Juan Manuel Roca. La imagen del que pregunta

juan-manuel-rocaSin duda Juan Manuel Roca es un referente ineludible de la actual poesía colombiana, por lo que es examinado a menudo por sus compatriotas y colegas de la palabra. Gabriel Arturo Castro nos conduce así a la reflexión de su generosa poesía.

 

 

TRES TEXTOS SOBRE JUAN MANUEL ROCA
Gabriel Arturo Castro

Gabriel Arturo Castro
Gabriel Arturo Castro

EL MURMULLO INCESANTE DE LA POESÍA

 

Cantar de lejanía, la Antología personalde Juan Manuel Roca, prologada por Gonzalo Rojas, con una selección de poemas de libros escritos entre 1975 y 2005, nos da la oportunidad de detenernos en la obra poética de Roca, comprobar su evolución artística y el por qué su nombre y su oficio han crecido en importancia en el panorama hispanoamericano de las letras.

Leer la poesía de Roca constituye un verdadero acontecimiento, desde el legendario volumen Luna de ciegos, hasta Las hipótesis de Nadie, pasando por Los ladrones nocturnos, Señal de cuervos, País secreto, Ciudadano de la noche, Tríptico de Comala, Pavana con el diablo, Monólogos, La farmacia del ángel, Teatro de sombras con César Vallejo, Un violín para Chagall y Poemas sin libro.

Me refiero a ese acontecer que experimenta el espíritu y la sensibilidad del lector, cuando siente la imaginación contagiosa que dio origen a la obra, tarea, construcción, faena, donde el autor ha podido desarrollar plenamente su vocación creadora.

Muy cierto, la poesía de Juan Manuel Roca procura comunicar el origen, el asomo a la “más antigua piel” en los predios del “país de los lotófagos”, reino de la amnesia.
Palabra que seduce, recomienzo, travesía colmada de porvenir, palabra auténtica, habitada y habitable, resistente a la disolución corrosiva de nuestra época. Poesía: acción que se apodera del hecho poético y se incrusta para siempre en la memoria.

Es el tránsito mismo al fondo de la palabra, un movimiento que trasciende el tiempo, así su búsqueda mítica, histórica y onírica sea una obsesión misteriosa.
El tiempo y la poesía, “la mujer que lava el agua, tan detenida como el reloj de los muertos”; “Un ábaco con cuentas de granizo/ Bajo el sol de los trópicos”; o la noche que pone “en los faroles/ Una danza de sombras y membranas”.

Onirismo, imágenes de la memoria, paradojas visuales, ambigüedad mordaz, tono oculto y secreto por la perspectiva profunda, largas sombras, galerías, huecos, extraños seres, el absurdo, humor cáustico, desilusión, angustia, amor, derrota, espanto, “belleza convulsiva”, la vigilia por debajo del sueño, “un rumor de trenes por la luna de Otrabanda”, en términos del título de uno de sus poemas.

Se trata de un mundo introspectivo de libres asociaciones que tiene como materia primordial los estados de ilusión y desvelo, lo creíble y lo increíble, lo lógico y lo ilógico, lo fantástico y lo familiar.
La misión de esta poesía genuina es sobrecoger al lector con sus revelaciones, llevarlo a las esencias, brindar atención a la intensidad del afecto y a través de su enorme inventiva, manifestar fervor, apasionamiento, profundidad y temple.

Juan Manuel Roca
Juan Manuel Roca

Porque la poesía de Roca ha sido figura, urdimbre, hallazgo diario, juego arriesgado, apuesta contra lo previsible, una voz viva que busca rupturas, deleita e irrita, exhorta, castiga, sorprende, excita, busca el choque y la conmoción de los sentidos.

