Presentación La Otra 111

La nueva vieja Secretaría de Cultura en México
Juan Vadillo y el duende flamenco-mexicano
José Ángel Leyva
LeyvaNueva Secretaría de Cultura en México, viejas costumbres y vicios nacionales. Ante las más recientes polémicas que incomodan a más de uno, beneficiarios, empleados, conciliadores a ultranza, oficialistas de oficio, conservadores, becarios a sueldo, nadadores de muertito, podemos afirmar que toda polémica, si nace de un motivo visible aunque inexplicable o complicado de entender es sano y necesario.  Lo enfermo y anacrónico es el silencio pernicioso, la complicidad y la complacencia convenencieras. ¿Qué cambia en esencia con una Secretaría de Cultura, que ha cambiado? ¿La burocracia y sus prácticas? ¿Sus formas organizativas? ¿Sus inercias, sus personajes y sus oficiantes? ¿Sus políticas?

 

No obstante podemos decir que somos un país que cuenta con apoyos y programas institucionales que no posee la mayoría de los países latinoamericanos; que, en medio de la violencia y el terror que campean en nuestro territorio, hay una institución cultural, instituciones culturales diversas, que debemos no sólo reconocer y celebrar, sino defender. De eso se trata justamente, de participar y movilizarnos para defender el carácter democrático de una institución cuyo objetivo debe ser el fomento y el desarrollo culturales, la preservación y el impulso de nuestra herencia cultural tangible e intangible. Pero con una clara conciencia: quienes están al frente, quienes son empleados para esa estructura burocrática no son jerarcas sexenales, sino servidores públicos, no son autócratas ni descubridores del hilo negro, sino administradores con justicia y claridad de los recursos destinados a cumplir con sus funciones y sus tareas ante una sociedad, cuyo mundo es mucho más amplio y rico que las solas bellas artes, en las cuales también México es generoso y hasta opulento, y no siempre por la gracia y la genialidad de la burocracia en turno. El problema entonces motiva muchas preguntas que debemos comenzar a responder o por lo menos a reflexionar:

   ¿Se cumplen los propósitos de equidad y de justicia en el otorgamiento de subvenciones, becas, apoyos, distribución de presupuestos de acuerdo a reglas claras y racionales? ¿A qué sectores de la sociedad se quiere beneficiar? ¿Es justo que, por ejemplo, en programas de coedición y coinversión participen bajo las mismas condiciones empresas editoriales trasnacionales, grandes casas editoriales y medianas junto a pequeñas empresas editoriales que publican todo aquello que las que persiguen fines de lucro no editan?, ¿por qué las comisiones dictaminadores o jurados son constituidos por las mismas autoridades, juez y parte de los resultados? ¿Por qué los becarios o beneficiarios de los apoyos se erigen luego en jueces para otorgar los apoyos que recibieron con muchas probabilidades por los mismos a quienes votarán y defenderán, ya por amistad, ya por gratitud, ya por intereses comunes? ¿Cómo puede un funcionario propiciar una antología sin razones críticas para pontificar e invertir sobre un grupo de muchachos con quienes lo unen fuertes lazos de amistad y empatía sin que haya consecuencias administrativas? ¿Por qué se beneficia con publicidad a revistas ligadas fuertemente con el gobierno como Letras Libres y Nexos, por dar dos ejemplos, y se le niega a publicaciones independientes como La Otra? ¿Por qué se continúa otorgando apoyos de creación a funcionarios, a directivos, a personajes poderosos de la vida cultural, a académicos de tiempo completo, y se le niega de manera sistemática a cientos de creadores que no poseen esa holgura económica? ¿Los beneficiarios las merecen y las necesitan tanto como los que no las reciben? ¿Por qué no se dan a conocer las razones por las que se otorgan los apoyos y por los que se niegan? ¿Se ha hecho un estudio de cómo se distribuyen y cuáles son los resultados de dichos apoyos? No hay respuestas en mi cabeza, sólo preguntas, muchas preguntas que me hacen pensar que el problema fundamental se encuentra no en las personas específicas sino en los mecanismos y en el funcionamiento que rige los sentidos de equidad, justicia y transparencia de esta nueva vieja y manoseada institución cultural llamada Secretaría de Cultura.

