¡Juan Calzadilla, ha muerto!
por Juan Carlos Acevedo

Su legado: construir la resistencia desde la palabra y la imagen

He pensado en el poeta Juan Calzadilla toda la noche. Como un homenaje póstumo e íntimo he leído en voz alta sus poemas bajo el frío de mi ciudad y en el más absoluto silencio en este cuarto piso del apartamento donde vivo todo se llena con sus palabras. Nunca lo conocí personalmente. Jamás estreché su mano para agradecer su existencia. Tampoco escuché en primera fila su voz leyendo sus poemas y menos aún vi su sonrisa iluminar los días, pero ha sido mi amigo hace décadas. Juan Calzadilla ha muerto y el mundo está un poco más huérfano.
En las redes sociales, este triste 16 de junio de 2025, veo muchos de mis amigos escritores subir sus fotos al lado del gran poeta y pintor Juan Calzadilla que había nacido 95 años atrás un 16 de mayo de 1930 en Altagracia de Orituco (Venezuela) siendo descendiente de una familia de agricultores y siento envidia de aquellos que lo pudieron celebrar.
Ahora que recorro las estanterías de mi biblioteca buscando alguno de los libros de Juan Calzadilla me lleno de pavor y pienso entonces en la importancia de hombres como él para el mundo que atravesamos y todo lo que desaparecerá con su partida, la importancia de ser poeta o pintor y crítico justo cuando el mundo nos lleva a una homogeneidad terrible y no la hemos calculado.
Entre la militancia política de la Venezuela de los años 50 trata de estudiar Literatura primero y Filosofía después a la par, en su natal Altagracia de Orituco funda una biblioteca, sí, una biblioteca. Este hombre crea la Biblioteca Antonio J. Chacín en medio de revueltas electorales y con sus ganas de formarse asiste a la Escuela de Artes Plásticas de Caracas. Su vocación de poeta ya la había definido años atrás y jamás la abandonaría. Recordemos por ejemplo que 1961 colabora en la fundación del mítico grupo de vanguardia El techo de la ballena.
Juan Calzadilla, entre los 20 y los 30 años de edad traza su destino: ser el faro –sin saberlo– de las generaciones venideras. Y digo ser el faro no como un iluminado, sino como esa luz que alcanza. En esos años truncó amistad con muchos, siendo un poeta relevante en su país y en las letras hispanas, además la generación que le precede lo leyó y lo admiró siempre como autor, pintor o crítico de arte trascendental en el quehacer cultural latinoamericano.
Su obra, su calidez, su fuerza, su búsqueda y su honestidad alcanzó para que mi generación pudiera ver en él la llama de los verdaderos maestros, esos que saben iluminar sin hacer daño, sin buscar protagonismos, esos a quienes la sencillez se les cae de los bolsillos y logran empatías en medio de vanidades y heridas. Hoy, cuando levanto estas páginas como un luctuoso homenaje al hombre de los mil rostros, busco la voz de poetas jóvenes para recrear su perfil.
En diálogo con la poeta colombiana Lilian Silva le pregunté ¿cómo lo recordaba? ya que ella había compartido con él. Estas palabras suyas lo retratan:

“Al maestro Juan Calzadilla lo llevo en la memoria como quien guarda una luz cálida: un hombre que sabía mirar el mundo con ojos de asombro, que escuchaba el silencio y encontraba belleza en lo más leve. Podía conmoverse con una palabra como si fuera la primera vez que la oía, aunque ya la hubiera leído o escrito mil veces. Tenía la serenidad de los sabios y la ternura de un niño grande, esa rara mezcla de inocencia y lucidez que no se deja domesticar por el ruido del mundo”.

Lilian lo había conocido en el 2016 en el II Festival Internacional de Poesía en Mérida, Venezuela, organizado por el poeta Gonzalo Fragui. La poeta nos dice:

“Fue un encuentro profundamente significativo, realizado en homenaje a tres grandes poetas: Ramón Palomares, Gustavo Pereira y el mismo Juan Calzadilla. Gracias invitación del poeta Larry Mejía, emprendí un largo viaje desde Bogotá —casi 22 horas atravesando derrumbes y caminos abismales— para llegar a un lugar donde la poesía se sentía como casa.
Al presentarme ante el maestro Calzadilla, Larry se retiró, dejándonos a solas. Yo guardé un profundo silencio. Y él, con la calma que tienen quienes han habitado la poesía desde dentro, comenzó a señalarme con la mano la forma de las cosas: la piedra, el mar, las columnas, las montañas. Como si en ese gesto evocara el mundo desde su raíz más pura. Sentí, entonces, que ese “transeúnte de las palabras” me anunciaba poemas simples e inefables al oído del mundo. Estar allí, entre seres tocados por el amor a la palabra, fue recordar que la poesía no sólo se escribe: se encarna, se comparte, y a veces —como la vida— se vive con demasiada intensidad”.