Tal vehemencia es posible por el efecto de las formas poéticas sobre el espíritu. Todo ante los ojos del poeta es extraño y enigmático, detrás de la apariencia visible de las cosas subyace lo misterioso, lo espectral, la honda realidad y la realidad abismal:

¡Y si la muerte fuera un cartero
 repartiendo
su negra tarjeta de visita en cada casa!
¡Y si fuéramos el eco de un fantasma
Cuyo rostro se borrara como el dibujo
de un
Niño bajo la lluvia!
¡Y si habitáramos el mapa de Comala
Trazado por Rulfo con un tizón sobre
el agua!

Poesía envolvente e incisiva, de exacerbado tono, acentuada, llena de contrastes, de imágenes intrigantes, de pulsión anímica. Obra provocadora que le permite moverse en los límites de la vida y la muerte, el amor y la guerra, la sinrazón y el delirio. Poesía que impugna; no en vano la ironía es uno de sus recursos preferidos.
La imagen se construye con visión crítica y humor desacralizador, un vaivén que va de la figura a la alegoría punzante, de la sensibilidad lírica a la dramática, un viaje de ida y vuelta donde la memoria y la ficción son conjugadas en la unidad de una puesta en escena.

Así, la poesía de Roca diseña atmósferas y un teatro que es la metáfora de realidades escondidas o ignoradas, el lado oscuro de lo humano, del hombre universal que habla de la posibilidad de un exilio o la lucidez de un destierro.
Movimientos interiorizados por medio de lo borroso, de le espectral e inacabado, el reflejo distorsionado del espejo, el azar, lo inesperado, la inteligencia de una épica de las formas y al unísono una fresca espontaneidad en su decir.
Juan Manuel Roca, un poeta que interroga y se interroga, siempre iniciando búsquedas, renovándose, detentando una voluntad de cambio, pero continuamente significando, siendo actual y distinto.

La memoria implica el regreso a la raíz o el útero, itinerario de la imaginación activa de un creador que recupera su cuerpo en la escritura, su juicio corpóreo al fondo de un nomadismo físico y espiritual. La llegada al domicilio de la palabra instaura la fascinación, el embrujo de su espacio interior.
Desde el origen, el comienzo, la lejanía, viene el “murmullo incesante de la poesía”, su canto. La palabra vence e inaugura una inquietante proximidad:

En el principio fue la ruina,
Unos extraños, portadores de andamios y plomadas
Empezaron a roerla para volverla casa.
Es como si le pusieran muletas al aire.
Para qué ventanas, si al tumbarlas
Siguen firmes a su vocación de aire
Y tallamos escaleras con peldaños de vacío.
Es prudente construir la ruina antes que la casa.
Poner la pátina antes de izar la chimenea,
Hacer que el patio libere al horizonte.

 

Juan Manuel Roca

CANCIÓN SOLAR Y ENSALMO

 

La poética de Juan Manuel Roca, tras la múltiple variedad de sus temas, se ha revelado como la construcción de un derrotero mítico: el drama y el pensamiento del hombre enfrentado al misterio o quizás también de cara a la muerte, “el fruto que todos llevamos dentro, en torno al cual todo gira”, de acuerdo con Rilke. Aquí la palabra es el otro comienzo, se escribe un testamento para detener la muerte en su eterno movimiento. Después de la caída , la palabra sigue erguida e indicando caminos, lo perdido se recupera y se revela. El poeta viste el vacío a través de la poesía, apetito de vida, pulsión, inmersión, verticalidad, intensidad, acto verdadero, virtud del hombre que resucita y se manifiesta por medio de la experiencia, necesidad implacable de hacer emerger la palabra del escondrijo del mundo.

