Salomón Villaseñor nació en Tzitzio, Michoacán, el 5 de mayo de 1964, radicó en la Ciudad de México por más de 30 años, donde falleció el lunes 20, quizá la madrugada del martes 21 de octubre de 2025; tras una incesante búsqueda, por parte de varios poetas, fue encontrado en el departamento donde vivía de Avenida Universidad. A las cinco de la mañana de ese martes, el poeta Marco Tulio Lailson me escribió: “Leti querida, nuestro entrañable Salomón ya es luz”. Después vinieron los mensajes de familiares y amigos, las esquelas en las redes, los lamentos de un luto anticipado en las letras del autor de Elipse de los muelles (Editorial Edición de autor, 2025), quien en los últimos años se había apresurado a publicar lo escrito, lo guardado, lo que nos vuelve a hablar y regresa para nacer de lo ya escrito.
Los dos hermosos volúmenes del libro de arte El silencio y sus conjuros, que salieron de la imprenta en 2020, debieron “guardar la prolongada clausura que la pandemia del coronavirus traería inesperadamente […] de modo que las cajas han permanecido cerradas, y las tarjetas que llevan impresas los respectivos conjuros han estado cautivas de algún modo de ese silencio al que aluden”, escribió Raúl Eduardo González (29, octubre, 2021. Ensayo, La otra gaceta. Revista).
Personalmente, conocí a Salomón Villaseñor a principios de los años noventa del siglo XX, como integrante de un grupo de poetas que se aglutinaban alrededor de la mítica editorial Nautilium. Cuando éramos jóvenes, a los poetas emergentes las nuevas propuestas editoriales de entonces nos deslumbraban, y hacían de quienes las animaban una especie de héroes oraculares que trazaban el Camino −nos hacían vislumbrar el enigma de la Poesía transformada en materia entre las manos, en libros−.
Tanto El silencio y sus conjuros, como Elipse de los muelles se publicaron en el sello Edición de autor, cuyo editor es el artista plástico y poeta, radicado durante muchos años en Morelia, Miguel Carmona Virgen, quien concibió y fundó Nautilium con el grupo de autores integrado por el mismo Salomón Villaseñor, Marco Tulio Lailson, Luis Tiscareño, Carlos Santibáñez, Roberto Ayala y Raúl Aguilera, quienes se reunían en el Café Librería Reforma, donde coincidían con Juan Cervera.
En aquellos años, Nautilium publicó en su colección Liebre de marzo: Septiembre, de Luis Tiscareño, Glorias del Eje Central, de Carlos Santibáñez, En el centro de los nombres, de Marco Tulio Lailson y El mar donde vivo ahogado, de Salomón Villaseñor, entre otros. Y en su colección Las ínsulas extrañas, sorprendió con la edición de la poesía de San Juan de la Cruz, con un prólogo (inédito en español) de Robert Graves.
Con Salomón y otros amigos y amigas poetas, que entonces acudíamos a los talleres de Juan Bañuelos, Óscar Oliva, Enriqueta Ochoa, Dolores Castro o Carlos Illescas, solíamos declamar “Blues” de José Carlos Becerra (primer poema del libro Los muelles, en El otoño recorre las islas), como un himno de nuestra generación. Aquella soledad enmarcada en el ritmo de una canción que puede ser lenta, rápida, triste o alegre, cumplía con la melancolía, el tono sombrío y la creación de una voz herida, que los cantantes de este género lograban al “ahogar” las cuerdas, con su famoso sonido slide. No era necesaria una nueva acometida de la soledad / para que lo supiera / Navegaba la mar por un rumbo desconocido para mis manos / Donde el amor moró y tuvo reino / queda ya solo un muro que avasalla la hierba; la ausencia, la memoria y el olvido, la soledad, el silencio, el vacío y la muerte (la imagen del ahogado) serán abordados por Salomón Villaseñor en sus poemas, renovando esos motivos poéticos que vienen de una tradición más antigua, el simbolismo baudelariano.
Elipse de los muelles, reúne 39 poemas, el primero y el último son el mismo poema y su título son puntos suspensivos; en la idea de la unidad del libro para lograr la metáfora de la elipse, una forma ovalada que gire y que tenga sus dos focos en el inicio y el final del libro, la voz del sujeto poético anuncia que al abrir los ojos encuentra el ojo oscuro del silencio, que lo lanza al abismo. Poemas de una búsqueda interior son los de este autor, que abreva en la contemplación de instantes poéticos, construidos a través de versos breves, libres, cuyas imágenes nos devuelven destellos de palabras en busca de la luz: “Sabia la luz fluye Sabia se evapora”. Estas evaporaciones del alma tienen sus claroscuros en la metáfora del espejo, de los reflejos y sus múltiples diálogos entre el interior del poeta (que como una embarcación en un muelle sufre los vaivenes del oleaje existencial) y el exterior, donde el tiempo avanza hacia la muerte.
