Presentación
La Otra 197
Julio de 2025

Hace unos días tropecé con una publicación de Instagram que decía “el dato más perturbador del día” y que mostraba una fotografía de George Michael, el famoso cantante pop británico, con una copa de vino blanco y con la siguiente leyenda sobre la imagen: “dentro de 5 años, los años 80 serán hace 50 años”. Recordé entonces la icónica “Careless whisper” (1984) y, como si fuera ayer, se me vinieron a la cabeza una galería céntrica del Concepción de mi infancia y un enjambre de imágenes causales y arbitrarias que, efectivamente, resulta perturbador pensar que pronto cumplirán medio siglo acompañándome. Más perturbador todavía fue no estar segura de si George Michael había muerto o simplemente desaparecido de la escena pública. Para salir de la duda, porque últimamente doy por vivos a muchos muertos, tuve que buscar el dato en la red.
Charles Bukowski dice en El capitán salió a comer y los marineros se tomaron el barco (1983), una novela sobre hípica, gatos, escritura y las pequeñas grandes cosas cotidianas que conforman la vida, que “no hay carreras durante los 2 próximos días. Mañana no me levantaré hasta el mediodía y me sentiré pletórico de fuerzas, diez años más joven. Demonios, eso suena a chiste: con diez años menos, tendría 61; ¿se le puede llamar a eso un respiro?”. El protagonista, el Bukowski de la autoficción, tiene 71 años en la novela, como puede advertir cualquiera que haga las cuentas, y yo debo haber tenido poco más de 20 cuando la leí y cuando vi el documental Crumb (1994) de Terry Zwigoff, una película sobre los hermanos Charles, Maxon y Robert Crumb; este último, el ilustrador de El capitán salió a comer y los marineros se tomaron el barco. Desde entonces, desde el documental, pienso que me gustaría tener una casa con un camino de piedras de colores que conduzca a la entrada, como la que tenía Robert Crumb en Estados Unidos antes de emigrar a Francia.
García Márquez plantea en “La soledad de América Latina”, el discurso que pronuncia cuando gana el Premio Nobel de Literatura en 1982 (un momento en el que numerosos países latinoamericanos padecían la violencia de tenebrosas dictaduras) que, más allá de los sufrimientos particulares y colectivos del continente, el mundo entero estaba a merced de los “dos grandes dueños del mundo [con] suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios”.
Han transcurrido poco menos de 50 años desde que George Michael compusiera, junto a Andrew Ridgeley, la ochentera “Careless whisper”; 42 años desde la publicación de El capitán salió a comer y los marineros se tomaron el barco, en la que Bukowski soñaba con tener 10 años menos; 31 años desde que se dieran a conocer las particularidades de los hermanos Crumb en el Festival Internacional de Cine de Toronto; y 43 años desde que García Márquez recibiera el Nobel de Literatura en Suecia. La mayoría de los personajes que menciono están muertos, con excepción de Robert y Maxon Crumb (Charles ya se había suicidado cuando se estrenó el documental); yo, que ahora los recuerdo, increíblemente parece que sigo viva. “A muertos, a muertos se debe este mundo”, dice Eduardo Anguita.
Yu Tsun, el espía chino de “El jardín de senderos que se bifurcan” (1941) de Borges, debe enviar a Alemania el nombre del nuevo parque de artillería británico sobre el Ancre; para lograrlo, y hacer audible su voz a través del estrépito de la guerra, decide matar a Stephen Albert, porque Albert era el nombre de la ciudad que los alemanes debían atacar y porque sabía que su jefe sabría descifrar ese enigma. “Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí”, reflexiona Yu Tsun, pero Albert le devela que la vida es laberíntica y que es el lugar donde todos los desenlaces son posibles: “Alguna vez, los senderos de ese laberinto convergen: por ejemplo, usted llega a esta casa, pero en uno de los pasados posibles usted es mi enemigo, en otro mi amigo”. En este porvenir que nos alcanza, las ofensivas y los bombardeos recientes, perpetrados por los grandes dueños del mundo, quienes se distribuyen las más de 12.000 bombas nucleares que existen y que amenazan con destruir no sólo bases militares enemigas, sino todas las formas de vida que habitan este planeta, nos sitúan ante un tiempo que se bifurca y converge dramáticamente. Yu Tsun, camino a la casa de Albert para matarlo, piensa que “un hombre puede ser enemigo de otros hombres, de otros momentos de otros hombres, pero no de un país: no de luciérnagas, palabras, jardines, cursos de agua, ponientes”; sin embargo, cumple con su abominable cometido. 84 años después de la publicación del cuento de Borges, la realidad no parece haber cambiado tanto. Hace apenas una semana, aviones estadounidenses volaron durante 18 horas a cargo de bombas antibúnkeres con destino a Irán. Aunque la operación se jactó de su precisión y señaló que su objetivo no fueron ni las tropas ni el pueblo iraníes, cuesta imaginar que los pilotos a cargo de una misión semejante hayan considerado la advertencia de Yu Tsun. El bombardeo a Irán, como tantos otros bombardeos que se suceden los unos a los otros, enfrenta no sólo a los hombres que pueden ser enemigos en un determinado momento de la historia, sino que también arrasa con todo lo que los rodea. La muerte es cada vez única, como dice Jacques Derrida. Cada muerte cuenta y no sólo la de los seres humanos, sino también la de los animales, las plantas, los ríos y las piedras que nos acompañan, y cada una de ellas es el fin de un mundo. Todo eso es lo que está en juego mientras las noticias, como si se tratara de una espeluznante ficción especulativa, nos muestran la realidad sobrecogedora que atravesamos.
Lo personal es político. Un hombre puede ser enemigo de otros hombres, de otros momentos de otros hombres, y esa idea de Borges, en tiempos en los que el yo parece tener la hegemonía, quizás explica que la poesía, en ocasiones, sea el encuentro endogámico de filias, amistades e intereses individuales; pero la poesía, en otras bifurcaciones y convergencias temporales posibles, también puede ser el encuentro que permita la amistad entre el yo y las voces de los testigos mudos de una historia común en medio del estrépito de la guerra.

María Luisa Martínez M.