“La Otra, la misma de Dios”. Aleyda Quevedo (Ecuador, 1972)

Una muestra de los contenidos de este libro y algunas de sus críticas. Sobre estos versos destaca el comentario: “es la confirmación de que el erotismo es un camino hacia el conocimiento…”

 

 

LA OTRA, LA MISMA DE DIOS: el nuevo libro de la poeta ecuatoriana Aleyda Quevedo Rojas, es la confirmación de que el erotismo es un camino hacia el conocimiento…

Ediciones de la Línea Imaginaria y Editorial El Conejo, prestigiosos sellos editoriales ecuatorianos, son los coeditores del séptimo poemario de la autora quiteña que según el poeta, narrador, ensayista y catedrático uruguayo Rafael Courtoisie, es con este poemario que la poeta se consolida en su trayectoria literaria con un libro luminoso, preciso e indispensable en el mapa de la poesía Hispanoamericana.
Courtoisie sostiene: "De Dios y del mundo, la otra conmovida en la mismidad de su cuerpo y la resignificación del amor: eso es solamente una parte de la pasión absoluta que despliega la poeta Aleyda Quevedo en su último poemario.

Como Teresa de Avila, como Sor Juana Inés, como todas las poetas místicas, Aleyda hace trascender el roce vivo, la carne viva en una poética de intensidad tremenda y dulce a la vez.
Esta poesía no está hecha de instantes, está hecha de formas puras fuera del tiempo, espacio conmovido y transformado por la carne de ser. Pasión que hace de la abolición del tiempo una de sus consecuencias, entre muchas, todas fundamentales. Toda mística es erótica. Leerla es despertar para siempre de un sueño para caer en la conciencia radical de una cálida vigilia corporal. Como en ciertos sonetos de Teresa de Ahumada, Aleyda permite levitar."

En un amplio ensayo que el escritor uruguayo dedica a la poesía de Quevedo Rojas, titulado: “La erótica como mística y construcción de la identidad”, sostiene que se trata de una poesía mística, por supuesto.
“No puede concebirse una erótica tan nítida, tan removedora, tan exacta, tan revulsiva, franca y hermosamente cruda como la que logra Quevedo Rojas en esta obra, sin inscribirla con plena conciencia en la línea de los grandes y, sobre todo, las grandes místicas: Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Sor Juana. El deseo articula el logos y procura el goce.

Desde el goce no se escribe, se escribe desde el deseo, y desde el deseo se incrementa algo que podía parecer solamente pulsión y se transforma en trascendencia, en un ir más allá del logos.
El discurso de Quevedo Rojas, una de sus más logradas estrategias poéticas, verificable cabalmente en este libro, es la de cercar el objeto o la serie de objetos-sujetos mediante la celebración y al mismo tiempo mediante la recordación del tabú, de la prohibición, como si se tratara de un encuentro de imágenes irreconciliables que produce una extraordinaria conmoción, una comunicación poética sobresaliente.

Lo extraño, lo bizarro en el sentido de valiente y de “raro” es que en diversos fragmentos, en diversos poemas clave del libro, Aleyda Quevedo se adueña de la prohibición cultural, colectiva, y consigue emplearla como argumento y a la vez recurso de estilo radicalmente propio, individual. 
La prohibición pasa a ser un acto volitivo que modifica y acompaña la expresión del deseo, porque la prohibición societaria, la prohibición en un sentido antropológico pasa a ser un instrumento paradójico de liberación en la articulación del discurso a través de un yo lírico que se re-construye, que se hace a sí misma (no a sí mismo).

El rechazo por el amante es otra forma de la aceptación, una forma que incorpora la dignidad y la construcción de una identidad intransferible, un empoderamiento, en definitiva, donde la promoción mística producida por el discurso erótico logra una plenitud textual que es, a la vez, sexual, física y metafísica.

Lo que una lectura desatenta pudiera llegar a decodificar como reproche o texto de desamor es, por el contrario, acto de amor profundo hacia el otro, a través, también, y sobre todo, del amor propio.
El milagro poético es hacer de la prohibición enunciación, y de la enunciación liberación.
Y eso, ese proceso, se da en el libro de Quevedo con una profunda alegría, con un humor que libera su feromonas en el lector, que produce un estado de gracia inefable.

Este libro produce ganas.
Aleyda hace caer “una gloriosa maldición sobre lo rechazado por ella”.
Y esa maldición es – cálida, cariciosa- un “otro” acto de amor.
Uno de los poemas de profunda mística y belleza, es este, que cito a continuación:

 

ARRANCO TODAS LAS FLORES DE MI CUERPO
para ofrecértelas, Señor.
Allá voy, más desnuda sin las diminutas flores
del torso, más desvestida que nunca
sin las dalias que crecían en mi espalda.
Voy saltando las piedras ciegas de la desdicha
y el viento me ayuda a alcanzar la arena.
Señor de las Angustias, todopoderoso mío,
me despojo incluso de la flor pasionaria
y de la corona de heliconias que adorna mi pubis.
Desnudísima, para entregarme a ti,
sin los lirios de la nuca o los girasoles de las nalgas,
pulcra, tal vez insondable isla de misterios
Y no más rosas, ni margaritas, ni violetas
encandiladas en mis senos.
Limpia estoy, vuelta promesa.
Brillante y sola para entregarme a ti
sin las astromelias del sexo,
sin la flor azul del corazón.

