Lenka Klobásová:
enigmas y acertijos

En el abanico que va de la figuración a la abstracción los creadores se plantean: ¿qué es la realidad? y ¿cómo representarla? Del sinfín de respuestas brindadas a estos interrogantes se generan en la conciencia de los artistas otras preguntas: ¿el mundo posee materialidad, es objetivo y los contiene? o ¿el mundo es una suma de constelaciones producto de sus imaginaciones y los incorpora? Gracias entonces a que el mundo, sus accidentes y actores, más las formas en que uno y otros son representados, las artes fluyen en libertad, desconociendo sus límites.
Así, los sueños de Lenka Klobásová (Brno, 1977) formulan fantasías cósmicas, en movimiento perenne, oscilantes del detalle microscópico a la totalidad telescópica, que brindan paisajes serenos y profundos; son estados de ánimo cercanos a la meditación que convierten a su inventora en devota de la contemplación zen. Su proceso de composición se manifiesta en la diversidad de forma, paleta de color, textura. Discurso estético súbdito del onirismo, de la capacidad desbordada de fabricar gajos de fantasía. Lo hace escuchando sus voces profundas, atrapando las imágenes que habitan su subconsciente.
Algunas expresiones dominantes de la pintura de nuestro tiempo subestiman la importancia del oficio, como si el rigor del trabajo de gabinete pudiera desestimarse y esfumarse frente a la expresión. En consecuencia, hoy día proliferan los hacedores que predican o provocan sin, paradoja de paradojas, saber pintar, esculpir, estampar, entre un sinfín de manifestaciones estéticas. Estos seres confusos y ambiciosos anclan sus preocupaciones en el mercado del arte: territorio del comercio y la especulación, mas no de los valores formales de la composición, donde concurren con galeristas-financieros, gestores institucionales públicos, críticos y curadores, entregados al culto del demonio bíblico Mammón, alentador de la avaricia. Tan desalentador y hegemónico panorama contamina el tópico del “reconocimiento”, que tiende a identificarse, desde esta lógica, con el éxito económico, generando la ansiedad correspondiente de “ser en el dinero” y ya no de “ser en la significación y el sentido”.
Lenka Klobásová persevera en mantenerse congruente con su vocación creativa, orientada al ejercicio de plantearse problemas y resolverlos a través de representaciones. Iconicidades que amén de prodigar armonía y belleza, convidan no contenidos explícitos, pero sí animan y estimulan a quienes observan sus obras a establecer un diálogo profundo, luminoso y nutriente. Ojos abiertos, oscuridad completa, visión del alma. Entre la seducción poética y la meditación espiritual la artista checa emprende un viraje en su estética, lo hace desde una humildad en la representación. Ahora, la materia de la visualidad es una sucesión de fracciones que parecieran visiones narrativas integrales, pero en el fondo son cortes de realidad, una de carácter flotante, en cascada, donde los entes o las figuras se afanan en conquistar su libertad absoluta. Sensaciones en imágenes, imágenes en sensaciones; periplos de ideas gratas, emocionales.
Poesía visual que revalora el silencio y el vacío. La autora de enigmas y aertijos se refocila en un (aparente) miniaturismo, bellísimo, donde el cuadro equivale a un trozo de tejido o un corte muscular a punto de montarse en una lámina, esas tiras de sílice llamadas justo portaobjetos, para ser escrutado en el microscopio, planteándonos a la consideración de nuestra conciencia sus enigmas y misterios, auténticos puntos ciegos que nos aturden el entendimiento en su armonía formal, sígnica, cromática. En este preciso caso el despliegue de la artista no es geográfico, propio de sus asombrosas visitaciones paisajísticas, intervenciones holísticas, ya sean submarinas, terrestres, aéreas o espaciales, sino taxonómico, es un ejercicio de disección de laboratorio, donde la nacida en Brno, capital histórica del Margraviato de Moravia, se afana en buscar y quizá encontrar el secreto de la función del órgano: cómo se construye la representación de lo visto, cómo se decodifica la imagen, cómo se deposita la percepción visual en la bodega de las ilusiones.

Seikō
– Éxito, mixta sobre tela, 180 x 130 cm, 2020.

