Francisco Villalpando (mención honorífica en el Premio de novela corta “Rafael Ramírez Heredia”)

Las sonajas suenan a un ritmo pausado, las plegarias casi guturales en forma de canto se elevan para preparar a los participantes al ritual del owirúame conforme a las tradiciones antiguas del pueblo Tarahumara.
El Chamán pone en las bocas de sus ayudantes una infusión preparada con híkuli (peyote) y otras yerbas sagradas. Las luces de las antorchas alrededor de ellos iluminan al Chamán que se coloca de rodillas junto al cuerpo inerte de Fernando Morientes, ambos están dentro de un circulo marcado con un polvo de yerbas molidas que el Chamán había colocado previo al ritual, quien ahora toma de una vasija un poco de ungüento que pone sobre la frente de Fernando y después sobre los pies del mismo. El Chamán toma otra de las vasijas que Roberto, su binéami “discípulo” le tiene preparadas y se la da a Susana para que se la ponga por todo el abatido cuerpo de Morientes, que aún luchaba por su vida.
Como si lo hubiera hecho toda la vida, Susana con firmeza y a la vez con ternura frota todo el cuerpo desnudo de Fernando con esa solución aceitosa que parecía quemar sus delicadas manos. Después Roberto, el discípulo del Chamán, le pasa otra de las vasijas a su tío, para que este se la ponga a Fernando en la boca, haciendo que este trague bastante de esa solución preparada también a base de varias yerbas que únicamente a un Chamán se le permitía usar.
Las sonajas comienzan a sonar con mayor rapidez, de la misma forma en que las plegarias en forma de cantos también lo hacen; el Chamán inicia su propio rezo, levantando sus brazos al cielo. Por un instante Susana se percata de que una mano de Fernando se mueve, pareciendo que las plegarias del Chamán o bien todas las medicinas que en el hospital de la ciudad le habían dado al fin estaban comenzando a surtir algún tipo de efecto. Con pesadumbre Fernando comienza a recobrar la conciencia, entonces el tío de Roberto toma otra vasija y se la coloca en la boca al enfermo, para que beba lo más posible; como si fuera por arte de magia, Fernando parece recobrar la conciencia de forma casi abrupta, el efecto de la solución que el Chamán le acaba de dar le da tanta energía que por unos segundos logra incorporarse, sentándose sobre su lecho, voltea a ver a todos a su alrededor, distinguiendo entre ellos la bella presencia de Susana. Fernando le sonríe, pero algo comienza a parecerle extraño, detrás de Susana el cielo estrellado de la noche se comienza a ver con mayor nitidez, parece que hasta pudiera tocar cada uno de los astros luminosos, la luz que estos despiden comienza a invadir el recinto, Fernando se comienza a sentir más ligero, pareciendo que podría levitar sobre el lugar si así lo quisiera.
El sonido de las sonajas ahora es acompañado por el de unos tambores que repican con ritmo acelerado, Fernando se ve a si mismo corriendo semi desnudo, únicamente usando una especie de taparrabo al más puro estilo indígena, abriéndose paso entre la vegetación de la montaña; a cada paso que da, un águila en el cielo le persigue, vigilándolo.       
Fernando tiene certeza que de alguna forma eso que esta viviendo en ese momento es real, pues cada sensación la detecta con todos sus sentidos, interactuando con el entorno. Ahora siente que su espíritu quiere salir de su cuerpo, mientras su corazón bate al ritmo de los tambores. Entre toda esa confusión de sensaciones, Fernando alcanza a ver como la desnuda y sensual figura de Susana se aproxima, acostándose encima de él, para comenzar a besarlo por todas partes del cuerpo, incitándolo a hacerle el amor en medio de ese ritual, Susana emite gemidos de placer mientras el miembro viril de Fernando la invade por completo, todo se confunde, el canto del Chamán con el sonido de los tambores, los gemidos de placer de Susana con la respiración agitada de Fernando, quien parece que va a desfallecer para que finalmente en medio de esa exaltación de los sentidos se transforme en águila y vuele por sobre las montañas atravesando con majestuosidad todo el cielo nocturno de Cuauhtémoc…
… Todo se vuelve silencio repentinamente, el ritual del “owirúame” había concluido.