Aleyda Quevedo
Aleyda Quevedo Rojas, es licenciada en Comunicación y Diplomada en Gestión Cultural por FLACSO. Ha publicado los libros de poesía: Cambio en los climas del corazón (1989), La actitud del fuego (1994), Algunas rosas verdes (1996), Espacio vacío (2001 y 2008), Soy mi cuerpo (2006) y Dos Encendidos (2008 y 2010). En 1996 con “Algunas rosas verdes” recibió el Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade. En el 2004 la editorial andaluza Cuadernos de Caridemo publicó una breve antología de su poesía, bajo el título: Música Oscura. En el 2008 preparó para Ediciones “El Perro y la Rana” la Antología: 13 poetas ecuatorianos, que reúne voces de poetas nacidos en los años 70. Ha representado al Ecuador en los más importantes Encuentros y Festivales de Poesía de América Latina, el Caribe y España. Varios de sus poemas han sido traducidos al hebreo, portugués, alemán, francés e inglés. Su poesía se incluye en importantes antologías y revistas de Hispanoamérica.    www.aleydaquevedorojas.com

El séptimo poemario de la poeta, periodista y gestora cultural Aleyda Quevedo Rojas se presentó la tercera semana de octubre del 2011, en el marco del III Festival Internacional de Poesía de República Dominicana; y el 28 de octubre, los escritores y poetas, el guayaquileño Ángel Emilio Hidalgo y el cubano Jesús David Curbelo, lo presentaron en la II Feria Internacional del Libro de Guayaquil, y el 18 de noviembre se presentó en Quito, con la apreciación crítica de los escritores ecuatorianos Edwin Madrid, Abdón Ubidia y Lisset Coba. El libro ha tenido una estupenda acogida por parte de lectores, prensa especializada y público en general. Del 12 al 19 de febrero del 2012 Aleyda Quevedo Rojas compartirá poemas de este libro con el público, los poetas y los lectores que se darán cita en el Festival Internacional de Poesía de Granada-Nicaragua, que tiene como invitado central al Premio Nobel de Literatura, Derek Walcott.

La filóloga y poeta dominicana, Soledad Álvarez, señala: “En La otra, misma de Dios Aleyda Quevedo Rojas vuelve sobre el tema del amor-pasión y sus afines, lo que significa volver sobre sí misma, sobre los sentimientos y contradicciones que surgen en y del encuentro con la alteridad. Amor que nace del deseo de plenitud, de la búsqueda de participación en la divinidad –como entendían los griegos- o de ese “estado de gracia” que Hölderlin entrevió como transitorio al definirlo como el momento que los dioses conceden a los humanos para que experimenten la eternidad.  Naturaleza cruel la del amor que al entregarse se niega, y que nos acerca a Dios para condenarnos a su pérdida, a la caída. Porque el amor, parafraseando a Rilke, no es más que el inicio de lo terrible que todavía apenas soportamos. De ahí que desde la antigüedad clásica haya sido en la literatura ausencia del otro, representación del deseo y rememoración del bien perdido.  La otra, la misma de Dios se inscribe en esa tradición, reformulándola con nuevas articulaciones y sentidos desde la compleja y fragmentada subjetividad de la mujer contemporánea”.

 

Y escribe Aleyda Quevedo en “La Otra, la misma de Dios” (2011):
Me quieres mucho, quizá, nada, más.
Pero más te quieres a ti mismo.
En la última mañana lames con dedicación
Los dedos de mis pies, besas sin asco las axilas,
Ardes y recorres los pliegues del sexo.
Haces bien en amarte tanto,
Aunque goces de mis gracias,
Como el experto cínico que eres;
Haces bien y te deleitas.
Adiós, amor mío,
Nunca mío, siempre tuya.
Sin dudarlo,
Como el mar que aún me domina.
Adiós,
Ahí he puesto toda la fe.

Para el reconocido poeta guayaquileño Ángel Emilio Hidalgo, Aleyda Quevedo Rojas es “una poeta que asombra en cada nueva entrega, porque condensa en su esfuerzo la destreza de su oficio –sostenido a pulso por veinte años y más- con una naturalidad y autenticidad que sorprende en un medio literario como el ecuatoriano, acostumbrado a la máscara, la veleidad y el devaneo. Y es que Aleyda Quevedo es una poeta que hace mucho traspasó el estrecho círculo cultural de nuestro país: su nombre consta en algunas antologías de poesía latinoamericana y mundial. Así, sus búsquedas y trayectoria le han convertido en una poeta universal, en alguien que no se cohíbe al enfrentar las diversas tradiciones de la lírica occidental, porque su formación y lecturas constantes le orientan a indagar en la experiencia del verbo, más allá de las apariencias.

