La experiencia poética
en una era de insatisfacción espiritual |
Rodrigo Garza Arreola

I
La experiencia del otro

“Alguien desordena las rosas”, es el tema y la metáfora de un cuento de fantasmas. “Alguien ordena las rosas”, sería la intuición de una ley natural o el tema de un poema sobre la experiencia religiosa. La noción de sentido entre los signos dispersos de la aventura diaria, es la base del dictado de las musas, así como de la experiencia mística y espiritual. El mundo que interpreto y que me interpreta. Pascal tal vez entendía que la interacción entre el hombre y el universo se funda en una mutua ignorancia. La ignorancia es una forma de interpretación, pero es una interpretación crítica, que duda y que interroga. Es por tanto un proceso indeterminado pero en movimiento. ¿Tiende acaso hacia un equilibrio? Un instante, un pulso, un transcurrir entre las rocas y su elíptica trayectoria. La noción de simultaneidad y de movimiento, la interacción y la independencia. Se abre entonces la posibilidad de las profecías autocomplacientes. La coordinación espontánea entre el cazador y su presa, el amo y el esclavo, la amada y el amado. El hombre adivina a Dios en ese equilibrio. En la forma precisa en que coinciden el azar y la necesidad, pues resulta ante nuestros ojos un acto milagroso, un hecho pleno de prodigios. Pero ese punto de coincidencia, si bien invisible por persistente, no es el único posible. El poema, en cambio, existe en ese margen en que dudan el deseo y el acto. Tras la devastación que mueve los parámetros del equilibrio íntimo. Cuando una ajena e inesperada fuerza separa a los amantes, destruye sus certezas, es entonces cuando empieza la epopeya, el principio de la tragedia y su poder catártico. El punto de desencuentro en la batalla de los sexos; cuando los amantes no llegan a las citas. Los personajes entonces aprenden y corrigen su adivinación del mundo que les perturba. “Alguien desordena las rosas”. Pero alguien también mueve las piezas sobre el tablero detrás de las ramas de bambú. Se ha puesto en marcha una batalla. Lleva el mar un rumor de sal. Es aquel murmurar del agua frente al abismo. Se han puesto en marcha fuerzas nuevas. Nuevas profecías autocomplacientes. Nos habla entonces con otros nombres los yoes que nos integran. En sueños encontramos cosas que no sabíamos perdidas. Trae nuestro ritmo de conciencia resonancias de aguas embrionales. Rápidas imágenes del mundo cuando no sabíamos cómo se llamaba el mundo. El constante yo negociador quiere convencer al salvaje que nos gobierna cuando la ira nos aprisiona con su sed de venganza, La batalla interior de nuestra indómita pulsión de placer y de muerte -la Anábasis- utiliza un lenguaje que él mismo no comprende. Nuestras pulsiones son anteriores a los nombres. Es por ello por lo que la materia prima del poema son imágenes -pese a las palabras corrompidas por la guerra- ritmos y sonidos con poder evocador. Mantras que trascienden el tiempo. Procede por analogías, no por razonamientos. ¿Es acaso la experiencia poética una vía para llenar el vacío interior del Dios desconocido?

II
El Dios desconocido

El futuro, escribe María Zambrano en 1955, es el Dios desconocido. Un Dios cifrado en el domino de la técnica, el control de la naturaleza y el progreso material; por ello su poder seductor es mayor en la juventud y decae con la edad de los devotos. Una divinidad apetecible al übermensch que despierta de la profunda medianoche con su sed de eternidad, ante la muerte de Dios. En el siglo XXI, sin embargo, el atractivo del futuro ha mostrado una tendencia a disminuir de manera global, incluso entre los jóvenes -o especialmente entre los más jóvenes-, ante el descontento con la narrativa que se ha propagado acerca del progreso y sus supuestos efectos nocivos en las comunidades y en el medioambiente. Entonces es natural que los individuos busquen otras experiencias religiosas -o místicas y espirituales. La receta ante el descontento con el futuro es evidentemente el presente. Una fórmula milenaria que en fechas recientes ha tomado la forma del mindfulness, quizá una moda un tanto paradójica, si se advierte que estas técnicas se ofrecen desde las escuelas de negocios más influyentes como paliativos temporales para que los individuos puedan continuar con mayor resiliencia con su sacrificio ante el Dios desconocido, ante el futuro. No obstante, sigue insatisfecha una demanda por nuevas y mejores experiencias espirituales. Como amargamente nos enseña la historia, estos escenarios de insatisfacción espiritual pueden ser propicios para el surgimiento de gobiernos autoritarios. Ante el acenso al poder de ideologías extremistas, Sigmund Freud, reflexionaba sobre las posibilidades de trascender lo que él llamó el malestar en la cultura. El resultado, nos decía, dependerá de una lucha interna entre dos pulsiones humanas. Eros y Tánatos, el poder creativo o el de la destrucción.

