 Economista de origen, Kyra ha dirigido sus afanes creativos a la literatura y a la traducción, así como al periodismo cultural. Ha vivido largos periodos en ciudades como Tokio y Londres. Cuatro poemas de la también historiadora del arte.
Economista de origen, Kyra ha dirigido sus afanes creativos a la literatura y a la traducción, así como al periodismo cultural. Ha vivido largos periodos en ciudades como Tokio y Londres. Cuatro poemas de la también historiadora del arte.
 Kyra Galván Haro, (México, D.F.) es Licenciada en Economía por  la UNAM, y ha realizado estudios en Literatura, Poesía, Fotografía  e Historia del Arte. En 1980 ganó el  primer lugar en el concurso de Poesía Joven Elías Nandino con el libro:  "Un pequeño moretón en la piel de  nadie". En 1982 obtuvo la beca del Centro Mexicano de Escritores, A.  C., en donde tuvo como maestros a los escritores Juan Rulfo, Francisco  Monterde, Carlos Montemayor, y Héctor Azar. De 1987 a 1989 vivió en Tokio,  Japón. Radicó en Londres, Inglaterra, de 1990 a 1999, colaborando con el  periódico EL UNIVERSAL como corresponsal cultural. A la fecha tiene 5 libros de  poesía publicados. Ha traducido poesía de Ana Ajmátova, de Dylan Thomas y otros  autores. Su poesía ha sido seleccionada en más de 17 compilaciones nacionales y  extranjeras. Su primera novela “Los indecibles pecados de Sor Juana”  fue publicada en 2010 por editorial Planeta. Colabora  esporádicamente en revistas y suplementos culturales, ha sido jurado en  múltiples concursos literarios y también ha impartido cursos y talleres sobre  el oficio de escribir en los géneros de relato y poesía. Actualmente es maestra  en la SOGEM y tiene varios libros inéditos
Kyra Galván Haro, (México, D.F.) es Licenciada en Economía por  la UNAM, y ha realizado estudios en Literatura, Poesía, Fotografía  e Historia del Arte. En 1980 ganó el  primer lugar en el concurso de Poesía Joven Elías Nandino con el libro:  "Un pequeño moretón en la piel de  nadie". En 1982 obtuvo la beca del Centro Mexicano de Escritores, A.  C., en donde tuvo como maestros a los escritores Juan Rulfo, Francisco  Monterde, Carlos Montemayor, y Héctor Azar. De 1987 a 1989 vivió en Tokio,  Japón. Radicó en Londres, Inglaterra, de 1990 a 1999, colaborando con el  periódico EL UNIVERSAL como corresponsal cultural. A la fecha tiene 5 libros de  poesía publicados. Ha traducido poesía de Ana Ajmátova, de Dylan Thomas y otros  autores. Su poesía ha sido seleccionada en más de 17 compilaciones nacionales y  extranjeras. Su primera novela “Los indecibles pecados de Sor Juana”  fue publicada en 2010 por editorial Planeta. Colabora  esporádicamente en revistas y suplementos culturales, ha sido jurado en  múltiples concursos literarios y también ha impartido cursos y talleres sobre  el oficio de escribir en los géneros de relato y poesía. Actualmente es maestra  en la SOGEM y tiene varios libros inéditos
"Ante la Tumba de Dylan Thomas”, “Extranjero”  y “En Kamakura", pertenecen al libro Netzahualcóyotl recorre las islas,  publicado originalmente en la colección el ala del Tigre, UNAM y después  re-editado en Incandescente, por Cal  y Arena. "Mecánica de los Cuerpos Terrestres" pertenece al libro, Alabanza Escribo, publicado por la UAM,  en su colección Molinos de Viento y también reeditado en Incandescente.
ANTE LA TUMBA DE DYLAN THOMAS
BUSCAMOS  la famosa cruz blanca, de madera.
  Sencilla,  no sabemos, si por tu propia voluntad
  o  porque todo el mundo cree
  que  los poetas somos seres sencillos y humildes por naturaleza,
  pero  no estaba.
  La  habían quitado para poder enterrar a tu esposa,
  que  te sobrevivió más de cuarenta años,
  no  sabemos si lamentándose o feliz de la vida,
  pero  quien finalmente te alcanza en el mundo radiante
        de los huesos blanquísimos.
  Una  vez más podrán hacer el amor.