Así las cosas, ni siquiera el ojo le interesa, lo margina y tal vez desecha, sus componentes también resultan ignorados, aun los muy próximos al iris: la córnea o el cristalino, mientras la mismísima pupila, ese conector delicadísimo que le pertenece y caracteriza, salvaguarda un pequeño milagro: el del diafragma contráctil, dilatación y reducción ante los embates de la luz. Aquí reducida a su célula básica, el átomo de Demócrito de Abdera (ἄτομον: lo indivisible), la mínima expresión de las partículas en la antigüedad. Y este conjunto frágil se conjuga en sus propios modos: ojos abiertos, oscuridad completa, visión del alma. O lo que es lo mismo, la mirada no es suficiente para lograr una percepción de lo real y sus manifestaciones, se precisa de la habilidad de la mente (memoria, imaginación) para emprender reconstrucciones conjeturales, verosímiles.

Vibes

– Ondas, mixta sobre tela, 120 x 120 cm, 2020.

 

Especie de subtítulos que identifican en las virtudes del alma el triunfo del sujeto, la habilidad del ser por domeñar las tentaciones y los ruidos del mundo; de allí que los atributos del fenómeno óptico se le subordinan a las fibras del espíritu, la esencia, pues de algún exigente proceder filosófico, lindan con los accidentes. Ceguera exigua que, al no observar la circunstancia y el contexto del todo, puede imbuirse de unas cuantas letras, las de Yavé (en hebreo יהוה, las consonantes YHWH), el tetragrammaton, que originaron el universo y que justifican nuestra existencia en sus variaciones, según el mito de la creación de la Toráh1 , sinónimo de La Ley y sus 613 mandatos que forma parte del Tanaj2 , aceptado en su núcleo fundamental, con variaciones en la sumatoria última, como sacro para las religiones abráhamicas (judaísmo, cristianismo, islamismo).

V & N, mixta sobre madera, 129 x 500 cm, 2020.

Paisajismo abstracto que reconcilia lo nimio y lo trascendente, el grano de polen y la estela de un cometa, a través de la textura, la anulación del color, la suavidad del trazo. Arte que no llama la atención; seduce, invita a pensar, evoca el placer. Una de sus múltiples virtudes consiste en esa rara habilidad para desvanecer la distancia entre el continente y sus contenidos. La forma por abstracta que sea coincide siempre con su fondo. Todo intelectualismo desaparece, cualquier lirismo se evapora. Los lienzos cumplen de lazarillos en el empeño por mirar en la ausencia de luz, agazapados a la sombra y sus destellos ocasionales e intermitentes.
Nuestra hacedora de universos desconocidos se alza experta en la formulación de enigmas. Quizá por ello, los títulos fungen de claves para la incursión en los territorios icónicos. El arte en calidad de escritura secreta resplandece en tanto suma de grafismos nutrientes de una sensualidad reflexiva. Y ella, palindroma encarnada, Lenka que es Aknel, sonríe en el rumor de las imágenes, atisbándonos discreta con un dejo de misterio, quizá perpleja ante el desfile de un cosmos que se le ha revelado a través de hermosísimas representaciones e iconos deslumbrantes. Poesía visual que revalora el silencio y el vacío. Está en deuda con los accidentes de la belleza: la imperfección y la erosión. Tributo a la armonía del tiempo en los objetos, las representaciones y sus ecos sensibles.
Wabi-sabi (侘·寂) o de la voluntad por reconocer la plenitud de las arrugas y las fracturas, pues en ellas anida el secreto de la felicidad que renuncia a las tentaciones y los ruidos del mundo. Estética que entroniza la simplicidad, dándole la espalda al truco (en italiano, maquillaje) y las estridencias: Kintsugi (金継ぎ, carpintería de oro)3 , la belleza de las cicatrices que, en su calidad de accidentes con sus heridas, forman parte de la historia del objeto. De allí que se matice la idea misma de perfección y brillo tan propias del Occidente frente al gusto por la opacidad discreta, matizada, devota de cierto tenebrismo: el de esos “fulgores  fugaces y perezosos”, en la escritura incomparable de Junichiró Tanizaki (El elogio de la sombra, 1933), a quien Lenka Klobásová dedicara su exposición del Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez (Zacatecas, 2019: Vuelo de Tanizaki). Transparencia, pues, turbada, que huye de la luz.

Ima
– Ahora, mixta sobre tela, díptico 180 x 260 cm, 2018.

