Karenina Díaz Menchaca. México, 1975

karenina-diazPeriodista cultural, master en arte y arquitectura, nos ofrece una muestra de su obra lírica.

 

 

 

PROSA

Karenina Díaz Menchaca

 

LEVEDAD

Levedad que está en el hambre, en el ropero, en el mercado de pulgas, en los colchones de hotel, en las antenas de las hormigas, en los peces que no caminan, en las sombras de los viejos, en los anillos de compromiso, en las tareas de la primaria, en los sartenes con teflón, en el cuerpo de la mariposa, en los átomos de la neblina, en el beso robado, en la panza de un diabético, en las uñas de una niña, en el vuelo del colibrí, en la despensa al fin de mes, y en el violento pensamiento de amor que nunca saldrá de la garganta.

La levedad es poseída por él cuando ella se hace ovillo pidiendo protección entre sus brazos; es comunicar en un torpe mensaje que se amó, pero no se pudo. La levedad es masticar cien chicles y querer dejarlos bien pegados en los resquicios de las ventanas. La levedad es vestirse de saudade, ser saudade, estar en saudade, y cantar saudade; pero también es salir a la calle presumiendo anorexia imaginaria, tener depresión y decir que nada pasa por el esófago y que la muerte es bienvenida. Es darle importancia a la importancia de ser importantes.

Y pese a todo, la levedad también debería de ser el paraíso, el errabundo pisar de los guerreros, la manía del escriba y la cura del paranoico.

Yo vivo levedad cuando bailo y sonrío al mismo tiempo, y está la tarde, y el viento frágil que atropella los cabellos. Cuando hay un dejo de existencia que mece la llovizna, y las lágrimas se maquillan de soledad escampada.

Vivo levedad cuando corro e imito al jabalí, y me voy mirando por entre el bosque mimetizada con las venadas tiernas y escurridizas. 

Me gusta la levedad del instante, de la mirada del gato y de las arrugas que se asoman por el espejo cada vez que me preguntan la edad. Me gusta la levedad de los besos cuando son apasionados, la bocanada de un buen cigarro cuando no se tiene ansia, hacer el amor con amor y soltar las palabras sin miedo.

Me gusta la levedad de Dios, porque está en el cielo y en todas partes, y eso se lo cree todo mundo, y esa levedad de creerlo lo hace Dios, porque  a mí no me daría levedad sino una gran pesadez. Y paradójicamente, la aparente levedad de pertenecer a este mundo tiene la carga más densa que diez mil ángeles en el reino de los cielos. Tener alma pesa, pero nos dicen que no, entonces pienso que tener levedad sería no tener alma, pero pensar que sí.

 

POESÍA

 

MUERTA ESPERANZA

Por cada flamante espina
la esperanza tiene un muerto.

¡La rosa!
¿No lo saben?
No sufre por su delicada existencia,
su botón es el botón del universo.

La de nombre de mujer se queda coja,
como un guerrero enamorado de un recuerdo,
cuando sus piernas porcelana
pedalearon sueños sobre nubes de cemento.

Esperanza: Tu peregrinaje es el
dulcísimo perfume de las rosas.
Tus alas se combaten, chispas vivas de
una lava que se expande.

Son tus brazos los confines de la tierra,
y por cada pensamiento hacia ti
va muriéndose entera, la esperanza que no es nombre.

No es nombre la de mujer altiva,
ni de vestida cascada
es la que tiene color de hospital y nace cuando quiere,
porque siempre muere.

Encalla como turquesa horizonte en medio
de pretensión angelical,
nos engaña a todos, coqueteando con las mañanas
que nos parecen eternas.

La esperanza sigue el sendero del poeta,
porque baila para nosotros,
la danza de las espinas.

Se le conoce así, en la certeza continua de los hombres,
ahí, donde el misterio ha dejado crecer su fantasía
donde los espejos se forjan sobre otros espejos.

¿Quién podría entonces, dudar de la ira de la rosa?

 

NUBES

Como el vaho frente al espejo
las generosas nubes se bosquejan
en un colmenar de nieve andina
que sobre nuestras cabezas
poseen formas de sombrero

Peregrinas y gitanas
buscan torrenciales por
dónde desquitar grises desvelos

Helio las protege por desventura
mientras en su duelo mortecino,
ante el relámpago,
como doncellas temerosas
corren hacia todos lados.

Eolo las despoja de su efímera vestidura,
con toda la aspereza de un olvido
que va a ninguna parte.

Más resucitan
porque cientos de ángeles resoplan
hasta inflarlas como globos de Cantoya

El hombre pájaro las tienta
y las atraviesa con su largo pico por el aire,
pero ellas son la sideral esquirla
con efímera morada de un día cualquiera.

 

MUJERES SOLAS

Amo al mundo porque en nada me complace
su No rotundo es el manubrio de
un demonio que comanda
la orilla de las calles

Amo al mundo en su irónica sonrisa,
la sonrisa de un payaso que ha muerto
en un cesto de basura

Amo al mundo en su orquesta de:
No quiero
No puedo
No debo

Amar al mundo en su tono
predecible
es abrir una guanábana madura
que estalla en su garganta:

“¿Mamá, me haces mi lechita?”

Confundida, la insistencia penetra
las paredes
instantes, claustrofobia.

