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Poética de una travesía o el canto de las sirenas

mariella-nigroUna lectura de La lejanía. Cuaderno de Montevideo de Concha García.
Ediciones Carena, Barcelona, 2013). Mariella Nigro

Mariella Nigro, poeta y ensayista uruguaya, nos ofrece su perspectiva de La lejanía. Cuaderno de Montevideo, libro de “breves prosas, glosas, epigramas y citas de poetas y filósofos” que narran la experiencia de viaje “tan topográfica como literaria” de la poeta española Concha García.

 

 

 

Poética de una travesía o el canto de las sirenas
(Una lectura de La lejanía. Cuaderno de Montevideo de Concha García.
Ediciones Carena, Barcelona, 2013)

Mariella Nigro

 

«…Ah, la razón
que ordena los lugares donde no se habita»
Concha García
(De Acontecimiento)

«… busco escribir lo que está pasando,
para que pase algo que modifique lo que pasó»
Tatiana Oroño
(De Libro de horas)

La lejanía es una circunstancia que involucra nostalgia y expectativa, proyección del goce, extrañamiento y deseo desde otra tierra. Así se inscribe semejante suceso en este cuaderno de bitácora de la poeta española Concepción García sobre su viaje (uno de sus viajes) a Montevideo.
          Es el desplazamiento deseado, desde la casa de arraigo hacia el territorio del sueño y la melancolía que creyó conocer en un viaje anterior. «Quizás la lejanía no es la desaparición. Se podría decir que te mantiene en un estado de certidumbre voluntariamente inalcanzable», reflexiona. Esta lejanía establece distancia entre lo que es y lo que tal vez sea, porque es tránsito de la palabra hacia otro lugar, al de la literatura, en su gozosa soledad y su encantamiento, con el recurso del vademécum de la memoria.
          Pero la memoria -aun aquella que «hace daño»- es sólo un instrumento auxiliar para el relato; prevalece la vivencia actual, la reflexión actualizada por la experiencia presente o por venir («Percibo un recuerdo que todavía no ha llegado»), a diferencia, seguramente, de la historicidad de las autobiografías, que anclan en el testimonio y la verdad de la historia propia del autor legitimada por su memoria.
          «Lo real no es más que la intersección de varios tiempos y la voluntad de sentirlos», afirma la autora. Queda planteado así, como en toda literatura y en general en el arte, el umbral de la realidad, sus múltiples categorías asociadas (realidad/imaginación, pensamiento/sueño, percepción/visión) y el ordenamiento ambiguo de los sucesos («varios tiempos») que explican el derrotero del yo en este Cuaderno de Montevideo: «Soy consciente de que mi imaginación crea la percepción de la realidad en esta ciudad amorosamente núbil». «Le llamo realidad a un descubrimiento y una revelación de algo que te atañe profundamente. Es sólo tuyo. Descifrar ese algo sería lo real.»
          El conjunto de breves prosas, glosas, epigramas y citas de poetas y filósofos proyecta sobre la ciudad vivida una visión romántica, como a trasluz de un vidrio sepia que apenas devolviera la imagen de una Montevideo antigua perpetuada en sus calles y edificios, mostrando un arraigo que es a la vez desarraigo de un locus tanto real como imaginado: «Yo, que busco un arraigo sin precisar los lugares.»
          Esa trashumancia espiritual registrada en este Cuaderno conduce finalmente a una ciudad suspendida entre el siglo XIX y el XX, porque la ruta está marcada por las lecturas de Lautréamont, Delmira Agustini y Herrera y Reissig: «Montevideo es una invención de viajeros que añoran cosas inexistentes. Decía un personaje de Isidore Ducasse en un imaginario viaje de regreso a su ciudad natal.»
          Y la lleva también a la Montevideo de los cincuenta, cuando la estampa que conmueve a la poeta es un bar que acoge en sus vidrieras pegatinas de aquellos años, o la placidez de un pueblo del interior que calibra un reloj y una temperatura que desacomodan la ubicación témporo-espacial de la soñante…  Luego, las lecturas de la poesía de Ida Vitale, Sara de Ibáñez, Marosa di Giorgio, Mario Benedetti, Jorge Arbeleche, Nancy Bacelo, entre otras, van signando la travesía geográfica, onírica y literaria de la poeta: «Entonces me doy cuenta que miro poéticamente la ciudad.»