De esta forma, Aleyda Quevedo Rojas explora y se sumerge en lo que algunos teóricos llaman la “esencia de la poesía”, la cual, si existe, se vislumbra desnuda en los pasajes más altos de la literatura universal. Aleyda no es una convidada de piedra en el banquete de los espíritus tocados por la magia ancestral de la palabra. Ella se mueve y desdobla en múltiples dimensiones y encanta al lector con la sonoridad de sus vocablos, la contextura de sus ritmos y el esplendor de sus imágenes, mimetizándose en las voces de otros y otras que emergen desde los distintos estadios del alma.

En el poemario La Otra, la misma de Dios, la voz lírica emprende un viaje al mundo del erotismo en las formas visitadas por ella. Dividida en cuatro partes, un códice de variadas texturas se despliega en: Del erotismo de los cuerpos, Del erotismo de los corazones, Del erotismo sagrado y Del erotismo de la contemplación.
Cual puntos cardinales de la existencia, las agujas de la brújula apuntan a las dimensiones del erotismo y el mundo de los sentidos, que son recorridos por “la Otra, la misma”, aquella que ha trascendido la medianía para erguirse en una presencia indisoluble, cuya vital resonancia se sostiene en la integridad de su travesía por los territorios de la experiencia.

De principio a fin, la Otra es leal consigo misma, pues se entrega, sin aspavientos, tanto al goce carnal como al erotismo místico, al punto que dialoga con Dios sobre sus humanas perturbaciones: “Mírame, soy la misma de los excesos,/la otra que te mandaba mensajes desde el salitre”.

 

LAS OLAS HABLAN CONSIGO MISMAS,
autosuficientes.
Ellas en blanco y en silencio.
Las escucho entre dos almohadas frías,
estridente diálogo de espuma.
Te pierdo.
Me hablo.
No me encuentro
en el vacío brillante de alta mar.
Trato de reinventarme,
desde la cal y las heridas que se cierran.
Todo se ondula, todo baila, todo es agilidad y triunfo.
No te encuentro
aunque te canto.
Medusas me reclaman.
Yo, mujer de mar abierto,
autosuficiente pido,
la soledad sin dolores de amor,
y dejarme arrastrar por las olas,
medusa tornasolada.

 

TODAVÍA NO APRENDO A DISTINGUIR
el vértice donde se topan
la realidad y los sentimientos que soñamos.
Lo mismo me pasa,
cuando intento guiar la hiedra.
Esa liviana planta que tanto afecta
el muro de mi (tu) soledad.
Plantas y sentimientos bizarros
que me atraen, y poco logro entender.
Excepto la sobriedad de la hiedra,
están las plantas inflamadas del jardín:
lirios de sangre blanca,
farol chino que aprisiona deseos,
y la menta, húmeda calma que le da sentido
a mis otros sueños, donde no hay confusión,
y me es posible suspirar,
para empezar el nuevo día.

Yolanda Castaño, poeta y artista visual española, “En La Otra, la misma de Dios, Aleyda Quevedo alcanza la madurez y confirmación de una carrera singular, personalísima, sólida, con las equilibradas dosis de oficio y riesgo en lo que ya constituye una valiosa aportación al progreso de la Literatura Latinoamericana.
En esta su séptima entrega poética, el erotismo que ya conociéramos en la autora quiteña se expande retorciendo cada límite para alcanzar lo carnal y lo emocional, lo contemplativo y hasta lo sagrado, como una suerte de motor primigenio capaz de inundar hasta los ámbitos menos circunscritos. Desde su estilo valiente, colorista y lleno de fresca personalidad, cada vez que pudiese encontrarse al borde de caer en la edulcorada complacencia, remonta el vuelo con una imagen sorprendente, con un giro rompedor.

En La Otra, la misma de Dios el deseo se revela como la forma más salvaje de la esperanza. Es el eros quien construye y reconstruye la identidad, una identidad femenina multiplicada en la otredad. El placer toma la voz que durante tanto tiempo le negaron, gozo de mujer que rompe el silencio y se verbaliza. Se hace contemporáneo, recorre los anaqueles de lo concreto. Es un deseo permanentemente sujeto al tiempo, abismado a sus feroces circunstancias.

El complejo erotismo de este libro es a veces onírico, a veces ancestral, otras, lunático. Muchas –como ya conocíamos bien por anteriores trabajos- profundamente natural, telúrico: los ojos se funden con los cielos, los brazos con los lagos o el sexo con la tierra. Incluso pinta una amante animal que es a veces niña salamandra, a la que otras crecen alas de pájaro. Mas también en ocasiones se resuelve cultural, salpicando su ansia con los nombres de otras mujeres creadoras, aquella insigne genealogía matriarcal en la que Aleyda sueña inscribirse.
La autora vuelve al cuerpo que hiciera protagonista de su anterior poemario y lo convierte aquí en también sostén carnal de la emoción: alma que se aloja en labios, sentimientos que amalgaman con algunas secreciones, nostalgia que somatiza en la piel. Cuerpo que también se auto explora y place, que se expresa a sí mismo más allá de las palabras. Sexo abierto y como fin, entrega y sugestión, válvula. Cuerpo que evoluciona y metamorfosea, que quema etapas libre escribiendo su propia historia.