Diez Poemas:
Javier España

La domadora

a Julio Ruelas

La cárcel es un círculo de vuelo porcino.
No hay vacilación en la mirada del simio
que enclava en otra piel su furia,
su derrota ante el redondel impenetrable.
Desde cualquier distancia,
el látigo y la piel
entretejen la castidad del árbol prohibido.
La última vuelta nunca termina,
y el sol ríe a carcajadas
posado en el sombrero canotier de la falacia.

 

 

París

a Wilfredo Lam

París no es sólo un pentagrama añejo
ni cinco notas de sol y luna copulando.
No cae el aguacero cada lunes.
Ante una taza de café puede ser la muerte,
que aguarda en la habitación barata
donde una mujer nos amó por última vez
y murmuró nuestro nombre ciegamente.

París no sólo es París.
Aquí caben todas las miradas,
hasta el viento caribeño de la infancia
que persiste en ser su propio paisaje.

 

Mujer de medias negras

a Egon Schiele

Veo la piel de mar, sargazo, vulva sabia.
La vida también es una sonrisa vertical que aguarda.

 

Amantes

a Fernando Castro Pacheco

Hamaca muda,
onomatopeya del gemido, de los hilos húmedos,
de nuestros cuerpos mecidos por el viento magro
que lame muslos murmurantes de marasmo.

Con el vaivén de frágiles ocasos
adormeces a Dios en medio de una tarde.

Hamaca maga,
entrecierras tu piel de párpado silente
y guardas nuestros cuerpos en la mirada de nadie,
entre las palmas del ocre más enardecido.

Con pendular goce de los tactos
adormeces a la tarde en medio de los dioses.

 

Tango en una caja

a Juárez Machado

El tango no se baila, piel.
No es aquelarre de brujas ni de profetas mustios.
Pero sí el vuelo inverso
a ninguna intemperie permitida,
a la patria íntima
donde el roce de los muslos es el único cuerpo
que sueña en otro cuerpo su iridiscencia.
¿Así se mojan las entrepiernas para vivir a solas?

No, en el tango no hay sudor maldito ni bendito.
Es como el mar nocturno que lame sus heridas,
como un gato con lengua sabia, ah, y dulce sal.
El tango no baila, piel.
se guarda en una caja secreta
donde arden el acordeón y la lujuria de Dios.

 

Tamazul

a Francisco Toledo

¿Quién sabe más de entrepiernas que tú,
venerable piedra siempre con las patas abiertas?
No tuviste que nacer en Tamazulpam para beberte todo el
[tiempo
que yace, muy yacido, en tu vientre sabio de lagartijas y de grillos.
Ah, sapo, inmenso devorador de vaginas primitivas,
no se detiene tu hermosa fealdad de dios broncudo
ante los tacones amenazantes y vencidos de la lujuria.

 

El aquelarre

a Goya

El Gran Cabrón ha convocado.
Todas han venido con sus presas famélicas y lloronas.
Ah, el festín de niños perdidos y secos como gajos.
Un nudo de pieles encendidas
se revuelca entre las horas más nocturnas,
más sedientas del poder de la vida y de la muerte.
El gran cabrón se eterniza.
No sabe hablar pero agita el deseo entre sus astas.

 

Sola

a Henri de Toulouse-Lautrec

Sola, sin Toulouse, sin tu luz,
sin tu miedo perdido entre perfume rancio,
acostumbras el descanso de tu servicio
mirando las mismas arañas fieles
a las que Henri les dispara con saña y sin puntería.

No eres actriz, ni bailarina, ni menos burguesa,
pero igual apestas a la vida sola, sola,
como las de todos tus compinches hipócritas,
que tu pintor magullaba sobre sus cuadros reflejantes.

 

El pecado

a Franz Von Stuck

He convertido mi vida en una lengua.
Toda ella transita sobre tu vientre y tu pecho.
No se me acaba la devoción de saliva:
fundación del puente que me salva de mi solo cuerpo.
Como si sirviera de algo,
a veces me pregunto:
¿Cuánto de tu azul habré bebido?
¿Por qué no me harto del mar
que decanta en el abrevadero vaginal de siempre?

He convertido mi lengua en una vida.

 

Mujer en azul

a Jean-Bautiste-Camille Corot

Ni Marie Francoise, tu madre modista y maga de la Rue du Bac,
pudo diseñar mejor vestido que el celeste.
Ni tu padre peluquero y adoctrinador de artes más comestibles
pudo imaginar el cabello recogido sobre el añil fragoso.
Ni el palacio de las Tullerías, asesinado por los comuneros
[luminosos,
pudo entenebrecer tu mirada docta en la luz múltiple.
Ni el río Sena embarazado de suicidas transparentes
pudo aclimatar con más justeza la vehemencia del azur.
Ni la tierra gótica de Ruán con sus cien campanarios
[meditabundos
pudo robarte los cantos secretos del vestuario garzo.

 

 

Javier España, nació en Chetumal, Quintana Roo, el 10 de enero de 1960. Ensayista y poeta. Estudió Derecho en la Universidad Autónoma de Yucatán. Ha sido coordinador de talleres literarios en el Instituto Quintanarroense de Cultura; profesor en el Colegio de Bachilleres de Chetumal y en la Universidad de Quintana Roo; director fundador de Contraseña; coordinador de Oriflama. Colaborador de Contraseña, Cuadernos Literarios, Cultura Sur, Hojas de Sal, Integración, Oriflama y Páginas. Premio Especial Antonio Mediz Bolio 1988. Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2004 por La suerte cambia la vida. Premio Internacional de poesía Jaime Sabines 2007 con el libro Sobre la tierra de los muertos. Premio Nacional de cuento Beatriz Espejo 2010 por la obra Prometeo de la calle 51. (nota extraída de: Catálogo biobibliográfico de la literatura en México.