  Ojalá  de verdad, de muertos, no cuente la edad
  porque  tú le llevas ventaja a la pobre, cabrón.
  Y  aquí, a los pies de tu sepulcro o de vuestro sepulcro, 
  miro  las verdes colinas de Gales, tu paisaje siemprevivo
  y  me pregunto cómo llegaste a ser tan buen poeta,
  tan  alejado del mundo, pero tan cercano al mar. 
Quizá  eso fue lo único que te hizo entender
  las  profundidades de la naturaleza humana,
  eso,  o el observar el vuelo de las aves marinas.
  Y  quiero decirte que estuve en tu casa y lloré.
  Lloré  porque sabía que un día estaría en Laugharne.
  No  sabía que sería finales de agosto ni que llevaría
  a  mis hijas ni que andaría de la greña con Arturo,
  pero  lloré porque tu voz de poeta siempre ha llegado
  a  mi alma, aunque algunos digan que eras un borracho, 
  que  lo eras, por supuesto,
  pero  eso nunca te quitó lo poeta.
Yo  he venido a rendirte homenaje
  pero  en este momento, sólo quiero hablarte de miserias.
  De  cómo el amor se hunde en los órganos
  y  los hace sangrar, porque nosotros no queremos dejar 
  de  amar o quizá simplemente, de estar.
  Y  los idilios más apasionados se ensucian
  con  las palabras ligeras del insulto
  y  el matrimonio y la convivencia,
  provocan  silencios lisos que se prolongan
  entre  los pensamientos largos y los cortos,
  y  parecen durar toda la vida.
  Yo  que nací siendo visible
  y  me he pasado la vida tratando de ser invisible, 
  empantanada  entre el ser y el no ser,
  queriendo  ser buena madre y lastimando,
  deseando  amar a los que se me mueren,
  dando  a destiempo con la torpeza de un reloj descompuesto.
  Nadie  está exento del dolor en ninguna situación, Dylan, 
  ni  de la culpa que no sirve para nada,
  sino  para hacernos más lentos, más torpes.
  Yo  he venido a tu tumba a decir una oración para ti, 
  pero  en este momento no puedo, las lágrimas me ahogan
  y  sólo quiero que me regales un poco de magia
  antes  de que la escarcha pinte mi pelo con sus dedos blancos 
  y  mis octubres todos, sean de un hielo definitivo,
  antes,  comparte conmigo tu secreto.
  ¿Fue  sólo el mar helado y el canto de los cuervos?
  ¿O  las colinas verdes o el frío de la vejez que se acercaba? 
  Imbuye  en mí, tu sangre. Háblame, Dylan, háblame.  
EXTRANJERO
SER  EXTRANJERO es algo más
  de  lo que Bertold Brecht decía
  acerca  del no poder colgar un cuadro
  o  plantar un arbusto y verlo crecer con nostalgia. 
  Es  algo que arde en el pecho,
  es  la soledad que taladra el sentido del ser,
  de  la unicidad y de la ubicuidad.
  Ser  extranjero es sentirse siempre diferente,
  a  veces, con grandes contrastes,
  otras, con una slight difference.
  Es el deseo ardiente de pasar inadvertido
  e igualarse al color, la forma, la masa.
  Es vivir entre dos dimensiones
  y mirar al mundo desde la vertiente
  de dos cuadros de ajedrez.
  Es no poder ser ni el peón, ni el rey.
  Es el juego en el que no tomas parte
  (te quedas en la banca).
  Es no poder decir, no poder gritar.
  Una acumulación de palabras en tu idioma materno. 
  Una máscara en el escenario,
  de actores de otra compañía.
  La máscara de la rabia y la impotencia.
  Es buscar el círculo que se cierra
  porque no hay otros que se abran.
Es bailar siempre a otro compás,
  olvidar la letra de la canción.
  Es acostumbrar el cuerpo a otras temperaturas,
  los ojos a otros paisajes,
  el corazón a otros ritmos y la nariz,
  a otros olores.
  Es aplacar la nostalgia de un sueño
  que llamamos Patria,
  que como todo en la vida se convierte
  algún día, en una fantasía más.
  Ser extranjero es construir un todo sobre una nada
  y sostenerlo con hilos inexistentes,
  por el tiempo que dure, con sólo tu soplo cansado.
