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Grandeza de X-504. Eduardo García Aguilar

jaime-jaramilloEl escritor y periodista nos envía desde su domicilio de Paris esta breve semblanza de uno de los poetas colombianos que más influyó en él y en los autores de su generación, porque el nadaísmo no fue escuela, pero sí un grito de batalla, según reconoce García Aguilar.

 

 

 

GRANDEZA DE X-504

Eduardo García Aguilar

Eduardo García Aguilar
Eduardo García Aguilar

El nadaísta Jaime Jaramillo Escobar (1932-2021), conocido en sus inicios como X-504, estaba ahí entre nosotros pero pocos, solo los más entendidos, se daban cuenta porque en Colombia se cree en estos tiempos de narcos y arribistas que la gran literatura del país es la que más vende y produce best sellers o algarabía de lagartos y aspavientos comerciales de egos hinchados de machos alfa. Él, fiel a los pueblos donde nació y creció como hijo de maestro de escuela, y a su pasión por la naturaleza y la vida, no estaba buscando homenajes ni invitaciones ni reconocimientos porque su obra estaba ahí, viva, luminosa y palpitante.

Alvaro Mutis
El gran poeta Alvaro Mutis era uno de sus principales admiradores y recomendaba siempre libros suyos como Los poemas de la ofensa (1968) y Sombrero de ahogado (1991), porque la poesía suya era libre y un gran océano de palabras ciertas. Mutis había recibido antes de que se volviera famoso en México y en el mundo el premio Cassius Clay que otorgaban los nadaístas, porque ellos a su vez detectaron en la poesía del creador de Maqroll el Gaviero a otro de los suyos, en cuya obra circulaba la vida y el oxígeno del universo en conexión con el deseo, la podredumbre y la muerte.

Por eso Mutis no perdía oportunidad de recomendarnos en los años 80 a los poetas jóvenes que agotábamos las calles de la Ciudad de México la poesía de este libertario que, como él, había sido publicista, vendedor viajero, empleado puntual y amante de la tierra caliente, los ríos, la vegetación y el ambiente de los pueblos y las carreteras del país donde se encuentran nómadas, marginados, locos, expresidiarios, maleantes o iluminados de ambos sexos.

Ya en los 70, los adolescentes de los colegios conocimos su poesía o queríamos escribir como él. Como un Matuselén este gran líder de los nadaístas al lado de Gonzalo Arango y Jotamario, entre otros, que renegó a veces del nadaísmo como todo apóstol que se valga, nos soprprendía cada año con nuevos libros o declaraciones irreverentes que diferían del mundo pomposo y melifluo donde siempre ha preferido estar presa la literatura oficial. Su obra estaba caracterizada por poemas río que fluían caudalosamente por los paisajes de la cordillera, las habitaciones de modestos hoteles o las calles locas de las urbes o los pueblos.

A diferencia de una tradición muy apegada a los cánones decimonónicos y al buen decir del maloliente casticismo de las Academias, o sea el escribir bonito y respetar de manera juiciosa y servil reglas y modelos, la obra de Jaramillo Escobar era rebelde y se salía del cauce para conectarse con las mejores poéticas latinoamericanas libres, que por lo regular se han ejercido en Brasil, Chile, Perú y Centroamérica, abriéndole ventanas al poema para liberarlo de los cinturones de castidad, los corsés, las cadenas de espinas de la tradición.

Cada poema de Jaramillo Escobar nos invitaba a seguir con él por el camino practicado por los viajeros que de pueblo en pueblo son vigías errantes que todo lo ven y lo captan, el llanto y la alegría, el deseo y la podredumbre, la voz de los de abajo y los sacolevas infectos de los de arriba, las catástrofes y los carnavales. Al leerlo nos invitaba a convertirnos en ermitaños risueños como Diógenes.
El mismo se definió desde el principio al decir que "de X-504 se dice que es el mejor poeta de nuestra tradición nadaísta (con perdón de los otros mejores). Es silencioso como un secreto; misterioso como una cita de amor; solitario y profundo como un río profundo. Su seudónimo de placa de carro se debe a su deprecio por la popularidad, y también para que su patrón no lo echara del puesto al enterarse de que era poeta, y además nadaísta".

Así era el poeta, lejos de la codicia de la fama y de la gloria, lejos de las intrigas literarias, la competencia, gestor durante tres décadas de un taller poético de la Biblioteca Piloto de Medellín, un "raro" que era una de las voces vivas más grandes de la poesía latinoamericana, al lado de tantos autores de su generación y de otras posteriores que nadie ve porque están ahí firmes viviendo la literatura sin aspavientos ni amarguras, con una sonrisa generosa al aire frente al paisaje y el misterio y la maravilla de vivir. Por eso decía que "la errancia es la única forma de despistar al tiempo. Meter al tiempo en el laberinto de nuestra errancia".

 

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