          Esta crónica reflexiva y definitivamente poética es fruto de la introspección, el pensamiento, la rememoración, y en varios momentos, la analepsis en el relato y la acronía. Pero, de a tramos, la autora sale de esa interioridad y apela, con voz coloquial, a la empatía y la comprensión del lector, para compartir una vivencia actual: «…como cuando paseas y ves parte del cielo en un charco de agua», «…diluyéndose a medida que observas el encuadre». Aun cuando sólo se pregunta «¿Será irreal?», hay un requerimiento al lector que revela el eterno pacto literario existente entre ellos; aquí posiblemente un pacto aún más específico y comprometido, ofrecido al lector montevideano, al que interpela sobre la realidad de una ciudad percibida entre el pensamiento, el sueño y la utopía, posiblemente desconocida por él.
          En este punto, sería interesante discriminar si en esta escritura autorreferencial de García –en general, en las obras netamente autobiográficas y autoficcionales de otros autores- se concreta el pacto entre autor y lector sobre la verdad; o si más bien debe reconocerse la naturaleza ínsitamente especulativa de toda escritura del yo –con un margen necesario para la ficción-, esto es, una estructura retórica donde la referencialidad es una ilusión, y la ilusión, un presupuesto de la escritura (uno de los temas de la controversia entre Philippe Lejeune y Paul de Man sobre la naturaleza de la escritura autobiográfica). Cuestión que no es posible abordar aquí, donde apenas puedo relevar una crónica poética filtrada por la melancolía y la serenidad a la vez que por el desasosiego, una especulación exenta de la pretensión de exactitud del testimonio, de la aspiración moral o ética del registro de la verdad.
          Escritura mediante la cual confirma su existencia, sin la pulsión desgarrada o urgente de otras escrituras del yo (como las de Clarice Lispector, Delmira Agustini o Selva Casal, a quienes cita), sino sólo con la perplejidad frente a la experiencia, como aquellas poetas que, en primera persona, han hurgado en el detalle removedor de la cotidianidad y, por lo mismo, en la perpetuidad de la intimidad y la hierofanía del instante (como en la poesía de Circe Maia o Amanda Berenguer, a quienes llega mientras desarrolla toda una poética). La cotidianidad -que aquí tiene el sello mágico de la lejanía- en un lugar de sueños sufre la alteración del tiempo y el espacio: «Lo remoto es aquello que ni siquiera sabríamos buscar en un mapa. Es el mundo en el que no estamos instalados."
          La nota que otorga definitivamente el carácter de escritura del yo a este Cuaderno es la referencia a una genealogía, a un gentilicio, a una génesis. Allí otra vez el auxilio y a la vez la obliteración de la memoria que pretende traer hasta aquí un pueblo de Cataluña, una pared encalada llena de geranios o las mujeres de su familia reunidas en torno a labores con el hilo blanco de la costura o el bordado –evocado tejido o filamiento textual femenino, con ecos de sororidad-.
          Entonces la patria se vuelve incierta («sin precisar los lugares») o, en realidad, se revela que ella enclava en el interior del sí propio. Como en la poesía de Ida Vitale cuando planea sobre un locus fantasmal con el que explica el ser del lenguaje a la vez que el ser de la patria, también aquí se plantean las inquietudes sobre la lengua y la patria en tanto aquel territorio que determina el gentilicio del decir, la pertenencia («la fatalidad del origen», dice Vitale) y la extranjería («el nombrar lo imposible / no disuelve fronteras», asegura la egregia autora en Trema). Pertenencia y extranjería: términos de la ecuación de la lejanía.
          Por lo mismo, este registro de flaneur finalmente neutraliza la extranjería: «Deambular es caminar mucho sin moverse del sitio.» «Estamos solos. No nos damos más que signos evidentes de nuestro deambuleo.» La experiencia del viaje de García a Montevideo es tan topográfica como literaria; es el continuo desplazamiento metonímico desde el río y la ciudad, a la soledad y el «deambuleo».
          Es posible percibir unas sutiles correspondencias entre este Cuaderno y un libro anterior de la autora, Acontecimiento (Tusquets, Marginales 252, Barcelona, 2008), en el que los títulos de los poemas (De viaje a la ciudad perdida, El cielo azul de tu país, Soñando en la llegada) presagian su regreso al «río / tan grande que era mar» (Amor).
Entonces se confirma que la lejanía es «un acto / de presencia», «la pequeña / satisfacción del regodeo» en el propio desplazamiento, y luego en el registro poético de su experiencia: poéticos «deambuleo», «errabundeo» y  «bamboleo», términos que reitera en su poesía para señalar «el deseo de no quedarme quieta», la indeterminada y continua travesía (real y especulativa, física y literaria) que hace posible arribar a «esa vasta territorialidad / que enamora a las ajenas» a la vera del ancho río como mar, ese lugar «donde no se habita»: Montevideo, Uruguay.