Óscar Palacios (Chiapas, México). Una nueva novela

oscar-palaciosHéctor Cortés Mandujano nos habla de las cualidades de “El abrazo de Ixtab”, la obra de más reciente aparición de su paisano chiapaneco.

 

 

El abrazo de Ixtab, el abrazo de la vida
Héctor Cortés Mandujano

1. Uno de los mayores méritos de El abrazo de Ixtab (Ediciones Papalotzi, 2010), la nueva novela de Óscar Palacios, es su amenidad: el libro se lee como si tuviéramos en la sala de nuestra casa a Alfonso Gorozpe Utrilla, contándonos sus aventuras y desventuras.
Lograr esta aparente facilidad en la narración y los diálogos es resultado de una larga experiencia en la escritura, en la creación de personajes, en contar historias. Al margen de otros géneros, esta es la novena novela escrita por Palacios. Y se nota.

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Óscar Palacios
La levedad narrativa, que hace que saltemos con facilidad de una línea a otra, tiene además otro ingrediente, que es caro en la producción de este autor nacido en Yajalón, Chiapas: el humor, el buen humor que logra un balance entre los sufrimientos de su personaje y su manera de asumirlos sin golpes de pecho o parrafadas densas.
Se transita por estas páginas sin complicaciones, con la hondura que cada cual quiera otorgarle a una historia llena de giros imprevistos y tránsitos no adivinados, pues por momentos pareciera que la novela será estrictamente una historia de amor, para luego suponer que se tratará de la consolidación de una carrera literaria, con los líos que trae aparejada, o el conflicto entre un hijo y sus padres o el viaje de iniciación y aprendizaje o el encuentro del protagonista con una entidad sobrenatural que, al final, pareciera no estar a tono con lo que se ha contado antes, para descubrir casi en el cierre que lo que hemos leído tenemos que replanteárnoslo porque había un dato que el autor guardó muy sabiamente hasta el último momento. 

2. Alfonso Gorozpe Utrilla, treinta años, ha vivido su vida en el Distrito Federal, en la colonia Roma. Es alcohólico y consumidor de drogas. Ha tenido una vida cómoda, sin sobresaltos económicos, con una madre consentidora y un padre alejado del mundo porque es incapaz de enfrentarse con sus remordimientos.

Ha recibido, además, la herencia de una tía muerta en San Cristóbal de Las Casas. Ha escrito una novela exitosa, de título paródico (El club de las pistolas solitarias) y, salvo un tropiezo en el amor, con Casandra, y la aparente traición de Bernardo, su mejor amigo, parece que no tiene razones para drogarse tanto (“Era un experto en mezcalina, peyote, coca, mariguana”), para matarse de esa forma. Pero la historia abre varias puertas que luego cierra. Es una caja china, un laberinto bien construido.

3. La guerra cristera aparece como parte de la historia del padre (“el ser humano desaparece y sólo queda la bestia que quiere sobrevivir, la crueldad avasalló a ambos grupos y todo fue violaciones, rapiña, la maldad humana en su más cruda expresión. Tu padre no fue la excepción”) y en ésta, como en varias que aparecen dentro de la trama (Esther, Melita, José, Casandra, Bernardo, Amanda-Ixtab), Óscar opta por la síntesis, la elipsis, la sugerencia, en lugar del fárrago de datos y la falsa erudición.

Tampoco insiste demasiado, y lo señalo como otro acierto, en el desencuentro que hay entre gente del centro del país y los de provincia, en esta especie de racismo que practicamos unos y otros.
Hay sexo y espíritu en esta novela. Las llamadas malas palabras son parte sustancial de las conversaciones (como ocurre en nuestro modo de hablar) y se equilibran con frases de lograda manufactura;  las citas literarias y de música popular no son presunción vacua, sino parte del discurso narrativo.
Por la ubicación temporal de la historia puede el autor hacer ironías. La referida a los chiapanecos de La espiga amotinada es muy simpática: “Quién sabe cómo terminarían. ¿Serían en el futuro orgánicos o inorgánicos? ¿Los atraparía el canto de sirenas del cheque seguro?”

4. Ubicada en los ochenta, sus referencias literarias (Hasta no verte Jesús mío, La danza que sueña la tortuga; Sabines, Rosario), musicales (“Estaba de moda En mi viejo San Juan, de Javier Solís), sociales (“España acababa de estrenar Rey y democracia”), coinciden con esos años, aunque al final hay desfases (la matanza de Acteal, por ejemplo) que de algún modo se justifican porque en las últimas páginas todo parece reconvertirse, revolverse, volverse a hacer. En ese sentido la novela logra, como dicen que ocurre cuando uno va a morir, un nuevo recorrido en la memoria del lector para reacomodar los hechos y discriminar cuáles han sido ciertos y cuáles falsos.

Sé por sus propias palabras que a Óscar Palacios le atraen sobremanera los buenos finales y en El abrazo de Ixtab, novela que se muerde la cola, ha conseguido desde mi punto de vista uno muy bueno: el final como inicio.
Hay escritores que envejecen con sus escritos. Parece que con Óscar está ocurriendo lo contrario: no deja de notarse su experiencia como narrador, pero hay en esta novela una fuerza, un empuje, una avidez propia de la juventud. Si en su ficción la diosa del suicidio abraza a su protagonista para incitarlo a vivir, aquí parece que a Óscar en la realidad lo abraza la diosa del talento y de la vida. Y con ese abrazo afortunado ganamos los lectores.