Marco Antonio Campos. Premio Nacional de Las Letras de Sinaloa 2013

CamposEl poeta mexicano reúne, además de su reconocimiento como poeta ser uno de los motores literarios de su país y por si fuera poco cronista, ensayista, editor, narrador y traductor. Así, Marco Antonio Campos se une a la tradición polígrafa de sus maestros y amigos mexicanos: Alfonso Reyes, Rubén Bonifaz Nuño, Eduardo Lizalde, José Emilio Pacheco, por mencionar nombres.

 

MARCO ANTONIO CAMPOS: GANADOR DEL PREMIO NACIONAL DE LETRAS DE SINALOA 2013

A partir del año 2009, el gobierno del estado y el comité organizador de la Feria del Libro Los Mochis, instituyeron el Premio Nacional Letras de Sinaloa, mediante el cual se reconoce a un escritor que por su trayectoria haya hecho aportaciones relevantes al desarrollo de la literatura y la cultura mexicanas, figuras que son seleccionadas por un jurado externo, compuesto por reconocidos escritores y críticos literarios. El premio consiste en 150,000 pesos y una medalla conmemorativa. Los galardonados han sido: Vicente Leñero (2009), Emmanuel Carballo (2010), Federico Campbell (2011) y  Miguel León Portilla (2012). El ganador para la edición del 2013 es Marco Antonio Campos. La entrega será el 16 de noviembre en el curso de la Feria del Libro en la ciudad de Los Mochis.

 

MARCO ANTONIO CAMPOS

Rubén Bonifaz Nuño

Marco Antonio CamposLo único cierto en la vida es la misma vida; y es preciso cambiarla moralmente. Sólo el presente, única oportunidad, nos pertenece; por tanto, es mejor que el pasado, enseña Marco Antonio Campos. Y expone y justifica su idea con apasionada insistencia: no es humanamente admisible querer volver a vivir lo vivido; eso está hecho ya: lo muestran las cicatrices señaladas por los ácidos del dolor, por la locura y los caminos, en el rostro del alma, donde no se lee la felicidad, sino la vida. El recuerdo no es venerable para quienes no merecen el día de hoy.
Nace el hombre con la ceniza en la frente, precipitado al sufrimiento desde el sufrimiento, pero orientado desde la culpa hacia la acción. Marco Antonio Campos, el hombre mismo de quien habla, lo va mostrando de este modo en los peldaños sucesivos de este libro suyo, levantado como una escala de perspectivas cada vez más anchurosas.
Dominado el secreto de que el valor de sus palabras es la capacidad de despertar con la indignación el valor de sus semejantes, ha conquistado para ellas las cualidades de una máxima eficacia. Trabajo sin término del auténtico poeta. Mucho ha leído, lo ha asimilado todo. Sus versos guardan conscientes reminiscencias de aquellas plurales lecturas en que se inició para viajes innumerables; ecos que van desde Homero hasta Elytis, pasando por Virgilio, Propercio, Dante, el Dolce Stil Nuovo, Shakespeare, Rimbaud, Leopardi, López  Velarde, Miguel Hernández, y tantos otros más, enriquecen la actualidad de su voz.

Guiado, además por un agudo instinto musical, dotado de un oído poderoso para percibir y orientar los más finos matices sonoros, con la humildad del artesano que se esfuerza por disimular las horas consumidas en el acabado de su obra, construye nítidas criaturas poéticas en las cuales la vida se condensa y se trasmite con intensas luces comunitarias.
Y el lector se contagia de padeceres antiguos y recientes que en última instancia son los mismos suyos, y merced a ese contagio se hace más justo, más veraz y más fuerte, y se dispone a acompañarlo en su lucha.

