Redes estéticas
en torno a Rodrigo Moya:
Élmer Mendoza

Maestro Rodrigo Moya, apenas veo tus fotos y ya estás en mis recuerdos. Tu universo visual tiene esa fuerza, esa suavidad de piélago que logra que tus imágenes pasen rápidamente a formar parte de uno, de esa doblez oscura que todos ocultamos, o de esa erupción de duendes que nos hace luminosos y creyentes. En tus fotos se pueden ver los instantes, los puntos de quiebre en que los personajes sólo tienen una mirada y una mano para decir presente, pero nos cedes los bordes, el resto del espacio donde los observadores podemos decidir por dónde continúa tu propuesta, que lo mismo es pregunta que respuesta, dentro de la dinámica propia de la estética de la vida. Tu fotografía es un arte que nos acerca a una raza, a un paisaje que varía según palpite el corazón. De las ruinas rulfianas a la selva de Heraclio Zepeda, la soledad y la muchacha se conceden sonrisas que les acerca el viento. Y aun así, cada fotografía es polisémica, hay un misterio en las esquinas que incita a quedarse quieto en ese universo lleno de guiños misteriosos. Desde luego, no son fotos únicas, cada quien puede elegir la suya y llevarla a sus recuerdos pasados o por venir.
Rodrigo Moya nació en 1934, le gusta la redondez del mundo. Le agrada que el planeta gire y modifique la luz de hora en hora. Se detiene en sus semejantes, les descubre los gestos y las manos y los deja que vuelen como pájaros Hitchcock. Cada noche sueña espacios abiertos donde sólo está el blanco gimiendo por el negro que aparece a deshoras y lo envuelve amistosamente, como los dos amigos que venían de Mapimí, y que para no venirse dioquis robaron Guanaseví. Se olvidan de las cebras y del metálico amanecer marino. Rodrigo despierta transpirando, se hace preguntas de infinitas respuestas, y vuelve sobre sí mismo, como en la fotografía de la modelo donde se refugia y acecha en la escalera. Cada foto, una puerta; cada puerta una provocación; cada provocación un inevitable viaje introspectivo. Rodrigo Moya tiene el poder de hacernos viajar en ese periplo tan largo y proceloso hacía nosotros mismos. Donde se puede ser Daniel, Meche, Matilde, su hermana, el niño con el pez, el regador, el ixtlero, la chica embarazada, el pistolero, las plañideras o el viejo lector que tanto nos recordó a León Felipe.
Reinterpretar el mundo tiene su oscuro precio, y para escapar del azaroso acto de usurpación, Rodrigo Moya tiene sus amistades que dicen presente con sospechosa firmeza. Los poetas han dejado sus versos cálidos que nacieron de las fotos, o de algo que implicaba las imágenes. La colombiana Ángela García, responde a la parte dura de la colección, detecta una postura y nos sugiere que las figuras representadas son reales y expresan sentimientos fuertes y definidos: “El deseo es de hierro/ como el infortunio.” “No tengo más indumento/ que la puya de mi sonrisa.” “Déjame vestir la manta del mediodía/ y este licor redondo de la luz.” “Vivo con gozo el dolor de ser umbral.” Son algunos de sus versos, surgidos de un estética que pone atención a los detalles y a las posturas de las figuras registradas. Se nota una percepción que nos acerca a ciertos aspectos de crudeza de la parte del mundo que nos muestra el fotógrafo, aunque no deja fuera el sentimiento oximorónico de la chica embarazada. José Ángel Leyva, poeta mexicano nacido en Durango, se deja impactar por ciertos aspectos exteriores propios de la fotografía y muy notables en la obra de Moya; señalo solamente estos versos donde Leyva expresa su impresión: “Mañanas de sol entre las venas”, “Con pies de adobe se van los que vinieron”, “La casa entera se lava en la calle”, “…la niebla/ que sigilosa pasa de espalda a la utopía”. Leo al poeta, vuelvo a ver las fotos y veo resplandores negros que antes me pasaron desapercibidos. Veo la naturaleza transgredida y un frente mágico donde todos estamos involucrados. Leyva tiene esa virtud, su poesía es suma de momentos, visiones donde la lejanía desaparece y todo se concentra en un espacio donde la claridad se sobrepone a cualquier imprevisto.
