Con las tijeras en la mano, recortando un círculo en el aire

Juan Carlos de SanchoLa isla del deseo, de Juan Carlos de Sancho.
Este escritor canario nos entrega un relato que pasa como un albatros por la imaginación y la reflexión. Es el viaje del hombre y de la poesía.

(La venerable paciencia del pensamiento)

por Juan Carlos de Sancho

Eliminando poco a poco el material sobrante y seleccionando herramientas cada vez más pequeñas y consideradas, el florentino  Miguel Angel Bunarroti supo descubrir  el David que ya  había imaginado en el interior del  bloque de mármol. La lentitud fue su éxito.

Desde hacía años yo buscaba una manera similar de trabajo que me permitiera avanzar en mis reflexiones literarias

LA VENERABLE PACIENCIA DEL PENSAMIENTO

Ocurrió en una  panadería cercana a mi casa. En un cartel publicitario de helados aparecía una seductora señorita detrás de unas rejas, lamiendo un apetitoso cucurucho de vainilla. Sobre ella, la frase: «El deseo te atrapa». Fijé la mirada en la foto y quedé momentáneamente hipnotizado. «Lo que ahora veo – pensé- es un simple anuncio, pero esto es una revelación. Vivo en un mundo ficticio que cada vez comprendo menos. ¿Estaré realmente atrapado en él?».

Hablo con amigos y me cuentan con el mismo estupor  que últimamente  viven un estado de desbarajuste cercano a la estupidez. Nos reunimos en casa y hablamos que todo está ligado cada vez más a lo que no existe, a lo banal. Confirmado que estamos atrapados en un envoltorio aparente, comienza a renacer en nosotros un íntimo deseo de retornar al nomadismo fundacional. O sea, a salirnos de órbita.

Busco ideas refrescantes, pero la palabra intelectual ya designa cualquier cosa y los periodistas sumisos sólo buscan una opinión pública estable y obediente. Sin embargo descubro que renacen otras formas de libertad, permitiendo a cada persona experimentar la multiplicidad de seres que la habitan. Yo opto por la venerable paciencia del pensamiento, un viaje para  escritores de viaje lento y nada seguro.

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LA ISLA DE LA PLÁCIDA  IGNORANCIA

Parto en un pequeño velero. Encuentro en alta mar una botella. La abro y en su interior encuentro este mensaje: «no hay nada en el mundo fortuna mayor, creo, que la incapacidad de la mente humana para relacionar entre si todo lo que hay en ella. Vivimos en una isla de plácida ignorancia»* ¡La isla de la Plácida Ignorancia! ¿Será hasta allí donde debo dirigir el rumbo? Después de un largo viaje llego a la Isla consumido por mis dudas. Intuyo que si no paso antes por este lugar no habrá manera humana de localizar otro mundo.

Me acerco a un bar regentado por un anciano filósofo. Me comenta: «Nos suelen visitar espíritus inestables como el suyo y sobre todo escritores que saben relativizar los libros a través de la existencia. También pasan por aquí los que practican el vagabundeo iniciático y los encuentros efímeros. Aquí un pájaro puede ser también una nube, una palmera, una canoa de mimbre. En este lugar, fundamentalmente, somos. ¡Somos! ¿Sabe usted?

Descubro que en esta Isla aún se conserva la luminosidad, un lugar donde abunda la inteligencia natural y quizá por ese motivo observo que por aquí rondan pocos escritores profesionales. Todo es buena educación en la Isla de la Plácida Ignorancia.

LOS VIAJES CIRCUNSTANCIALES Y LA INSULAS DEL DESEO

Llevo aquí varios días y  tengo la impresión de haber recuperado el aspecto dual de la vida: lo original y lo desmedido. Doy mis últimos paseos y subo a una montaña. En la lejanía descubro un misterioso archipiélago oculto entre las nubes. Soy un  escritor isleño que sigue las pautas que describen a las islas como pequeños continentes en miniatura, lo más parecido a los libros que escribimos. Así que me invito a mi mismo a  conocer ese mundo clandestino.

Navego ahora sobre las olas como un catamarán. Me deslizo a gran velocidad y descubro entre la niebla las Ínsulas del Deseo.

LAS ISLAS DEL DESEO

Acabo de llegar y me encuentro con el Gran Motor. Alrededor unos malabaristas realizan juegos con palabras de cristal que reflejan fragmentos de un bosque enigmático, que va variando de formas y perspectivas a medida que los ilusionistas  afinan su trabajo. Uno de ellos, se acerca y me dice: «Soy viejo, soy nuevo, he estado muerto, ahora estoy vivo».

Ya navego por el Archipiélago del Deseo y me cruzo con navegantes solitarios. Curiosamente todos llevan un manuscrito en sus bolsillos. A ratos se detienen y escriben sus impresiones. ¿Vendrán todos a la Isla del Deseo o están de paso? ¿Irán de regreso a Ignorancia o han perdido el rumbo? Me hago estás preguntas porque muchos no paran de dar vueltas sobre si mismos, formando grandes remolinos; otros van como perdidos, esquivando al resto. Los más cautelosos no paran de mirar la brújula y otros no dejan de mirar hacia atrás. Mientras tanto los dioses del camino deliran con nuestros titubeos.