Y si de recuerdos hablamos el poeta y editor venezolano Néstor Mendoza en sus propias palabras nos recuerda cómo conoció a Juan Calzadilla:

“Nos conocimos en 2006, en una exposición artística que se desarrollaba en el Parque Recreacional Sur en Valencia. Él iba acompañado de dos amigos: una ilustradora y un fotógrafo. Yo estaba solo, con una grabadora negra y un par de libros. Del Parque nos trasladamos a la urbanización El Trigal, a casa de uno de sus acompañantes. Esa misma noche, Juan Calzadilla me obsequió un ejemplar de Diario sin sujeto, con anotaciones personales, tachaduras y borrones. Así que asomé mi grabadora prestada y lo entrevisté por casi cuarenta minutos. Fueron preguntas hiladas con intermitencia, motivadas por lecturas previas y el infaltable recorrido del azar. La comodidad de los muebles y la calidez del entorno disiparon el nerviosismo anterior. Una Coca Cola servida por la anfitriona refrescó el instante. Recuerdo vivamente la receptividad de todos: la afectuosa despedida dejó una resonancia que todavía permanece. Después de esa jornada, regresé a la Universidad para tomar el transporte de las 8:00 p.m. En casa reproduje la grabación. Contrastaba su dicción serena y el timbre irregular de mi voz. En mis archivos permanece la entrevista, parcialmente transcrita y aún inédita. Una travesura de mi pequeña sobrina, que en ese tiempo contaba con 4 añitos, deterioró el casete. Por fortuna, ya había logrado pasar en limpio la mitad de la entrevista. La otra parte, irreparablemente, se perdió. En ella sorprende la exactitud oral de los argumentos, como si se tratase de un discurso limpiamente escrito y corregido. Copio un fragmento de su respuesta a la pregunta cinco:“…Hay un grupo de autores que no está conforme con lo que hace. Está siempre sometiendo a duda lo que no puede ser afirmado como sentado, sacralizado en la escritura. Se ve mucho en mi caso el interés en desarmar el texto, al mismo tiempo en que se está escribiendo. También de verlo como un proceso que va dando origen al poema en cuanto el proceso mismo se cumple a través de la operación del lenguaje. Entonces eso hace que el producto, el resultado, sea como muy reflexivo o que generándose ponga en duda o sacrifique el resultado al proceso”.

Su amistad ya estaba trazada y Néstor termina siendo editor de uno de los libros del poeta Calzadilla, ese libro es Diario por una estatua. Antología personal, Taller Blanco Ediciones. 2022. Así, cercano a las nuevas generaciones Calzadilla fue plasmando su trayectoria vital y artística en Latinoamérica. Merecedor de múltiples reconocimientos, traducido a otros idiomas, expositor en muchos espacios pictóricos y amigo cercano a todos, el poeta colombiano Larry Mejía lo rememora así:

“Juan para mí es un maestro, porque me enseñó hablar con la ciudad, a fuerza de no poder leerla, de no entender su idioma (…) Juan es y será la actualidad futura a la que se refirió. La rosa náutica. Se cumplen en él todas las condiciones climatológicas, meteorológicas de presión y creación y todas las señales de humano, celestes, manuales, naturales, de tránsito, para que la poesía sea aún posible”.

Debemos decir que Mejía publicó en octubre de 2017 la reunión de su poesía bajo el nombre El libro de Juan. Poesía incomplet… editado por Inkside Poesía y Ediciones Cosa Nostra en Medellín. Su obra voluminosa y cuidada, los manuscritos del poeta y su obra plástica, su crítica artística nos revela el hombre que fue Juan Calzadilla el más humano y sencillo entre nosotros, un poeta simple como los grandes, uno revolucionario como los inmortales y comprometido como los más altos poetas y artistas del siglo XX.
Juan Calzadilla pública en los años 50 su libro Primeros poemas (1954) y desde ahí escribió toda su vida, destacamos algunos de sus libros como Dictado por la jauría (1962), Oh, smog (1978), Principios de urbanidad (1997), Diario sin sujeto (1999), Aforemas (2004) y Precipicio sin bordes (2016), entre otros títulos. En el 2016, recibió el Premio León de Greiff al Mérito Literario, otorgado en Colombia por la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín y la Universidad EAFIT.
Desde estas páginas quienes lo leímos y lo tuvimos de amigo en nuestras bibliotecas personales o en nuestras vidas le rendimos un pequeño tributo póstumo e invitamos a leer algunos de sus poemas, los poemas de un hombre cuyo legado fue construir la resistencia desde la palabra y la imagen.

