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Premios, farsa y literatura. José María Espinasa

jose-maria-espinasaEl premio Planeta a la novela, otorgado a Carmen Mola, por parte de la editorial provoca esta reflexión sobre premios concedidos sólo a famosos y a la ilusión de ser o no promovido por una gran empresa editorial.

 

 

 

Pruebas de imprenta (7)
Premios, farsa y literatura
José María Espinasa

El escándalo del Premio Planeta parece una obra de ficción en la que todos son malentendidos y planteamientos equívocos. Lo gana una obra de Carmen Mola, seudónimo de un equipo de tres autores, y eso ha traído un escándalo en donde se los acusa de fraude, y se mezclan reclamos de todo tipo, incluido el aprovecharse de la moda actual de premiar novelas escritas por mujeres, cuando en realidad, al menos desde el lado literario, lo que debía ser importante es si la obra premiada es buena o no. El Premio Planeta, el mejor dotado del mundo (así lo publicitan), no tiene mucha confiabilidad literaria. Hace años lo ganó Camilo José Cela, gran escritor y personaje más bien ridículo, con una novela que aún no había escrito. Cuando se le reclamó al señor Larra, hoy ya fallecido, lo que había sucedido, contestó sin pestañear que, si creían que iba a arriesgar medio millones de euros, monto del premio, para que lo ganara un desconocido. Asumía con descaro que el premio era un ardid publicitario y una manera de pagar regalías montada en ese ardid.

En todo caso el caso de Carmen Mola y el Premio Planeta por La bestia es un reflejo de una situación en torno a los diferentes premios que hay en el mundo, desde los más importantes y cosmopolitas, como este, hasta los más pequeños y provincianos, incluido desde luego el premio Nobel: simplemente han dejado de operar como mecanismo de mediación entre los autores y los lectores. Estos ya no tienen confianza y si el Premio Planeta garantiza superventas es porque lo que sí funciona es el mecanismo promocional, que no necesita ni que el libro sea bueno ni que sea malo, su eficiencia es de otro tipo. Hace años apareció un libro de un autor desconocido y en los mentideros literarios corrió el rumor, no supe nunca sin real, de que se trataba de un experimento, un libro de escrito por Carlos Fuentes, pero publicado por otro nombre. El fracaso fue rotundo y creo que se vendió apenas y con dificultad la primera edición.

Carmen Mola es "la autora" de una serie de novelas policiacas –no las he leído- de bastante éxito que incluso han dado pie a una serie de televisión, horizonte anhelado ahora, y sus autores Antonio Mercero (Madrid, 1969), Agustín Martínez (Lorca, 1975) y Jorge Díaz (Alicante, 1962) debe importarles bien poco el escándalo y los reclamos, pues es posible que, a pesar de las protestas, el libro acabe vendiendo más ejemplares de lo que lo habría hecho sin que este ocurriera. Pero en cambio a los lectores nos debería importar los asuntos que pone en cuestión: la idea de autor y autoría, la idea de género en los autores y en los textos y la manera en que actualmente se crea la relación entre la obra y los lectores. Sabemos que los lectores mayoritarios de novela son mujeres, al menos eso decían las investigaciones sobre el asunto, pero sería muy interesante saber mujeres de qué edad, porque no sé si esto seguiría siendo así en lectores menores de 30 años que leen mucho más en soporte digital que en papel.
Esto me lleva a algunos puntos de reflexión ya tratados anteriormente en estas Pruebas de imprenta: la posible desaparición del libro en papel. Es probable que esta posibilidad crezca en la medida en que los lectores en papel van progresivamente dejando este mundo y los nativos digitales crecen en número. Es cuestión de tiempo. ¿Cómo los defensores del papel pueden evitar que eso ocurra? Lo veo complicado. Y sin embargo si los editores jóvenes siguen apostando por hacerlo en papel –el surgimiento de nuevas editoriales no para- la aparición de editoriales virtuales es mucho más lenta y de otro tipo, y su crecimiento está relacionado con la voluntad de control por parte del escritor de sus creaciones ante el público. Hace algunos años Mario Bellatín decidió ser su propio editor, después de algunos conflictos con los que lo habían editado hasta entonces, pero no se supo bien en qué paro el experimento. Supongo que el propio Bellatín se cansó del asunto, pues si bien muchos editores suelen ser escritores, escribir y editar son oficios distintos.