 

 

El paisaje es un verso del olvido, de Juan Vadillo
   José Ángel Leyva

El cante jondo como el blues (canto triste o melancólico), por citar dos ejemplos relevantes de la música universal que nace de la fertilidad dolorosa del trabajo, de la espiritualidad, de la pobreza, de la marginación y de la esclavitud, han florecido ya no sólo en esos sedimentos del infortunio sino que han alcanzado las frondosas manifestaciones del arte culto y de la poesía de elevados vuelos. No sólo pues como derivación directa de la injusticia humana y la desdicha, la calamidad, sino como expresión de una sentimentalidad existencial y de una sensibilidad particular del artista, pero resguardada por la memoria de sus orígenes. Hay en ambas manifestaciones culturales un ejercicio claro de la pasión, del juego amoroso, de la carencia o de la posesión inacabada, insuficiente; es decir, del deseo. La sublimación del sufrimiento es la vía regia por donde vemos pasar las raíces de una cultura, sus mezclas, su evolución, sus posibilidades creativas en ámbitos de libertad y de improvisación. Digo todo esto porque nos encontramos ante un libro que parece ser la consecuencia lírica de una inmersión profunda de su autor, Juan Vadillo Comesaña, en las aguas oceánicas de la poesía popular española y de la poesía culta de España que se amalgama con el canto gitano, es decir, el cante jondo.

Como bien lo dice el poeta Antonio Gamoneda, autor de Blues Castellano y Premio Cervantes de Literatura, hay un paralelismo entre la música negra de Estados Unidos y el flamenco, porque ambas emergen de circunstancias sociales semejantes. ¿Es la música que deviene palabra o es la música que deviene poesía? ¿El pensamiento y la emoción tararean o es ese tarareo silencioso, murmurante, el que da lugar a las palabras icónicas, reveladoras, luminosas? En todo caso ambas provienen del silencio significativo: el poema es canto. Es curioso entonces que Juan Vadillo elija como título «El paisaje es un verso del olvido» para reunir en un juego sinestésico la sonoridad de una atmósfera exterior con la intimidad casi o de plano arquetípica del verso que trae consigo el olvido, arcanos de una civilización que pasa encima de sus propias huellas, de la experiencia y del conocimiento ocultos por la sucesión de generaciones que poco saben de su entorno y menos aún de su interior. La poesía y el canto iluminan ese paisaje a través de la emoción, de un sentir que sugiere presencias invisibles, de una historia incomprensible en cuanto olvido. Ese misterio con lo divino que San Juan de la Cruz sintetiza en su verso memorable: «Y todos cuantos vagan / de ti me van mil gracias refiriendo, / y todos más me llagan, / y déjame muriendo / un no sé qué que quedan balbuciendo.» Ese paisaje es, para Vadillo Comesaña, restos de una memoria que conserva la mayor parte de su tesoro en el olvido y en el sueño, en las galerías profundas de lo propio y de lo ajeno, de lo individual y lo colectivo. Se es lo que ya se fue, lo que fue y lo que no ha sido, lo que se desea ser y lo que está siendo. Creo que su «Canción marinera», que me permitiré leer es abiertamente un canto y una revelación del silencio, en ese tono de cante jondo:

Canción marinera
Voy a soñar a los puertos
madre
a los puertos del silencio,
donde el mar murmura sueños
velando por nuestros muertos.
Voy a soñar a los puertos,
y una canción marinera
fruto del viento desnudo,
que se pierda en la marea
madeja de los recuerdos
madre,
quiero soñar en los puertos
su infinita melodía
como arena entre los dedos,
donde revienta la ola
descifrando los secretos
de quietud y movimiento.
Quiero soñar en los puertos
madre,
voy de un sueño en otro sueño.

   Así la emoción bien temperada e inspirada junta los cabos de la tragedia con el de la celebración, el drama con el amor, y la vocación con la invocación, el duende pues, ese mágico momento en que hace su aparición lo insospechable y lo sublime. Juan atiende a su propio duende intelectual y se deja conducir por el ritmo de un lirismo próximo a la copla y al romance, a la canción, para luego tomar distancia y retorcer sus elementos en fina orfebrería verbal donde los conceptos vierten su bagaje cultural y sus lecturas, su abundante significancia que lo vuelve dual y ambiguo entre la sencillez formal y la complejidad significativa y referencial. No es casual que las tesis de maestría y doctorado de Vadillo hayan abordado el tema de los poetas republicanos en el exilio ligados a la música popular, o el de los poetas cultos de España atraídos por el canto tradicional y el flamenco. Luis Cernuda, Juan Rejano, León Felipe, Pedro Garfias, Luis Rius, y allende el mar esas otras grandes figuras como Rafael Arlberti, Miguel Hernández, los hermanos Machado, y por supuesto Federico García Lorca, por citar algunos nombres.  Mucho debemos por cierto a cantantes y cantautores como Joan Manuel Serrat, Paco Ibáñez y más recientemente a Amancio Prada que han aproximado a grandes públicos a la poesía de su país y a la poesía en general.