Este mundo vive colgado de una N
y esta letra tiene un mantra
que a la lengua ronronea.

Creo,
debería amar al mundo
porque hay leche, eso es,
encontrar un tesoro debajo
de las cloacas.

Los días insisten en regalarme arañas,
patonas, inservibles
pero, la tesitura de su voz
es pensamiento sinfónico
de: No, no, no
para transformarse en un: Sí, sí, sí;

Pues ella es un huracán recién parido.
Un silbato sin descanso,
un pollito
que pide, pide, pide,
y que al pedir,
cualquier melódica rutina escampa las mañanas:

Ahí la comida
Ahí el agua
Ahí la ropa
Ahí el postre
Ahí el beso, la caricia, el regaño, los jalones, los berrinches, los cuentos, las promesas, los sueños, la vida…

¿La vida?

Podríamos jugar a ser amazonas
cada una con su flecha,
sin pecho, sin leche,
desde mi egoísta trinchera.

Pero, ella es mi débil emoción
y por sus ojos lluviosos
perdería cualquier guerra.

Con su presencia,
las mañanas y las noches
me abruman como neblina inesperada

¿Cómo decírselo?

Que todo me perturba
Que el mundo posee un ruido natural
esté yo, o no esté,
No, es no,
lo que da continuidad adentro de mi casa:

No llamadas
No flores en la mesa
No invitaciones a cenar
No pieles extranjeras.

“¿Mamá, me haces mi lechita?”

Va de nuevo,
Ya hay luna en la cortina

Sí, hija, sí.

Las mujeres solas hablamos solas,
las mujeres solas decimos que sí
cuando ningún diálogo nos persigue,
decimos que sí
cuando es sí,
sin  titubear
sin correr.

¿Para qué correr?

¿Quién nos espera?

Amo también al mundo por ser mundo
y al mundo de mujeres solas
porque amar al mundo de mujeres solas
es amar a las mente de gitanas.

Las mente de gitanas
tienen tatuado el No desde que nacen
su instinto es su milagro
que renace cada tanto.

“¿Mamá, me haces mi lechita?”

Amo al mundo porque hay leche
adentro de un montículo frío,
que logro entibiar
para Ella,
para Ella,
para mi extensión de amor más cercano.

      Sí, hija, sí.

Entonces,
empeñamos el No

– las mujeres solas –

cuando un pequeño Dios
nos exige,
nos sacude,
nos hace pronunciar el monosílabo
que no está hecho para nosotras:

– Sí

 

DICHO SEA

Dicho sea todo lo dicho hecho

desde la ojera como dintel de párpados

que han visto cómo el volcán se aploma,

ó cómo la jacaranda encarpeta entera

a una ciudad,

a una latente

ciudad de pálpitos

que pudieran bien enlamarse

debajo de su taciturna cloaca.

 

Lo todo dicho sea dicho

más no por ello se desvanecen

–aún en mucho abuso anden tantas-

colgantes palabras, con melódico percance

de saliva hética y  trasnochada.

 

Arrojadas por suspiro, en excéntrica  soltura

anodinos decires

columpiados en más de mil,

se defienden

 orígenes del a,b, c, donde un alfabeto

es el minúsculo paraje agreste de autonombrados poetas.

 

¿EN QUÉ ABRIGA?

¿En qué abriga la dicha, un objeto?

Si mirada en brazo alado
no conforma, y
colibríes 
como tótems nos dejan,
con milésimas de segundo
alelados.

Y es de tal
su belleza diáfana,
que presurosa
presencia
obliga a pregunta redundante:

¿En qué abriga la dicha, un objeto?

Si el de rubio otoñal paisaje
conmueve
a la vista trigal
de un sol que departe
-en tan amigable coro –
encuentro deshumanizado
propio de un momento
que no le pertenece
-ni por segundos –
en su fatuo suspiro de saberse hijo pródigo,
al hombre en su repetitivo canto:

¿En qué abriga la dicha, un objeto?

Si en canoso invierno el ojo
en su impertinente deseo
-de blanco sobre blanco-
no puede más que eliminarse
vencido
vencido
vencido
ante ebúrnea colmena
de secretas estelas,
espejo de un tercer ojo que otea
fulgurante desde su otro polo:

¡Los paralelos polos de la tierra!

Independientes de todo,
menos de un creador,
celoso y enojado.

Y si en todo caso,
el objeto no tuviera dicha,
ni por poco un alma en dónde alojarla
de qué pregunta
pudiera importunarse
la misma dicha, el mismo objeto,
el mismo abrigo
que ya por sí mismos
son infinita presencia
entes de sombra, entes de luz
prístinos átomos de invisible consciencia.

 

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Karenina Díaz
SEMBLANZA

Karenina Díaz Menchaca
Nacida en México, D.F. en 1975, es periodista de profesión. Egresada de la Escuela de Periodismo ‘Carlos Septién García’, Tiene un máster en Crítica de Arte y de Arquitectura en la Universidad Europea de Madrid. Ha colaborado en diversos medios dentro y fuera de su país, destacándose en periodismo cultural. Ha participado en dos antologías poéticas, y en dos ocasiones en el Encuentro Internacional Mujeres en el País de las Nubes. Recientemente fue publicada en el Periódico de la UNAM (Periódico de Poesía), y en la (Revista Este País).