El testamento es lo que queda en pie después de la muerte, aquél que en ausencia modela la palabra con su voz y aproxima los espacios del acá y del allá, una dimensión y medida potencial donde surge de nuevo la palabra, su cuerpo imperecedero de piedra levantada, el ondear la voz del otro, el discurso íntimo que imagina a los fantasmas y los interroga a través del diálogo, del monólogo, suma de conversaciones donde intervienen testigos, testimonios de una vida evocada con toda su vibración interior y la fuerza propia del secreto, la inteligencia y la creación que recupera el sentido humano del vagabundeo, de la errancia por el tiempo de aquellos que hoy ya son máscaras de ausentes, hitos de la magia y el drama, de  las grandes y pequeñas palabras. Palabra que sondea el interior del otro espíritu, “una palabra clara como la palabra lámpara”, “un puñado de versos, monedas irreales que circulan mejor en otro mundo”, “las máscaras de las hadas del sake que ocultan su refinamiento y su dolor”.
La poesía es otra forma que dispone de la muerte para darle un sentido, como el mismo autor lo pregunta: “¿Y si la poesía no fuera más que el ardid que retrasa la muerte?”.

La palabra vence pero deja detrás de sí una huella, un rastro, un impulso que sigue obrando en silencio perturbador, el  lugar del nómada o el judío errante, la evocación del recuerdo de Nadie, del insomne, de Casandra muerta o Eurídice sorda, lotófagos, mujeres cronógrafas, políticos, ebrios, sonámbulos,   habitantes todos del museo de los imposibles,  el tiempo lento que cose el hilo de los días, Sherezada y su palabra angustiada, “un museo surreal entre ruinas de antiguos esplendores”, “un salón circular diseñado por un alumno de Dante donde los poetas leen sus versos eternamente”.

La palabra discordante y la forma distorsionada que sobrecoge al lector con sus revelaciones, el viaje a mundos profundos, a la poesía viva y el porvenir: “La ausencia era el nombre de Dios”; “Hay flautas rotas para llamar a Eurídice, que padece de sordera”; “Seremos tachados por la tinta negra del Dador”.
Intensidad y energía, seducción y hechizo, fábula de lo imposible, canción solar y ensalmo, esta poesía viva es una laboriosa y activa fuerza de fe y saber, humor y espontaneidad, azar y milagro, persistencia afectiva, paradojas e imágenes de la memoria, invención y signo de embate.

 

EL PARAÍSO RECUPERADO

 

La obra poética de Juan Manuel Roca confirma la existencia de la poesía  a través de la imagen, la revelación y el asombro, tres instancias que se convierten en seres vivos, sustanciales, así su génesis provenga del sueño, la extraña voz y las visiones de un mundo sobrenatural. Colección de poemas donde es posible hallar la poesía, la voz del corazón, la autoridad de la voz interior, la fuerza creadora e inspiradora de quien traduce la existencia de un mundo invisible y lo hace aparecer sobre el espacio de nuestra gravitación: una madreselva que habita la memoria, un rumoroso tren estacionado en la conciencia.

Roca corrobora el devenir del poema como un excelente acto espiritual que desafía al tiempo, desde su ruina, su ruptura, su evocación y magia atrayente. Su legión de fantasmas, su geografía, su suerte de vampiros, los saqueadores de un país, las estrechas celdas, las cosas humildes y complejas a la vez, habitan por igual al poema y su centro poderoso. La imagen se hace visible, surge tras el texto poético a la manera de un instante especial y advertido que se convierte en esa aparición (visión), en relámpago creado que deja relucir la percepción particular a partir de un todo que tenemos a la vista y al que nos dirigimos. La memoria y la expectativa enlazan la aparición con las experiencias y los sueños más antiguos de la humanidad, y con los tanteos de las búsquedas más recientes.

El poema, a través de la memoria, se dirige a ordenar los objetos del mundo. La poesía de Roca es memoria que cuaja, que se vuelve visible en aquel lugar, trozo no limitado, espacio ocupado por la imagen y finalmente por el arte, considerado como un intento de traducir el fantasma en realidad, singular cruce de tiempos, vuelta  a la infancia, transformación del pasado y del presente, destrucción del exilio. Así lo afirma Heidegger: “La poesía despierta la apariencia de lo irreal y del ensueño, frente a la realidad palpable y ruidosa en la que nos creemos en casa… Y, sin embargo, es el contrario, pues lo que el poeta dice y toma por ser es la realidad”.