La biografía de Juan Vadillo apunta sin remedio hacia este libro, como lo hizo antes hacia las tesis de posgrado, siempre con honores académicos, y antes hacia la búsqueda misma de las letras, como él mismo lo ha confesado, desde una infancia precoz en la poesía, en el teatro, en el cuento, y sin abandonar nunca la música. Cuyos estudios realizó en Estados Unidos y en España. No es, en ese sentido, aleatoria la búsqueda actual y los hallazgos. Blues, jazz y cante jondo, llaman a la escritura. De nuevo con Antonio Gamoneda, quien considera que la poesía comienza en la sustancia musical del pensamiento, la sustancia poética es ante todo música de la palabra, o dicho de otra manera es el «uso y la sustancia del olvido» lo que desencadenará la imagen sensible. Juan Vadillo lo anuncia en poemas-canciones como «Aquellas cosas perdidas»

Juan Vadillo ya no es la memoria inmediata y en conflicto entre el aquí y el allá, no es la voz que se quedó ni la que se fue, es reflejo de una mirada más abierta y cosmopolita, es una voz plural en la que sucede el sincretismo de lo mexicano sin conflicto entre lo europeo y lo americano, entre lo estadounidense y lo latinoamericano.

Yo es Otro. Mariángeles Comesaña, I

Yo es Otro. Mariángeles Comesaña, II

No obstante, acusa las resonancias de la historia familiar materna, del abuelo gallego sentenciado a muerte por el franquismo a causa de sus ideales, o de su centenaria abuela, Chonchiña, Ascención Concheiro,

Yo es Otro. Los cien años de Chonchiña I

Yo es Otro. Los cien años de Chonchiña II

inmortalizados por Manuel Rivas en su espléndida novela El lápiz del carpintero. Gracias a que el doctor Francisco Comesaña había nacido en La Habana, pudo ser reclamado por la diplomacia cubana evitando así su fusilamiento. Una historia de amor en medio de la oscuridad y el resentimiento, del autoritarismo y la venganza. Vuelve entonces, en la descendencia mexicana, el recuerdo de esa época, de esos ancestros que son imágenes y evocaciones amorosas, oximorones: «Hay más muerte en la vida que en la muerte», más vida cuanto más consciencia se tiene del olvido. El pasado da más futuro al presente, le da más cuerpo a las ausencias.

La pasión amorosa tiene mucho del viaje y del paisaje, de vehemencia de una piel lejana, en el espejo de la añoranza. «Y me busqué en el dibujo de tu vientre, / y en la memoria de tu piel hecha de olvido»; en el telar del tiempo, dice el propio poeta, mientras nos dibuja el movimiento de los dedos en donde se deshace o desvanece el ser: «Y prisioneros del aire / vivimos al ir muriendo», insiste Vadillo en el mejor uso de la paradoja de la tradición poética española de los Siglos de Oro.  La clave más exacta de su intención conceptual nos la da en esa estrofa de «La palabra y el viento»: «Recordar en el pulso y el acento, / en el trazo invisible ya perdido, /  la palabra que olvida su sentido / cuando encuentra la música del viento». Es decir, cuando la sustancia poética de la que nos habla Gamoneda respira no por la idea que le da origen sino por la música de su fundamento, expresa un sentir íntimo, individual y colectivo a la vez, subjetivo y real hasta calar en el otro, en el que escucha o lee la manifestación del silencio, de un dolor o un gozo que se vuelve melodía y palabra que une lo intrascendente con lo extraordinario, como lo devela ese poema con el cual termino mi participación: «La tela de la araña» (83)

Juan Vadillo, El paisaje es un verso del olvido, Ediciones sin nombre, México, 2016.

 

Yo es Otro. Juan Vadillo, I – II – III – IV

 

Aquellas cosas perdidas
Me gustan las cosas que
no van a ninguna parte,
me gustan aquellas artes
que nunca quisieron ser.

Aquellas cosas perdidas
que viven de la intención,
muy alejadas del mundo
del éxito y su fragor.

Como el cantar de las aves,
música para muy pocos,
me gustan las cosas graves
que sólo escuchan los locos.

Lo que el hombre crea y aguarda
como fruto del misterio
de la más madura rama
lo que vive estando muerto.

Que halló la luz en la sombra
para nunca ver la luz,
que se pierde si se nombra
como un trazo en cielo azul.
Aquella música herida
que se borra como arena,
entre la espuma infinita
dejar de ser es su esencia.

Lejos del mundo aparente
del deseo y de la forma,
aquella música vaga
que se escucha tras la sombra.

Lejos del mundo apariencia
de razón y de fortuna,
aquella música informe
que se esconde tras la luna.

En la sombra está la luz
de un Dios que bajó al infierno,
y dijo al hombre el secreto
de lo efímero y lo eterno.

Un loco en un hospital
había escuchado los versos
de aquel Dios que fue mortal
el de los primeros sueños.

Escribió lo que escuchaba
y luego lo destruyó,
la palabra se destruye
cuando canta el corazón.

 

La tela de araña
La araña cifra en su tela
una trama secreta.
El mundo equilibrista se sostiene,
tan frágil como el silencio,
sobre uno de sus hilos;
el aire llega y lo rompe,
y el mundo cae
y cae
profundo,
hasta romperse en mil pedazos.
En el telar de la araña está cifrado el Universo.

 

 

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