 

EL SUICIDA

Si la tinta de escribir con sangre es triste
si la culpa no es de la culpa sino del culpable.
Si la serenidad se erige en frasco de guardar temores
si el tórax es un cofre abultado
por dos golpes de bisagra.
Si de punta a punta uno pudiera
estirarse con la velocidad con que uno se enrolla.
Si se es parco como el diálogo bajo la lluvia
si se va al prójimo con la espada corta del odio.
Si el techo de carbón de la ciudad
modela en nosotros una máscara risible.
Si la paciencia es un animal
de ir a lomo de burro.
Si el tiempo no es más
que una orden que nunca oyes
si la conversación produce sólo efectos paliativos.
Si me siento defraudado
al repasar con lápiz la equis ácida del cielo
¿podré resistirme a poner punto final
a esta página que camina?

(Oh smog, 1977)

UN MUNDO A CUESTAS

La imagen de un obrero que desciende
la empinada cuesta llevando en sus hombros
un saco de cemento, apenas si difiere
de la forma que tomaría ese hombre
si, en las mismas condiciones, en vez de cargar
un saco de cemento, llevara en sus hombros
un cuerpo humano. Sin duda que así también
podría cargarse una cruz. Los mismos gestos,
el mismo descenso frágil, calculado, tenso
por el accidentado camino. El mismo temor
a pisar en falso para evitar el traspié.
¡Ese obrero lleva el mundo a cuestas!

(Diario para una poesía mínima, 1986)

DONDE PONGO FIN A MI LIBRO

Aquí pongo término a mi libro.
Aquí callo y salgo a tomar aire
aunque sea el aire contaminado de Caracas.
Con equipaje ligero paseo mi vista fuera
de sus páginas, como desde una ventana
por donde no se divisa nada.
Aquí embaúlo mi elocuencia primaria,
la dicción mocha, el aliento corto
como el del poema, el trasnocho, los días
contados, las horas estériles y los desafueros,
la imagen fatua y el fuego blanco cual centella
de las escasas palabras que ardieron.
Una por una, lector, he revisado sus páginas,
las he sopesado, estrujado, borrado.
Y como si fueran brotes de un árbol viejo
una a una las he arrancado y resembrado.
¡Más tiempo perdí en abrir mi libro que en cerrarlo!
Hasta aquí, amigos, mi afán de poco fuelle
y la mal engrapada metáfora
hasta aquí el eufemismo de llamar
collage al poema, sencillamente por cobardía
de parecer demasiado fragmentario.
Hasta aquí, señores, tanto remiendo
en la empalizada de palabras rotas.
Hasta aquí la resaca de este monólogo
de viejo maderamen abandonado
en la playa donde mi designio
continúa grabado en la arena de la playa
donde mi designio continúa grabado:
Aquí termino mi libro, aquí callo.

(Diario sin sujeto, 1999)

DEL OLVIDO

Así como hay un afán de novedad, hay un afán
de olvido. A este debe achacársele que encontremos
novedad en lo que, habiéndolo visto una primera vez
encontramos como nuevo por segunda vez.
Si no hubiera olvido, no tendríamos que tomarnos
el trabajo de inventarlo. Él mismo se hubiera
ocupado de hacerlo.
El olvido es aquella porción de muerte
que proporciona el no saberse.
Ahí está rescatándose sólo para sí mismo
desde el fondo de nuestra propia ruina.
¿Y qué haces tú para contradecirlo?
El olvido vive de nosotros, nos exprime.
Somos la savia por la cual él nos retribuye,
sin pago alguno por haberlo alimentado,
la nada.

(Diario sin sujeto, 1999)

 

¿CUÁNTAS PALABRAS HABRÉ YO DEJADO DE DECIR?

¿Cuántas palabras habré yo dejado de decir
por ignorancia o temor? ¿Cuántas por no haber
tenida paciencia para armarlas? ¿Cuántas
por no haber entrado yo en uso de razón?
¿Cuántas por haberme ellas jugado una mala pasada?
¿Cuántas por subestimar el orden de mis necesidades
verbales?
¿Cuántas simplemente a causa de su estado larvario?
Palabras que no daban la cara por nadie.
Palabras que apestaban como el tifus de los inválidos.
Palabras por las que yo no hubiera apostado
ni un solo centavo. Palabras que dejé yo de decir
para no mencionar a la hecatombe
a la hora de cantarles a los pájaros.

(El Libro de las poéticas. 2004-2006)

UNA ASAMBLEA EN EL CUARTO

¡Qué difícil es entenderse con los zapatos!

Dirigiéndose a ellos, uno cree que le habla a la especie humana.

Que dice un discurso brillante en el baño,

en la cocina en la escalera en cualquier sitio de mi casa.

Uno se emociona, beligera trastabilla se exalta,

cae en provocaciones políticas.

Imagina que se ha reunido una asamblea en el cuarto.

—Y eso te pasa porque siempre llegas a casa borracho.

(el libro de juan. Poesía Incomplet… 2017)