“Árbol de los reflejos” es un poema donde la vida del árbol crece bajo su propia sombra, como el poeta, que en su tronco madura, y que al ser voz es un Árbol del aire, del lamento y la agonía; todo lo que vive lleva dentro de sí su propia muerte; es el relámpago del tiempo que se adentra hacia la noche interminable de la existencia humana: “El poeta está expuesto a los relámpagos de Dios”, escribe Heidegger parafraseando a Hölderlin. He aquí el encuentro de nuestro poeta con aquello que muere, y el espacio donde vislumbra a la belleza efímera: la flor / es una forma de morir embelleciendo.
Los instantes de sus contemplaciones van y vienen en su interior, meciéndose como las embarcaciones en los muelles; de un lado la luz, del otro la oscuridad. Ante la ausencia de la amada (que es una forma de olvido), el poeta ejerce la facultad de la memoria: la llena de luz, la busca en aquellos instantes que la iluminan, para a través de sus recuerdos encontrar la forma en que es etérea, y por lo tanto susceptible de ser habitada por su canto. Pero su memoria, es la memoria del verdugo; de ahí el presagio del ciervo: Tengo miedo de caer / tengo miedo de caer / tengo miedo de caer / bajo el yugo axfixiante de los muertos. La repetición de un verso tres veces, nos recuerda ese recurso ampliamente utilizado por el poeta michoacano Ramón Martínez Ocaranza, que en su libro Patología del ser (Diógenes, México, 1981) ocupa para crear un ritmo hechizante; huella, homenaje o guiño de Salomón Villaseñor a la tradición de las letras michoacanas.
El ciervo es príncipe del aire, poseedor de la voz, lanza su plegaria a la doncella de la luz, la Musa, que es Ave negra de la luna / Agua de los insomnios / Rosa oscura del alma / Piedra de los silencios, la voz del poeta le pide que aparte el sabor ocre de las despedidas, el azul de los sueños y la sangre púrpura del miedo (aquí, el poeta trabaja con la propuesta impresionista de Rimbaud al iluminar los versos a través de los colores). Y quizá esa embarcación interior y su vaivén en las aguas profundas del alma, tenga mucho que ver con “El barco ebrio” del enfant terrible: La tempestad bendijo mis desvelos marítimos. / Más ligero que un corcho bailé sobre las olas […] el agua verde penetró mi casco de abeto […] Y desde entonces, me sumergí en el Poema / de la Mar, infundido de astros, y lactescente, / devorando los azures verdes; donde , como flotación pálida / y arrebatada, un ahogado pensativo a veces desciende. (Poesías, de Arthur Rimbaud, trad. y notas de Juan Abeleira, edición bilingüe, poesía Hiperión no. 118, Madrid, s/f, p. 141).
Al igual que Rimbaud, Eliot y Becerra, Villaseñor abreva en la imagen de la muerte por agua. La muerte viene ya a desflorar sus pétalos en el poema “El mar de los ausentes”, el mar de los muertos, donde aparece su memoria marina: donde el ala del recuerdo tiembla / y hasta Dios está de luto. Los muelles de Salomón Villaseñor forman parte de una quietud e inquietud interior que refleja la inmensidad que lo ciñe. Por otra parte, hace alusión a la tradición de la ruptura; en “El canto del verdugo”, la ruptura se encuentra en la garganta y canta para caer en el silencio, ese verdugo es el instante oscuro; recordemos la suntuosidad negra en José Carlos Becerra observada por Octavio Paz, así como el tema de lo oscuro en Baudelaire y Rimbaud, que definitivamente constituyen una influencia en su poesía.
Estoy de acuerdo con la opinión que emitió Marco Tulio Lailson en la presentación de este libro, el 27 de septiembre pasado en la Casa Marie José y Octavio Paz: “Salomón es uno de los grandes poetas de nuestra generación, con una tremenda capacidad para una expresión lírica contundente y por momentos deslumbrante, los versos le fluyen con una sencilla facilidad, está dotado para ello; no es menor la experimentación que logró en sus últimos libros; fue un autor que arriesgó al hacer una apuesta, la de experimentar con el poema abierto a múltiples lecturas y eso es notable, trabajó durante mucho tiempo en esos libros, un ave rara en el panorama de la poesía mexicana.”