Campos - Sanda
Campos – Sanda

 

AQUELLAS CARTAS

El ayer llega en el hoy que saluda ya el mañana.
Era fines del ’72. Yo atravesaba en tren
Europa occidental, o caminaba por saber adónde,
un sinnúmero de calles, y en cuerpos ondulados
de jóvenes tenues, o en la delgadez del aire en la rama
de los castaños, o en reflejos, que creaban imágenes
en aguas del Tajo, del Arno o del Danubio, la creía ver,
y ella lejos, en mí, en Ciudad de México, con sus
clarísimos 19 años, regresaba en verde o azul, para luego irse
y regresar e irse en el ayer que hoy llega para hablar mañana. 
Era fines del ’72, y yo no sabía que el mirlo cantaría para mí
a la hora del degüello. Ella hablaba de amor en mí, por mí, de mí,
pidiéndome que le enviara más cartas, que guardaba
-eso decía- en el color de los geranios sobre los muros
de su casa en el barrio de San Ángel, sabiéndola diciembre
que era de otro, pero yo le escribía cartas y cartas
en el compartimiento del tren de una estación a otra
bebiéndome milímetro a milímetro la morenía de  su cuerpo
como si fuera antes, sin saber que la tinta se borraba como 
el color de los geranios en el muro de su casa.
Pero al evocar ese ayer convertido en un hoy que es ya mañana,
sin escribir ya cartas entre una estación y otra, me parece
que aún oigo la canción del mirlo a la hora del degüello.

 

CEFALONIA

Era agosto. Era 1988.
Yo veía desde lejos, como si estuviera 
en cubierta, la línea verde, la línea larga
verde y sinuosa de la isla de Ítaca.
Oía el silbido de las embarcaciones
a punto de partir.

Bajo el sol en fuego de las cuatro de la tarde
a diario subía la colina para contemplar Ítaca
y oía los versos de los líricos arcaicos en el murmullo 
de plata de los olivos. E imaginaba Ítaca.

En los caseríos de la isla miraba a las ancianas 
tejer asiduas a la hora del atardecer y a los viejos
hablar como sólo lo hace el rumor de las olas.
Oía pláticas de los ancianos (que me sonaban  
pero no entendía) frente a puertas y ventanas 
de pequeñas casas albas que fulguraban más 
con la fulguración del sol. E imaginaba Ítaca.

Con dos barcelonesas en las noches 
cenaba cordero y ensalada,
mal gustaba del vino de resina, y decía que sí,
con seguridad decía que al día siguiente 
me embarcaría hacia Ítaca: me esperaba el barco
en el que iría a la isla que era el final de la navegación. 
La isla donde pensaba llegar. La isla 
donde siempre pensé llegar. 
Pero al alba siguiente posponía el viaje 
para el alba siguiente y al alba siguiente 
para el otro día. Mientras tanto,
subía a diario las colinas, visitaba en el bus 
precipitados pueblos, saludaba
de mañana a los recién llegados, 
los despedía al partir, y miraba
de tarde desde la colina 
la costa esmeralda y ligeramente sinuosa
de la isla de Ítaca. 

 

VIERNES EN JERUSALÉN

a Esther Seligson y Ruth Fine

Desde la clara altura del monte Scopus
contemplo de mañana y tarde las colinas 
y resplandece áurea en el centro la cúpula 
en círculo del Domo de la Roca, y resplandecen,
en la ladera inferior del Monte de los Olivos, 
las cúpulas de oro de la iglesia rusa
de María Magdalena, que parece puesta de pie
sobre un andamio de aire
De tanto en poco y de nuevo en autobús 
bajo del monte a la ciudad en sol  de viernes,
y atravieso barrios donde pájaros negros
contrapuntean la luz y hablan con Dios, y sólo eso

Y recuerdo a mi madre apoyada en su bastón, 
caminar penosamente a través del cuadrángulo
de la nave de San Diego Churubusco,
y me regresan los rostros de los abuelos idos, 
que oraban a las nubes en la hora de la labor 
en la hacienda aguascalentense, 
y reflexiono en el impasse de Oriente Medio,
indescifrable más que un escrito cuneiforme,
donde se cede un ápice para después no darlo,
y creo con razón que “la razón engendra monstruos”, 
que razón y corazón y templo no se unen con la regla,
que la muerte amista a la muerte que no muere

Desciendo en King George, cruzo la calle,
enfilo hacia Ben Hillel y miro cómo se multiplican
decenas de gatos esqueléticos, que pasan y sobrepasan,
en la tabla aritmética, el número de mendigos
En meses del invierno –me dicen—llovió mucho 
y a las aguas del mar de Galilea y a lo largo del Jordán 
bajaron las voces de agua de Juan y de Jesús