Profundidad, sobriedad y densidad que cifran una estética, la de pensar sintiendo o la de sentir pensando. La artista lo explica en sus propias palabras:

En mi práctica profesional la pintura contemporánea constituye el principal mecanismo de expresión de mi sensibilidad como sujeto creador, así como el medio de representación de mi circunstancia personal y social, a través de mi lenguaje plástico: uno que desde la abstracción tiende a aglutinar elementos tanto geométricos como orgánicos. La pintura es mi segunda piel, mi vocabulario para comunicarme con otros y con las realidades del mundo: las de naturaleza espiritual o intangible y las de naturaleza objetual o tangible.
El arte contemporáneo encarna la pluralidad y la diversidad de cómo los artistas se empeñan en ser en el espacio social, de apropiarse de su historia y entorno, para posicionarse crítica y polémicamente frente a los dolores y los placeres de la vida cotidiana, de sus múltiples significados y sentidos. Para mí es una manera de manifestar mis convicciones más profundas; entraña un ejercicio de autenticidad que me permite mostrar lo que soy, pienso y siento.4

Y esta cosmovisión se manifiesta en el despliegue de universos visuales en la superficie de los soportes (lienzo o madera) que claman por adquirir sentido en la aglomeración de capas de pigmento. Si bien se elude el artificio rígido del boceto, deviene tan evidente la fascinación por el dibujo que semejante impronta tiende a diluirse en el material empleado para transferir color y sus correlatos de luz y sombra. El “yo” declarativo encuentra la vigencia de su realidad, única y exclusivamente, en el encuentro inter-subjetivo. La artista necesita de la mirada de una alteridad que la legitime: ese otro que cierra el círculo dialógico en la aprehensión del objeto, en la revisión exhaustiva que le permite “hacerlo suyo” para comprenderlo. Nuestra compositora de constelaciones antes desconocidas se alza experta en la formulación de enigmas. En su quehacer simbólico los títulos fungen de claves para el desciframiento de una significación oculta en la propuesta visual o, acaso, en la postulación de una razón enunciable. La pintura en calidad de escritura; suma de grafismos que, en su armonía y tejido, convidan el ánimo de quien desafía a los dioses a través de la creación, asumiendo la tentación del conocimiento en tanto sendero de libertad.

 

Tsuta
– Hiedra, mixta so bre tela, 150 x 200 cm, 2021.

 

 

An undiscovered Paradise

– Un Paraíso por descubrir, mixta sobre tela, 150 x 180 cm, 2021.

Las “representaciones recordativas” de Edmund Husserl expresan la riqueza de determinaciones de este arte sin reposo, consistente en no diferenciar sentido y plenitud en su iconicidad. Por eso la abstracción que nos convida evade su traducibilidad: es ella misma en la unidad de su identidad, para la que el lenguaje no es un esqueleto formal externo, sino la fusión de la modalidad en que se presenta o manifiesta el objeto identificado o conjeturado con su intención y voluntad. El poder expresivo del silencio y lo abrumador del vacío fértil que se fue despojando, poco a poco, de su precisión figurativa. Empero, allí escondida se haya tan magnífica taxonomista, la que se manifiesta sin pudor en sus postales botánicas, donde las hojas y los tallos bailan sin freno, empeñadas en huir del confinamiento de los cuadros, avanzan gozosos hacia la geografía donde los deseos se materializan con tan solo pronunciarlos: hiedras del Paraíso. Contraste curioso ya que otros de sus episodios pictóricos se solazan en “despellejar” la base de las composiciones; modernos ritos que aluden en voz baja a esa deidad de los mexicanos de la lejanía: Xipe Tótec, (“nuestro Señor el desollado”, a veces nombrado “bebedor nocturno”: Yoalli Tlauana). El Tezcatlipoca rojo, uno de los cuatro originales, el que se sacrifica convirtiéndose en alimento para saciar a los hambrientos, regenerador del maíz y emisario de la guerra. Lenka Klobásová colma así nuestros antojos.

Into the void
– En el vacío, mixta sobre tela, tríptico 200 x 70 cm, 2021.

