En la poesía de Rosario Castellanos el yo no se alza como una torre sino como una grieta de luz. Lejos del lirismo exaltado o la subjetividad grandilocuente, sus versos se abren a una experiencia radicalmente compartida de la pérdida, del amor, de la finitud y, sobre todo, de la otredad. El pequeño corpus aquí reunido –tomado de distintos libros como Materia memorable (1969), Lívida luz (1960), En la tierra de en medio (1972), entre otros– ofrece una muestra nítida del universo poético de esta escritora mexicana, donde el cuerpo, el lenguaje y la conciencia histórica se entrelazan en una escritura que no cede al ornamento, pero tampoco renuncia a la belleza.
Desde el poema “Elegía”, la poeta confronta el acontecimiento amoroso no como exaltación sino como ruina: “Ay, esa luz tan breve, esa fulminación, / ese vasto silencio que sigue la catástrofe”. La imagen del amor como relámpago y como silencio es también una poética: un estallido que ilumina y arrasa, seguido por el espesor del vacío. Esa intensidad, fugaz pero definitiva, queda cifrada en un destino común, una “eternidad” sellada por el desastre.
Esta visión crítica del vínculo amoroso se agudiza en poemas como “Ajedrez” y “Desamor”. En el primero, el juego compartido entre dos amantes deriva en una guerra silenciosa, en una lógica de cálculo y aniquilamiento que desnuda la violencia que puede habitar incluso en la inteligencia compartida: “Henos aquí hace un siglo, sentados, meditando / encarnizadamente / cómo dar el zarpazo último que aniquile…”. En “Desamor”, el yo desaparece ante la mirada del otro; la experiencia amorosa se transforma en una escena de borradura existencial: “supe: yo no estaba allí / ni en ninguna otra parte”. El amor, lejos de constituir, deshace.
Pero Castellanos no se limita al desencanto. Su voz busca, una y otra vez, restituir una posibilidad de sentido. En “Poesía no eres tú”, uno de sus poemas más emblemáticos, rechaza la identificación simplista entre el yo lírico y el poema para proponer una visión más ética de la escritura: la poesía comienza “con el otro”. No el otro como espejo del yo, sino como interlocutor, mediador, escucha. En esta concepción, la poesía se vuelve acto de responsabilidad y de diálogo: “El otro, la mudez que pide voz / al que tiene la voz”. No hay redención individual posible sin ese acto de apertura.
Esta misma preocupación se despliega en “Éxodo” y “Los adioses”, donde la experiencia colectiva, casi ritual, de la marcha y la despedida configura un aprendizaje existencial. En el primero, el poema acompaña a una comunidad que se prepara para partir, vigilada por un faisán que actúa como vigía simbólico. La noche avanza, se “acerca a las fogatas”, y el poema se instala en ese umbral de espera donde aún no es la hora “de los que descansan”. La fugacidad, la vigilia y la marcha son formas de una conciencia histórica que no se permite detenerse.
En “Los adioses”, ese éxodo se torna aprendizaje del duelo. La despedida no es un gesto puntual, sino una forma de vida: irse, dejar atrás, detenerse “donde la soledad tiene su casa”, aprender allí la muerte. Castellanos convierte el alejamiento en un gesto ético y poético a la vez: saber partir, saber perder, saber callar.
Así como sabe partir, Castellanos conoce el retorno con “Nostalgia”, donde “ahora estoy de regreso. / Llevé lo que la ola, para romperse, lleva”. La voz lírica declara, serena, que su autoexilio, resultado del duelo, la ha llevado a tocar con sus “manos una criatura viva: / el silencio”, y ahora, en calma, “heme aquí suspirando / como el que ama y se acuerda y está lejos”. Suspirando después del desastre, del luto, del desamor.
Otro registro, más metafísico, aparece en “El despojo”. El poema encarna una suerte de revelación negativa: le han arrebatado “la razón del mundo” y lo único que resta es armar un “rompecabezas sin sentido”. Aquí, Castellanos juega con la figura de la desposesión absoluta: el tiempo como mentira, el cuerpo como pantano, la muerte como ilusión. La voz lírica, sin embargo, no cae en la desesperación, sino que revela una lucidez amarga: “Otra vez. Otra vez. / Me dijeron: no busques. Nada se te ha perdido”. La última estocada, desde luego, es contra quienes ocultan lo robado y ríen: el poema no se refugia en la abstracción, sino que apunta con claridad hacia una injusticia histórica encarnada.
Finalmente, otra “Elegía” del libro En la tierra de en medio cierra el conjunto con una declaración conmovedora: “Nunca, como a tu lado, fui de piedra”. A diferencia del deseo de ser nube, agua o fuego, el amor vivido dejó al yo reducido al peso inerte de la piedra. La imagen es brutal: una mujer que soñó ser aliento se convierte en lastre, en ahogo. Pero en esa confesión hay también una verdad: lo que el amor dejó fue una forma de existencia que pesa, que marca.
