Presentación
La Otra 196
Abril de 2025

Ha muerto el papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio, nativo de Argentina, testigo de la dictadura militar y sus horrores. Ha muerto un hombre, un político religioso que ha sostenido un discurso de mayor tolerancia y más visión de justicia social que sus antecesores. Ha muerto un hombre al frente del Vaticano, una institución más terrenal que espiritual y sin embargo una institución con enorme poder para mover conciencias, no tanto del lado de la razón, pero sí de la fe. Ha muerto un papa a contravía de las derechas en el mundo, un pontífice más cercano a las izquierdas católicas y con quien tal vez los teólogos de la liberación pudieron comunicarse desde la perspectiva de la compasión y la humildad. Pongamos atención a lo que seguramente nos dirá el teólogo español Juan José Tamayo sobre el papel desempeñado por este sacerdote latinoamericano y cuya muerte nos despierta la inquietud sobre sus posibles sucesores en un contexto mundial en el que la derecha y la ultraderecha emergen con enorme virulencia. Descanse en paz el hombre, el papa justo.
Otro sudamericano notable y longevo precedió con su defunción la del jerarca de la iglesia católica. El último de los monstruos del boom latinoamericano desató, con su deceso, reacciones diversas en los medios y sobre todo en las redes sociales donde el menos informado se lanza a exponer sus opiniones con una gran autoridad. Más que un debate literario, la defunción de Mario Vargas Llosa abre filas de quienes condenan sus opiniones y acciones políticas, de quienes critican su vida personal y quienes lo ven como un adalid de la libertad de conciencia. Mario Vargas Llosa, autor de una obra narrativa monumental, pertenece a una minoría criolla del Perú, a una franja de la aristocracia intelectual de una nación en donde la población considerada como blanca, de claras raíces europeas constituye el 5.6 % y el resto es mestiza con fuertes cargas amerindias y afrodescendientes, y un porcentaje mínimo de asiáticos. Perú es también una de las naciones con mayor fuerza y riqueza cultural del subcontinente. Sin duda uno de los surtidores más abundantes de poetas y narradores de lengua española. Vargas Llosa es producto, como todas las minorías privilegiadas de América Latina, de profundas contradicciones con respecto a su identidad y su lugar en la escala social.
En un discurso sobre la lectura, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, confesaba que él se había vuelto un devoto de los libros de literatura y que la escritura de Mario Vargas Llosa lo había radicalizado políticamente. Es decir, había inflamado su imaginación y su espíritu de justicia para engrosar las filas del movimiento guerrillero M-19. Un Vargas Llosa que en su edad madura sería un defensor radical del neoliberalismo y que optaría por ser parte del Jet set y la vida del espectáculo. Pero un escritor que siempre le fue fiel a su determinación de ser, por sobre todas las cosas, eso, un autor de literatura. Vargas Llosa no fue nunca un militante, un activista y mucho menos un revolucionario, por lo que no se le podría exigir que fuese coherente con sus posiciones de izquierda, sobre todo cuando la izquierda internacional estuvo marcada por el derrumbe del Socialismo realmente inexistente y cuyas atrocidades son imposibles de negar, como fueron las purgas estalinistas, maoístas, y las persecuciones y autoritarismos en nombre de la dictadura del proletariado, que fue en realidad una dictadura de la burocracia.
Son raros los casos en los que los escritores son modelos de conducta moral y política al tiempo que representan paradigmas de la creación artística o literaria. Hace algunas semanas comentaba en La Jornada Semanal, en palabras de Eugenia Revueltas, que es difícil para las familias de los revolucionarios y de los artistas y escritores reconocerlos como buenos padres, pues su tiempo no es para la familia, sino para sus causas y sus obsesiones. Eso lo comentaba a propósito de la vida de su admirado padre, Silvestre Revueltas, y de su no menos amado tío, José. Esa misma opinión la comparte el escritor Juan Villoro y sugiere que es aconsejable no ser padre cuando se elige el camino del arte o de la literatura. En ese mismo sentido, por mucho que un escritor se autodefina como apolítico, y afirme que su obra es ajena a la política, su conducta y su escritura serán políticas, pese a su negación. Se ha citado hasta el cansancio el ejemplo de Honoré de Balzac y su Comedia Humana en la que Carlos Marx halló el mayor estudio sobre la burguesía sin que el autor se haya propuesto ese objetivo, y cuando lo más alejado de su ideología era desvelar sus males.
Marcel Proust, en un par de ensayos sobre Rembrandt, apunta sobre el hecho de que la obra del artista pueden parecerse más a la naturaleza que él mismo, pues no pinta con la luz expuesta, sino con la luz de su sensibilidad, de sus deseos y esa es la revelación de su goce, de la emoción que nos inunda, como espectadores, de eso que era, más allá de la belleza y de toda verdad exterior, su descubrimiento de una realidad interior, no sólo de él, sino y sobre todo, de la obra. La ambición de una obra que estéticamente marque un hito, que se la piedra angular de un lenguaje, es el motor del sacrificio, sin que ello signifique la renuncia a las cosas materiales y al encumbramiento social. Me viene a la memoria en ese sentido la novela Herejes, de Leonardo Padura, en la que dedica numerosas páginas a la vida de Rembrandt en una esfera cortesana y de ambiciones monetarias, pero también de privilegios y reconocimientos al talento. Su consistente envidia a la gloria de Rubens, quien gozó de beneficios y de una holgura financiera por sus virtudes artísticas tan gratas a la nobleza.
Siempre me sorprendió que escritores de una izquierda militante como Ferreira Gullar, Juan Gelman o Volodia Teitelboim hablaran con tanta admiración y benevolencia de Jorge Luis Borges, aun cuando fue abiertamente reconocida su cercanía con las dictaduras militares de Argentina y de Chile. Volodia, el más comunista de los tres, fue más allá, escribió incluso una biografía Los dos Borges, vida sueños, enigmas. Creo, por otro lado, que ninguno de los tres simpatizaba con Octavio Paz, quien fue, sin duda un crítico acérrimo de la izquierda latinoamericana, no se diga de la mexicana. A Paz se le ha pretendido negar cualidades intelectuales y poéticas por sus posiciones, hay que reconocerlo, valientes contra los regímenes estalinistas. Posiciones que compartió con José Revueltas, con quien se ha pretendido establecer una rivalidad inexistente. Revueltas si fue condenado un par de ocasiones por su admirado Pablo Neruda, no sólo por su conducta insumisa ante el Partido Comunista, sino por su obra literaria.
No se trata de justificar ni de explicarse las posiciones políticas de Mario Vargas Llosa, tampoco su conducta derivada del éxito y la fama, pero cuando uno lee su obra no está presente el personaje que él quiso ser, no está el candidato a presidente de su país, el cortesano, está, como en el caso de Rembrandt, la luz interior del escritor de cepa que nos ofrenda esa visión profunda y honesta que se parece más a la historia real que a la de él mismo.
Finalmente, desde La Otra, no podemos cerrar los ojos ante el significado de la palabra genocidio. Los palestinos son víctimas de una masacre y de un ánimo de exterminio. Nuestro silencio es cómplice, no podemos callar ante la atrocidad cometida en nombre de la civilización y la humanidad.

José Ángel Leyva