Presentación
La Otra 198
Noviembre de 2025

I

Ibn Battuta, viajero marroquí del siglo XIV, menciona la ciudad de Gaza en dos momentos distintos, separados por unos treinta años: una vez cuando, aún joven, iniciaba su viaje hacia China, y otra cuando regresaba a su tierra natal tras un largo recorrido. En la primera ocasión, Gaza aparece como una ciudad llena de vida, con lugares históricos, sabios y oradores. En la segunda, la encuentra casi vacía de gente y de vitalidad: la peste negra ha caído sobre ella, ha matado a muchos y ha obligado a otros a emigrar. Si observamos la imagen contemporánea de esta ciudad, quizá podamos establecer una correspondencia entre la peste de aquellos años y la ocupación sionista: una analogía entre la enfermedad y el colonialismo. Sin embargo, aunque esta comparación resulta tentadora y, desde cierta perspectiva histórica, puede parecer sugerente, presenta tres problemas fundamentales. En primer lugar, la peste, como los ocupantes, arrebataba vidas, pero no destruía más del ochenta por ciento del tejido físico de la ciudad. En segundo lugar, el “mal” humano y una catástrofe natural pueden dejar cifras semejantes de víctimas, pero no generan consecuencias éticas, civilizatorias ni cognitivas comparables. Y, en tercer lugar, la muerte causada por la naturaleza parece inevitable, mientras que el genocidio ocurre por la voluntad humana y representa un fracaso del proyecto de la humanidad. Deseamos que la ciudad —del mismo modo que a lo largo de la historia sobrevivió a la peste y resistió hasta hace apenas dos años— pueda también sobrevivir a esta otra plaga. La ciudad, tal vez; pero ¿podrá el proyecto de la humanidad salir ileso de tales catástrofes? Sobre todo ahora, cuando el genocidio se transmite ante las cámaras, a los ojos del mundo entero.

II

Frente a este genocidio narrado visualmente, millones de personas salieron a las calles de todo el mundo para protestar. Activistas de derechos humanos escribieron, hablaron y denunciaron. La Corte Penal Internacional emitió órdenes de arresto contra algunos de los responsables. El escenario de la narración, que antes —a costa de enormes recursos— estaba bajo el control de Israel, incluso en Estados Unidos, su principal aliado, escapó parcialmente de sus manos. Sin embargo, todas esas voces no lograron evitar la muerte de un solo niño. En estos momentos —por ejemplo, durante los altos el fuego que Israel viola cotidianamente— me asalta una pregunta constante: ¿Puede esta forma de activismo salvar la vida de un niño? ¿Es posible pedir cortésmente a los poderosos que derriben el muro que ellos mismos construyeron para separar a los seres humanos? Esta forma de activismo contemporáneo no logró detener las masacres en Irak, ni en Afganistán, ni en Libia, en los Balcanes, en el Líbano, y ahora vuelve a mostrar su impotencia en Palestina y Sudán. Como señaló Langston Hughes: “No puedo llenar el hambre de hoy con el pan de mañana.” La vida de un ser humano no puede esperar eternamente a que la historia, quizá algún día, devuelva la felicidad o en este caso la vida perdida.

III

El control y la exclusión del cuerpo del ámbito de la acción social nunca habían alcanzado, en ningún momento de la historia, el grado de precisión y sofisticación que hoy observamos. Hace más de un siglo, durante la revolución socialista en el norte de Irán, voluntarios de las brigadas internacionales luchaban contra las fuerzas del gobierno central y contra el poder británico. En la guerra civil española, la presencia de esas brigadas fue igualmente decisiva. En nuestra época, sin embargo, solo grupos como el ISIS y sus semejantes conforman brigadas internacionales, mientras los barcos portadores de mensajes de paz ni siquiera logran acercarse a la línea del frente. Por otra parte, mientras los poderosos fabrican armas cada vez más letales con el dinero del pueblo, la gente —que paga esas armas con su pan cotidiano— pierde, día tras día, incluso la fuerza física de resistir. El cuerpo humano se vuelve, cada día, más dócil. Esta expansión universal del dominio sobre los cuerpos no tiene precedentes en la historia de la humanidad.

IV

La expansión de las redes sociales y la sustitución de la acción por la narración han arrebatado al cuerpo buena parte de su presencia en la lucha social. Poco a poco, la presencia corporal se ha convertido en un acto representativo, en un espectáculo. La narración y la representación, aunque poderosas, son siempre más previsibles y más fáciles de controlar que los cuerpos. Las personas entregan voluntariamente incluso sus secretos más oscuros al poder, y este desarrolla sistemas cada vez más sofisticados para domesticar a las masas obedientes. La inteligencia artificial constituye otra pieza de este engranaje de control. El conocimiento se banaliza, se vacía de experiencia corporal y se transforma en un juego, en un recurso, mientras palabras como “profundidad”, “creatividad” o “rebeldía” se redefinen cortésmente o son reemplazadas por términos como “multifacético”, “atractivo” o “controvertido”. Este mecanismo de control tiene dos brazos principales: la adicción y la promesa de recompensa. Y mientras ambos se expanden, las redes de control social se vuelven más hondas y más densas.

V

La peste global se ha extendido sobre toda la tierra. Ibn Battuta, al describir la peste en Damasco, menciona dos mil muertos por día. Hoy también, cada día, dos mil cuerpos, en las grandes ciudades, se vuelven más dóciles, más resignados. El antídoto contra esta peste es el regreso al cuerpo humano, la negación de toda separación entre la idea y el cuerpo. La poesía quizá sea una de las últimas trincheras que quedan en esta batalla.

Mahmud Darwish escribe:

No queda en la historia de los árabes
ningún nombre para prestarte,
para escalar con él a tu ventana secreta.
Todos los nombres clandestinos están confiscados
en las oficinas de reclutamiento con aire acondicionado.
¿Aceptas mi nombre,
mi único nombre clandestino:
Mahmud Darwish?
El nombre original
me lo arrancaron de la carne
los látigos de la policía y los pinos del Carmelo.

Aquí, la poesía vuelve a ser llamada por su nombre: con el cuerpo de Mahmud Darwish, con el cuerpo de todos nosotros. Quizá un día más, un año más, ese nombre original también nos sea devuelto. Este nombre es la misma lluvia en la poesía de Antonio Gamoneda. La poesía es, probablemente, la otredad de nuestro tiempo: una otredad semejante a la lluvia, al poeta y a la esperanza. Dile tú: ¡ha de llover!

Mohsen Emadi