“Un hombre pasa con un pan al hombro”, escribe César Vallejo. Claro, en la fotografía de Rodrigo Moya uno sabe qué ver, ante ellas nace rápidamente un sentimiento generado por la circunstancia que nos propone; es imposible escapar a esa sutil provocación y en el caso de la dedicada a Nacho López el pan tiene una forma muy hermosa y el elegido, estoy seguro, lo disfrutará más allá del grito, y nunca caerá en la debilidad que señala el poeta sueco Lasse Söderberg: “Considero que un hombre que no cumple sus obsesiones ofrece un aspecto ridículo a los transeúntes,” pero sí con la pasión con que debe uno acercarse a “las muchachas de buena familia (que) emiten un sonido de mariposas cuando las tocas,” y más si son mariposas amarillas como las de Mauricio Babilonia del inmortal Gabriel García Márquez.
La poeta mexicana Alejandra Atala, se queda en tu “insurrecta…melancolía”, porque ha detectado recuerdos que tienen el abismo de que hablaban tus padres, Rodrigo; se detiene también en las Cuatro Fridas, en “la tijera que ha podado tus venas” que me hacen percibir que en realidad son dos Fridas mirándose en un espejo convexo y que la magia de tu lente las viste de colores que son parte muy importante de la vida; si no me creen, vean la reinterpretación de Kijano, cómo enriquece las imágenes que ahora aparecen pobladas de seres fantásticos que buscan quién se atreve a la hora de la danza, sin temor a la amenaza de Jean-Clarence Lambert, nacido en París, Francia, que pregunta sin ningún pudor: ¿Dónde y cuándo las barbacoas para filetes de unicornio? Nunca olvidaré la conversación que tuvimos una noche de balsas de mezcal en que estuvimos de acuerdo en por qué no comemos filetes de centauro.
Kijano es mexicano, nació en Guerrero, baila pasito durangueño y desde pequeño empezó a vivir media vida en la fantasía. En las fotografías de Rodrigo Moya encontró motivaciones para desatar su imaginación y creatividad y dejó fluir la mitad de su universo onírico, sensual y arcoirizado. Desde su concepción estética sustentada en la riqueza de imágenes y la combinación fantástica de todo lo visible y lo invisible, creo una colección de piezas en correspondencia con las fotografías que lo eligieron como en un desafío donde el contrincante era el mismo. Dejó jugar a la luz con los colores, dejó que sus pinceles viajarán sin importar las huellas y los temporales. Cada dificultad la resolvió con una flor y la sombra la volvió transparente, como sonrisa de súper héroe. Minimalizó rostros y las manos se volvieron transfugacidad. Moya fotografió un trasero perfecto y Kijano lo subliminó para todos los ojos. Kijano es un juego perfecto, un fuego que moldea la vida. Su estética no tiene misterios, simplemente es una puerta al universo.
En este libro, nada es simple. Hay fuerzas ocultas que se manifestarán con los años y modificarán el valor que ahora proyecta; se trata, como planteaba Heidegger, de un mundo concebido como imagen, donde el artista, claro, acompañado de sus amigos, es parte de esa totalidad. Gracias por la oportunidad de visualizar y experimentar esta red de estéticas tan significativas. Ha sido una experiencia increíble. Ahora son las tres de la mañana, hora en que jamás estoy de pie; sin embargo, esta vez un sueño me trajo hasta la máquina que ya es igual que una fotografía de Rodrigo pintada por Kijano, y bajo observación de estos queridos poetas, que en el aire las componen.

Latebra Joyce, diciembre de 2017