Un no sé qué de azar, de ruptura de los automatismos, de sorpresa inoculadora de la alegría, define la actual etapa creativa de la artista checa. Sin guiones compulsivos ni intenciones prefabricadas, la mano piensa por si sola, asistida por una reflexión aplicada, pues se trata de un ser que escapa de la cárcel de las imágenes, huye de los trazos y las incisiones, dándole su lugar a un pensamiento mundano, sensual, profano, que se deleita en las pieles y las cáscaras, tanto como en los huesos y las vísceras. Desde lo profundo de sus obras nos convida las estructuras que las sostienen, las urdimbres y las tramas que se cubren sutilmente con la segunda piel, la de su conjuro óptico y táctil, que nos obsequia. La meditación atraviesa de cabo a rabo las pinturas, como si fuese una ristra tántrica de reflexiones, una sādhana (en sánscrito, साधन: «un medio para lograr algo»), una práctica teleológica, orientada a la consecución de un fin. Declaración de un vitalismo que evade la materia, o que puede hacerlo, poseyendo un estatuto de objetividad a ratos tangible, a ratos intangible; o, mejor aún, de contenidos intangibles a partir de las formas tangibles.

Shotō
– Archipiélago, mixta sobre tela, 180 x 130 cm, 2020.

 

 

Los errantes
– The Wanderers, mixta sobre tela, 110 x 210 cm, 2022.

Moles pétreas cubiertas de musgo, pobladas por arbustos, jaspeadas con colonias de maleza, que flotan o tal vez hayan encallado en el fondo del mar. En su autonomía son islas que procuran sobrevivir en la camaradería del archipiélago. Se muestran con relativa impudicia, son jades de corazón turbio, nunca esmeraldas cristalinas; gajos de esperanza, talismanes de serpentina de brillo graso y sedoso; algas, bacterias, coacervados (las moléculas de Aleksandr Oparin). Se aprecia con naturalidad un tránsito: el de los objetos que se resignifican al convertirse en espacios. Partisana zen, Lenka Klobásová se rebela ante lo banal de la realidad, se ha enlistado en el regimiento de quienes se combaten a sí mismos por principio. No predica, quizá porque cree en no creer. Sus cualidades estéticas, de fábrica, son la asimetría, la sencillez, la aspereza, la ingenuidad; y con ellas inventa y propone, deja que le surja de sus entrañas, un orbe preñado de preguntas que expresan su estupor frente a la creación.
Trabajos-sueño y goces-vigilia que provocan nuestra imaginación, convidan sus deleites, estimulan nuestra aprehensión, derruyen las fórmulas y, sobre todo, imponen con ligereza modos originales y maneras novedosas de abordar el cansado mundo que nos engulle y en el que transcurren, a veces sin brújula, nuestros pasos. Su itinerario estético muestra y demuestra una significativa vastedad de tópicos y modalidades de intervención; lo hace sin negarse, articulando cada una de sus piezas a manera de eslabones de una cadena, formando un continuum de estilo siempre reconocible. El corolario de su entrega creativa es un corpus abierto, una unidad de lo diverso donde triunfa la belleza sobre el escepticismo de nuestro tiempo. Lenguaje propio, imaginería
No exenta de dolores, neutralizados desde lo profundo de su conciencia, Lenka Klobásová nos ofrece sus heridas, tatuajes y cicatrices como enigmas a consideración de nuestra mirada, al modo de la poesía de las tajemné dálky (» distancias misteriosas «) del simbolista Otakar Březina (1895). Suele condensar su posición de vida en una frase de gran calado: “Art is my survival strategy”. Tiene razón y por ello hay que celebrarlo.

Luis Ignacio Sáinz

 


 

  1. En la tradición judeo-cristiana los cinco libros atribuidos al patriarca Moisés: el Pentateuco cristiano: Génesis (Bereshit [בְּרֵאשִׁית]); Éxodo (Shemot [שְׁמוֹת]); Levítico (Vayikrá [וַיִּקְרָא]); Números (Bemidbar [בְּמִדְבַּר]); y Deuteronomio (Devarim [דְּבָרִים]).
  2. O Mikrá, que contienen los 24 textos canónicos judíos, agrupados en tres capìtulos: la Torá (תּוֹרָה), Instrucción o Ley; los Nevi’im (נְבִיאִים), Profetas; y los Ketuvim (כְּתוּבִים), Escritos. Las diferencias en el número de libros del Antiguo Testamento: 39 para los protestantes, 46 para los católicos y 51 para los ortodoxos.
  3. Procedimiento de restauro también conocido como Kintsukuroi (金繕い, reparación de oro). Técnica que cubre las fracturas de la cerámica con un barniz de resina que se mezcla con polvo de oro, plata o platino.
  4. Comentarios de Lenka Klobásová respecto de su exposición Qi, brújula de la armonía invisible, montada en el Museo de Arte Contemporáneo de San Luis Potosí y en el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez de Zacatecas (2019).