Se intuye en Juan Manuel Roca, en su búsqueda en la memoria, un trazado de esencias espirituales: revela lo que estaba oculto, desafía a las sombras, a la máscara del tiempo y a la profunda raíz que se empieza a conocer. La palabra se hace verbo de adentro hacia fuera, el rostro pasado se interioriza, toma vida, tras la rememorización del tiempo. Pero la memoria de Roca siempre solicita su mundo espontáneo: las imágenes aparecen tras la escogencia y el aprecio, luego se alternan gracias al azar, al enigma, al  júbilo, y producirán, en el lector que vislumbra, el asombro y la fascinación de quien se anima a la aventura.

Poesía que punza al lector, lo subyuga cuando la imagen  es ya una explosión, un grito, un fogonazo que sirve a manera de hecho generador, imaginería poética que sustenta diversas raíces: el estado de ilusión o la magia sugestiva a la manera de Baudelaire, donde “la imagen estalla con el esplendor repentino de la flor de áloe”; la exaltación de la mirada de Rilke; la imagen tajante y sugestiva del expresionismo alemán, acompañada de su latigazo irónico y la hondura de pensamiento; la misteriosa virtualidad del lenguaje de Vallejo, su alta tensión emotiva, su sentir íntimo, a menudo combinado con un acento coloquial y familiar; la proposición de un mundo onírico, herencia surrealista, donde se configuran predominantemente imágenes arquetípicas; y el influjo de las imágenes metafóricas de bastante valor expresivo, legado de Silva, Aurelio Arturo y Charry Lara. Imaginería de una obra que se ha erigido como un arte de significación perdurable, de plena madurez, de fuerza y sobriedad al unísono.

No en vano, encontramos en Roca la palabra como punto de partida, la capacidad del creador para descubrir caminos ocultos, la fascinación que crea fantasmas y el deseo permanente que convierte la vida en literatura, diciendo con Emerson que “la poesía es el continuo esfuerzo hacia la expresión de las cosas, en su razón de ser”. Vehemencia y ánimo del arte de la poesía, que en manos de Juan Manuel Roca y logrado en el paciente y cotidiano valor, consigue alcanzar aquella “mágica esfera” otorgada a la palabra, la palabra como acontecimiento fundacional, la palabra como centinela y aliento de la obra. Allí un rumor misterioso del mundo y del trasmundo que llama desde afuera de la realidad y la ensancha tras una nueva visión que penetra en lo invisible de lo cotidiano, estableciendo una distancia encantada que atraviesa todo el texto. La mirada a la obra significa un desafío y un llamado que ahonda en las tensiones y resistencias de la comunicación inefable.

Dentro de la concepción de la escritura de Roca hay un Eros que la arrastra, un impulso insaciable, avidez profunda que transita en medio o detrás de voces que adquieren  la distancia transmutadora de un ceremonial. Nosotros comulgando ante la imagen y el tiempo metafórico, frente a las líneas sensibles que apoyan y fecundan su poesía, rasgos sensitivos que nos detienen y despiertan a otro sueño, sensaciones y memorias traídas a la escritura con toda su frescura original, casi táctil a la manera interior.

La palabra de Roca, más que una aventura verbal, es nutrimento esencial, nueva mirada que entraña nuevos lugares, nombrados territorios donde las palabras mueren para resucitar con la memoria y volver a encarnar para darle otra vez sustancia al universo, viaje y retorno de la poesía ante un “paraíso recuperado”, donde encontramos el saludo de aquella memoria, la aparición (presencia – ausencia) de los sueños, espectros y épocas, al lado de una conciencia visionaria, de imaginación y apetencias de otros estados del mundo, diciendo tal vez con Novalis que “los deseos se mudan en realidades”.

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