Me paro y miro hacia abajo en Ben Yehuda
Ayer, o antaño, o hace poco, 
la calle parecía abejera,
pero hoy apenas son visibles 
puñados de gente 
aquí y allá

Llego a Yaffo
Jóvenes soldados, mujeres y hombres,
con el rifle apuntando hacia la cara,
con el rifle apuntándose a la cara,
defienden su niñez y la niñez de otros

Rogad por la paz de Jerusalén 
para que prosperen los que la aman
Rogad a Dios que roguemos por él
para que no viva en tristeza y desventura

Y la dicha dónde estaba, dónde estaba
el dinero que ciega y abre puertas, la fama
que ciega y abre puertas, el Amor raído 
con su vestido a ciegas

Por la calle de Yaffo, las jóvenes israelíes,
tan respirables, tan mediterráneamente frescas, 
con el vientre desnudo y los senos frondosos, 
dan miel dulcísima a la boca
y vino que gotea sobre la boca

Hermosas son las hijas de Jerusalén,
pero más codiciables, higueras que dan el higo,
palomas en parvada hacia el hueco de las peñas

Frente al Correo Central, de pie con los ingleses,
busco responderme ahora, en la primavera 
del año tercero del milenio, con el fardo 
de los cincuenta y cuatro años,
después de atravesar un túnel de larga oscuridad,
por qué seguí una navegación, la cual, desde el principio 
yo sabía que la echaría a perder 
sin regresar jamás a Ítaca

Oh Jerusalén, color de arena y miel, 
ciudad de Dios convertida en un infierno, 
donde los hijos caen a filo de cuchillo
y los niños lloran al padre que aún ayer,
después del almuerzo o de la cena,
dejaba en la sala de la casa
el vaso de vino y el humo del cigarro

Llego a la Ciudad Vieja, el centro del cielo vertical
de naciones y tierras, donde el fuego cruzado
de cristianos y árabes, de judíos y de turcos,
perfora la hoja blanca en el pico de la  paloma
Por cada terrón, por cada esquirla de calcedonia o vidrio,
de piedra basáltica o caliza, por cada astilla de la madera,
estéril, absurdamente se han sacrificado millares de millones 
sin que la vida del asno o del camello se modifique un palmo

Ay Jerusalén, Ciudad de la Verdad, de tu casa
los pájaros se llevan en el pico la hoja del olivo,
se llevan en las alas el higo ya desecho, 
regresan y se elevan llevándose el Hijo ya desecho,
y resuenan con dulzura en los muros de la iglesia
los discos de los címbalos y la letra de las Bienaventuranzas

Llego a la Puerta Nueva y de la calle de El Jadid
desciendo por Frères y por St. Francis 
y los gritos de los árabes a grito herido
solicitan y claman que regresen
los años del alfanje y del bolsillo próspero

Rogad por la paz de Jerusalén, ciudad de paz,
aunque el hermano recoja en la acera
el cuerpo agujereado del hermano

Desde los once años dejé de confesarme,
dejé de comulgar, me alejé de la práctica y del rito
Para el niño el sacerdote era como un dios terrible
y rencoroso, que lenta y cruelmente lo hundiría
en las aguas agitadas y el fuego de la Gehena

¿Por qué el catolicismo se basa en el dolor?
¿Por qué Cristo permanece en la cruz
y no lo vemos de pie en la Galilea, cortando 
la anémona y la rosa, volviéndose agua 
en el agua de los lagos, o en la cumbre 
de los montes transfigurándose en luz,
sin más mensaje que el claro renuevo del almendro
y la pulpa del níspero en la boca 
en la clara mañana que dará el mañana?