Tánatos, a través de la desesperanza – la fuerza que aparece cuando el Dios Futuro nos abandona en nuestra soledad- ya es responsable directa de miles de muertes, y existen voces que señalan que la desesperanza se encuentre en la raíz de la epidemia de adicciones por opioides en Estados Unidos. La búsqueda masiva de los paraísos artificiales de Charles Baudelaire, ante el vano sacrificio frente a las aras del Dios desconocido. Así, un comparativo entre estadísticas de salud de Estados Unidos y el resto de países con un nivel de desarrollo material similar, muestran un exceso de muertes entre varones de mediana edad, hundidos en la depresión, que caen en conductas autodestructivas, violentes o suicidas; este exceso de muertes es equivalente, nos dice Angus Deaton y Anne Case, al saldo que arrojarían varias guerras de Vietnam peleadas entre la población del medio oeste norteamericano, precisamente entre los grupos de votantes que tienden a dar el triunfo a plataformas de políticos extremistas.

III
Los activos espirituales y la edad de madurez

Pero la historia también nos enseña que las épocas de vacío espiritual pueden ser los umbrales a despertares profundos. Como advierte María Zambrano, si bien es difícil encontrar un pensamiento que nos libere de la tiranía del futuro al mismo tiempo que lo haga accesible, es una tarea indispensable para abordar a una época de madurez. Nos encontramos ante una disyuntiva trascendente. Si queremos actuar con madurez ante el escenario de vacío espiritual, es momento de poner en la agenda la inversión oportuna en lo que el gran historiador Robert Fogel llamó los activos espirituales. Un conjunto de cerca de veinte facultades del espíritu humano que deben ejercitarse y acumularse de forma oportuna a través del ciclo de vida, para que sean capaces de rendir sus frutos cuando nuestra soledad los reclame. Ante el aumento generalizado de la esperanza de vida, la desigualdad más profunda no será en bienes materiales, los cuales ya sabemos que somos capaces de proveer. La principal desigualdad será en términos de activos espirituales. Nuestro portafolio de inversión para diversificar el riesgo y enfrentar el futuro más prolongado debe de incluir activos espirituales, además de las previsiones para el bienestar material.
Pero ¿cómo invertir en activos espirituales? ¿cómo encontrar el balance entre los activo físicos, humanos, financieros, culturales, sociales y espirituales? La respuesta no reside en el cálculo frío y material. En su autobiografía, John Stuart Mill describe una crisis en su historia mental provocada por la educación que le procuró su padre James Mill, admirador de Jeremy Bentham; tanto cálculo de placer y dolor para maximizar la utilidad del joven John Stuart había conducido a un vacío espiritual que lo llevó en más de una ocasión a cuestionarse si valía la pena vivir. Fue a través de la poesía de W. Wordsworth y de T. S. Coleridge que el brillante filósofo y economista encontró el camino para superar la crisis. Poéticamente habita el hombre en la tierra, nos dice Friedrich Hölderlin. Respondemos afirmativamente a la pregunta planteada al inicio de este ensayo. La experiencia poética sí es una vía para llenar el vacío interior del Dios desconocido. Es la experiencia de lo otro, lo que permite a la criatura humana poblar la soledad de espíritu, dar sentido y propósito a la vida. La poesía -a diferencia de las narrativas que sujetan el discurso a la trama temporal de buenos y manos, de víctimas y villanos- dota al espíritu de mejores instrumentos para coordinar y conciliar la convivencia humana.