Presentación La Otra-Gaceta 29

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Margarito Cuéllar: El ayer será mañana

José Ángel Leyva

 

Margarito Cuéllar, Ciudad del Maíz, San Luis Potosí, México –dicen que no es ciudad ni hay maíz–, es el lugar de nacimiento de este poeta que mudó de residencia muy temprano con su familia y un padre que le enseñó una diversidad de oficios de los cuales no heredó ninguno en concreto, excepto una visión de la vida movida por el cambio, por la búsqueda. Margarito es uno de los poetas mexicanos que he visto crecer con humildad ante su vocación literaria, sin aspavientos y con una sonrisa que evidencia un surtidor natural de poesía.

 

 

 

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Margarito hace su trabajo y lo hace muy bien, al margen de estridencias y envidias, explora y encuentra, se aventura y asume los accidentes y los riesgos. Cuántos se extrañan de verlo jovial y sin complejos, firme en sus convicciones, empeñoso no sólo en la sobrevivencia sino en el gozo. Margarito es un poeta natural, como los cactus de su tierra.

 

No pude asistir a la presentación de su más reciente libro Estas Calles de abril y Saga del inmigrante, donde se suponía que yo era uno de los comentaristas, porque inicialmente me habían dado una fecha y un par de meses después me informaron que era otra, unos días después; ya me había comprometido en la universidad donde laboro. Este es el texto íntegro que envié ese día y que hasta ahora mantuve inédito. Regresemos la película y volvamos a ese día.

 

 Lamento en verdad no acompañar a Margarito y hacer de cuenta que la mesa de presentación en Bellas Artes se torna ruidosa tertulia en “La Nacional” de Monterrey, y en ese ambiente tabernario decirle sin ambages que su poesía se vuelve transparente y ágil, al tiempo que profunda en vuelo. Parecería que sugiero la imagen del colibrí, pero pienso más en el venado, atento a los sonidos de su entorno para sobrevivir y acumular imágenes veloces y en reposo de un mundo que se llama infancia. Porque el tiempo de Margarito es un porvenir inventado en la niñez, imposible de estacionarlo en el presente. Su ayer, tiene algo vallejeano, siempre se viste del mañana.

 

Escribo lo anterior no para justificarme, sino para aclarar que aún no desarrollo el don de la ubicuidad, tan común a nuestra intelectualidad. No quiero además que algún día suceda con mi nombre como rezan ya algunos eslogan de publicaciones periódicas en plan jocoso: “En esta revista no publica Carlos Monsiváis”, o como anuncian ciertos negocios para advertir su exclusión de una impensable fortuna entre los pobres: “Este restaurante no es propiedad de Carlos Slim.”

 

Pero si hay gente acompañando a Margarito Cuéllar, atraída por algún perverso mensaje: “En esta presentación no estará José Angel Leyva”, me complace saber que no estar –estando– sirve para invocar presencias. Pasemos entonces a Estas Calles de abril y Saga del inmigrante.
La poesía de Margarito en este libro, publicado por Aldus, sorprende con su voluntad de ser, de decir sin alambicamientos ni edulcoradas formas. Su discurso se decanta y refina en la inteligente mirada de quien sabe ver con todos los sentidos, de quien se renueva en el humor y en el conjuro.

 

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El poeta es de zona semiárida, pobre, montañosa, incandescente, herida por la sed y la nostalgia de mejores tiempos, que no estuvieron nunca allí. Los recuerdos se mueven con tesón hacia otras partes, en busca no de la novedad sino de algo común a los que migran: “Ejidatario fue mi padre. Brasero. /Tractorista en Tamaulipas./ Empleado de una iglesia en Monterrey”. De inmediato aparece la sentencia de quien ya no pertenece, pero se reconoce en el origen, en la raíz del habla: “Iré a mi tierra un día de alta luna muriendo/ de calles fragmentadas y música del aire.” Entonces, las dos mentiras genealógicas que anuncia su poema “Ciudad del maíz” –porque no es ciudad y porque no hay maíz–, alumbran en el retorno dos imágenes cosmopolitas de quien está hecho ciudadano del deseo, del viaje: “Iré a mi tierra un día de luna alta muriendo/ de calles fragmentadas y música de aire.”

 

La segunda parte que conforma este libro “Saga del inmigrante”, es un ajuste de cuentas con el pasado rural, con un paisaje y sus escenas de cacería, con sus fogatas tristes como cardenches entonados por voces de mezquite y afiladas púas en la memoria, en el exilio del hambre. Un tono de distintos registros y diversas respiraciones que no abandonan lo sensorial, lo geográfico. Desde formas epigramáticas y líneas de alta tensión a manera de pies de foto, hasta poemas extensos que se diluyen en quebradas líneas de anáforas sonoras: “Se oye un zumbido tibio partiendo el corazón de la memoria./ Se oye un zumbido tibio partiendo el corazón/ Se oye un zumbido tibio partiendo/ Se oye un zumbido tibio/ Se oye un zumbido/ Se oye” (etc). No hay concesión ni complacencia en este Álbum familiar, donde habita ese mal cantado por Constantino Cavafis: “No hallarás otra tierra ni otro mar./ La ciudad irá en ti para siempre./ Volverás a las mismas calles./ Y en los mismos suburbios llegará tu vejez.”
“Luz de abril” y “Luz de agosto”, segmentos del conjunto poético, abren la primera parte del libro. A diferencia del anterior que lo cierra, acusa la rica andadura del poeta en distintas fuentes, voces y lecturas que entrevera con destreza. Uno puede, afinando el oído, escuchar la veta lopezvelardeana y la nota breve de Tablada. No obstante, Margarito elabora un discurso muy personal con el que delinea atmósferas transparentes, dotadas de espontaneidad y frescura, en versos espigados y certeros: “Ahora que me protege/ la suave envoltura de tu nombre/ salgo a enfrentar el día/ con mi cuchillo de amar dispuesto a todo.”

 

Sensualidad y experiencia se amasan en su escritura, donde habitan y trafican numerosas lecturas, viajes, conversaciones, encuentros, amores. La poesía brasileña, la colombiana, la española, la mexicana y de otras latitudes, nutren los recursos literarios de Margarito expuestos en esta obra publicada por Aldus. Un ejemplo es la sustitución de sustantivos tan bien aplicada; un botón de muestra: “Volarme la tapa del amor” en lugar de los sesos, surte un efecto contundente. O “¿A qué madero me hago/ que no cruja el peso de mi rabia?”.
Este libro, como otros de Margarito Cuéllar, son testimonio de una vocación y un talento hechos para la poesía, para descubrir –él mismo lo dice–, “como florece un cactus en el alma” y cómo se afila la mirada en el desierto. Felicidades Margarito y gracias por hacer florecer tu Ciudad del Maiz.

 

 

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