Conocí a Martha Cecilia Ortiz Quijano en 2022, en Libertienda, una librería de libros leídos en el centro de Cali, Colombia. En ese encuentro no planificado percibí la sencillez y gentileza de la autora, el preámbulo de nuestra actual amistad. Me comentó sobre una ambiciosa antología de poetas colombianas, que pronto publicaría en ese mismo año (su notable Cartografía). También me habló de un poemario que deseaba reeditar. Pocos meses después, con El Taller Blanco Ediciones, publicamos Desde la otra orilla, que ya hoy cuenta con varias reimpresiones. Martha Cecilia nació en Tumaco, departamento de Nariño, conoce la dinámica poética colombiana y se esfuerza en generar vínculos con los poetas de otras regiones que llegan a Cali, su ciudad de acogida desde que era niña. Yo me encuentro entre ellos, entre los que llegan y se sienten menos extranjeros con este tipo de vinculaciones afectivas y literarias.
En la edición de Desde la otra orilla tuve la oportunidad de escribir un breve comentario crítico para la contraportada, que creo oportuno citar porque en esta obra ya se encuentran las preocupaciones y constantes temáticas y formales que viene desarrollando la poeta y que seguirán profundizándose en su publicación más reciente, La brevedad de los días (Pigmalión Poesía, España, 2024): Desde la otra orilla coloniza frontalmente dos territorios: el paisaje del cuerpo y el paisaje de la familia. La poeta Martha Cecilia Ortiz Quijano se adentra en las dimensiones del yo poético (y de un posible yo autobiográfico) y en las vidas de un linaje femenino, admirado y honrado con fervor. Lo que atrae de esta propuesta es su personalísima manera de afrontar la historia sensorial de quienes aparecen en estos poemas (lo que pudiera ser su íntegro tronco consanguíneo). Cuatro partes tiene este libro como los puntos cardinales. Los recursos que emplea Ortiz Quijano están subordinados a la experiencia más íntima: no son poemas del intelecto sino de la zona más vulnerable de la poeta, la zona donde coinciden los temores y los amores en honesta alternancia. El componente ancestral y social, inevitables en la sociedad colombiana, también es otro protagonista. La autora nombra y enumera con la urgencia de una carta amorosa y un documento jurídico. Ella es la remitente y, en contadas oportunidades, la destinataria.
A diferencia de Desde la otra orilla, con La brevedad de los días la poeta realiza una demarcación firme y cruda desde el primer poema del libro: “Río” hace énfasis en el desamparo producido por la violencia armada en Colombia y la metáfora empleada está inscrita en la dinámica de eso dolor descrito. No es un libro de entusiasmos sino del dolor más explícito. Por esto la autora escribe sobre “La ciudad del desamparo” y la sinécdoque “ciudad” es el país en diversas épocas y contextos socio-políticos. Si bien es cierto que este padecimiento es más que visible, el libro no se consume ni se agota con un inventario de llagas y laceraciones. Ese dolor habita una geografía que no es otra que los espacios transitados y recordados por Martha Cecilia. Entonces tenemos una realidad afectiva que apela a las raíces y a los ancestros más afianzados.
Por momentos el impulso lírico baja su intensidad y lo que llega a cambio es una versificación más directa, confesional; una voz que hace un inventario de las caídas, de los derrumbes, de la ansiedad, porque “no queda de otra” sino la opción del registro diario. No obstante, La brevedad de los días hace justicia por el amor y el deseo individual; existe la posibilidad de los cuerpos que se acercan, de la importancia de sus interacciones; y desde luego, la posibilidad de la esperanza: “Donde ahora habita la desesperanza/deseo que la pueble la siempreviva”.

EL RÍO
Morada de peces y muertos.
Cuerpos desmembrados
una pierna
la cabeza atorada entre un acantilado
un tronco hecho canoa
debajo de su lengua no lleva óbolos
peces y algas se atoran entre sus dientes.
Ni siquiera Caronte transportador de almas
los acompañará en su último viaje.
Los cuerpos sin rumbo
río abajo.
El agua
les irá borrando cualquier huella
todo rastro de quienes fueron
algunos serán arrastrados
hasta la orilla
otros
quedaran sembrados en sus profundidades
hasta el fin de los días.