EL SALMON DEL CONOCIMIENTO

Me adentro en una isla de vapores. Me enredo en las nubes  que desprende un volcán apagado. Huelo la antigüedad de la tierra  y me detengo a mirar un bosque de avellanos donde hay un pozo que desprende burbujas de inspiración. Me gusta que en estas islas recónditas las ideas se dibujen con imágenes tan contundentes. De pronto se acerca un anciano venerable. Se sienta a mi lado y me comenta: «Los duendes del bosque escondieron toda la sabiduría de la Tierra en siete avellanos, para protegerla del Demonio. Del Avellano del Saber una de las avellanas cayó a este pozo, donde un salmón se la comió, convirtiéndose así en el ser más sabio de la tierra. Si pruebas éste salmón te transformarás interiormente, te iniciarás en altos conocimientos. Esa es la función de la sabiduría. Los seres reducidos están privados de la espontaneidad del deseo, la interioridad que busca su conservación».

Seguí al anciano. Hacía años había leído de Leonardo De Vinci que «el mayor bien es la sabiduría». Esta era el momento y la oportunidad de comprobarlo por mi mismo.

EL ARCHIPIELAGO DEL DESEO

Atravesé con el druida el Archipiélago del Deseo. A veces el suelo era de tierra, otra parecía que andábamos entre pequeñas olas, a ratos se hacía de papel. Entonces yo era incapaz de distinguir si estaba en una isla o dentro de un libro. Mientras avanzaba apuntaba en  mi cuaderno los lugares de sabiduría que iba descubriendo. Estos fueron los que más me llamaron la atención:

Laberintos de piedra: Eran transitados por los pescadores antes de salir a faenar. Conseguían así despistar a «los malos espíritus» que quedaban confundidos y perdidos  dentro del laberinto, pudiendo entonces pescar sin ningún  peligro. Han pasado los años y ahora son utilizados por los artistas del lugar. Cuando un artista entra en el laberinto recupera Conocimiento.

La Escuela de Humor: Los isleños de por aquí son muy humoristas. «Demasiada seriedad- me cuentan en la Escuela de Humor- incluso en la virtud, es algo sospechoso e inquietante: por debajo debe haber algún espejismo o algún fanatismo. Carecer de humor es carecer de humildad, es carecer de lucidez, es carecer de ligereza, es estar demasiado engreído, demasiado engañado con respecto a uno mismo».

El árbol de los objetos nuevos añadidos al mundo: Es un árbol donde cuelgan los fragmentos de eternidad. Es un árbol para contemplativos.  En él cuelgan poemas, fotos fijas, cuadros, películas, esculturas, novelas, cuentos Estos objetos nacen de tarde en tarde e «iluminan» el porvenir del Archipiélago clandestino. Da muy pocos ejemplares. El árbol tiene la capacidad de cambiar de frutos. A veces se recogen películas eternas, otros relatos que abren el alma, otros libros inclasificables, etc. En fin todo lo que da este árbol son «presencias que incrementan nuestro ser»- me comentan los isleños.

Grandes Motores de Inutilidad: En ellos la ambición se transforma en apetito. El apetito se sacia, la ambición nunca. Así que es muy utilizado por sus habitantes para deshacerse del acoso de la vanidad. El deseo se sacia sobre la marcha probando Los Productos de la Inutilidad.

Museo de heterónimos: En estas islas los escritores pueden ser varios a la vez. Al no estar sometidos al supremo esfuerzo de ser reconocidos  públicamente tienen la libertad de ser varios a la vez y no morir en el intento.

El árbol de la Mortalidad: A diferencia del Árbol de las Manzanas de Oro, el árbol de la mortalidad da unos diminutos frutos donde el que los prueba cae rápidamente en la cuenta sobre lo efímero de la vida y lo importante que es mostrase independiente de la aprobación popular. Lleva colgado un cartel que dice: «Planta árboles para que sirvan en otro siglo». Lo firma Cicerón.

El club Nómada: La fuerza irreprimible del andar y la llamada del vacío, la importancia de la experiencia vivida y la pluralidad de la realidad humana son el perfume del club Nómada, un club a donde nadie acude porque todos siempre están de viaje.

Todos los viajes tienen un final y este es el mío. Cuando llegué a estas islas del Deseo nunca pensé que tendría que pasar antes por las Isla de la Plácida Ignorancia          (quizá el lugar más enigmático de todos los que he visitado). Por costumbre intenta uno explicar estos sucesos de una forma intelectual pero al llegar a este punto tengo claro que me sobran las palabras, que escribo este relato pese a las palabras. Quiero pescar el Salmón del Conocimiento. Quiero pescar algo que me invite a volver.

Quiero esculpir una idea mientras pesco una fantasía en una lago lleno de burbujas de inspiración. Quiero escribir para seguir perfilando la idea que ya imaginé mientras me acercaba a este mundo imaginario. Creo que comienzo a vislumbrar la venerable paciencia del pensamiento.

Un comentario

  1. ofelia