  Es querer encontrar las mismas estrellas en otras  latitudes. 
  Aprender otras canciones y sentirte
  piel roja o marciano
  en donde los normales son ellos
  los pelo amarillo
  o los ojos rasgados.
  Ser extranjero es darse cuenta
  que todo es igual,
  la oración en el templo budista, metodista o  católico.
  La misma esperanza, las flaquezas.
  La xenofobia, el dolor de saber
  que tú eres el extranjero,
  el diferente, la amenaza, el agredido.
  El que no se toma en serio, el bicho bajo el  microscopio. 
  Si alguna vez,
         todos
                fuéramos  extranjeros.
EN KAMAKURA
CUANDO  vivía en Japón
  admiré  muchos Budas, una multitud de ellos.
  Algunos flacos,  otros gordos, hechos de  piedra o de  metal. 
  Había pequeños y grandes,  sonrientes y  serios. 
  Es curioso  cuando una occidental se acerca al budismo. 
  Una occidental  que creció con terror a la oscuridad de las iglesias, 
  al pelo natural  de los santos con ojos de vidrio 
  que te miran  con esa mirada fija con la que sólo los santos pueden hacerlo, 
  con miedo  a la sangre de un crucificado  exangüe  
  que se yergue  como el principal en esa cohorte extraordinaria de torturados,
  de quienes se guardan dedos  cercenados y esquirlas de hueso y gotas de sangre 
  en los  recipientes más  bizarros como jamás se  ha visto.
  Y no hablemos  del  olor de las velas y el incienso que  revuelven el estómago
  y los trapos  morados que lo cubren todo en Semana Santa. 
  Entonces el  budismo parece una opción más light.
  Con un gordito  simpático y  sus templos  al aire libre, 
  donde no hay  oscuridad, ni sangre, ni tanto sacrificio. 
  Y se le ofrecen  flores y frutas  al que se iluminó debajo  de un árbol. 
Pero los  budistas también rezan. 
  También siguen  al maestro, aunque no sepan lo que es el pecado, 
  algo tan judío,  tan cristiano, tan occidental. 
  Vi tantos  Budas, de madera, de orejas largas, de  chonguito 
  y estuve  en  ese templo dedicado a los niños, 
  que no eran, ni  niños muertos, ni niños enfermos, sino no natos. 
  Miles de  velitas encendidas, bailando sueltas al aire libre, 
  a la orilla del  mar en Kamakura, infinidad de flamitas, multitud luminosa 
  queriéndose  escapar del pabilo, de los números grotescos, 
  representando  cada flamita un aborto, incontables cantidades 
  de niños no  queridos que nunca verán el mar, 
  niños que no  serán ni budistas, ni sintoístas, ni cristianos; 
  niños, miles de  niños, que no serán, que no son. 
  Vi tantos Budas  en la complicidad del  silencio. 
Mecánica de los cuerpos terrestres
Llegaste  al punto
  donde  se reúne el tiempo;
  donde  el agua y la tierra manan
  de  un solo cauce.
  Donde  el placer es absoluto
  y  la energía, radiante.
  Llegaste  a mí
  y  no conocimos ni oriente ni poniente,
  sino  la oscuridad condensándose 
  alrededor  de nuestra luz,
  porque  tu lengua era mi madre alimentándome
  y  tu miembro era mi padre.
  eras  mi figura masculina y femenina a un tiempo.
  Eras  el vientre materno:
  mi  boca llena de pechos, lengua, falo,
  mi  tajo colmado de saliva y músculo.
  Los  cuerpos reflejaron la gravedad exacta,
  la  mágica proporción de tus caderas
  que  sin peso se posan sobre mis huesos.
  En  este centro de centros
  los  cuerpos se arrastran, vuelan
  o  acaso, se deslizan,
  como  cuerpos celestes sobre vía láctea
  como  cuerpos terrestres suspendidos
  en  la unión que prolonga
  el  espacio prenatal.
  Por  la savias del amor
  emparentamos  en un solo cuerpo
  por  boca y sexo unidos.
  Siendo  madre, padre, 
  siendo  hermanos también,
  en  una misma cúpula de agua
  donde,  aunque de volumen intacto,
  nuestros  cuerpos terrestres
  su  gravedad disminuyen.
  como  en el vientre materno,
  como  en el pozo del infinito:
  humedad  y placer.
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