Esta es Jerusalén, a quien Dios puso en medio
de las naciones y a la tierra alrededor de ella

Mezquita, iglesia o sinagoga,
Dios se multiplica por Uno hasta ser muchos,
y regresa, con el pan y los peces, con el vino 
y los vasos, para terminar desangrándose por
callejuelas y plazas de la Ciudad Vieja
¿Pero qué puede hacer un hombre con el corazón roto?
Un hombre que buscó la orientación sin atlas y sin brújula, 
y no quiso saber  que a siete kilómetros 
permanecía  íntegra y abierta la Navidad en la tierra
Todo bajo el sol tiene su tiempo, dijo el Predicador,
pero yo vine en el tiempo equivocado
Un día, en fin, a la verdad, sin darte cuenta,
Dios o los dioses te abandonan, sin darte cuenta
crees que el mundo es ancho y grande y múltiple
y se hizo para ti, y vas a la deriva y no lo sabes
Esa vida, esa gran vida no la hiciste,
diste veinte mil vueltas por veinte mil círculos, 
pensando que la hacías, creyendo que la hacías,
cuando ya la velocidad del caballo era un pie roto
y la fuerza del león el llanto del ternero

Dando traspiés, dejando atrás comercios de baratijas,
sangrando de la espalda y de la frente, ensordecido
por el griterío, enceguecido por el sol de abril,
llego, fuera de la ciudad, a la cima del monte,
miro las lágrimas de la madre sin consolación,
miro al verdugo clávandose las manos, y pienso que 
a lo mejor alguna vez, alguna vez, cuando el justo 
lo sea de corazón y el sufrido de espíritu
no escuche la canción del necio,
cuando el nombre del malvado sea raído y sucumban
el héroe y el mártir fraudulentos, cuando no sea un lloro
el tiempo de la tribulación y el tiempo del infortunio,
el verano se hará una golondrina, el sol verá su luz
en el fruto del naranjo y el vino viejo
se beberá por fin en odre nuevo

Y en ninguna calle de Jerusalén podrá caminarse
porque muchachas y muchachos jugarán en ellas

 

PARC-LAFONTAINE

Enfance ô riveraine de toutes maisons.
Gatien Lapointe, “D’une rive à l’autre”

Es agosto y caen las primeras hojas 
Palomas cabecean en veredas y prados
y conversan en la tierra de los kilométricos vuelos
que Dios y el viento dieron para evitar el frío

Oh infancia, donde las casas  
daban a todas las casas
En San Pedro de los Pinos nos conocíamos todos
Hicimos un mundo de dos parques y veinte calles
Hicimos de la calle un mundo aparte
La casa era demasiado pequeña
para tenernos dentro
y la ciudad demasiado grande
para que huyéramos de ella
¿Qué ventanas quedarán de esas casas
para volver a hablar de ventana a ventana?

Son las tres y cinco de la tarde
Qué alegría del cuerpo al tomar el sol sobre 
la hierba hasta que el sol te vuelve hierba
¿En cuántas ciudades de Europa y Norteamérica
no dormí sobre la hierba o la banca de un parque?
¿Cuántas veces no he venido a este parque 
a tomar el sol? Mi madre amaba el sol, y aun 
antes de morir, su deleite era asolearse en el patio o
en la acera de la calle frente a la casa
En eso coincidíamos, en el amor al sol,
pero la manera de ver la vida era la contradictoria vista 
del pájaro negro y el pájaro blanco
Fuimos como dos extraños que acaban,
contra ellos, tolerándose mutuamente,
como dos personas que a diario 
se cruzan en un parque, por ejemplo éste,
 y apenas se saludan, hablan un instante y se alejan

El país es algo vivo, la patria hiede a discurso de político,
a sangre en el campo de batalla y a efemérides de sangre
Y yo he sentido el país, lo he amado más
fuera de él, que viviéndolo dentro
Pero por más que se mire, lo que llamamos México
es un país muy triste, donde la gente, al menos antes, 
si yo mal no recuerdo, se la pasaba bien
Pero también en aquellos años,
en esos años de no me olvido, México era
un país muy triste, y para qué seguir
La infancia libre, las gentes que yo quise, 
ríos y lagos, praderas y ciudades, me dicen el país
un país que si lo pienso, si lo lloro en lunes,
si pajarean los arces, si mañana o no,
me parece un país que se va haciendo pedazos

Las nubes en el cielo ya han cubierto el sol

ruben-bonifaz
Rubén Bonifaz Nuño

 

 

2 comentarios

  1. Félix Suárez