Los poemas de Salomón Villaseñor mantienen el nivel delicado y profundo de un gran calado espiritual; sus recuerdos, recreados por los sueños de la imaginación, son jardínes y cuevas del tiempo, abismos y espejos del tiempo; el poeta no es otra cosa que lo que él ha creado dentro de su poesía: “es poéticamente como el hombre habita esta tierra” (Hölderlin). Villaseñor se asumió como el hombre que habitó poéticamente el silencio, descendió en espiral por antiguos laberintos, andó a tientas, interrogó al vacío, bajó al abismo, y regresó con una Revelación: Tus ojos –fúnebre Aurora−, (fúnebre Poesía) me pertenecen. Esta vez, el hombre ha trascendido los senderos de la muerte, pero el poeta resucitará a través de la memoria de sus lectores: “para que su poesía regrese eternamente viva”.
Algunos poemas de Salomón Villaseñor:
El faro
I
Alto destello de palabras
—lo imprevisto se abre cataclismo—
abismo donde nada mar sucede
Antiguo movimiento
Diario desliz de sol
—TrazoSombraReino—
II
En el vórtice
Soberbio
Te complace mirar tu territorio
Cuánta quietud en tus muelles
Qué inmensidad la que te ciñe
Inmóvil
Manso
Ardes
A lo lejos
un extraño resplandor
prolonga el límite de tu reino.
El río
Luz
en el centro
tiembla
tierna luz
otra vez —el principio— en el agua
Voces que son tus voces
muertos que son tus muertos
Luz
se hunde en las sombras
—misterio—
Luz
se hunde en el agua
—silencio—
Luz
Agua
Silencio
Río de luz-luz de agua
—agualuz—
sierpe de colores
molusco de los tiempos
anfibio de las metamorfosis
Luz
en la memoria tiembla
como tiembla ante el silencio el alma.
El mar de los ausentes
I
Agua tierna de los días antiguos
Memoria de la sal
Edificio de la sangre
Laberinto de la infancia
donde el ala del recuerdo tiembla
y hasta Dios está de luto.
II
Dios tiembla en la memoria
como tiembla la memoria
ante la voz imperceptible del ausente
y el hombre —pobre hombre—
ve morir el crepúsculo y sus dioses.
III
Llaga mi verso el instante
Quema
Estalla
— y está allá—
Silencio
Sólo silencio
Visión del hombre.
El exilio de los sueños
Descender en espiral por las vértebras del tiempo
Cruzar antiguos laberintos
Descender hasta el más lejano de los círculos
Contemplar en cada círculo la duda
En silencio arrancar al silencio la respuesta
Escuchar del silencio otra pregunta
Buscar a tientas los fragmentos
En la búsqueda labrar la ruina
Profesar que no hay más luz que la que arde
y no volver
de la sangre
y los recuerdos
al instante
al origen
al abismo
La leyenda del verdugo
Llegar a la Ciudad
reconstruir sus despojos
la noche
la luz
los burdeles
Fundar en los burdeles
la leyenda del corsario
que naufraga entre botellas
Edificar con el naufragio otra leyenda
Tirar de la solapa el cuerpo
Llevarlo a los bordes del abismo
a los negros misterios de la duda
a la frágil agonía de las ciudades
Elíptico retorno del viajero
Cataclismo del exilio
Adiós antigua infancia
—Fruto almibarado y ocre—
Adiós altos muros
—La sombra se prolonga en todas partes—
El crepúsculo del ciervo
Recorrer el perímetro de los muertos
entrar en su morada
encontrar el eco
la ausencia
el muro
sobre el muro antiguas inscripciones
—PalabraPiedraSilencio—
Recorrer ese oscuro laberinto
encontrar de nuevo el gran vacío
—EntrañaExtrañaLaberintodelaCarne—
Amanece
la luz devora
Oración
Será preciso llorar a Dios
Será preciso llorar a Dios
Será preciso llorar a Dios
por la erosión
por la erosión
y sus muertos
Elipse de los muelles
I
Nada se mueve
Nada avanza ni retrocede
Todo se consume Perenne
En silencio
En el silencio
Círculo de luz
Dorado círculo de la muerte
Inmóvil
Invisible
Devora
Revelación
Tus ojos —fúnebre Aurora— me pertenecen.
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