima infantil que podrá complacer a los lectores de Hernández: « Ainsi font, font, font / Les petites marionnettes / Trois p’tits tours / Et puis s’en vont » –así dice la cancioncita para francesitos precoces y muy rive gauche; ritornello que Manuel de Falla y Onetti, entre otros, tararearan echándole un cinco al piano para beneficio de sus obras. Simpática, odiosa noria: «Las marionetas dan, dan / dan tres vueltas y se van». Dicen en los bajos fondos librescos que Verlaine también la danzaba a trotes cojos. (Podemos hacer el coro a la versión de Monde des Titounies: http://www.youtube.com/watch?v=nwk8Lsgygsg ) Somos una practical joke.

Permítaseme concluir este renovado saludo a nuestro amigo Francisco Hernández, repitiendo mis palabras en Una temporada de poesía (CNCA, 2004). «Es el gozo de la locura; del suplicio (por parte del supliciado). El arte de ser víctima. ¿De qué soledad y ruptura es síntoma esta poesía? Con Hernández estamos ante el apetito de muerte tan persistente en nuestro siglo. Lo que puede signarse con el verso de Julián del Casal que cita Lezama Lima: ‘Ansias de aniquilarme sólo siento.’ » –Digo y acoto al releerme: cum grano salis. No perder sobre todo la sal y la pimienta en el plato que refinadamente nos sirve Francisco, el Chico Hernández, pues como dijera otro camarada de versos: «Buen provecho inmortales. / Sigan sentados» –celebraba Carlos Santibáñez.