Feliz Pascua

Leí la trilogía La crucifixión rosa de Henry Miller hace muchos años. Ya había leído para ese entonces el Opus pistorum, la bufonada donjuanesca que Miller vende a un dólar la página al librero Milton Luboviski y que narra las aventuras pornográficas de Alf, alter ego de Miller, y de sus amigos en París. Este texto, inscrito en el ámbito de la cultura burguesa, le permite a su autor tanto sobrevivir en la capital francesa como financiar su literatura seria. Pero el Opus pistorum es mucho más que una bufonada; las disquisiciones filosóficas del narrador y protagonista, propias de la literatura pornográfica, exceden ampliamente la materia sexual y preconizan un contraproyecto burgués basado en la libertad, la crítica y la rebelión. He seguido leyendo a Miller a lo largo de los años y cada vez que lo releo experimento la misma inyección de vitalidad que la primera vez: sus obsesiones y su naturaleza hondamente reflexiva aparecen tanto en su escritura erótica como en sus libros de viajes y en la extensa fabulación de su autobiografía; ninguna escritura del yo me parece más potente, desestabilizadora y humana que la de Miller.
Siempre que llegan estas fechas de fin de año recuerdo un pasaje de Nexus, la tercera parte de la trilogía La crucifixión rosa (la primera es Sexus y la segunda es Plexus): Miller es invitado a pasar la Navidad con sus padres y lleva a su mujer, Mona, y a la amiga-amante de esta última, Stasia. Las dos mujeres, de vida bastante disipada, salen la noche anterior y regresan completamente borrachas a las tres de la madrugada. Traen consigo al conde Bruga, un muñeco que apareció en sus vidas de forma misteriosa y que acarrean durante sus andanzas, tan maltrecho que “parecía haber recibido una paliza”; Mona y Stasia pretextan un cuento chino -mitad verdad, mitad mentira- y dicen que han debido pasar la noche engatusando a un tipo para conseguir el dinero con qué comprar los regalos que llevarán a casa de los padres de Miller. Así las cosas, entre trastabilleos en idas al baño, las borrachinas “hasta vomitaron un poquito, para no quedarse cortas”. Miller las hace dormir y pone el despertador para las 9:30 de la mañana, porque deben estar en casa de sus padres a la 1 de la tarde para comer, y les advierte que deben ir sin maquillaje ni disfraces: un problema mayúsculo, porque las dos mujeres son vistosas y estrambóticas.
La comida es dolorosa e hilarante: Miller, con un matrimonio anterior deshecho y una hija de la que no sabe nada, llega con Mona y Stasia a La Calle de las Primeras Tristezas a enfrentar la mirada de su severa madre, la bonhomía de su padre y la estulticia de su hermana. La comida empieza con el ¡Prosit! del padre y el brindis en silencio de Miller: “Feliz, pero que muy Feliz Navidad, para todo el mundo, caballos, mulas, turcos, alcohólicos, sordos, mudos, lisiados, paganos y conversos. ¡Feliz Navidad! ¡Hosanna en las alturas! ¡Hosanna al Altísimo! Paz en la tierra… ¡y ver si os dais por culo y os matáis unos a otros hasta la llegada del Reino!”
La celebración del día de Navidad prosigue con el cuestionamiento de la familia a su vocación de escritor, oficio del que todavía no da cuenta. Los reparos de su madre a su vida bohemia y a ser mantenido por su mujer a partir de un trabajo incierto, pero presumible, provocan una tensión que la compañía inusual distiende: las borrachinas, que han pasado una mala noche, apenas reprimen los bostezos y, tras comer, se tiran a dormir la jumera en un sillón que cede con el peso de las mujeres. Después del alboroto causado por el mueble roto, Miller sale a dar un paseo por el cementerio con su padre y, a su regreso, encuentra a las mujeres tomando café (en una casa donde no se toma café, excepto en contadas ocasiones como los desayunos, las partidas de cartas y las tertulias) y en tensa conversación. Las horas pasan lentamente tras revisar un álbum familiar con una genealogía de seres excepcionales (algunos morones y otros incestuosos) y sortear amagos de discusión respecto del futuro del hijo. La comida de Navidad de Nexus termina con la despedida de la familia hasta la misma atroz fecha del próximo año. Miller se va con las dos mujeres, ya algo despabiladas, de vuelta al sótano donde viven; una vez allí, ya libres de miradas censuradoras, los tres se sientan a “la mesa de las confesiones” a beber y planificar el viaje a Europa con el que se cierra la trilogía.
Todos los años para estas fechas recuerdo esa comida de Miller. Creo que ahora, que acarreo para todos lados con un muñeco al que llamo “el imbunche” y que mi hermano ha comparado en alguna ocasión con el conde Bruga de Mona y Stasia, se me hace más cercano el recuerdo de esa escena. Quizás la recuerdo a causa de mi propio muñeco, que a veces parece haber sobrevivido a una paliza en tantos traqueteos por acá y por alla; quizás porque siempre tengo presente que mi padre me llamaba Mara, otro de los nombres que Miller da a Mona; quizás porque estos festejos y encuentros con nuestra intimidad más absoluta generalmente están revestidos de un enorme peso afectivo, pero también tensional. Siempre que llegan estas fechas de fin de año recuerdo el pasaje de Nexus y termino diciendo Feliz Pascua, nunca Feliz Navidad, así como hablo del Viejo Pascuero y nunca de Papá Noel y Santa Claus, que son de otras geografías. Eso, aunque me parece que la Pascua es en el fondo una celebración harto triste; y más triste todavía es el Año Nuevo con esa abrazadera ecuménica que propicia, tan lejana a la inclinación natural de los festejantes hacia la humanidad completa. La crítica de Miller es honda y los manda a todos a buena parte. El nacimiento de Cristo y la llegada del Año Nuevo dependen de para quién sean y desde qué perspectiva los enfoquen, porque no todos tenemos el mismo Dios ni calculamos de la misma manera el comienzo de un nuevo ciclo; así y todo, me encargo de darle a conocer a quienes quiero de que los quiero si la situación lo permite.
Nexus se cierra con el viaje de Miller a Europa. Lo que vendrá después, su llegada a Francia, como dice Dostoievsky al final de Crimen y castigo respecto de Raskolnikov, y lo que sucederá con él tras la expiación de su pecado, es decir, “la renovación de un hombre y la historia de su tránsito progresivo de un mundo a otro, podría constituir el tema de un nuevo relato… pero nuestra presente narración termina aquí”.

 

María Luisa Martínez

Concepción, 31 de diciembre de 2022.