TELÚRICA
A la niña de la comunidad Embera Chamí
violentada por soldados del ejército colombiano
Tiembla y no es la tierra
es mi territorio en erupción de rabia contenida.
La sangre se desliza por mis piernas,
en este útero, depósito de hojas secas.
Tiemblan los pájaros,
atrapados en la bóveda de mi cuerpo.
Mis manos con el cuchillo imaginario,
sueño que abro la carne del ejecutor
lo vislumbro, deshojando la ingenuidad
de aquellos primeros años.
¡Justicia por mano propia! —clamo—.
No sé cómo calmar la fiebre en mi cabeza:
¿En dónde estuvo Dios que no vino a salvarnos?
No sé dónde guardar este grito
la herrumbre que todo pudre
ese sinsabor que oxida y reaparece,
ese vértigo que me ha desolado por años.
El temblor hondo de los silencios
me convoca a alzar la voz esta noche,
a cerrar el círculo imperfecto.
En esta hora precisa
en la que me levanto
de estas ruinas
que siempre deja el derrumbe.
El hombre le huye a la muerte
ella lo apresa entre sus fauces
—Venado en el hierro de la trampa—.
Su corazón ha estallado.
Pronto, renacerá un arcoíris.
KABUL
Y la ciudad, ahora, es como un plano
de mis humillaciones y fracasos;
desde esa puerta he visto los ocasos
y ante ese mármol he aguardado en vano.
Jorge Luis Borges
Más muros que pájaros se divisan en la lejanía
paisajes de oriente deshabitados.
Los bombardeos
iluminan el cielo con sus destellos de humo y muerte
—ruinas—.
Ciudad
jardín de sombras esculpidas por el viento.
La risa de mujeres afganas, enjauladas,
cristales rotos.
Parece que ellas llevaran
sobre sus espaldas
todo el peso de la historia de esta ciudad.
En un ocaso de agosto
una muñeca de trapo cae al pavimento,
sale ilesa de la embestida
no hay niña para jugar con ella.
Kabul
la ciudad de los estallidos
y la desesperanza
no se rinde
ante la barbarie.
Las botas de guerra
nunca podrán reducir al silencio
el canto de los pájaros.
EL GUARDIÁN
A Enrique Oramas,
in memoriam
Biocanto
resuena el aire entre las ramas
en esa hora anticipada de mayo.
En un rincón de los Farallones de Cali
un concierto de pechirrojos,
alondras,
turpiales,
al unísono con el canto del kindi picaflor.
Tonadilla, lluvia de río.
Oramas:
Custodio de la quinua, el romero y el amaranto.
Mensajero
guardián del tiempo y del cervatillo.
Tus manos tejieron la raíz del yarumo
subiste por su tronco
hormiga,
hasta la punta más alta
te elevaste.
—Plumas de pavorreal en la cabeza—.
Hombre nacido de la arcilla y el maíz
semilla de antepasados en Abya Yala.
Tu canto de colibrí resuena en la montaña.
Nadie pudo apagar tu llama, ese viernes final.
MADRE YEMAYÁ
En la noche de los relámpagos
he sentido que regreso al mar.
Yemayá abre sus entrañas para mí
esta vez
no para parirme
sino para tragarme
acunarme de nuevo en su vientre.
Llevo una angustia metida en los bolsillos
desde antes que mis pasos recorrieran el mundo
desde antes que afilara el lápiz
y entrelazara palabras.
He vuelto a soñar que regreso al mar
mi cuerpo
esta vez
convertido en cenizas.
Néstor Mendoza: Maracay, Venezuela, 1985. Poeta, ensayista y editor. Ha publicado cinco libros de poemas: Andamios (2012), Pasajero (2015), Ojiva (2019, traducido ese mismo año al alemán como Sprengkopf), Dípticos (2020) y Paciencia mineral (2023). Autor de los libros de ensayos Alfabeto de humo. Ensayos sobre poesía venezolana (2022) y Álbum de grabados. Prosa diversa (2024). Finalista del I Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas 2016 y del XL Premio Internacional de Poesía Juan Alcaide (Ciudad Real, España, 2021).
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