Ese oficio, vender libros (en papel), el Grupo Planeta sabe hacerlo muy bien. El ejemplo de Bellatín había tenido un ejemplo anterior, marcado por el número de ejemplares vendidos: J. J. Benítez había decidió, en función de la cantidad de ejemplares que vendía, que su editor sería el mismo, para no compartir el negocio con nadie. Bellatín no lo hacía por negocio sino por controlar la manera de distribuir y difundir sus creaciones. Esa es probablemente la intención de los autores que publican blog, páginas y portales web. Tal vez el asunto es distinto en quienes publican revistas, como La otra, en la que se publican estas Pruebas de imprenta, que responden más a la idea de publicar como espacio público de discusión y reflexión, y no como manera de darse a conocer. Por eso, por ejemplo, no hay una relación simple entre los escritores que tienen muchos seguidores y pocos lectores, o los que tienen lectores y ni siquiera tienen presencia en redes, y los que no tienen ni lo uno ni lo otro. En ambos soportes el crecimiento del número de lectores depende del contagio, la lectura tiene a veces comportamiento epidemiológico.
Así, la pregunta sobre quién es Carmen Mola, "autor" creado en la estela de Elena Morante en Italia, tuvo también una construcción biográfica ficticia, e incluso daba entrevista y hacia declaraciones. Eso se juzga un engaño publicitario. Mientras una estrategia similar, aunque con otro objetivo, se celebra en cientos de páginas reflexivas sobre los heterónimos de Pessoa. En efecto, no es lo mismo: el drama en gente del portugués es muy distinto de la comedia en cifras de la editorial. Pero hay inquietantes puntos de contacto. Como bien sabemos la idea de autor, ligada a la concepción del arte y del genio, es relativamente moderna. Es omnipresente a partir del romanticismo, pero tiene en su corazón la noción de lo individual y lo minoritario. Por eso a la mercadotecnia la idea de autor no le importa salvo si puede convertirla en marca de fábrica. La colaboración entre varias plumas es más frecuente de lo que se cree en la narrativa, sobre todo en la narrativa policiaca. Se sabe que muchas novelas de Ellery Queen están escritas por varias manos, y esas manos no entran dentro del marco de la concepción tradicional del autor, pero tampoco rompen con ella. Un edificio o un mural suelen tener colaboración de varios arquitectos o pintores, mientras que en el caso de un poema parece un contrasentido. Y sin embargo allí está Renga de Paz y compañía, y varios ejemplos más.

Así, los heterónimos, los ortónimos, los seudónimos, los escritores fantasmas, llamados coloquialmente "negros", son flancos por los que la idea del autor hace aguas. Así que no puede uno dejar de pensar que el escándalo suscitado por el premio es alimentado también por la mercadotecnia y que frente a las librerías que devuelven los ejemplares a la editorial en protesta por lo que han llamado un acto de sexismo, los beneficios obtenidos son un pingue negocio. Hace ya cincuenta años que el llamado boom latinoamericano –por cierto, también un fenómeno mercadotécnico-  empezaba ya a mostrar su crisis interna. La diferencia es que entonces los lectores, llevados por la propaganda a leer a Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Mario Vargas llosa y compañía, se dieron cuenta de que esas novelas –Rayuela, Cien años de soledad, Conversación en la catedral– eran obras maestras. Vale la pena detenerse en ese momento, pues cincuenta años después, con los cambios tecnológicos provocados por la aparición de la web y el futuro nada prometedor de pandemias, cambio climático, las amenazas de una derecha rampante y la ineficiencia y división de la izquierda el futuro no es nada prometedor para la literatura y la industria editorial.

Uno de los asuntos graves es la confusión, cosa también presente en el escándalo del premio Planeta. Cada vez es menos viable que un lector medio se oriente en la enorme oferta editorial. Las revistas y suplementos en papel publican cada vez menos reseñas y la web, por su sentido acumulativo, no ejerce, hasta ahora, una estrategia selectiva y orientadora. Sufre de la misma problemática de los premios: hay muchos, pero nadie confía en ellos y cada vez es más frecuente que tras la entrega venga un escándalo en proporción al tamaño del premio. Eso afecta sobre todo a la literatura actual, pues no pasa por el ordenamiento crítico que tuvieron otros periodos. Pongo un ejemplo: es muy saludable y bienvenido: la edición de facsimilares, reuniones de textos y reediciones del grupo estridentista –el movimiento cumple cien años- pues había sido opacado por el grupo de Contemporáneos; y sus valores literarios –los tiene sin duda- olvidados. Pero si se contempla la literatura que se escribió en la primera mitad del siglo XX en México es evidente que los mapas están bien trazados y, más allá de que todo crítico e investigador aspira a reformular el canon, estos funcionan bien como guías de lectura. Después hay más polémica y también más olvidos, y a partir del nuevo siglo, mucho ruido que nos impide ver, si las hay, las nueces.

La función de los premios ha cambiado. Pero su condición de plataforma publicitaria y mercadeo no debe hacer que se olvide su sustrato cualitativo. La revolución digital puede resumirse de momento, en una palabra: impostura. Lo que ocurre en la política de manera aguda –las fake news- tiene también su paralelo en la literatura. Si el premio a Carmen Mola ha levantado tanto polvo es porque el melodrama vende, incluso más que la novela policiaca.