En conjunto, estos poemas delinean un universo poético que atraviesa las pasiones privadas y los dilemas colectivos, que se mueve entre el dolor íntimo y la responsabilidad compartida. Rosario Castellanos escribe desde un lugar complejo: es mujer, es mexicana, es intelectual, es testigo. No se refugia en lo lírico ni se vuelve panfletaria. Su poesía, clara pero no sencilla, dura pero no cínica, nos sigue hablando desde lo más hondo del ser: la pérdida, la palabra, el otro
Selección de poesía
Elegía
Cuerpo criatura, sí, tú y yo nos conocimos.
Tal vez corrí a tu encuentro
como corre la nube cargada de relámpagos.
Ay, esa luz tan breve, esa fulminación,
ese vasto silencio que sigue la catástrofe.
Quienes ahora nos miran (piedras oscuras, trozos
de materia ya usada)
no sabrán que un instante nuestro nombre fue amor
y que en la eternidad nos llamamos destino.
(De Materia memorable, 1969)
Éxodo
El pájaro faisán busca la rama
y desde allí vigila
lo que los hombres deliberan, hablan.
Un relámpago quieto
es su ala plegada.
Palpitando en los seres más pequeños
viene la noche; avanza;
como animal con hambre ronda los campamentos,
se acerca a las fogatas,
ocupa su lugar en el consejo.
Partiremos mañana.
Hay días, hay caminos.
Aún no es la hora de los que descansan.
Todavía otra vez, ante la faz de todos,
el pájaro faisán desplegará sus alas.
(De Poemas, 1953- 1955)
Elegía
Nunca, como a tu lado, fui de piedra.
Y yo que me soñaba nube, agua,
aire sobre la hoja,
fuego de mil cambiantes llamaradas,
sólo supe yacer,
pesar, que es lo que sabe hacer la piedra
alrededor del cuello del ahogado.
(De En la tierra de en medio, 1972)
Ajedrez
Porque éramos amigos y a ratos, nos amábamos;
quizá para añadir otro interés
a los muchos que ya nos obligaban
decidimos jugar juegos de inteligencia.
Pusimos un tablero enfrente de nosotros:
equitativo en piezas, en valores,
en posibilidad de movimientos.
Aprendimos las reglas, les juramos respeto
y empezó la partida.
Henos aquí hace un siglo, sentados, meditando
encarnizadamente
cómo dar el zarpazo último que aniquile
de modo inapelable y, para siempre, al otro.
(De En la tierra de en medio, 1972)
Desamor
Me vio como se mira al través de un cristal
o del aire
o de nada.
Y entonces supe: yo no estaba allí
ni en ninguna otra parte
ni había estado nunca ni estaría.
Y fui como el que muere en la epidemia,
sin identificar, y es arrojado
a la fosa común.
(De En la tierra de en medio, 1972)
Poesía no eres tú
Porque si tú existieras
tendría que existir yo también. Y eso es mentira.
Nada hay más que nosotros: la pareja,
los sexos conciliados en un hijo,
las dos cabezas juntas, pero no contemplándose
(para no convertir a nadie en un espejo)
sino mirando frente a sí, hacia el otro.
El otro: mediador, juez, equilibrio
entre opuestos, testigo,
nudo en el que se anuda lo que se había roto.
El otro, la mudez que pide voz
al que tiene la voz
y reclama el oído del que escucha.
El otro. Con el otro
la humanidad, el diálogo, la poesía comienzan.
(De En la tierra de en medio, 1972)
Los adioses
Quisimos aprender la despedida
y rompimos la alianza
que juntaba al amigo con la amiga.
Y alzamos la distancia
entre las amistades divididas.
Para aprender a irnos, caminamos.
Fuimos dejando atrás las colinas, los valles,
los verdeantes prados.
Miramos su hermosura
pero no nos quedamos.
Llevamos nuestros pies
donde la soledad tiene su casa
y allí nos detuvimos para siempre.
En silencio aguardamos
hasta aprender la muerte
(De Poemas, 1953- 1955)
Nostalgia
Ahora estoy de regreso.
Llevé lo que la ola, para romperse, lleva
—sal, espuma y estruendo—,
y toqué con mis manos una criatura viva:
el silencio.
Heme aquí suspirando
como el que ama y se acuerda y está lejos.
(De Al pie de la letra, 1959)
El despojo
Me arrebataron la razón del mundo
y me dijeron: gasta tus años componiendo
este rompecabezas sin sentido.
No hay más. Un acto es una estatua rota.
Una palabra es sólo
la imagen deformada en un espejo.
¿Qué vas a amar? ¿Un cuerpo que se pudre
─ese pantano lento en que te ahogas─
o un alma que no existe?
¿Qué puedes esperar? El tiempo es lo continuo
y si dices “mañana” mientes, pues dices “hoy”.
Ni siquiera se muere. Algo muy leve cambia
y sigues, dura, en piedra; creciendo en vegetal
y otra vez despertando en lo que eras.
Otra vez. Otra vez.
Me dijeron: no busques. Nada se te ha perdido.
Y los vi desde lejos
ocultar lo que roban y reír.
(De Lívida luz, 1960)
Bibliografía
Castellanos, Rosario. Poesía no eres tú: Obra poética (1948-1971). Fondo de Cultura Económica, 2004.
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