Club Sándwich y el cine nacional. Manuela Límenes

manuela-limenesLos éxitos individuales de un grupo de cineastas y fotógrafos mexicanos en el plano internacional contrastan con las carencias de la industria cinematográfica nacional y sus obstáculos.

 

 

Club Sándwich y el cine nacional

Manuela Límenes

En la última década y un poco más, el cine mexicano ha gozado de un renovado prestigio tanto en México como en el extranjero, que algunos (sobre todo fuera del país) han denominado “la nueva ola del cine mexicano”, como si se tratara de una corriente equiparable a la nouvelle vague del cine francés. En realidad, llámese “nueva ola” o de cualquier otra manera, lo que quieren decir es que a partir del éxito de películas como Amores Perros (Alejandro González Iñárritu, 2000), Todo el Poder (Fernando Sariñana, 2000), Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001) y trabajos posteriores de directores como Carlos Reygadas o Luis Estrada, el cine mexicano ha gozado de un renovado prestigio a nivel mundial. Quince años después, ¿podemos hablar de nuestro cine como un reflejo de identidad nacional?, ¿cómo ha cambiado su temática y para quién hacemos cine los mexicanos?

 Algunos directores se han consolidado como representantes del cine nacional dentro, pero sobre todo fuera del país en festivales internacionales y hasta en Hollywood (léase “Los tres caballeros”: Cuarón, del Toro y González Iñárritu). En casa esto es muy bien visto pues como buenos mexicanos, si el trabajo de un compatriota es reconocido en el extranjero entonces todos “ganamos” y nos ponemos el saco. No hay mejor ejemplo de esto que lo ocurrido en la pasada entrega de los premios Óscar en la que los medios calificaban a Alfonso Cuarón y Emmanuel Lubezki como héroes nacionales por una película cuya temática y realización poco (nada salvo dos o tres individuos) tiene que ver con México. Se trata más bien de un claro ejemplo de fuga de cerebros. Resulta también bastante cómica, casi vergonzosa la insistencia de algunos en adjudicarle a México la victoria de la keniana Lupita Nyong’o, quien por cierto puso a todos en su lugar al afirmar que el premio le pertenece a ella y a nadie más.

 Mientras nuestros afamados directores son galardonados en el extranjero, aquí llama la atención el reciente éxito de películas comerciales y superficiales. Pese a que sus temas no son un fiel reflejo ni del sentir, ni de la condición de la mayoría de los mexicanos, su éxito en taquilla es posiblemente indicativo de que como sociedad estamos cansados de ver en pantalla los mismos problemas que en la vida diaria y, por lo tanto, buscamos en el cine una suerte de escape. Si bien por los tiempos que vivimos, los temas de la “nueva ola del cine mexicano” se han trasladado de la violencia urbana a los problemas de la periferia y el narcotráfico, tal vez, a pesar de su relevancia, ¿no nos identificamos del todo con ellos como nación?

 En este contexto podemos entonces hablar de un cineasta que destaca por no pertenecer ni a la primera corriente (la del cine que tanto gusta en el extranjero, el cine de la violencia, la pobreza y las drogas), ni a la segunda (la del cine comercial) y por hacer películas honestas, personales y a la vez dignas representantes del cine nacional: Fernando Eimbcke, quien con sus cintas minimalistas ha logrado reinventar el cine en México y cautivar a propios y extraños. Temporada de Patos (2004), su ópera prima, se ha convertido contra cualquier pronóstico en un clásico. ¿Quién no ha repetido la escena del “dedo” y la Coca Cola?, y ¿qué niño o adolescente mexicano no ha tratado de adivinar el color de sus Freskas? Es en los pequeños detalles que nos vemos representados. Los temas en cambio son universales por lo que sus películas pueden ser apreciadas de igual forma en otros países.

 Tras el éxito de Temporada de Patos y la no tan bien lograda Lake Tahoe (2008), está por verse si su tercera cinta, Club Sándwich (2013) logrará colocarse en el difícil mercado nacional. Su estreno en cines comerciales está aún pendiente. No obstante, es un trabajo muy digno de verse y analizarse.

 La película, que ya ha ganado un par de premios, incluyendo el de mejor director en el festival de San Sebastián, gira nuevamente en torno al tema de la adolescencia. Es la historia, por así llamarle a la serie de mínimos eventos que involucran a una madre soltera, Paloma (María Renée Prudencio), y a su hijo de 15 años, Héctor (Lucio Jiménez Cacho), durante unas vacaciones en la playa. Es temporada baja y el hotel venido a menos en el que se hospedan, gracias al “paquete” que compraron, está vacío por lo que se dedican a tomar el sol junto a la piscina. Como en muchas familias compuestas por madre soltera e hijo, Paloma y Héctor tienen una relación estrecha y codependiente, pero Héctor está por entrar de lleno a la adolescencia y vive en un eterno estado de aburrimiento. Sus conversaciones son rutinarias y monótonas pero, a pesar de todo, Paloma se esfuerza por ser una mamá buena onda y pasan el tiempo entre juegos y club sándwiches. Todo parece ir bien, hasta que sus vacaciones son interrumpidas por la llegada de Jazmín (Danae Reynaud Romero), una joven de 16 años que se hospeda en el hotel con su anciano padre y la esposa-enfermera de éste. La atracción de los adolescentes es evidente e inmediata y es retratada por Eimbcke de manera entrañable con largas tomas, silencios incómodos y ambientación perfecta. El resultado es una cinta liviana y divertida.

  A diferencia de su trabajo previo, el fundamento de la película reside no en la transición del niño a hombre sino en el proceso de aceptación de la madre. Eimbcke parece hacer sufrir a las madres a propósito, ¡y además lo disfruta! La relación de Héctor y Jazmín sigue el orden lógico y pasa de los largos silencios y la aplicación de  crema para el sol hacia algo más íntimo. Mientras tanto, los celos de Paloma crecen cuando los tres juegan “castigos”. Dando lugar a uno de los mejores momentos de la película, no solo por la interpretación que hace la simpática Reynaud, sino también por las reacciones de la pobre madre. Fernando Eimbcke hace un fino y acertado retrato de la relación madre-hijo que ocupa un lugar especial en la cultura de nuestro país. En términos freudianos, la película empieza como un clásico complejo de Edipo que luego es, de cierta forma revertido. Club Sándwich no es una película que trate temas particularmente mexicanos y, sin embargo, las situaciones, los lugares, los personajes y su forma de hablar, los colores; todo nos remite a México. El taxista que aparece brevemente, interpretado por Enrique Arreola es el arquetipo del taxista mexicano y también una referencia al propio trabajo del director: quien haya visto Temporada de Patos sabrá de inmediato que es el repartidor de pizzas.

Eimbcke no es pretencioso, hace un cine personal, de historias sencillas pero relevantes. Sus películas no tratan de política, violencia explícita, narcotráfico ni secuestros. No son el retrato de una ciudad ni de un pueblo. No tratan de pobres ni de ricos pero todo esto está latente en sus historias. Con estilo minimalista a la Jarmusch y presupuestos limitados logra transmitirnos la vida cotidiana del mexicano promedio, consiguiendo de paso cubrir una importante carencia en el cine nacional.

 

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Manuela Límenes

Manuela Límenes Westphalen
París, Francia, 1986. Actriz mexicana egresada de Argos CasAzul, ha participado en diversas obras teatrales y cortometrajes. Cuenta con una maestría en Teoría Cinematográfica de la Universidad de Kingston, Reino Unido. Desde su regreso a México se ha desempeñado como profesora y crítica de cine.